Sábado, 25
de marzo. Mientras el tren avanza por la llanura que separa las ciudades de
Valladolid y Palencia, entre campos de cereal que empiezan a verdear y casas
apiñadas en torno a un campanario, bajo un sol de primavera, pienso en qué
decir a los socios y amigos de Puentes a los que, dos horas después, encontraré
reunidos en Asamblea.
Gracias.
Han sido muchos los que desde 1998 han entregado su tiempo, sus
capacidades, sus energías para alentar y difundir esta corriente solidaria que
terminó por llamarse Puentes. Muchos también los que han confiado en esta
pequeña Ongd y la han hecho depositaria de su generosidad. Siempre conmueve la
entrega gratuita al servicio de la causa de los débiles.
Fragilidad.
Muy lejos del triunfalismo, últimamente hemos experimentado nuestra propia
pobreza. La escasez de voluntarios para incorporarse a la Junta Directiva, el
estancamiento en las inscripciones, la disminución de los asistentes a las
reuniones nos han hecho tomar conciencia de nuestra fragilidad. Quisiéramos
llegar a más, alcanzar a más, pero a cada momento descubrimos nuestros límites
e incapacidades. Esto podría llevarnos al desánimo, pero también a la humildad.
Cada crisis es una oportunidad. Y ya decía Víctor Herrero que “sólo por las
rendijas de la fragilidad asoma la ternura”.
Causas.
La pequeñez que experimentamos no sólo afecta a nuestra asociación, sino que es
una sensación que compartimos con otras muchas asociaciones que trabajan en el
campo de la cooperación internacional. En este momento hay otras muchas causas,
todas ellas justas y dignas, que mueven los sentimientos y, con ellos, la
dedicación y los bolsillos. La causa de la igualdad de la mujer, la causa del
movimiento LGTBI+, la causa medioambiental y del cambio climático, la causa de
los animales, la causa de “primero, nosotros; luego, ya veremos”, la
causa de la sanidad pública o de la investigación médica en el propio
territorio, la causa de la adaptación a las nuevas tecnologías o la causa de la
inteligencia artificial...por señalar algunas de ellas. Y con esto quiero decir
que la causa de la justicia y la pobreza en el mundo, que es el ámbito donde
nos movemos, la causa de la cooperación con los países empobrecidos, más allá
de nuestras fronteras, se ha enfriado y ha perdido brío. La causa de la
solidaridad no cotiza a la alta.
Gigantes.
En este momento, al igual que Don Quijote, estamos luchando contra “gigantes”.
Hay muchos gigantes en la enorme Mancha de nuestra época desnortada y confusa:
el gigante de una inhumanidad creciente que mira al otro con indiferencia,
agostando la empatía y la simpatía hacia el prójimo, especialmente cuando
intuimos que ese otro puede necesitar nuestra ayuda El gigante de una cultura
egocéntrica que hipertrofia el yo, a costa del nosotros, y que nos hace creer
que tenemos todos los derechos y ninguna de las obligaciones. Adela Cortina ya
nos recordaba que la “aporofobia”, ese desprecio e indiferencia hacia
los pobres retrataba nuestra época. El gigante del “tener” en oposición al
“ser”, que calcula el beneficio de cada una de nuestras mínimas acciones y que convierte
al espíritu de gratuidad y de voluntariado en cosas de “romanticones y de
ilusos”. Los jóvenes difícilmente se sienten atraídos por los líderes
espirituales o por los soñadores de utopías. Sus modelos de comportamiento son
los influencers, youtubers, triunfadores digitales, que arrasan en las redes
con millones de likes, en el fondo globos de colores hinchados de vanidad.
El desánimo
de los pocos. No debería preocuparnos nuestra pequeñez ni nuestra
fragilidad. Pero la verdad es que hay un desánimo creciente. El cansancio de la
solidaridad, lo llaman. Y sin embargo, sabemos que no podemos descorazonarnos cuando
comprobamos que las semillas de gratuidad caen en tierra baldía, condenadas a dar
escaso fruto. No importa que seamos pocos. Lo grave sería caer en la tentación del
abatimiento y del darnos por vencidos. Lo grave sería sucumbir a los cánticos,
cada vez más estridentes y horrísonos, de una cultura de la banalidad y de un
anestesiante bienestar personal. En medio de un mar color de vino, Ulises pide
a los marineros que le aten al mástil del barco, para no dejarse seducir por
los cantos de las sirenas. Tenía claro que su objetivo era Ítaca. Ítaca como
representación de un hogar, una patria común sin fronteras, una red de puentes,
una mesa de pan y vino en la que puedan sentarse todos los seres humanos.
Sabernos poco y pocos puede añadir un plus de fortaleza y de vigor a nuestro
espíritu.
Pequeños
mundos. En Puentes no trabajamos por cosas abstractas y lejanas. Nuestra
sencilla y humilde aportación no está destinada al País de la Utopía. Conocemos
el nombre de los misioneros que día a día viven en un territorio concreto,
llámese la aldea de Abor, en Ghana, o la aldea Nnebukwu en Nigeria, o el pueblo
de Tepetzintan en México. Y conocemos, a pesar de los muchos kilómetros por
medio, la realidad de los niños de la calle en Congo, la verdad desnuda de
chicos y chicas con discapacidad de Nigeria, las condiciones precarias de los
ancianitos en las barriadas míseras de México. No trabajamos, como hemos dicho en
muchas ocasiones, para cambiar el Mundo, sino para cambiar el pequeño mundo de
la niña que puede estudiar secundaria, la primera en toda su familia, de la
adolescente madre acogida en la casa de Kinshasa, de David, con síndrome de
Down, que trabaja con ahínco en el invernadero de plantas de café en Guatemala,
de la viejecita Lupe que recibe un bolsón de comida y medicinas para seguir
tirando allá en un bosque perdido de la Sierra Norte de Puebla.
Presidir es
servir. Por esas curiosidades de la lengua, sabemos que “presidir” y
“presidiario”, proceden de la misma raíz, prae (adelante) y sedere
(sentarse). El presidente se sienta adelante en una reunión. El presidiario se
sienta delante de sus barrotes, inmóvil con sus cadenas. Pero si sacamos punta
a esta etimología, podríamos decir que quien preside debe sentirse ‘preso’,
debe sentirse el último, el servidor de todos. Quien preside Puentes debe estar
a disposición de los 400 miembros que forman la Ongd. Debe escuchar las
peticiones de los misioneros que son los que mejor conocen la lucha contra la
pobreza. Debe servir, en primer lugar y sobre todo, a los niños, a los
ancianos, a las personas con discapacidad, que gritan contra la injusticia y reclaman
nuestra ayuda. Ellos, por su situación de vulnerabilidad, por la realidad de
injusticia en la que están inmersos, merecen que yo, que la Junta Directiva,
que toda la Ongd Puentes trabaje, se desgaste y se desviva por ellos. Al fin y
al cabo, presidir es servir. Presidir es sentirse prisionero de los anhelos por
un mundo más justo que es el único grito, a veces callado y silencioso, de
todos los pobres.
El
imaginero. La poetisa chilena Gabriela Mistral, en uno de sus poemas más
admirados “El imaginero” nos cuenta el diálogo entre un imaginero y la persona
que entra en su taller para encargarle una imagen de Jesús el Galileo. El
artista pregunta cómo le gustaría que le representase a Jesús. El comitente
desea una imagen viva, de un Jesús sufriente, que ilumine a quien la mira,
conmueva las conciencias y cambie los pensamientos. Pero el imaginero es
consciente de su incapacidad para hacer esta imagen. Y con humildad le responde
que ningún artista podrá hacerle ese Cristo que desea, y le invita a buscarlo
en las calles, en los ancianos, en los hospitales, en los niños hambrientos, en
las mujeres maltratadas. Y le anima a no buscar la imagen del Crucificado ni en
museos ni en iglesias, porque esa imagen de Cristo de carne y hueso sólo la
podrá encontrar entre los pobres.
El niño de
Bateke. No se me olvidará mientras viva la imagen de aquellos niños de la llanura
de Bateke. Los vi recorrer los tres kilómetros que separaban la escuela de su
aldea. Era una tarde de tormenta y aguacero. Una de esas tardes en que los
cielos parecen abrirse para una nueva edición del Diluvio Universal. Caminaban
descalzos, con las clancletas de plástico en la mano para no perderlas en medio
del barrizal. Y protegían en una bolsa de plástico la cartilla escolar, contra
su pecho, bajo su camiseta agujereada de pobres. Pensé entonces, y pienso ahora,
que estos niños se merecen estudiar. Mucho más que los niños de nuestros países
ricos, que se quejan continuamente de todo, que faltan el respeto al profesor,
que acosan al alumno débil, que tiran el bocadillo a la hora del recreo… Por
ese niño de Bateke que camina eternamente hacia la escuela en medio de la
lluvia atronadora, debo y debemos seguir trabajando.
Muchas gracias Juan, por llevar de nuevo las riendas de este importante proyecto.
ResponderEliminarDemuestras ser el ejemplo vivo. Ojalá sigamos aprendiendo de ti, de esa gran persona que SIEMPRE hace que las cosas resulten más fáciles a los demás.
Mucho ánimo y un fuerte abrazo.
ESM
Muchas gracias ESM. Seguiremos intentándolo. Un fuerte abrazo
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