viernes, 14 de abril de 2023

El niño de Bateke: presidir para servir



Sábado, 25 de marzo. Mientras el tren avanza por la llanura que separa las ciudades de Valladolid y Palencia, entre campos de cereal que empiezan a verdear y casas apiñadas en torno a un campanario, bajo un sol de primavera, pienso en qué decir a los socios y amigos de Puentes a los que, dos horas después, encontraré reunidos en Asamblea.

Gracias. Han sido muchos los que desde 1998 han entregado su tiempo, sus capacidades, sus energías para alentar y difundir esta corriente solidaria que terminó por llamarse Puentes. Muchos también los que han confiado en esta pequeña Ongd y la han hecho depositaria de su generosidad. Siempre conmueve la entrega gratuita al servicio de la causa de los débiles.  

Fragilidad. Muy lejos del triunfalismo, últimamente hemos experimentado nuestra propia pobreza. La escasez de voluntarios para incorporarse a la Junta Directiva, el estancamiento en las inscripciones, la disminución de los asistentes a las reuniones nos han hecho tomar conciencia de nuestra fragilidad. Quisiéramos llegar a más, alcanzar a más, pero a cada momento descubrimos nuestros límites e incapacidades. Esto podría llevarnos al desánimo, pero también a la humildad. Cada crisis es una oportunidad. Y ya decía Víctor Herrero que “sólo por las rendijas de la fragilidad asoma la ternura”.

Causas. La pequeñez que experimentamos no sólo afecta a nuestra asociación, sino que es una sensación que compartimos con otras muchas asociaciones que trabajan en el campo de la cooperación internacional. En este momento hay otras muchas causas, todas ellas justas y dignas, que mueven los sentimientos y, con ellos, la dedicación y los bolsillos. La causa de la igualdad de la mujer, la causa del movimiento LGTBI+, la causa medioambiental y del cambio climático, la causa de los animales, la causa de “primero, nosotros; luego, ya veremos”, la causa de la sanidad pública o de la investigación médica en el propio territorio, la causa de la adaptación a las nuevas tecnologías o la causa de la inteligencia artificial...por señalar algunas de ellas. Y con esto quiero decir que la causa de la justicia y la pobreza en el mundo, que es el ámbito donde nos movemos, la causa de la cooperación con los países empobrecidos, más allá de nuestras fronteras, se ha enfriado y ha perdido brío. La causa de la solidaridad no cotiza a la alta.

Gigantes. En este momento, al igual que Don Quijote, estamos luchando contra “gigantes”. Hay muchos gigantes en la enorme Mancha de nuestra época desnortada y confusa: el gigante de una inhumanidad creciente que mira al otro con indiferencia, agostando la empatía y la simpatía hacia el prójimo, especialmente cuando intuimos que ese otro puede necesitar nuestra ayuda El gigante de una cultura egocéntrica que hipertrofia el yo, a costa del nosotros, y que nos hace creer que tenemos todos los derechos y ninguna de las obligaciones. Adela Cortina ya nos recordaba que la “aporofobia”, ese desprecio e indiferencia hacia los pobres retrataba nuestra época. El gigante del “tener” en oposición al “ser”, que calcula el beneficio de cada una de nuestras mínimas acciones y que convierte al espíritu de gratuidad y de voluntariado en cosas de “romanticones y de ilusos”. Los jóvenes difícilmente se sienten atraídos por los líderes espirituales o por los soñadores de utopías. Sus modelos de comportamiento son los influencers, youtubers, triunfadores digitales, que arrasan en las redes con millones de likes, en el fondo globos de colores hinchados de vanidad.

El desánimo de los pocos. No debería preocuparnos nuestra pequeñez ni nuestra fragilidad. Pero la verdad es que hay un desánimo creciente. El cansancio de la solidaridad, lo llaman. Y sin embargo, sabemos que no podemos descorazonarnos cuando comprobamos que las semillas de gratuidad caen en tierra baldía, condenadas a dar escaso fruto. No importa que seamos pocos. Lo grave sería caer en la tentación del abatimiento y del darnos por vencidos. Lo grave sería sucumbir a los cánticos, cada vez más estridentes y horrísonos, de una cultura de la banalidad y de un anestesiante bienestar personal. En medio de un mar color de vino, Ulises pide a los marineros que le aten al mástil del barco, para no dejarse seducir por los cantos de las sirenas. Tenía claro que su objetivo era Ítaca. Ítaca como representación de un hogar, una patria común sin fronteras, una red de puentes, una mesa de pan y vino en la que puedan sentarse todos los seres humanos. Sabernos poco y pocos puede añadir un plus de fortaleza y de vigor a nuestro espíritu.

Pequeños mundos. En Puentes no trabajamos por cosas abstractas y lejanas. Nuestra sencilla y humilde aportación no está destinada al País de la Utopía. Conocemos el nombre de los misioneros que día a día viven en un territorio concreto, llámese la aldea de Abor, en Ghana, o la aldea Nnebukwu en Nigeria, o el pueblo de Tepetzintan en México. Y conocemos, a pesar de los muchos kilómetros por medio, la realidad de los niños de la calle en Congo, la verdad desnuda de chicos y chicas con discapacidad de Nigeria, las condiciones precarias de los ancianitos en las barriadas míseras de México. No trabajamos, como hemos dicho en muchas ocasiones, para cambiar el Mundo, sino para cambiar el pequeño mundo de la niña que puede estudiar secundaria, la primera en toda su familia, de la adolescente madre acogida en la casa de Kinshasa, de David, con síndrome de Down, que trabaja con ahínco en el invernadero de plantas de café en Guatemala, de la viejecita Lupe que recibe un bolsón de comida y medicinas para seguir tirando allá en un bosque perdido de la Sierra Norte de Puebla.

Presidir es servir. Por esas curiosidades de la lengua, sabemos que “presidir” y “presidiario”, proceden de la misma raíz, prae (adelante) y sedere (sentarse). El presidente se sienta adelante en una reunión. El presidiario se sienta delante de sus barrotes, inmóvil con sus cadenas. Pero si sacamos punta a esta etimología, podríamos decir que quien preside debe sentirse ‘preso’, debe sentirse el último, el servidor de todos. Quien preside Puentes debe estar a disposición de los 400 miembros que forman la Ongd. Debe escuchar las peticiones de los misioneros que son los que mejor conocen la lucha contra la pobreza. Debe servir, en primer lugar y sobre todo, a los niños, a los ancianos, a las personas con discapacidad, que gritan contra la injusticia y reclaman nuestra ayuda. Ellos, por su situación de vulnerabilidad, por la realidad de injusticia en la que están inmersos, merecen que yo, que la Junta Directiva, que toda la Ongd Puentes trabaje, se desgaste y se desviva por ellos. Al fin y al cabo, presidir es servir. Presidir es sentirse prisionero de los anhelos por un mundo más justo que es el único grito, a veces callado y silencioso, de todos los pobres.

El imaginero. La poetisa chilena Gabriela Mistral, en uno de sus poemas más admirados “El imaginero” nos cuenta el diálogo entre un imaginero y la persona que entra en su taller para encargarle una imagen de Jesús el Galileo. El artista pregunta cómo le gustaría que le representase a Jesús. El comitente desea una imagen viva, de un Jesús sufriente, que ilumine a quien la mira, conmueva las conciencias y cambie los pensamientos. Pero el imaginero es consciente de su incapacidad para hacer esta imagen. Y con humildad le responde que ningún artista podrá hacerle ese Cristo que desea, y le invita a buscarlo en las calles, en los ancianos, en los hospitales, en los niños hambrientos, en las mujeres maltratadas. Y le anima a no buscar la imagen del Crucificado ni en museos ni en iglesias, porque esa imagen de Cristo de carne y hueso sólo la podrá encontrar entre los pobres.

El niño de Bateke. No se me olvidará mientras viva la imagen de aquellos niños de la llanura de Bateke. Los vi recorrer los tres kilómetros que separaban la escuela de su aldea. Era una tarde de tormenta y aguacero. Una de esas tardes en que los cielos parecen abrirse para una nueva edición del Diluvio Universal. Caminaban descalzos, con las clancletas de plástico en la mano para no perderlas en medio del barrizal. Y protegían en una bolsa de plástico la cartilla escolar, contra su pecho, bajo su camiseta agujereada de pobres. Pensé entonces, y pienso ahora, que estos niños se merecen estudiar. Mucho más que los niños de nuestros países ricos, que se quejan continuamente de todo, que faltan el respeto al profesor, que acosan al alumno débil, que tiran el bocadillo a la hora del recreo… Por ese niño de Bateke que camina eternamente hacia la escuela en medio de la lluvia atronadora, debo y debemos seguir trabajando.










2 comentarios:

  1. Muchas gracias Juan, por llevar de nuevo las riendas de este importante proyecto.
    Demuestras ser el ejemplo vivo. Ojalá sigamos aprendiendo de ti, de esa gran persona que SIEMPRE hace que las cosas resulten más fáciles a los demás.
    Mucho ánimo y un fuerte abrazo.
    ESM

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    1. Muchas gracias ESM. Seguiremos intentándolo. Un fuerte abrazo

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