Después de semanas de violencia
inaudita en Gaza, se ha abierto un resquicio de luz con el intercambio de
rehenes por ambas partes. No por criticar al gobierno de Israel, uno es
antisemita. No por sentir piedad por los palestinos, uno está a favor de Hamás.
Ya sé que ante este conflicto se nos exige posicionarnos, sin matices. En
Estados Unidos está muy mal visto ser pro Palestina. Y en Europa está muy mal
visto ser pro Israel. Sé también que la equidistancia es el terreno de los
tibios. Y también sé que en todo conflicto, en ambias partes, aunque no con el
mismo porcentaje, hay héroes y villanos, víctimas y victimarios. Para empezar
una pregunta: ¿quién ha puesto mayoritariamente los muertos, los heridos, los
refugiados?
La guerra continúa en Gaza,
independientemente de los manifiestos de los intelectuales, de las redes
sociales que nos invitan a firmar para que haya paz y de las canciones y poemas
que nos dicen que una mala paz es preferible a una buena guerra. No basta con
desear la paz, ni con colgar una foto de dos niños (uno israelí y otro
palestino) dándose la mano. Las guerras las ganan los más armados de armas; no
los más armados de razón.
Cuando al acabar la II Guerra
Mundial, se conoció la magnitud del extermino judío a manos de los nazis, el
mundo quedó en shock. Y los líderes del momento dieron luz verde al tan deseado
Estado de Israel por parte del sionismo militante. Pero no cayeron en la cuenta,
o no quisieron caer, que allí había un pueblo establecido desde hacía tiempo y
que también merecía un respeto y un territorio: los palestinos.
La precipitada proclamación del
Estado de Israel y la llegada masiva de judíos de todas las partes del mundo,
así como la ocupación de territorios palestinos después de cada victoria
israelí, no podía por menos que desencadenar una explosión de rabia y de ira en
los palestinos. Lo demás ha sido asunto de los telediarios: guerras, violencia,
atentados, territorios ocupados, intifadas, ataques terroristas
indiscriminados, política de tierra quemada, asesinatos a discreción, cárceles
llenas, la huida de los perseguidos, los campos de refugiados, las torturas,
secuestros, muros de la vergüenza, los hospitales llenos de heridos y la inseguridad
y tensión en la que malviven ambas poblaciones. ¿Entonamos ya el réquiem por Israel y por Palestina o aún queda espacio para la esperanza?
El comienzo de esta última batalla
tuvo lugar cuando, a primeros de octubre, el grupo terrorista Hamás, en un acto
de violencia inusitada, provocó centenares de muertos e hizo rehenes a decenas
de israelíes. Una violencia que muchos no han condenado todavía. La respuesta desproporcionada
de Israel no se hizo esperar y en ella estamos ahora mismo: casa por casa y
calle por calle. Una violencia que muchos tampoco han condenado. Se ve que sólo
vemos violencia cuando atacan nuestra ‘ideología’.
Palestina está lejos de ser una
sociedad democrática que goce de libertades, derechos e igualdades (empezando por las
libertades de las mujeres o de los homosexuales). O una sociedad con prosperidad laboral, educativa o
sanitaria. Y no toda la culpa es de sus vecinos/enemigos judíos. Sus
mandatorios han hecho bastante poco por el progreso material de su pueblo. Y
además, grupos terroristas o radicales mantienen a la población palestina en un
estado de pobreza e ignorancia, rehenes de ideales en que se mezcla lo político
y lo religioso. Pero Palestina no es Hamás, y acaso este grupo terrorista sea,
como piensan muchos observadores, “el
enemigo número uno de Palestina”.
Por otro lado, Israel, que ha
alcanzado altas cuotas de progreso, de derechos y libertades, y que es la única
democracia de la región, ¿no ha utilizado, acaso, frente a los palestinos, en algunos momentos de su corta historia como Estado, métodos parecidos a los de un grupo
terrorista? Gracias al vergonzante apoyo de Estados Unidos, que ha vetado todas
y cada uno de las resoluciones de Naciones Unidas, Israel no ha cumplido ni una
sola de las exigencias de la ONU. Israel, ¿ha tratado a los palestinos, en ocasiones, de forma parecida a como los nazis los trataron a ellos?
Israel tiene derecho a vivir en paz.
Palestina tiene derecho a vivir en paz. Ya nadie cree que Israel únicamente ataca
a los miembros de Hamás, porque la mayoría de los muertos son civiles, mujeres
y niños, palestinos corrientes de Gaza o de Cisjordania. Ya nadie cree que
Palestina no sea una sociedad en manos de exaltados terroristas. Y lo que
verdaderamente no creemos nadie es que Israel, sin el apoyo culpable de Estados
Unidos, pudiera cometer impunemente cualquier fechoría. Ni tampoco creemos que
el terrorismo de Hamás, sin el apoyo de otros tantos grupos terroristas
mundiales, habría sobrevivido.
Cada estallido de violencia prorroga
una década de inseguridad en la zona. En los próximos años aún se seguirá
amamantando a todos los niños en el odio al israelí y en el odio al palestino,
dependiendo en qué parte del muro se viva. Y se inculcará el odio en la escuela
y en casa, en la calle y en el taller, en la sinagoga y en la mezquita, en
árabe y en hebreo. La paz creativa de los audaces, ¿quiénes la verán?
El respeto mínimo para la convivencia
entre el pueblo de Israel y el pueblo de Palestina parece que ya no lo conocerá
esta generación. Y sin embargo, bajo las bombas y los escombros, siempre
surgirán historia personales de concordia, de estima, de ayuda y de amor, como nos
lo ha contado, bellamente, la película Out in the dark, que narra la historia
de amor de Nimr y Roy, palestino e israelí, musulmán y judío. Una tierra fértil
para la violencia y habitada por el odio, a veces conoce la ternura y el
entendimiento. Una flor delicada en el estercolero.
Da gusto de levantarse leyendo esta sesuda reflexión , alejada de sectarismos políticamente correctos . Muchas gracias
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