Los señores del mundo, por seguir en
el poder, han hecho barbaridades. Basta con acudir a los libros de historia.
Ahora en el suelo patrio, tengo la impresión de que estamos asistiendo a una de
ellas, en este caso por mantenerse en el Palacio de la Moncloa.
Cuando a mediados de verano los
periódicos reprodujeron una foto en la que se veía a la vicepresidenta del
Gobierno y al prófugo de la justicia Puigdemont, en amable conversación y
efusivo saludo, pensé que estaba ante una broma de mal gusto. ¿En algún país democrático
un miembro del Gobierno se reúne con prófugos de la Justicia? Las cosas desde
verano han empeorado hasta el punto de estar asistiendo a una verdadera
“subasta” de dineros y competencias, con tal de obtener 7 votos en la
investidura del Sr. Sánchez.
No es verdad que lo que quiere el
pueblo español es un ‘gobierno progresista’ (¿es progresista el nacionalismo
excluyente y el blanqueo de grupos estrechamente vinculados a ETA?) y que, por
lo tanto, hay que pactar con el diablo, con tal de seguir cuatro años más en el
poder. En las últimas elecciones, el pueblo español votó mayoritariamente al PP
y al PSOE. Y si estos partidos tuvieran un mínimo de decencia tendrían que
haberse puesto de acuerdo, buscar fórmulas políticas, ser creativos y cumplir
la voluntad de los españoles.
No es de recibo que minorías de
dudosa catadura moral tengan en sus manos el destino de una nación. Y lo que es
peor, se trata de minorías que están en contra de esa misma nación, que no
tratan de disimular su odio y su desprecio y que no respetan ni el ordenamiento
jurídico ni las instituciones del Estado.
En este país de excesos y de
radicalismos resulta que no sólo se llega a Presidente de Gobierno gracias al
apoyo de delincuentes prófugos, sino que se les perdonan todas sus fechorías y
delincuencias, perfectamente tipificadas en el código penal, y además se les
premia con un montón de millones, una propina extraordinaria y abultada para
seguir cometiendo los mismos desmanes y tropelías, y alguno más. Millones de
euros que son sustraídos a murcianos o extremeños, por ejemplo. ¿Se supone que
castellanos, andaluces, gallegos, riojanos o cántabros tienen menos derechos o son ciudadanos de segunda?
Y hasta se
podría entender que a veces por el bien de una nación, haya que pasar página,
olvidar historias y desencuentros en bien de la reconciliación de todos y la
concordia nacional. Pero, y no debemos olvidarlo, hay que cumplir dos
condiciones mínimas para obtener el perdón: el arrepentimiento y el propósito
de enmienda, es decir, arrepentirse de lo hecho y comprometerse a no volverlo a
hacer. Esto aquí no se ha dado. Por activa y por pasiva los independentistas
dicen que volverán a intentarlo una y otra vez. Y encima ahora, se les da
dinero -y mucho- para cumplir sus propósitos.
Si echamos la vista a estos últimos
cuatro años, los ataques y los asaltos a la independencia del Poder Judicial han
sido constantes. La ex vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, dijo en una
ocasión que la “amnistía era impensable y que no cabía en nuestro sistema
jurídico, porque eso sería invadir y atropellar el poder judicial, uno de los
tres pilares de un Estado de Derecho”. En ese momento, estoy seguro, decía
la verdad y además decía lo que es normal decir en un Estado de Derecho, en el
que el Gobierno es el primero que tiene que cumplir las reglas de juego y la
separación de poderes.
Tengo la sensación, tal vez me
equivoque, de asistir al espectáculo de una España cada vez más anestesiada en
su memoria y más subvencionada en sus caprichos, caciqueada por todos los
costados para el propio rendimiento electoral. Una España que sólo habla y
grita cuando se trata de problemas de menor calado, un día el beso de Rubiales;
otro, una victoria deportiva; el siguiente, una tormenta de nieve que deja
apresados a cuatro coches en la carretera.
¿Es posible ya creer en la Justicia?
Los delincuentes son absueltos y además se les conceden dineros por sus
conductas delictivas, al mismo tiempo que leemos en los periódicos, que un
albañil ha sido multado por quitar un nido de golondrina del alero de una casa
en reformas, o que a una señora le han puesto una multa por atar a su perro a una farola,
mientras entraba a comprar al supermercado. Cosas de locos.
Mal vamos, si la justicia ya no es
igual para otros. Mal vamos si, dependiendo del territorio donde se cometa la tropelía, caben
amnistías o blanqueamientos de conductas. Mal vamos si se castiga a las
comunidades que son leales al ordenamiento jurídico y se premia a las que se lo
saltan a la torera, fragmentan la sociedad, adoctrinan desde las escuelas a
toda la infancia y juventud, cancelan de promoción laboral a los funcionarios
no afines con la estelada o el lazo amarillo, tornan invisibles a los que
opinan de otra forma, dividen a los ciudadanos en buenos y malos dependiendo de
su color político. Mal vamos si los que provocaron la mayor fragmentación social
de la historia de Cataluña, los que de forma violenta se enfrentaron quemando y
arrasando las calles, incitando a la violencia, castigando a los niños que
hablaban español en los recreos, vejando a los hijos de policías en la escuela
(algo que mereció una seria advertencia de Unicef, un hecho que debería haber
avergonzado a una nación y que aquí paso inadvertido), cortan carreteras (a
veces utilizando bebés sobre el asfalto), estaciones de ferrocarril, aeropuertos,
siembran la división en las familias, las empresas y la sociedad, catalanizan la
iglesia con sus esteladas ondeantes en los campanarios y sus votaciones durante
las misas... Mal vamos si a estos delincuentes se les premia con millones para
que vuelvan a sus fechorías, y en cambio, a los que respetan las leyes y las
normas se les trata de mentecatos y retrasados. (Y aquí hago un paréntesis:
también es totalmente condenable la violencia callejera que en estas últimas
noches ha sacudido los alrededores de Ferraz).
Creo que fue Ada Byron la que
escribió que “los acontecimientos por
venir arrojan su sombra con antelación”. Creo que las sombras ya se ven por
esta España nuestra. Esa tregua de concordia que, generosamente, los españoles
se concedieron mutuamente en lo que se llamó la Transición, fue eso, una tregua,
un intermedio, un paréntesis. Tal vez estamos condenados, como nos lo recordaba
con frecuencia Don Antonio Machado, a malvivir en el territorio sangriento de
Caín.
Como diría Lázaro Carreter, has puesto el dardo en la palabra.
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