jueves, 20 de noviembre de 2025

Bandos, banderas, banderías y bandidos

 



Según cuenta la revista Vida Nueva, y luego he podido ver en otros medios, la iglesia sevillana de Santa María la Real, dependiente del convento dominico de esa ciudad, ha sido noticia en los últimos días por dos altercados sonados. Hace apenas una semana un joven católico tradicionalista –y según su perfil en redes también falangista- irrumpió durante una celebración religiosa, presidida por un sacerdote dominico, en la que participaban miembros del colectivo cristiano Icthys que acoge a cristianos LGTBI+. El joven increpó al sacerdote al que calificó de traidor y le recriminó que aceptase de buen grado las conductas pecaminosas del colectivo. El grupo tradicionalista católico Orate, al que pertenece el joven, ha denunciado estas celebraciones ‘gays’ en una iglesia católica y ha presentado la queja ante el arzobispado de Sevilla y el dicasterio vaticano.

Se da la casualidad de que esta misma iglesia se había negado una semana antes a decir una misa de difuntos por cristianos falangistas asesinados durante la guerra civil. Ante esta negativa, un grupo de falangistas se manifestó con sus cantos y sus banderas a las puertas de la iglesia.

No sé si estos hechos son una mera anécdota o un signo más de la polarización y la ideologización que afectan a nuestra sociedad y que afectan también a la propia Iglesia en España. Tampoco sé si la Iglesia empieza a moverse por la consigna de lo políticamente correcto. Hace décadas, lo políticamente correcto y oportuno era decir misas por los falangistas muertos y despotricar desde el púlpito y la sacristía contra los sodomitas, o por lo señalarlos con acusaciones groseras. ¿Es hoy políticamente correcto hacer una celebración con el colectivo gay, bandera arcoíris como sabanilla de altar incluida, y al mismo tiempo negar una misa de difuntos por cristianos falangistas asesinados por el bando republicano? ¿Se hubiera denegado la misa de difuntos si los asesinados lo hubiesen sido por el bando franquista? 

¿Pero no deberíamos caber todos en la iglesia de Dios? ¿No cabían los publicanos, recaudadores de impuestos, los ricos como Zaqueo, las prostitutas, la mujer adúltera, el centurión romano, la pobre viuda de Naín, José de Arimatea y Nicodemo, miembros del Sanedrín, los rudos pescadores, los novios sin vino, los tullidos y los malditos leprosos en el corazón de Cristo? Únicamente Cristo no soportó a los que utilizaban la religión para condenar y amargar la vida de los demás o se servían de la ella  para hacer lucrativos negocios. Y así Jesús arremetió contra los hipócritas fariseos o los mercaderes del templo.

Llama la atención que a estas horas unos gays causen escándalo porque asistan a una eucaristía o se reúnan en una iglesia para comentar el evangelio o los problemas que tienen cada día, como personas o como colectivo. Y llama la atención que unos sacerdotes se nieguen a celebrar una misa de difuntos por unos cristianos. Pero veo que las etiquetas nos matan. Para unos, “aquellos son unos maricones”. Para los otros “aquellos son unos falangistas”. ¿Pero no somos todos, acaso, hijos de Dios?

¿No deberíamos, tal vez, dejar ‘nuestra bandera’ fuera de la iglesia? ¿No sobran las banderas cuando entramos en una iglesia y nos arrodillamos en un banco para hablar de Dios o de las cosas de nuestro corazón, para rezar por los vivos o por los difuntos o  “mirar al que traspasaron”? Las banderas separan. Tanto la bandera negra y roja del falangista como la bandera arcoíris del gay. Las banderas dividen y condenan. Si con respeto y afecto queremos dar la mano al cristiano que está al lado cuando decimos “Padre nuestro”, la bandera es un estorbo y un impedimento.

Demasiados bandos, banderas, banderías y bandidos tenemos ya por las calles de la ciudad, como para llevar estas divisiones hasta el lugar donde Jesús espera para comprender y perdonar, sin preguntarnos nada más: ni nuestro partido ni nuestra orientación.






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