Probablemente nunca sabremos quién mueve los hilos de este mundo para que toda una sociedad, ¿idiotizada o simplemente juerguista?, celebre Halloween, una noche de horror y mal gusto, con disfraces y maquillajes que nos hablan de brujas, muertos, sangre, esqueletos, calaveras, sangre y cuchillos. Y encima que lo hagan en contraposición, casi en desafío, a la Fiesta de todos los Santos, que es la celebración de la dignidad humana.
La Iglesia celebra el
1 de noviembre la Fiesta de Todos los
Santos, es decir la celebración de aquellas personas que, por su bondad y
su altruismo, han mejorado la vida de los demás, les han facilitado la existencia
y les han socorrido en sus necesidades. La Iglesia tiene muchos santos
declarados como tales, mediante un largo proceso de beatificación y
canonización, y una declaración de santidad por parte del Papa. A estos santos
les son asignados un día en el calendario para la celebración litúrgica de su
fiesta. Quién más o quién menos sabe que San Martín es el 11 de noviembre; San
Ignacio de Loyola, 3l  de agosto; San Roque,
 16 de agosto; San Sebastián, 20 de
enero, Teresa de Jesús, el 15 de octubre, Santa Águeda, el 8 de febrero; San
Francisco de Asís, el 4 de octubre. 
            Pero
hay personas buenas, valientes, ejemplares, mártires, que nunca han recibido
una declaración oficial de santidad, pero que fueron capaces de dejar una
huella en este mundo, un agradable perfume de bondad y un recuerdo luminoso en
tantos corazones. A todas estas mujeres y hombres bondadosos se les dedica el 1
de noviembre. Lucharon por la justicia, la paz, la dignidad de los que vivían
alrededor o se entregaron sin reservas a sus seres queridos. Somos el resultado
de estos hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros y que nos dejaron un
hogar menos amargo, una comunidad menos áspera. Por ello, el primero de
noviembre, los cristianos se acercan a los cementerios para depositar flores y
un padrenuestro sobre las tumbas de familiares y amigos. Una forma de
agradecerles su bondad, su cariño.
            Halloween, significa literalmente
Víspera de Todos los Santos (en inglés, All Hallows’ Eve). Parece ser que los
celtas irlandeses celebraban el 31 de octubre el comienzo del invierno y el
final de las cosechas. La oscuridad y la noche suplirían durante seis meses a
la luz y al día. Y para expresar esta batalla entre la luz y las tinieblas se
celebraban diversas fiestas y ritos en la noche del 31 de octubre. Los celtas
solían hacer un pequeño hueco en los nabos para colocar un poco de luz y
disminuir así la victoria de la noche. Era la llamada noche de Samhain
(final del verano). En el año 835, el Papa Gregorio IV establece que el 1 de
noviembre se celebre la festividad de Todos los Santos. En Irlanda, algunos de
los rituales de Samhain se fusionaron o pervivieron en la Festividad de Todos
los Santos.
 Cuando los irlandeses llegaron en masa a
Estados Unidos popularizaron Halloween y sustituyeron los nabos por las
calabazas, mientras que los niños solicitaban a los vecinos unos dulces para pasar
la noche. Luego el cine de terror, los comerciantes avispados, el carácter
gregario y estólido de las masas y el paganismo reinante y deshumanizante han
hecho el resto.
            Halloween  se ha convertido en una fiesta muy popular
por doquier. Parece algo inofensivo, una carnavalada más de las muchas, un
happy-happy, divertido y trivial. Y sin embargo es preocupante esa querencia de
lo oscuro, esa glorificación de los macabro, lo sanguinario, lo truculento y lo
brujeril. Una exaltación del horror y la fealdad.
Lo más grave de todo
esto es ese creciente paganismo que se traduce en una  adoración de la tiniebla, de la sangre y de lo
oscuro. En Halloween –y esto hay que recordarlo- todas la sectas satánicas
celebran su día, su fiesta y sus rituales de sangre y muerte en bosques o
cuevas. Y esto no es algo inocente. En diversas partes del mundo, por estas
fechas, hay denuncias de ritos satánicos y de celebraciones de misas negras,
donde la sangre, el sexo y los sacrificios de gatos negros u otros animales,
así como la ingesta de su corazón y su sangre forman parte de este ritual.
Bien es verdad que los
niños y también la mayoría de los adultos no piensan en este lado oscuro y
tenebroso cuando celebran Halloween con sus disfraces y sus calabazas. Pero el
hecho de que estos juegos inocentes de disfraces de fealdad y mal gusto se
inculquen a los pequeños, creo que nos tendría que hacer pensar un poco.
Recordemos que hasta el inocente “truco o trato”, traducción del inglés “trick
or treat (que podríamos traducir como “me das un dulce o te gasto una broma”,
tiene aún un origen más oscuro y perverso: “maldición o sacrificio”. Los
espíritus del mal exigían un sacrificio o de lo contrario la maldición caería
sobre esa persona o su familia. 
            Lo
más escandaloso de todo esto, me parece a mí, es que las escuelas, públicas, concertadas y privadas, accedan, y con mucho
entusiasmo por parte de profesores, alumnos y padres, a esta celebración de vulgaridad,
banalidad, comercio y horror. No se permite celebrar la Navidad o la Semana Santa,
pero todos asisten encantados a este día de fiesta en que las aulas se llenan
de color negro, disfraces truculentos y 
calabazas vacías. ¿Tan vacías como esas cabecitas que deberíamos llenar
de belleza, buen gusto y, sobre todo, valores humanos y admiración por la
bondad?



 
 
 
 
 
 
 
 
 
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