domingo, 7 de marzo de 2021

El vino de Jesús de Nazaret en un mundo post-cristiano

LA OPCIÓN GUANELIANA - Para empezar

El vino de Jesús de Nazaret en un mundo post-cristiano.

“Que tu pensamiento sea puro como el aire de una hermosa mañana; tu memoria, despejada de cualquier niebla; y tu corazón, bueno, limpio y ferviente como los rayos del sol” (L.G).

  


Primero nos dijeron que Dios había muerto. Y pensamos que se trataba de una provocación de un tal Nietsche, un tipo algo soberbio, que sentía aversión por las personas débiles y que abogaba por un ‘superhombre’; quizás también algo resentido con los cristianos; tal vez, un estratega de la provocación, lo que no es, en absoluto, una mala campaña publicitaria.

Pero en las últimas décadas hemos comprobado con nuestros propios ojos cómo, poco a poco, los fieles abandonaban las iglesias, ridiculizaban los sacramentos y actuaban, en materia moral, al margen del  catecismo. Creer ha dejado de ser un hábito. Antes, la gente se bautizaba, se casaba o iba a misa, porque eso formaba parte de los rituales sociales o de las costumbres ancestrales. Por el hecho de nacer en un determinado rincón del mundo, se era católico y se recibía una instrucción religiosa en la casa, en la escuela y en la parroquia. Hasta los usos civiles se acordaban, mal que bien, con la moral católica.

Se puede mirar el fenómeno de las iglesias vacías con pesimismo o con optimismo. Hay lecturas de todo tipo. Para algunos, representa un fracaso y una pérdida. Un paisaje desolador. Esa sensación de que un mundo -¡una civilización!- empieza a tambalearse. Dios ha dejado de ser una ‘cuestión importante’ para filósofos y pensadores. Dios o el hecho religioso apenas son fuente de inspiración para los artistas o las gentes de cultura, por ejemplo para arquitectos, pintores o escritores. Entre los más jóvenes, la religión ya no es materia de controversia, sino de indiferencia, como les son indiferentes la Guerra de las Galias o el derrumbe de Wall Street en 1929. Entre muchos adultos, que vivieron su infancia metidos de hoz y coz en el catolicismo, se nota un indisimulado rechazo. La Iglesia cuenta poco en las noticias de un telediario o en los periódicos. Y cuando aparece, es por causa de sus escándalos, no pocos, y bien magnificados en los media, en estos últimos años.

Para otros, ya era hora de que se vaciasen las iglesias, y de que se quedasen únicamente los convencidos que quieren estar. Era inadmisible que uno se acercase al ‘Club’ solo porque su padre le trajera de las orejas, o porque todos sus amigos fueran a catequesis. O porque si no aparecía por el templo, se sentiría un bicho raro. O porque la Iglesia era aún un lugar de poder y de contactos. Los optimistas piensan que ya no habrá una mayoría social de católicos, pero sí una minoría comprometida y concienciada: la sal y la levadura. Habrá que empezar casi de cero muchas historias. Y esto representa, en el fondo, una magnífica oportunidad.

Veamos el vaso medio lleno o medio vacío, nadie puede negar que el mundo occidental ya no es, sociológicamente, cristiano. El humus en el que estábamos enraizados ha dejado de ser cristiano. Y el aire que respiramos ya no lo es. Ya no podemos dar por hecho que todo el mundo está bautizado o que todo el mundo sabe quién es Cristo. Hasta las cosas que parecían tan rudimentarias, como hacer la señal de la cruz, saber el padrenuestro, desear tener un entierro religioso, aunque uno llevase treinta años sin pisar la Iglesia, o reconocer una Anunciación en un cuadro del Museo del Prado… todo eso ya no es así.

A diario, comprobamos cómo la media de personas que acuden a una misa ronda, o sobrepasa, la edad de jubilación. En España, el 50% de los niños nacidos no reciben el bautismo y solo un 22% de los matrimonios se celebran por la Iglesia. Una conclusión rápida: ni antes Europa era tan creyente como nos parecía, ni ahora es tan atea como nos intentan hacer creer. Tan necio es creer que aquí no está pasando nada como pensar que el cristianismo va a desaparecer mañana por la mañana.

Hace poco más de un año, se publicó en Estados Unidos el libro de Rod Dreher, La Opción benedictina. El autor proponía una estrategia para una época post-cristiana.  Desde entonces, algunos han escrito sobre otras opciones válidas y valiosas para caminar, mal que bien, en un mundo que, por primera vez desde que San Agustín puso fin a sus Confesiones, ya no es cristiano. El pensamiento ya no es, cultural y socialmente hablando, cristiano

El Concilio Vaticano II (1962-1965) supuso un serio intento de comprender el mundo, quitar el polvo acumulado en las sacristías y ponerse al día en muchas cuestiones en que la Iglesia había quedado obsoleta. Fueron los días del aggiornamento y de “abrir ventanas para que entrara un poco de aire fresco”, según el deseo de Juan XXIII. Se esperaba que esta modernización resultase atractiva para las generaciones más jóvenes y para las personas religiosas más inquietas.  El Concilio fue un acontecimiento en sí (la única confesión religiosa que lo ha celebrado), pero en seguida muchos le dieron la espalda, o lo cuestionaron. Otros tantos lo redujeron  a una superficialidad estrambótica: las monjas podían ir en vaqueros, los frailes en bermudas y las guitarras sustituían al órgano. La renovación profunda en la forma de seguir a Jesús de Nazaret y la vuelta al Evangelio que auspiciaba el Concilio fueron postergadas. En cambio, las deserciones en los claustros y en los presbiterios fueron tan numerosas que la propia Barca de Pedro empezó a tambalearse. Al mismo tiempo, por doquier, crecía la contestación y el rechazo a la Iglesia. La indiferencia al hecho religioso se disparaba, mientras que la cristofobia irrumpía en el seno de Occidente, que hasta ayer mismo no se podía entender sin sus raíces cristianas.

También es preciso dejar constancia de esto: La sed de espiritualidad sigue siendo grande y la nostalgia del Absoluto crece de día en día. Pero ahora, los hombres y mujeres de nuestra época no creen que la Iglesia pueda dar respuesta a su sed y a su nostalgia. Algunas  de las normas y de los ritos de la Iglesia ya no dicen nada, se han tornado insípidos y resultan incomprensibles. Como ovejas sin pastor, hombres y mujeres vagan aquí y allá buscando corrientes de agua que sacien de una vez por todas su sed. Por primera vez, muchos piensan que en los templos Jesús ya no es proclamado como una buena noticia. Como había escrito Franz Jalics: “Cristo no puede ser comunicado con el conocimiento, sino con la irradiación de la vida”. Nos sobran maestros y nos faltan testigos. Nos sobran profesionales de la religión y nos faltan creyentes.

Hace algo más de cuarenta años, un alumno de la Universidad de Ratisbona interrogó a su profesor de teología sobre cómo imaginaba él la Iglesia en el siglo XXI. Esta fue la respuesta: “Quedarán pocos creyentes. La Iglesia será diezmada y tendrá que empezar todo desde el principio. Vendrán grandes pruebas que, con la ayuda del Espíritu Santo, le harán reconocer de nuevo, en la fe y en la oración, su verdadero centro. Y esa Iglesia de la fe, purificada, será un faro para la Humanidad. Un día los hombres empezarán a experimentar su absoluta y horrible pobreza por la ausencia de Dios. Entonces, descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo, y sabrán que ésa era la respuesta que buscaban a tientas”. El nombre del profesor, Joseph Ratzinger

El mensaje evangélico siempre ha sido contracultural y a contracorriente. Lo que pasa es que cuando las normas y las costumbres sociales favorecían o encaminaban a los ciudadanos hacia los templos, teníamos esa sensación de que todo el mundo era cristiano.

La Iglesia estuvo durante décadas obsesionada por el comunismo y no se dio cuenta de que el verdadero adversario (uno de los nombres de Lucifer es Adversario) estaba en la idolatría (y el consumismo es, probablemente, la mayor de ellas). Decía Chesterton que “la descristianización no vendría de Moscú sino de Manhattan”.

Nos cuesta aceptar una Iglesia de templos vacíos, pero así va a ser. Las muchedumbres agolpadas en un viaje papal o en una Jornada Mundial de la Juventud son un espejismo. O si nos parece mejor, un bello y estético ocaso. Y el drama de una sociedad suele ser confundir un ocaso con un amanecer. En este horizonte de minorías y de pequeños grupos, ¿Qué podemos hacer para seguir viviendo como cristianos en un mundo que ya no lo es ni tiene el mínimo interés en serlo? Y además, ¿Qué debemos hacer para vivir un cristianismo con color guaneliano? En las próximas páginas, trataré de esbozar algunos rasgos que podrían ser de interés en el entorno guaneliano. Tal vez, alguna persona, después de experimentar la sed, desee buscar la fuente. Día tras día, aún resuenan en Taizé los hermosos versos de Luis Rosales que nos aseguran que sólo la sed alumbra el camino hacia la fuente:

De noche, cuando la sombra
de todo el mundo se junta,
de noche, cuando el camino
huele a romero y a juncia,

de noche iremos, de noche,
sin luna iremos, sin luna,
que para encontrar la fuente
sólo la sed nos alumbra.

En Memorias de una joven católica, Mary Mc Carthy dice que hay personas que juegan a ser religiosas, es decir que cumplen los ritos (ir a misa, pasar por la vicaría, bautizar a los hijos y celebrar el funeral de sus seres queridos). Adquieren, de esta manera, un falso barniz de religiosidad, pero no son religiosas. Hay personas a las que la religión vivida públicamente otorga una pátina de respetabilidad y de honorabilidad a los ojos de otros practicantes. Y Mary Mc Carthy dice que solamente las personas buenas deberían ser religiosas, porque las que no son buenas hacen un flaco servicio a la religión. Cosa distinta es los que se reconocen frágiles, pero no intentan, al igual que el publicano del evangelio, aparentar que son buenos y espirituales. El fariseísmo es la eterna tentación de los creyentes.

No hace falta ser un experto, para darse cuenta de que los avances tecnológicos y científicos y –hay que admitirlo- los progresos hechos en el campo de los derechos humanos, no han disminuido demasiado las sangrantes injusticias ni han conseguido el progreso moral de buena parte de los ciudadanos. Por el contrario, constatamos, al igual que el personaje de Fiódor Dostoievski, que “Si Dios no existe, todo está permitido”. Y cuando todo está permitido, son los más vulnerables los que pagan la abultada factura de la ausencia de Dios. Cuando el “hombre es el ser supremo para el hombre”, sin ninguna instancia superior, prevalece la fuerza del fuerte sobre el débil. También la nada, que es lo que siente cada ser humano en este ‘paraíso de plástico’ que nos han vendido. La nada igual a la vida. Así lo expresó el poeta José Hierro en un inolvidable soneto. 

Vida

 

Después de todo, todo ha sido nada,

a pesar de que un día lo fue todo.,

después de nada, o después de todo

supe que todo no era más que nada.

 

Grito “¡Todo!”, y el eco dice “¡Nada!”

Grito “¡Nada!”, y el eco dice “¡Todo!”.

Ahora sé que la nada lo era todo,

y todo era ceniza de la nada.

 

No queda nada de lo que fue nada.

(Era ilusión lo que creía todo

y que, en definitiva, era la nada).

 

Qué más da que la nada fuera nada

si más nada será, después de todo,

después de tanto todo para nada

 

 Llegará un día en que el ‘vino’ se acabe. La comida ya no saciará. La bebida ya no quitará la sed. El paraíso nos provocará únicamente tedio. El banquete nos producirá vómito. La música horrísona nos obligará a taparnos los oídos. El baile nos mareará. Y la triste carne nos llenará de más tristeza. Ese día algunos hombres y mujeres experimentarán el insoportable cansancio de vivir, la nauseabunda nada. Y sentirán una acuciante sed. Los pocos cristianos que queden advertirán la devastación de esos hombres y mujeres y, al igual que hizo María en aquella boda de Caná, les dirán con ternura: “Haced lo que Él os diga”. Y poco a poco, muy lentamente, de las tinajas de insípida agua, volverá a rebosar el vino de la alegría. Y la vida volverá a saber a vida. Y el hermano volverá a saber a hermano. Muchos, en ese momento, entenderán que el evangelio está de nuevo entre ellos, como regalo y como luz. Y como presente cargado de futuro y de esperanza.

 


Próximo domingo: Capítulo 1:  “Tú eres un Padre de verdad”


 

 

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