LA OPCIÓN GUANELIANA
1.- Tú eres un Padre de verdad.
Combatir la sensación
de orfandad con un Dios que nos quiere como un padre.
“Dios Padre te mira con tanto amor
como si no tuviese que pensar nada más que en ti” (L.G)
Si algo
caracteriza al hombre actual es su insondable soledad. Un ser perdido. Una
pasión inútil, como nos dijo Sartre. Freud aseguraba que matando al padre, nos sentiríamos liberados. Nietzsche había
augurado que, con la muerte de Dios, por
fin dejaríamos de ser niños y pasaríamos a ser adultos libres. Marx
afirmaba que el hombre era el ser supremo
para el hombre. En este momento de la Historia, el ser humano ha probado
todos los ‘paraísos’ y ha salido de
ellos más triste y más decepcionado. Soñaba con ‘edenes’ eternos y se ha encontrado con ‘edenes’ de un cuarto de hora, con regusto amargo. El hombre es el
único animal crónicamente insatisfecho. Lo sabía bien san Agustín. El ser
humano prueba, cada amanecer y cada ocaso, una orfandad que le desorienta y le
torna inseguro y ansioso. Vacío y perdido, camina errabundo por una jungla de
asfalto, como un Caín después de matar a quien más debía haber amado: su
hermano, el semejante de su Dios y Padre.
Saberse amado da más fuerza que
saberse fuerte. ¿Acaso teme algo el niño al que su padre lleva de la mano? Nada
le amedrenta al niño que transita por la noche, o que cruza un barrio peligroso
o que entra en una casa hostil. Tiene a su lado a su padre, y el peligro no
existe, como no existen la soledad ni la inseguridad ni la pesadumbre.
Quien se acerca a Luis Guanella (Fraciscio,
1842-Como, 1915) por primera vez, descubre el estupor de un cura fascinado y
seducido por una seguridad sin fisuras en que Dios es un Padre para él. Y este
hallazgo personal quiere contagiarlo a todos los que encuentra. La pasión del
enamorado no puede esconder el nombre de la amada. Para don Guanella, el nombre
de Dios es ‘Padre’. Su pesimismo congénito se derrumba y se desmorona. Saberse
amado por un Dios que es padre de verdad cambia todas las cosas. Esta caña
pensante que es el ser humano, según nos ha enseñado Pascal, es nada menos que
el objeto del amor de un Dios que conoce el corazón humano, sus terribles
vaivenes y sus profundas heridas. Este puñado de barro que es cada hijo nacido
de mujer es el objeto del amor de Dios. “¿Qué
es el hombre para que te acuerdes de él / el ser humano para darle poder / lo
hiciste poco inferior a los ángeles / lo coronaste de gloria y dignidad?”,
dice el salmo. La infinita miseria de cada ser humano queda redimida y
transformada por una luz que procede de un Dios cuyo nombre principal es Padre:
Enseñaba Luis: “Nuestro Dios es un padre
lleno de amor, que ama más cuanto más descubre la miseria de su hijo desdichado”.
“El Señor desde el principio de
los siglos te ha amado con una infinita
ternura”. La
historia del mundo, su historia personal, la historia de su pequeña
congregación debe leerse bajo esta óptica. Y cada ser humano –y aquí radica ese
pesimismo esperanzado de Luis Guanella- se asemeja y puede asemejarse todavía más
a su Padre.
Y esta constatación de un Dios que es
Padre tiene sus consecuencias. A pesar de las miserias, de las guerras, de las
tragedias pasadas y futuras, a pesar del nido de víboras que es cada corazón
humano, el hombre se parece (y puede parecerse aún más) a Dios y, por lo tanto,
puede ser padre y hermano amoroso para sus semejantes: “Piensa que tu alma se parece a Dios, como el rostro de un hijo se
parece al de su padre”.
Para don Guanella, la grandeza del
hombre reside en esta semejanza con Dios. Tal vez velado o manchado por el
carácter, por las circunstancias adversas, por las heridas y golpes de la vida,
el hombre no pierde nunca su semejanza con Dios.
“Dios sale a tu encuentro, tiene la iniciativa. Y sale a tu encuentro no
una vez sino cientos de veces. ¿Tienes la certeza de que te ama mucho? Claro
que te ama, te ama, te ama. Verdaderamente nuestro Dios es rico en misericordia”
Sentir a
Dios como un Padre que cuida es el primer punto de esta opción guaneliana.
¿Pero cómo sentir a Dios como Padre, si de lo primero que el hombre de hoy se
enorgullece es de haber matado al padre, de haber acabado con toda raíz y todo
principio que lo ligaba a un antes? El ser humano actual quiere hacer tabla
rasa de la Historia, convertirse él mismo en su progenitor. “Ser como dioses” es la primera y la más
perversa tentación. No deber nada a nadie salvo a sí mismo, parece ser la
consigna. Por primera vez el hombre no camina por montañas pétreas y sólidas
sino que nada por un mundo líquido donde es imposible aferrarse a algo firme y
sólido, según nos ha enseñado Zygmunt Bauman.
Sentir a
Dios como Padre requiere confianza y humildad. Es fiarse de la mano que nos
guía. Y es saber que hay alguien que está a nuestro lado. Es reconocerse un
niño indefenso, un ser frágil, un necesitado. Saberse frágil es virtud
imprescindible para aceptar a un Dios Padre. “El Señor te observa como un padre que se queda embobado mirando el
rostro de su hijito querido, al mismo tiempo que solo piensa en protegerlo para
que no le falte nada”.
Antes que omnipotente, omnisciente,
juez supremo, creador,… Dios es Padre. Toda la vida de Luis Guanella cambia con
este hallazgo: ¡Dios es un padre de verdad! Esto suscita en él gozo, estupor,
fascinación, encantamiento, maravilla. Una alegría que no puede quedarse para
él solo, sino que debe propagarse por todo el mundo. Todo cambia si Dios es un
padre de verdad. Caen mis miedos, cambian mis ansiedades y, sobre todo, cambia
mi manera de ver a los demás. El otro ya no es otro, un ser extraño, mi
adversario, un lobo, sino que es mi hermano porque también para él Dios es un
padre. Tú eres yo. Yo soy tú. Por eso, podemos pronunciar ‘nosotros’. La
paternidad de Dios trae consecuencias éticas: la obligación de cuidar de mi
hermano; y con mayor motivo, si este hermano está en necesidad y sufre. ¡Somos la
familia de Dios!
Dios es un padre que cuida y que
cura, que salva y redime. La Providencia es el instrumento para ello. La fe en
la Providencia de Dios es tener la certeza de que nuestro Padre no nos dejará
de su mano, que escuchará nuestro clamor en el día de dolor, que sentirá nuestra
hambre en tiempos de escasez, que conocerá nuestro frío en la noche y nuestra
soledad en el desamor. Luis Guanella tenía tanta fe en la Providencia que en la
fachada de la casa de Lora-Como pidió que cincelasen con letras bien grandes: ‘Banco
de la Providencia’. Cada vez que una monja o un fraile se quejaba de la
cantidad de pobres que llamaban a la puerta o de cómo mermaba la despensa, los
miraba con una mezcla de sorna y misericordia, una mirada que sus seguidores sabían
que significaba: seguid acogiendo a todos los pobres, porque ya la Providencia
se encargará de llenar sus platos.
Cuando al final de su existencia,
dictó a dos frailes sus recuerdos e hizo una lectura religiosa de su vida,
quiso que sus memorias se titulasen “Los
caminos de la Providencia”. Estaba convencido de que la trama de su
existencia la había tejido un Dios Providente. Miraba sus escasas fuerzas y las
comparaba con lo que había hecho. Era imposible que de su poca inteligencia, de
sus torpes manos y de su ruin corazón hubiese salido algo bueno. Dios lo había
hecho todo. Sólo así podía explicar sus fundaciones.
Por
eso, Luis Guanella aconsejaba:“Si
creemos firmemente en la Providencia, nos haremos merecedores de ella. Pero
debemos aceptar sus ritmos y maneras, trabajar denodadamente y alejar de
nosotros cualquier ansiedad”.
Próximo domingo: Cap. 2.- El pobre, ese otro Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario