miércoles, 3 de marzo de 2021

Las horas en Gibert Jeune

 



Con el cierre, al final de este mes de marzo, de la librería Gibert Jeune, el Barrio Latino de París, en cierta forma, se apaga. Las librerías, los cafés y la Universidad eran hasta ahora el alma de un barrio que debe su nombre al hecho de que, antiguamente, los profesores de la Sorbonne daban sus clases en latín, y también al hecho de que los mismos universitarios se manejaban en esta lengua, porque era la lengua franca en la que se entendían los estudiantes universitarios internacionales que, al olor del prestigio de la Sorbona, llegaban de toda Europa. Allí estudiaron Ignacio de Loyola y Francisco Javier, entre otros muchos. También estudió gente de Zaragoza, Sevilla, Benavides del Órbigo, Zamora y Quintanilla de Arriba. Pero no creo que aún hayan puesto una placa (¡ja, ja, ja!).

Joseph Gibert y su esposa, Elise Soulalioux, abrieron en 1888 su primera librería en la Plaza Saint Michel, muy cerca de Notre Dame. Ahora las cuatro tiendas de Gibert Jeune de esta plaza mítica donde los estudiantes en mayo del 68 “arrancaron los adoquines para encontrar la arena de la playa”, bajarán definitivamente la persiana. Histórica catástrofe cultural, dicen los periódicos franceses. Annick Cojean escribe: “La librería es la misma historia de este barrio de París, antes lleno de gozo y de vida, y durante muchos siglos asociado al estudio, a las ideas, a la juventud, al conocimiento. La historia de esta librería francesa nada puede hacer frente a las nuevas modalidades de compra y el mercado inmobiliario asfixiante. Era una especie de faro de las letras francesas, frecuentado por Gide, Cioran, Malraux, Duras, Modiano, Nothomb, Orsenna o Gainsbourg”

Edificio emblemático del Barrio Latino, donde cada septiembre los universitarios llegados de los cuatro puntos cardinales de Francia e incluso del mundo, se apresuraban a comprar las últimas novedades literarias, pero también los libros de ocasión de los que la librería Gibert Jeune fue pionera. Por pocos francos podías comprar un libro de segundo mano, lo que era un alivio para los estudiantes con los bolsillos casi siempre vacíos.

Mi vida en París está asociada a esta Librería. Cuando a finales de cada mes recibía mi corta beca como lector en Francia, acudía a Gibert Jeune a comprar libros de segunda mano; cuantos más, mejor. Esos libros que después eran subrayados y leídos con placer en el cuartucho de la pensión, en la habitación número 21, pero también en el Liceo Voltaire, donde daba clases de conversación de español a los alumnos de bachillerato. Libros leídos en los parques de París; mi preferido era el Jardín de Luxemburgo. Libros leídos en los trayectos del metro, en cualquier banco de un boulevard, en la sala de lectura de una biblioteca pública... El descubrimiento de la gran literatura francesa fue, junto a los museos, la gran baza de aquel año legendario en París. De lecturas hablaba con la encargada de la biblioteca del Liceo, con los compañeros profesores, con los alumnos, pero también -y mucho- con mis inseparables amigas Vicenta, Belén, Ana y Olga. Intercambiábamos pareceres, consejos, recomendaciones de lectura. Nos preguntábamos sobre giros y expresiones francesas, sobre pronunciaciones correctas, lugares parisinos para no perderse y cafés y supermercados bon marché. Así nació, entre lecturas y visitas a monumentos, nuestra fraternidad, o mejor sería decir sororidad, porque ellas eran más numerosas, y a la que bautizamos con el nombre de ‘La connerie’.

Todavía en casa hay decenas de estos libros comprados en Gibert Jeune. Muchos de los cuales forman parte ya de las mejores lecturas de mi vida. ¿Podré olvidar acaso Le diable au corps, de Raymond Radiguet,  L’Inmorariste, de  André Gide, Le Mystère Frontenac, de François Mauriac, Caligula, de Albert Camus, o L’oeuvre au noir, de Yourcenar, entre tantos y tantos. Tan interesante estaba La vie devant soi, de Roman Gary, que me pasé siete estaciones de metro sin darme cuenta.  Con Journal d’un curé de campagne, de George Bernanos, me refugié en la catedral de Notre Dame hasta que pasó el aguacero. Con Climats, de André Maurois aprendí que en la vida pasamos del más amado al menos amado en poco tiempo. Le silence de la mer, de Vercors, me acercó al joven lector de alemán que me habló de la culpa que aún atenazaba a su familia pronazi, Le the au harem d'Archi Ahmed, del argelino Meddi Charef, me introdujo en los barrios y en la jerga de los pied noirs  que habitaban en la banlieu de París y donde malvivían en precarias situaciones

 A los nuevos modos de compra on line, a la distribución de Amazon, se han unido en los últimos meses otros problemas: Las violentas manifestaciones de los chalecos amarillos que obligaban a bajar la persiana a los comercios, los trabajos en la línea del metro que cerraron al público la parada de Saint Michel, el incendio de Notre Dame y la consiguiente merma de turistas francófonos o amantes de la literatura en francés, la crisis del Covid que vació el Barrio Latino... Han sido la puntilla para un Gibert Jeune ya muy frágil.

En la memoria, esos momentos placenteros, buscando títulos y más títulos de una lista interminable de libros que quería comprar. Y también la alegría cuando encontraba uno de ellos, y más  si era a un precio rebajado más de lo normal, aunque eso a veces significase que el libro estuviera algo deteriorado o que el anterior lector hubiera subrayado algunos párrafos.

Cuando después he visitado París con Jose, siempre he vuelto a Gibert Jeune. Formaba parte de la ciudad, como la catedral de Notre Dame, el Museo del Louvre, el Jardín de Luxemburgo, el descafeinado en la cafetería del Pompidou, la compra de una camiseta en Tati, el souvlaki en un restaurante griego del Barrio Latino y la Universidad de la Sorbonne. Borges decía que hasta podría imaginarse un mundo sin árboles, pero nunca podría imaginarse un mundo sin libros. Tampoco sin librerías.  La última vez que estuve en París, compré una biografía de Édith Piaf. Al contrario de lo que ella cantaba en Je ne regrette rien, yo no voy a hacer un fuego con mis recuerdos, porque aún tengo necesidad de los placeres y de los pesares del ayer.









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