En vísperas de
Navidad llegan decenas y decenas de felicitaciones, en forma de textos, fotos o
vídeos. Felicitaciones simpáticas, pensantes, hermosas, repetitivas,
empalagosas, profundas, graciosas, anodinas. E incluso de mal gusto. Algunas
nos tocan la fibra sensible, porque el remitente es alguien al que queremos, o
lo contrario: alguien del que nos habíamos distanciado, y nos parece que su
felicitación lleva la rúbrica del acercamiento..
Algunos
de mis amigos me han felicitado la “Navidad”, haciendo hincapié en el mensaje
de Jesús, cuyo nacimiento dio origen a la Navidad y dividió la historia en un antes
y en un después. Otros amigos míos me han felicitado las “Fiestas”, que es una
moda que va ganando adeptos entre los occidentales, ya que la Navidad les suena
a hecho religioso, y en cambio las ‘Fiestas’ les parece algo más laico.
Como
de todos es sabido, en Europa no hay problemas. O los pequeños contratiempos
son apenas insignificantes: pandemia, colapso sanitario, migraciones, paro,
subida desorbitada de los precios, especialmente de los carburantes, brexit, un
populismo creciente, una revisionismo histórico, una falta de confianza en el
futuro, una desmoralización, un envejecimiento de la población, una caída abrupta de la natalidad, una pérdida de derechos laborales, un invierno
salarial, un desprecio creciente por la historia y las raíces, un
independentismo decimonónico y un patrioterismo exaltado… En fin, lo que decía,
que como no existen apenas problemas serios en el Viejo Continente, la Comisión
Europea, una élite con sueldos estelares y privilegios dorados, encargó sesudos
estudios y preparó abultados documentos para que se cancelase del lenguaje de
los países miembros expresiones como “Feliz
Navidad, Nacimiento de Jesús, Natividad del Salvador”… y otras expresiones
afines que se refieren a lo narrado por los evangelistas, a lo ilustrado por
los artistas, a lo cantado por los poetas, a lo más estimado por generaciones
de europeos: la Navidad. Parece ser que una sociedad laica y progresista exige,
para no ofender a nadie, que se haga tabla rasa de la historia, de las
creencias religiosas y de la cultura cristiana. La Comisión Europea, compuesta
por 27 comisarios, todos ellos, por lo visto, importantes e inteligentes, y en
la que trabajan más de treinta y dos mil funcionarios, todos ellos la crème de la crème funcionaril, habían pensado, durante debates y
más debates, que ya era hora de suprimir la Navidad y dar a luz a las Fiestas.
Parece ser que, al final, entre los 27 comisarios o entre los 32.000 funcionarios,
hubo algún sensato que se atrevió a parar (por ahora) este disparate, todo este
tinglado que pensaban concretar con un reglamento, directiva, decisión, dictamen o
recomendación.
¿Por
qué asusta tanto la palabra Navidad, para que desde hace años, políticos, grupos
bien organizados, medios de comunicación estén dando batalla para eliminar del
lenguaje cualquier referencia a los inicios del cristianismo? No lo sé muy
bien. Como no soy experto, ni funcionario de élite en la Comisión Europea,
probablemente no acierte y me pase el artículo dando palos de ciego.
En
una de las felicitaciones que recibí venía escrita una frase del teólogo de la
liberación Leonardo Boff: “Los niños
quieren ser hombres. Los hombres quieren ser reyes. Los reyes quieren ser
dioses. En cambio, Dios quiere ser Niño”. Y probablemente esta filosofía sea
la que temen y por la que entran en pánico.
El
misterio nos invita a aceptar lo incomprensible para comprenderlo todo. Y para
esto hace falta una dosis grande de humildad. Y también una buena dosis de
sentirse poco importantes.
La
Navidad asusta y se la teme porque va directamente al corazón del ser humano en
sus múltiples situaciones de vulnerabilidad. La Navidad pone patas arriba
nuestro mundo y lo pone literalmente: “Derriba
del trono a los poderosos / enaltece a los humildes / a los hambrientos los colma
de bienes / a los ricos los despide vacíos”.
Lo que
sobresaltó a Herodes, cuando los Magos le consultaron dónde iba a nacer el Mesías,
es que otro ‘rey’ le usurpase su trono y le ‘okupase’ su palacio. Tembló
Herodes y ahora tiemblan los nuevos herodes, de Bruxelas o de la Moncloa, de la
Plaza Roja, de la Casa Blanca o de Tiannamen, me da igual. Lo que desbarata
este mundo y desquicia su milenaria historia es que la vida, la luz, la
sabiduría y el mañana nacen “ex Maria
virgine”, de una doncella esclava. El semen y el falo, que han creado todos
los imperios de mundo, con toda su bruticie, su sangre y sus asesinatos, no
cuentan nada, absolutamente nada, en la Natividad del Señor.
Los cristianos
no deberían doblegarse ante ningún “señor de este mundo”, sólo ante un Niño recostado en
un pesebre. Los cristianos saben que en el ‘portal de Belén’ sólo caben los
pastores, pobres, ignorantes, crédulos. Capaces de compartir un poco de
requesón, de miel, de vellón de lana o de tambor, como cantan bellamente los
villancicos. Los pastores, en la sencillez de su corazón, en la pobreza de su
hogar, en su existencia a la intemperie, poseen un alma capaz de esperar una
“buena noticia” y de aceptar el misterio. Y cuando se encuentran con la buena noticia,
no tienen empacho en reconocerla y adorarla.
Por eso, los pastores creen la
buena noticia de los ángeles, porque la esperan. ¿Qué buena noticia pueden
esperar los poderosos, los influyentes, los soberbios y los ricos? ¿Acaso que
suba la cotización en bolsa? ¿Acaso que tienen mesa reservada en un restaurante
de estrella Michelin? ¿Acaso que el yate de bastantes metros de eslora se podrá
botar el próximo verano? ¿Acaso que han añadido 5 hoyos más a su campo de golf?
¿Y qué buena noticia puede esperar a quien le corroe la envidia, acaso el chalet
del vecino? ¿Y a quien le puede la
lujuria, acaso una amante más de piel exótica? ¿Y a quién le domina el poder,
acaso un ministerio en el próximo gobierno? ¿Y a quien le esclaviza la ira,
acaso un par de muertos más?
¿Sólo los que
se saben pobres y humildes pueden esperar buena noticias? No, también los sabios (que es el verdadero
nombre de los Magos). Los sabios son los buscadores de la verdad, la bondad y la
belleza. No hacen caso ni a ideologías, ni a filosofías, ni a teologías, ni a
sistemas, ni a credos políticos. Ellos son los hombres y mujeres que sienten sed de absoluto. Y por ello, cuando barruntan la verdad verdadera, la
belleza bella y la bondad bondadosa no dudan en ponerse en camino, abandonar
sus seguridades, desinstalarse de su confort y ofrecer todo lo que tienen y
poseen (he ahí el significado de los cofres de oro, incienso y mirra). Y por ello, rodilla en tierra, no se
avergüenzan de adorar al Niño.
La Comisión
Europea y con ella tantos y tantos europeos no odian la palabra Navidad, ni la
palabra Jesús, ni siquiera luchan por un mundo más laico y por un respeto más
amplio a la diversidad. Ellos simplemente odian el mensaje de la Navidad: Dios
se ha hecho pobre carne humana, para que “adoremos” esa carne humana cuando es
pobre, frágil, insignificante, llena de heridas, con las marcas de la lepra,
con las marcas del paro o de la migración, de la enfermedad o de la
discapacidad.
Ese es el
mensaje que tanto terror causa en esta Europa sin norte y sin rumbo, en tantos
ciudadanos autosatisfechos con su religión de chalet pareado, una semana de
vacaciones, un plato gourmet, una cana al aire al trimestre, una entrada en el
Camp Nou y el acceso a Netflix, HBO y Amazon. Se llaman a sí mismos agnósticos
y ateos, ¿pero no son ellos -y todos nosotros- pequeños esclavos de cien religiones baratas y con fecha de
caducidad?
Y vuelvo al
principio donde empecé: las felicitaciones navideñas. Una de ellas me ha
llegado más que repetida. Como muchos de mis amigos conocen mi cercanía a lo
africano, me ha llovido esta felicitación, hasta diecisiete veces. En una aldea africana, se escucha el
villancico “Feliz Navidad”. Y de repente empieza la locura. Los niños de todo el
poblado se ponen a cantar y a bailar, con esa gracia y ese salero que sólo los
niños africanos, de piel de ébano y sonrisa de impoluto esmalte, saben. Dos palos sirven de baquetas para una batería
hecha de cubos. Un palo de bambú unido una botella de plástico sirve de
micrófono. Una tabla de madera hace de teclado. Una botella atada a una cuerda
es una guitarra eléctrica de última generación.
Niños descalzos o en chanclas, con sus camisetas y pantalones de todas las “segundas manos del
mundo” están ahí: felices de ser felices. Bailan con sus manos, sus piernas,
sus pies, sus brazos, sus cabezas, sus dentaduras y sus ojos. Su alegría no
parece caber en este mundo. Y esa alegría infantil es difícil de encontrar en
una escuela europea, en un parque temático, en un gran centro comercial, ante
montones de cajas que guardan montones de juguetes, en una mesa cargada de delicatessen
…
¿Son pobres
realmente estos niños? No me atrevería a afirmarlo. Sé que sonríen, bailan
cantan, están alegres, se divierten y que, al menos en este momento, se
muestran felices.
Siempre que
veo una imagen de “niños pobres” enlazada a una imagen de alegría, surgen en mí
varias preguntas: ¿Qué es la pobreza? ¿Qué es la riqueza? ¿Por qué se puede ser
feliz con poco? ¿Por qué se puede ser desgraciado con mucho? ¿Por qué la
tristeza? ¿Por qué la alegría? Lo dejo ahí, por si alguien quiere seguir
reflexionando.
Lo cierto es
que estos niños están más cerca de Belén que casi todos nosotros con nuestras
ciudades bellamente iluminadas, con nuestros reyes magos desfilando por las
calles, con nuestros juguetes y nuestro perfume de París, con nuestros
mazapanes, nuestro lechazo, nuestro champán o nuestras misas del gallo.
Fuere como
fuere, me gustaría desear a los que leen este blog y a todos mis amigos que la
Navidad os conceda el don más importante en estas fechas y siempre: el don de
la alegría. Porque solo entonces sabremos –vosotros y yo- lo que significa la ‘Navidad’.
Siempre tan cuerdo en tus apreciaciones, tu sabiduría y bondad me impresionan, seré tu discípulo si me aceptas.
ResponderEliminarQuerido Pocholo. Por venir de ti, agradezco doblemente el cumplido, puesto que compartimos pueblo y probablemente un poco de la sabiduría que nos legaron los que nos precedieron. Un abrazo.
EliminarCarísimo Juan, que persona de bien, no está de acuerdo con tus reflexiones? Pones cordura, orden a los pensamientos desperdigados. Muchas gracias por compartir. Y te deseo para tu vida el Don que practicas y compartes. El Don de la Alegría. Un abrazo Y FELIZ NAVIDAD.
ResponderEliminarCarísimo amigo. Como dice la Biblia, tus palabras son dulce miel para mi corazón. Sobre la alegría, tú me has enseñado mucho desde aquella mañana de junio en Roncesvalles. Y por algo tú siempre serás "bordón de ánimo". Un abrazo
EliminarQuerido amigo, gracias por hacerme partícipe de tus reflexiones y con ellas aportar algo de Alegria a mi Navidad.
ResponderEliminarMuchas gracias, Nasrudin (¿?). Me siento pagado si te puedo aportar una pizca de alegría en estos días. Un abrazo
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