domingo, 26 de diciembre de 2021

El misterio de la alegría


En vísperas de Navidad llegan decenas y decenas de felicitaciones, en forma de textos, fotos o vídeos. Felicitaciones simpáticas, pensantes, hermosas, repetitivas, empalagosas, profundas, graciosas, anodinas. E incluso de mal gusto. Algunas nos tocan la fibra sensible, porque el remitente es alguien al que queremos, o lo contrario: alguien del que nos habíamos distanciado, y nos parece que su felicitación lleva la rúbrica del acercamiento..

                Algunos de mis amigos me han felicitado la “Navidad”, haciendo hincapié en el mensaje de Jesús, cuyo nacimiento dio origen a la Navidad y dividió la historia en un antes y en un después. Otros amigos míos me han felicitado las “Fiestas”, que es una moda que va ganando adeptos entre los occidentales, ya que la Navidad les suena a hecho religioso, y en cambio las ‘Fiestas’ les parece algo más laico.

                Como de todos es sabido, en Europa no hay problemas. O los pequeños contratiempos son apenas insignificantes: pandemia, colapso sanitario, migraciones, paro, subida desorbitada de los precios, especialmente de los carburantes, brexit, un populismo creciente, una revisionismo histórico, una falta de confianza en el futuro, una desmoralización, un envejecimiento de la población, una caída abrupta de la natalidad, una pérdida de derechos laborales, un invierno salarial, un desprecio creciente por la historia y las raíces, un independentismo decimonónico y un patrioterismo exaltado… En fin, lo que decía, que como no existen apenas problemas serios en el Viejo Continente, la Comisión Europea, una élite con sueldos estelares y privilegios dorados, encargó sesudos estudios y preparó abultados documentos para que se cancelase del lenguaje de los países miembros expresiones como “Feliz Navidad, Nacimiento de Jesús, Natividad del Salvador”… y otras expresiones afines que se refieren a lo narrado por los evangelistas, a lo ilustrado por los artistas, a lo cantado por los poetas, a lo más estimado por generaciones de europeos: la Navidad. Parece ser que una sociedad laica y progresista exige, para no ofender a nadie, que se haga tabla rasa de la historia, de las creencias religiosas y de la cultura cristiana. La Comisión Europea, compuesta por 27 comisarios, todos ellos, por lo visto, importantes e inteligentes, y en la que trabajan más de treinta y dos mil funcionarios, todos ellos la crème de la crème  funcionaril, habían pensado, durante debates y más debates, que ya era hora de suprimir la Navidad y dar a luz a las Fiestas. Parece ser que, al final, entre los 27 comisarios o entre los 32.000 funcionarios, hubo algún sensato que se atrevió a parar (por ahora) este disparate, todo este tinglado que pensaban concretar con un  reglamento, directiva, decisión, dictamen o recomendación.

                ¿Por qué asusta tanto la palabra Navidad, para que desde hace años, políticos, grupos bien organizados, medios de comunicación estén dando batalla para eliminar del lenguaje cualquier referencia a los inicios del cristianismo? No lo sé muy bien. Como no soy experto, ni funcionario de élite en la Comisión Europea, probablemente no acierte y me pase el artículo dando palos de ciego.

                En una de las felicitaciones que recibí venía escrita una frase del teólogo de la liberación Leonardo Boff: “Los niños quieren ser hombres. Los hombres quieren ser reyes. Los reyes quieren ser dioses. En cambio, Dios quiere ser Niño”. Y probablemente esta filosofía sea la que temen y por la que entran en pánico.

                El misterio nos invita a aceptar lo incomprensible para comprenderlo todo. Y para esto hace falta una dosis grande de humildad. Y también una buena dosis de sentirse poco importantes.

                La Navidad asusta y se la teme porque va directamente al corazón del ser humano en sus múltiples situaciones de vulnerabilidad. La Navidad pone patas arriba nuestro mundo y lo pone literalmente: “Derriba del trono a los poderosos / enaltece a los humildes / a los hambrientos los colma de bienes / a los ricos los despide vacíos”.

Lo que sobresaltó a Herodes, cuando los Magos le consultaron dónde iba a nacer el Mesías, es que otro ‘rey’ le usurpase su trono y le ‘okupase’ su palacio. Tembló Herodes y ahora tiemblan los nuevos herodes, de Bruxelas o de la Moncloa, de la Plaza Roja, de la Casa Blanca o de Tiannamen, me da igual. Lo que desbarata este mundo y desquicia su milenaria historia es que la vida, la luz, la sabiduría y el mañana nacen “ex Maria virgine”, de una doncella esclava. El semen y el falo, que han creado todos los imperios de mundo, con toda su bruticie, su sangre y sus asesinatos, no cuentan nada, absolutamente nada, en la Natividad del Señor.

Los cristianos no deberían doblegarse ante ningún “señor de este mundo”, sólo ante un Niño recostado en un pesebre. Los cristianos saben que en el ‘portal de Belén’ sólo caben los pastores, pobres, ignorantes, crédulos. Capaces de compartir un poco de requesón, de miel, de vellón de lana o de tambor, como cantan bellamente los villancicos. Los pastores, en la sencillez de su corazón, en la pobreza de su hogar, en su existencia a la intemperie, poseen un alma capaz de esperar una “buena noticia” y de aceptar el misterio.  Y cuando se encuentran con la buena noticia, no tienen empacho en reconocerla y adorarla.

                Por eso, los pastores creen la buena noticia de los ángeles, porque la esperan. ¿Qué buena noticia pueden esperar los poderosos, los influyentes, los soberbios y los ricos? ¿Acaso que suba la cotización en bolsa? ¿Acaso que tienen mesa reservada en un restaurante de estrella Michelin? ¿Acaso que el yate de bastantes metros de eslora se podrá botar el próximo verano? ¿Acaso que han añadido 5 hoyos más a su campo de golf? ¿Y qué buena noticia puede esperar a quien le corroe la envidia, acaso el chalet del vecino?  ¿Y a quien le puede la lujuria, acaso una amante más de piel exótica? ¿Y a quién le domina el poder, acaso un ministerio en el próximo gobierno? ¿Y a quien le esclaviza la ira, acaso un par de muertos más?

¿Sólo los que se saben pobres y humildes pueden esperar buena noticias?  No, también los sabios (que es el verdadero nombre de los Magos). Los sabios son los buscadores de la verdad, la bondad y la belleza. No hacen caso ni a ideologías, ni a filosofías, ni a teologías, ni a sistemas, ni a credos políticos. Ellos son los hombres y mujeres que sienten sed de absoluto. Y por ello, cuando barruntan la verdad verdadera, la belleza bella y la bondad bondadosa no dudan en ponerse en camino, abandonar sus seguridades, desinstalarse de su confort y ofrecer todo lo que tienen y poseen (he ahí el significado de los cofres de oro, incienso y mirra).  Y por ello, rodilla en tierra, no se avergüenzan de adorar al Niño.

La Comisión Europea y con ella tantos y tantos europeos no odian la palabra Navidad, ni la palabra Jesús, ni siquiera luchan por un mundo más laico y por un respeto más amplio a la diversidad. Ellos simplemente odian el mensaje de la Navidad: Dios se ha hecho pobre carne humana, para que “adoremos” esa carne humana cuando es pobre, frágil, insignificante, llena de heridas, con las marcas de la lepra, con las marcas del paro o de la migración, de la enfermedad o de la discapacidad.

Ese es el mensaje que tanto terror causa en esta Europa sin norte y sin rumbo, en tantos ciudadanos autosatisfechos con su religión de chalet pareado, una semana de vacaciones, un plato gourmet, una cana al aire al trimestre, una entrada en el Camp Nou y el acceso a Netflix, HBO y Amazon. Se llaman a sí mismos agnósticos y ateos, ¿pero no son ellos -y todos nosotros- pequeños esclavos de cien religiones baratas y con fecha de caducidad?

Y vuelvo al principio donde empecé: las felicitaciones navideñas. Una de ellas me ha llegado más que repetida. Como muchos de mis amigos conocen mi cercanía a lo africano, me ha llovido esta felicitación, hasta diecisiete veces.  En una aldea africana, se escucha el villancico “Feliz Navidad”. Y de repente empieza la locura. Los niños de todo el poblado se ponen a cantar y a bailar, con esa gracia y ese salero que sólo los niños africanos, de piel de ébano y sonrisa de impoluto esmalte, saben.  Dos palos sirven de baquetas para una batería hecha de cubos. Un palo de bambú unido una botella de plástico sirve de micrófono. Una tabla de madera hace de teclado. Una botella atada a una cuerda es una guitarra eléctrica de última generación.

Niños descalzos o en chanclas, con sus camisetas y pantalones de todas las “segundas manos del mundo” están ahí: felices de ser felices. Bailan con sus manos, sus piernas, sus pies, sus brazos, sus cabezas, sus dentaduras y sus ojos. Su alegría no parece caber en este mundo. Y esa alegría infantil es difícil de encontrar en una escuela europea, en un parque temático, en un gran centro comercial, ante montones de cajas que guardan montones de juguetes, en una mesa cargada de delicatessen

¿Son pobres realmente estos niños? No me atrevería a afirmarlo. Sé que sonríen, bailan cantan, están alegres, se divierten y que, al menos en este momento, se muestran felices.

Siempre que veo una imagen de “niños pobres” enlazada a una imagen de alegría, surgen en mí varias preguntas: ¿Qué es la pobreza? ¿Qué es la riqueza? ¿Por qué se puede ser feliz con poco? ¿Por qué se puede ser desgraciado con mucho? ¿Por qué la tristeza? ¿Por qué la alegría? Lo dejo ahí, por si alguien quiere seguir reflexionando.

Lo cierto es que estos niños están más cerca de Belén que casi todos nosotros con nuestras ciudades bellamente iluminadas, con nuestros reyes magos desfilando por las calles, con nuestros juguetes y nuestro perfume de París, con nuestros mazapanes, nuestro lechazo, nuestro champán o nuestras misas del gallo.

Fuere como fuere, me gustaría desear a los que leen este blog y a todos mis amigos que la Navidad os conceda el don más importante en estas fechas y siempre: el don de la alegría. Porque solo entonces sabremos –vosotros y yo- lo que significa la ‘Navidad’.







6 comentarios:

  1. Siempre tan cuerdo en tus apreciaciones, tu sabiduría y bondad me impresionan, seré tu discípulo si me aceptas.

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    1. Querido Pocholo. Por venir de ti, agradezco doblemente el cumplido, puesto que compartimos pueblo y probablemente un poco de la sabiduría que nos legaron los que nos precedieron. Un abrazo.

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  2. Carísimo Juan, que persona de bien, no está de acuerdo con tus reflexiones? Pones cordura, orden a los pensamientos desperdigados. Muchas gracias por compartir. Y te deseo para tu vida el Don que practicas y compartes. El Don de la Alegría. Un abrazo Y FELIZ NAVIDAD.

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    1. Carísimo amigo. Como dice la Biblia, tus palabras son dulce miel para mi corazón. Sobre la alegría, tú me has enseñado mucho desde aquella mañana de junio en Roncesvalles. Y por algo tú siempre serás "bordón de ánimo". Un abrazo

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  3. Querido amigo, gracias por hacerme partícipe de tus reflexiones y con ellas aportar algo de Alegria a mi Navidad.

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  4. Muchas gracias, Nasrudin (¿?). Me siento pagado si te puedo aportar una pizca de alegría en estos días. Un abrazo

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