miércoles, 2 de febrero de 2022

Las Memorias de Nicolás Castellanos




El 10 de octubre de 2021, en la ermita de Santa Cecilia de Aguilar de Campoo, conducía un encuentro sobre el hermano Juan Vaccari, con motivo del 50 aniversario de su muerte. A mitad de la reunión, y sin previo aviso, aparecieron por la puerta el actual obispo de Palencia, Mons. Manuel Herrero, y el obispo emérito de esta diócesis, Mons. Nicolás Castellanos. De este último voy a hablar en esta primera entrada de mi blog en 2022.

Durante los actos de homenaje al hermano Juan Vaccari tuve ocasión de intercambiar unas palabras con Nicolás, al que conocía desde hacía mucho tiempo. Me pidió que le enviase algunas fotos de aquella jornada, en la que compartió misa y mesa con guanelianos y aguilarenses.  Pocos días después, recibía en mi casa de Valladolid el libro de sus Memorias.

Nicolás Castellanos adquirió una cierta popularidad cuando en 1991 renunció al obispado de Palencia para irse de misionero. Por entonces, algunas de sus declaraciones, entrevistas y posicionamientos ya habían causado cierto revuelo en la Conferencia Episcopal Española e incluso en el Vaticano. Era un obispo incómodo y, al mismo tiempo, creo, él se sentía incómodo entre los obispos.

En 1997 fue galardonado, junto al banquero de los pobres, Muhamad Yunus, el incansable trabajador por la india, Vicente Ferrer, y el médico Joaquín Sanz, con el premio Príncipe de Asturias por, en palabras del propio jurado, "su trabajo abnegado y tenaz y su contribución ejemplar, en áreas geográficas y en actividades distintas, al progreso y a la mejora de las condiciones de vida de los pueblos, ayudando de esta forma al mejor entendimiento de los hombres".

En el otoño de 2021, cuando presentaba públicamente sus Memorias, con prólogo del político José Bono, y con el significativo subtítulo de “Vida, pensamiento e historia de un obispo del Concilio Vaticano II”, la Academia Sueca de los Premios Nobel admitía su candidatura para el prestigioso galardón.

A sus 86 años conserva la energía, el ímpetu y la simpatía de un joven.  Nacido en 1935 en el pueblo leonés de Mansilla del Páramo, seminarista agustino en el Monasterio de la Vid (Burgos), prior del seminario agustino en Palencia, provincial de la Orden de San Agustín, Presidente de Confer, obispo de la diócesis palentina entre 1978 y 1991, discípulo de José María Castillo, ferviente admirador del Papa Francisco, autor de un buen número de libros... pero sobre todo misionero en el Plan 3000, de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.

Ha sido en este país americano, junto a una comunidad de religiosos y laicos, donde ha ido dando vida al Proyecto Hombres Nuevos. La Fundación por él creada gestiona 15 colegios y ha conseguido la escolarización y nutrición adecuada de más de 15.000 niños y niñas. Cuenta también con una escuela universitaria de turismo, teatro e informática. Su programa de becas alcanza cada año a 500 universitarios, un sueño casi imposible para jóvenes procedentes de familias pobres. La Fundación también se encarga de la gestión del único hospital del Plan 3000, de los cinco comedores infantiles, del programa de salud en los colegios, de un hogar para invidentes y un vivero de microempresas, así como una escuela de líderes sociales. Entre las obras llevadas a cabo por Hombres Nuevos están la ciudad de la alegría, una zona con áreas recreativas con piscina y escuela deportiva, la perforación de pozos de agua, y la construcción de viviendas sociales e iglesias. También cuenta con un centro cultural y un amplio programa de animación sociocultural. A su coro y a su orquesta le cupo el honor de actuar en el Vaticano, delante del Papa Francisco.

Miles de niños y de adolescentes han podido salir de la desnutrición y de la ignorancia, y aspirar así a una ‘nueva humanidad’, gracias a este misionero apasionado de su trabajo, de los hombres y mujeres que ha encontrado en su camino y de su Dios.

Derrocha simpatía a manos llenas, pero tampoco tiene pelos en la lengua, como cuando afirma que “en el norte os sobran medios para vivir, pero os faltan razones para existir. En el sur carecemos de casi todos los medios, pero nos sobran razones para vivir”.

Leer sus Memorias ha sido un placer. Nicolás Castellanos hace memoria de su vida, de su visión de la Iglesia y del proyecto que ha dado sentido a su existencia: Hombres Nuevos.  Se le nota a gusto con la iglesia de Francisco. Yo diría que incluso reconciliado con ella, después de algunos desencuentros con una cierta visión eclesial en épocas pasadas. Él era de la cuerda de Francisco antes que Francisco saliera a la palestra de San Pedro. Siendo obispo de Palencia recorrió los cuarenta kilómetros para sacar fondos en la marcha que anualmente organizaba la asociación de discapacitados. Acudió a todas las romerías de los pueblos y compartió plato de paella y sangría con los paisanos. Conoció de cerca el trabajo duro de los mineros palentinos (su descenso a la mina de Guardo se hizo ‘viral’, diríamos hoy) y prestó su entusiasta apoyo a las Edades del Hombre, en sus inicios. “Está en todos los sitios”, decían de él. Y algunos lo decían con un tono negativo, pero sin pretenderlo le estaban alabando, porque un pastor debe estar en todos los sitios: en los campamentos de los jóvenes guanelianos de Salcedillo, en las habitaciones del ‘manicomio’ de San Juan de Dios, en los pasillos de un hospital, en la procesión de la patrona, en la mesa festiva de una romería, ante los micrófonos de los periodistas y en los funerales por la madre de un sacerdote. Cultura del encuentro, cultura de la fiesta, cultura de la promoción humana, cultura del Evangelio.

De su mano, a través de sus Memorias, conocemos la España rural de los años cuarenta y cincuenta, pobretona, católica, sacrificada y trabajadora. Conocemos la impronta agustina en su formación, en su arquitectura mental y en su entusiasmo por la formación de los jóvenes. Como Agustín de Hipona, sabe que para “conocer a una persona no hay que preguntarle por lo que piensa, sino por lo que ama”

De su mano conocemos la Iglesia española entre los años ochenta y noventa. Una Iglesia que después de la explosión entusiasta del Concilio, conoce un repliegue, una retirada a los campamentos de invierno, una fe miedosa e insegura ante el ‘gaudium’ y la ‘spes” del mundo y del corazón humano.

De su mano conocemos la sociedad boliviana, con sus desigualdades clamorosas, con sus corruptelas, sometida a los intereses de unos y de otros. La pobreza inmensa, la esclavitud de los menores, la ignorancia insalvable, la desnutrición vergonzante. Es en este humus de pobreza, pero en la aspiración de los pobres por su dignidad, donde Nicolás Castellanos encuentra su lugar en el mundo. El Plan 3000 dentro de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra es una parcela destinada a ser Reino de Dios. No es de extrañar que, muchos años después de su llegada a Bolivia, se sintiera honrado cuando le fue concedida la nacionalidad boliviana.

Son muchas las imágenes de pobreza y de redención que comparte Nicolás con el lector. Me quedó con una. En la tarde del 7 de diciembre de 2012 visita el pabellón broncopulmonar de la cárcel de Palmasola para los presos de sida, tuberculosis o con algún trastorno mental. Una población joven y encarcelada, sin posibilidades de reinserción: “Habitan aquella pocilga 56 personas de aspecto astroso, de facha repulsiva, con todos los estigmas de la enfermedad y la miseria, en un ambiente abandonado, inhóspito, indigno de personas humanas. Un joven de 20 años acaba de fallecer porque su familia no tiene los 9 euros para trasladarlo al hospital”. Los presos le dan las gracias por haberse atrevido a poner los pies en “ese pozo de miseria”.  Nicolás se implica a fondo en la reforma total de este pabellón siniestro: tejado, duchas, aseos, pavimiento, electricidad, agua caliente, un huerto, y una cancha para jugar. Una vez más, se confirmaba lo que había escrito Pablo VI: “Allí donde llega el Evangelio, llega la caridad”. Y viceversa, añado yo.

A lo largo de las 360 páginas de sus Memorias, Nicolás vuelve una y otra vez sobre una de las tentaciones más grandes de la Iglesia: convertir el evangelio en una religión más. Cristo, nos recuerda este misionero, siempre estuvo a favor del ser humano, de la liberación de cualquier cadena y en contra de la religión como cumplimiento de una serie de ritos o de un sentimiento identitario. Muy por encima del sábado, está la persona. El Jesús que se hace humano invita a cada cristiano a humanizar todo: cada rincón, cada esfera de la vida política, social, laboral, cultural. Humanizar la existencia es el horizonte del Evangelio.

Convencido, como tantos hombres y mujeres que apuestan por la utopía y por la justicia, Nicolás Castellanos sabe perfectamente que un “casi nada” hecho por amor a otro ser humano, sumado a otro y a otro “casi nada”, pueden hacer un “casi todo”. Pues como él escribe, casi al final de su libro, como una confesión: “solo se puede construir el Reino de Dios por el camino de los pobres”.











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