sábado, 26 de febrero de 2022

Mateo en el hospital. Ruina de adobes. Guerra de Ucrania. Y 100 años de Victorina.

El dolor sonriente. Podríamos titularlo así. Con motivo del Día del cáncer infantil, la televisión de Castilla y León se asoma durante unos minutos al hospital de Burgos, para mostrarnos la batalla que pacientes, médicos, enfermeras y maestros sostienen cada día contra esta enfermedad en cualquier hospital. Un niño, Mateo, podría ser la imagen de esos centenares de niños a los que cada año se diagnostica un cáncer.  Se nos dice que el 80 por ciento de los niños diagnosticados logran superar la enfermedad. Cada investigación añade unos centímetros más a la esperanza. Entre las cosas más injustas de este mundo está la el sufrimiento de un niño, sea por la causa que sea. “La vida se para el día que te comunican que tu hijo tiene cáncer”, confiesa la madre de Mateo. Las preguntas y la incertidumbre sobre los días, semanas y meses siguientes desmoronan a cualquiera. Y muchas veces son los propios niños los que dan fuerza a los padres o a los médicos. Un niño enfermo que sonríe vence los miedos y gana la batalla al desánimo y al descorazonamiento. Mateo sonríe. Mateo anima. Mateo aprende cada día nuevas cosas que la enfermedad le impidió aprender. Durante un tiempo aún seguirá en el hospital recuperando en su organismo todo lo que el cáncer arrambló, pero la batalla, en esta ocasión, ya está ganada. Ahora toca curar las heridas. Su sonrisa es solamente la avanzadilla de un gran futuro ante él. Su sonrisa es también su ‘gracias’ a padres, médicos, personal sanitario, maestros y voluntarios. El gracias más hermoso.

  

He fotografiado muchas veces la pura ruina de unas casas de adobe en la aceña de Padilla de Duero. Todavía en mi infancia en estas casas vivían dos familias que cuidaban la aceña del río Duero. Apenas subsisten dos paredes en pie y aún son visibles los vanos de la puerta y las ventanas. Las ruinas son melancólicas y suscitan siempre en mí reflexiones manriqueñas. Recuerdo que, de pequeños, si alguna vez nos quejábamos porque teníamos que ir a la escuela, se nos contestaba: “Los que podrían quejarse son los niños de la aceña que tienen que ir andando a la escuela de Padilla”. ¿Dónde están los que aquí vivieron? ¿Qué dejaron aquí de ellos? La ruina de estas casas alberga un museo invisible de momentos vividos: los hijos entorno al hogar, las camas pobres con colchones de lana, el ritual de ordeñar una cabra, matar un cerdo o varear la lana, la llegada del panadero dos veces por semana, acaso la visita de algún pescador. Esas paredes albergan aún la sombra de un enfermo, la visita del médico con malas noticias, el velatorio de un fallecido, la tristeza por la escasa despensa o el llanto de un niño después de una caída. Pero también albergan la alegría de un niño con su pelota de plástico, la pequeña fiesta por el bautizo de un recién nacido, la carta con palabras de amor que recibía la moza de la casa, la subida del sueldo paterno, o la belleza de una cazuela de sopas de ajo sobre la chapa. Pero las ventanas de estas casas daban a un campo de almendros que todavía, viejos y añosos, subsisten. Y cada primavera sus ojos verían la belleza delicada de la lluvia de pétalos que siempre calma el corazón. Y al llegar el otoño, las almendras serían su merienda con un trozo de pan o terminarían en un guirlache que haría las delicias de los niños. En esos almendros aún permanecen las miradas de los que los contemplaron cada día desde las ventanas.

 

  

No es una guerra entre Rusia y Ucrania. Es la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Y la foto que ilustra este comentario no es de este momento de la guerra, sino una foto de hace algún tiempo cuando tropas ucranianas marchaban para unas maniobras. Y el paso del convoy, con la bandera bicolor ucraniana, era saludado por dos niños: él con una metralleta de plástico en bandolera a su espalda, y ella con su peluche en la mano. Encaramados en el tanque lo soldados aún creen que Rusia no invadirá su país o que podrán hacer frente a la invasión con ese arrojo que siente un pueblo cuando es atacado injustamente por otro. Ahora sabemos que nada será así. El ejército ruso ha penetrado por los cuatro costados y su maquinaria de guerra bien engrasada no la puede frenar el voluntarismo ni la valentía de los ucranianos. Algunos quieren ver un símil con la invasión de Polonia por las tropas alemanas en septiembre de 1939. Esos dos niños que asisten con inocencia infantil al paso del convoy militar son la pura imagen de Ucrania. Una metralleta de plástico, un saludo militar y un peluche no detendrán los tanques del enemigo. El más fuerte siempre se cree que el derecho, la razón y hasta la bendición de los dioses le protegen. Las maniobras disuasorias de la Otan no disuaden y las ‘masivas sanciones económicas’ ni serán tan masivas ni estrangularán la economía rusa. Cuando Rusia se anexionó la península de Crimea hace unos años se dijeron las mismas palabras y se pronunciaron las mismas ‘condenas’. No hay nada nuevo bajo el sol.  En estos tiempos en que muchos son alérgicos a hacer diferencias entre víctima y verdugo, no cabe esperar gran cosa ni gran ayuda al pueblo ucraniano. Solo es de esperar que los ucranianos, para su bien y su paz interior, hayan aprendido esta lapidaria y desgraciada sentencia de Virgilio en la Eneida: “Una salus victis nullam sperare salutem". Sí, “la única salvación de los vencidos es no esperar salvación alguna”.

 


Hoy hubieras cumplido 100 años. Pero solo pudiste estar entre nosotros 61. Y, sin embargo, también has seguido viviendo con nosotros desde julio de 1983, cuando tu corazón dejó de latir. Como sucede casi siempre, una madre pertenece, por sus hijos y sus nietos, a un futuro que ella no llegó a  ver. A medida que cumplimos años, nos parecemos más a nuestros padres. No sólo en el rostro, en la forma de caminar o de sonreír, también en la forma de pensar y de ver la vida, en la manera de leer el mundo y de acercarnos a las vidas de los demás. Hoy tenemos motivos de sobra para sentirnos contentos y para sentirnos orgullosos de la preciosa herencia que nos dejaste: discreción, austeridad, compasión, trabajo, resignación ante la enfermedad, conformidad en la vida, serenidad de espíritu y confianza cristiana. Una persona nunca muere del todo hasta que desaparece el último que la conoció y admiró. Mientras nosotros sigamos vivos, algo de ti sobrevivirá en nosotros. Muchas gracias, madre, abuela, bisabuela, Victorina. Estamos seguros de que, desde el Cielo, sigues cuidando a esta querida familia.

 

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