Hace un año, vacío de memoria, inocente
como un niño y libre como un pajarillo del campo, moría Franz Jalics en su
Hungría natal. Había nacido en 1927 en el castillo que su familia, de origen
noble, poseía a las afueras de Budapest.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial,
tuvo que abandonar la casa y el país y huir al extranjero. Cuando la guerra
terminó, regresó con toda su familia a Hungría. Su padre fue arrestado en la
frontera y después envenenado. Los nueve hermanos y la madre recorrieron, a pie
y andrajosos, el camino hasta su casa. El castillo había sido saqueado y vandalizado.
La familia se reunió en el sótano y allí sobre unos colchones por el suelo
pasaron esa primera noche. Fue entonces cuando asistió a una escena que no
olvidaría nunca. La madre pidió a sus hijos que rezasen por los que habían
saqueado su casa, por los que habían hecho asesinado a su padre y por los que
les odiaban por el solo hecho de pertenecer a una familia noble y ser
creyentes. Cada día rezaron por los que les habían arruinado la vida. De esta
manera Franz Jalics pudo crecer sin odio y sin resentimiento. El odio no
destruye al enemigo; destruye al que odia.
Antes, durante la guerra, Jalics había
sentido un miedo atroz durante los bombardeos de la ciudad alemana de
Nuremberg. Pero allí, durante unos instantes, sintió una paz interior grande,
una paz tras la que corrió toda su vida y de la que aprendió algo fundamental: es
preciso liberarse del temor irracional a morir o a ser herido, a pasar hambre o
a no tener cobijo, en definitiva el miedo al futuro. Fue entonces, cuando
decidió hacerse sacerdote. En 1947 entró en los jesuitas.
Quizás
su historia empezó mucho antes. Su madre siempre fue una personal capital en su
vida. En su juventud, su propia madre había deseado ingresar en un convento.
Las religiosas del Sacre Coeur la invitaron a que antes cursase estudios
universitarios. Así conoció al que sería su marido. Durante un tiempo se
debatió entre la vocación al matrimonio y la vocación religiosa. Rezaba para encontrar su camino. Y una noche,
‘oyó’ una voz: “yo quiero a tu hijo”. No dudó que el susurro venía de
Dios. Se casó y trajo al mundo ocho hijos. Cuando Jalics decidió hacerse
sacerdote, su madre comprendió que la frase escuchada en su juventud alcanzaba todo
su sentido.
Después
de completar sus estudios en Bélgica, Jalics es destinado a América, primero a
Chile y luego a Argentina, como profesor de teología. En 1974 decidió compartir
su vida con los más necesitados, en una comunidad jesuita de las llamadas
“villas miseria”, barrios pobres de las periferias. Son años convulsos en
Argentina. La dictadura del general Videla no admite ninguna oposición ni
ninguna crítica a su escasa labor social. Y, además, ve enemigos por doquier y
guerrilleros en todas partes. En mayo de 1976, Franz Jalics y Orlando Orio
fueron secuestrados por los militares, como sospechosos de colaborar con la
guerrilla. Durante cinco meses fueron torturados y, encapuchados y esposados,
vivieron con la incertidumbre de ser asesinados en cualquier momento.
Como
Franz Jalics ha confesado muchas veces, la oración le salvó de la locura. Y lo
que es más importante: durante el secuestro aprendió a orar, se abandonó a
Dios, algo que enseñaría después a muchos discípulos.
Durante
ese secuestro se produjo también un malentendido que le provocaría un
sufrimiento enorme, a él, a su compañero de secuestro y a su superior jesuita,
el P. Jorge Bergoglio. Franz Jalics y Orlando Orio pensaron que la
persona que había delatado a los militares su presencia en la villa miseria
había sido el P. Jorge Bergoglio. Franz Jalics solo quiso hablar una vez de
esto: “Yo mismo creí ser víctima de las denuncias, pero al final de los 90,
después de muchas conversaciones, me di cuenta de que las sospechas fueron
infundadas; por lo tanto es falso afirmar que mi captura y la de mi compañero
tuvieron lugar por iniciativa del padre Bergoglio (Papa Francisco en la
actualidad)”. En el año 2000, Franz Jalics y su antiguo superior pudieron
celebrar juntos la misa, abrazarse y reconciliarse.
Tras ser
liberado por los militares, Jalics abandona Argentina e inicia una búsqueda
espiritual en las escuelas orientales del conocimiento. Bajo la guía de Ramana
Maharshi, se adentra en la espiritualidad oriental. Este hecho suscita la
incomprensión y la crítica de muchos de sus compañeros jesuitas. Finalmente,
Jalics deja la Compañía de Jesús y funda una casa de oración en Gries, Baviera.
Su madre se instala junto a él. Tendrán que pasar muchos años antes de que
Jalics acepte la invitación de incorporarse de nuevo a la Compañía.
Poco a
poco Franz Jalics se fue convirtiendo en maestro de oración. En 1994 publica un
libro fundamental, “Ejercicios de contemplación”. Un libro denso y
profundo, pero que contiene un método preciso y pautado para meditar. Este
libro ha obtenido su máxima difusión gracias al empeño de Pablo d’Ors, fundador
de los Amigos del Desierto.
Un día
de diciembre de 2012, un desconocido entró en el despacho del hospital
madrileño Ramón y Cajal, donde Pablo d’Ors ejercía de capellán. Le
felicitó por su obra Biografía del silencio y le regaló, sonriendo, un
libro: “Ejercicios de contemplación”, de Franz Jalics. Pablo d’Ors nunca había
oído hablar de su autor. Empezó a leerlo, a subrayarlo, a anotar lo que ese
libro le sugería. Supo muy pronto que este libro le cambiaría la vida. Poco
después, viajó a Alemania para conocer a Franz Jalics. Durante doce días conversó
a diario con él. Le preguntaba, le pedía opinión, le abría su corazón. Pablo
d’Ors comprendió que “me encontraba ante un gran maestro espiritual, posiblemente
un santo. Aquel hombre irradiaba una gran fuerza y bondad: nunca nadie me ha
producido una conmoción tan profunda. Jalics no aportaba soluciones a los
problemas que le presentaba, pero me bastaba que los pusiera ante él para que
se disolvieran”.
Como ha
sucedido a tantos discípulos de Jalics, cuando Pablo d’Ors regresó a Madrid era
otro. En 2014 fundó Amigos del Desierto sobre dos pilares bien significativos: Charles
de Foucauld y Franz Jalics.
Javier Melloni escribió una vez a propósito de Jalics: “El problema de muchos maestros o místicos cristianos es que explican los efectos de la oración, pero pocos se detienen en esclarecer cómo orar”. Y Esteban Azumendi, por su parte, comentó: “Muchas personas “saben” que Dios existe, que “Dios está acá”, que “Dios los ama”. Sin embargo, este conocimiento se encuentra alejado de la experiencia: “Dios está, pero no lo percibo”; Jalics ha ayudado a muchos a descubrirlo”.
En 2017, Franz Jalics regresa a su Hungría natal donde finalmente fallece el 13 de febrero de 2021. Los que pudieron verlo en sus últimos años dicen que su rostro irradiaba una luz única, de felicidad y de santidad. Su legado sigue inspirando a muchos en todo el mundo. El mejor epitafio a la vida de este místico, probablemente lo escribió el propio Pablo d’Ors: “Los maestros nunca se marchan; nos dejan lo más hermoso y necesario: un camino”.
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