Uno
de enero. Tanzania. El misionero Giancarlo Frigerio se dirige a decir la
misa a una de las muchas aldeas
diseminadas alrededor de la misión. Detiene su coche para saludar a cuatro
niños, y hacerles una fotografía. Y ahí los vemos, sorprendidos y alegres, por
el saludo del misionero blanco al que conocen, y al que verán poco después en
la iglesia humilde de barro y paja. Al fondo, la madre y otros dos hermanos se
afanan en el campo de maíz. Después de las últimas lluvias, los cultivos lucen
hermosos y verdes, y prometen un poco de felicidad en la mesa de cada día. Maíz
nuestro de cada día, dánoslo hoy. Descalzos, vestidos con la poca ropa que hay
en el cajón, da igual que sea diario, da igual que sea domingo, da igual que
pegue o no pegue. En su memoria de niños, aún no caben palabras como
langostinos, brindis con champán, fuegos artificiales, concierto de Viena,
valses de Strauss, doce uvas o saltos de esquí.
Tampoco mascarillas, vacunas o confinamientos. Caminan alegres y
confiados. Aún no saben lo que es la injusticia o la mala suerte. El mundo es
su campo de maíz, una camisa de quita y pon, el amor de sus padres y las
canciones alegres que cada domingo cantan en la iglesia. Y también ese
misionero de barba blanca, al que acuden cuando necesitan medicinas o el maíz
se acaba en la despensa.
Por
un amplio camino camina un hombre. Un campo de encinares. Colinas en el
horizonte. Apoyado en una muleta, da sus primeros pasos, después de un ingreso
hospitalario de largas semanas que lo ha tenido postrado en cama. Detrás de él
a pocos pasos, un móvil capta la imagen. De espaldas, bien abrigado, gorra en
la cabeza… lo vemos débil, pero no rendido. Intuimos sus arrugas, esas marcas
del tiempo, el gran escultor. Intuimos sus dolencias y achaques, pero también
la pequeña ilusión por salir de casa y dar cuatro pasos en compañía. Luego,
llegará un café o un vino y unas palabras en medio de Ununa comida compartida. Detrás
de él, como una sombra bienhechora, está su hijo. Animándole a dar un paso más,
señalándole la hierba que crece o el gorjeo de un pajarillo. Recordando con él a
personas que ya se fueron y que habitan en un rincón del cementerio, que es
donde habitan casi todos los seres queridos de una persona mayor. Al llegar a
una edad o a una enfermedad, el padre se convierte en hijo pequeño, desvalido y
frágil, y el hijo, si es un hijo, se convierte en padre solícito y
amoroso. Por cada hijo desentendido o
desalmado, hay siempre otro hijo atento y amoroso, con vocación de cuidador,
con entrañas de padre y madre. Detrás de los pasos titubeantes de un hombre
mayor y enfermo, está un hijo que cuida. Hace muchos años, el padre, en plena
juventud, dio vida al hijo. Y ahora verdaderamente el hijo da vida al padre. El
mundo está lleno de hijos que se desviven por sus padres, que renuncian
gustosos a un viaje, a un restaurante, a un rato de siesta, o a un partido, para
estar presentes en el día a día de sus seres queridos.
Un
trabajador normal decide salir un buen día a caminar. Deja su casa, cruza
su barrio y se interna en la naturaleza. Ese día cambia su vida, porque
descubrirá las pequeñas alegrías de la vida ordinaria, que son las que
sostienen a los seres humanos. Acepta los prismáticos de otro caminante y descubre a un pájaro
carbonero al que nunca había visto, salvo en alguna lectura. Otro día de nieve
sus ojos admiran el silencio y la blancura que envuelve todas las cosas,
también la fealdad. Con alegría infantil trepa a un árbol para recoger una
cometa que a unos niños se les quedó enganchada. Con alegría disfruta del
chapoteo en un charco después de un día de lluvia. Recoge a un perro abandonado
y se siente acompañado en sus paseos. Vuelve cada tarde a su casa después del
paseo. Y también la casa y su propia mujer le parecen un remanso de paz y de
esperanza. No se enfada cuando un balón con el que juegan dos muchachos le
rompe los cristales de sus gafas. Continúa con ellas y hasta el paisaje borroso
le parece que tiene un cierto encanto. El perro descubre una concha en el
jardín, y junto a su mujer decide hacer una excursión hasta el mar para
devolverla al lugar de donde salió. Se tumba sobre un manto de flores de cerezo
y allí le llega la beatitud de otra mujer que disfruta al mismo tiempo de esa
hermosa nevada de pétalos rosados. Todo cambia cuando nuestros ojos se abren como
ventanas para ver cada detalle de la vida, especialmente de la naturaleza. El
estupor es el principio del disfrute. Podemos imaginar al caminante en otras
muchas tardes. La vida es infinita cuando uno se decide a maravillarse. Por
cierto, a primera hora de la mañana, la ordenanza de mi trabajo, Mariluz, se me
acerca: “echa un vistazo a este comic
japonés. A mí me ha encantado”. Y también esta sencilla forma de ofrecer un
libro y su belleza daría, creo yo, para otra hermosa viñeta de Jiro Taniguchi.
Muchas
marquesinas de paradas de autobuses amanecieron hace unos días con carteles
con el texto: “Rezar frente a una clínica
abortista está genial”. Y rápidamente estalló la polémica. Algunas ciudades
eliminaron los carteles con suma celeridad. Y en pocos días el Congreso
aprobaba la modificación del Código penal, introduciendo penas de hasta cárcel,
además de multas, a las personas que se manifiesten, aunque sea en silencio o
rezando, delante de las clínicas abortistas. Los que promovieron la campaña
hablan de conculcación de la libertad de expresión, manifestación y libertad
religiosa. Para otras asociaciones y partidos supone un hostigamiento en toda
regla hacia las mujeres que libremente desean abortar. En este país, cuando se
habla de libertad de expresión, se entiende mi libertad para decir y defender mi
punto de vista, pero en absoluto para que el otro diga o defienda el suyo. Donde
yo veo libertad de expresión, tú ves un delito de odio. Y viceversa. Si
seguimos a este ritmo, únicamente tendrán libertad de expresión los que
comulguen con la idea dominante en cada momento. Y al resto de personas se les
juzgará por delitos de odio, con su tasa de cárcel y multa en el código penal.
Los verdaderos tolerantes toleran incluso a los intolerantes. Por aquí, no se
da esta especie.
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