Violento, pendenciero, asesino… y sin embargo Caravaggio. Uno de los
más influyentes pintores de toda la historia del arte, con cientos de pintores que
han continuado su estela de realismo y claroscuros. No era un ser angelical, ni
mucho menos, pero sus telas aún nos impresionan y nos conmueven. Este precioso
Caravaggio de Salomé con la cabeza del Bautista es noticia porque acaban de
instalarlo en una sala de honor del Palacio Real de Madrid. Este gran creador,
con un curriculum vitae desoladoramente amoral, sería arrojado al
silencio y condenado a muerte civil en estos tiempos de corrección política, la
nueva dictadura sobre el pensamiento y el arte y la vida misma. Conocer la
biografía apestosa de Caravaggio no hará que palidezca, ante mis ojos, su gran
obra que he admirado en iglesias de Roma y en muchos museos y exposiciones.
Juzgar las creaciones de un artista por su catadura moral significa no conocer
el alma humana, capaz de lo mejor y de lo peor. Este cuadro me seguirá fascinando
por su belleza y por su mensaje. Los tres personajes que ahí aparecen, Salomé,
Herodías y el verdugo, son también inmorales. Acaban de cometer un crimen, con
la bendición del rey Herodes, pero nos dicen todo sobre la corrupción del alma
humana y sobre el destino de los inocentes, en este caso Juan el Bautista.
Pocos días antes de su muerte, su cuidadora me
dijo que Rosi había entrado ya en la recta final y que estaba siendo atendida
en ‘casa’ por sus cuidadores y compañeros. Rosi Fernández. Su ‘casa’ desde hace
muchos años era la Villa San José (Palencia), un centro para personas con
discapacidad intelectual. Rosi nos ha dejado a los 49 años, después de unos
meses de dura enfermedad. Ella convirtió su discapacidad en ‘capacidad’.Y si
algo quiero destacar de ella era su afán de superacion, su curiosidad por todo y
su alegría para participar en cualquier actividad: deporte, viajes, visitas a
exposiciones, lecturas compartidas. Junto a otros compañeros escribió un
precioso libro: Un paseo por el Jardín de mis emociones. A través de su
página de facebook, Rosi nos hacía partícipes de sus progresos como alumna de
la Universidad Popular de Palencia. A Rosi la ‘discapacidad’ la capacitó para
hacer muchísimas cosas y, sobre todo, para hacer un poco más fácil la vida a
los demás. Entre otras cosas, la recuerdo leyendo, con bonita voz y entonación
adecuada, en muchas misas y en otros actos de la Villa. Esta fotografía en la
que se muestra orgullosa de esas dos medallas ganadas en una competición podría
ser muy bien el resumen de su vida. Una imagen poética, un canto a la
superación, al esfuerzo y a la ilusión. Las limitaciones existen sobre todo en
nuestra actitud ante la vida. Y, muchas veces, comprobamos cómo personas
inteligentes, sanas, fuerte y bellas son ‘incapaces’ de esfuerzo, de empatía,
de generosidad y de esperanza. Feliz viaje, Rosi.
Las
grandes editoriales se tiraron de los pelos, cuando vieron el éxito de este
libro. Una obra maestra pasó delante de sus ojos, pero no fueron capaces de
verla. En España, una pequeña editorial canaria se atrevió a publicarla hace
unos años. Sin grandes alharacas publicitarias, el libro, gracias al boca a
boca, fue ganando el corazón de miles de lectores. Ahora se cumplen cincuenta años de la primera edición en Estados
Unidos.
Lo
leí, por primera vez, hace siete años y me pareció un gran libro. Y su
protagonista, William Stoner, es ya un arquetipo de estoicismo, de integridad y
de amor a la literatura. El libro arranca cuando el protagonista, nacido en una
familia de granjeros humildes, llega a la Universidad de Missouri para estudiar
agricultura. Pero un buen día el profesor de literatura, Archer Sloane, se
dirige a él: "Shakespeare le está hablando". Cambió de
carrera. Terminaría por ser profesor de literatura en la Universidad. John
Williams nos cuenta la peripecia humana de Stoner, desde su juventud hasta su
final. Resulta difícil no identificarse con él.
El
protagonista se pregunta a menudo: “¿Qué esperabas?” Pues eso, ¿qué iba
a esperar un escéptico, un estoico de la vida? ¡Nada! Aceptar lo que llega, no
rebelarse contra nada. No amargarse en las frustraciones. Al final de la
lectura, se tiene la sensación de que hay o podría haber un ‘Stoner’ en cada
persona que encontramos en la calle y en nosotros mismos. Y quizás también que
deberíamos parecernos más a Stoner: ¡Esa santa indiferencia,
esa frialdad inaudita para hacer frente a los golpes y a las lesiones de la
vida! ¡Ese bendito estoicismo para seguir viviendo, sin desmoronarse nunca
y sin amargarse apenas! Todos en alguna temporada de nuestras vidas nos
sentimos ‘Stoner’.
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