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domingo, 14 de marzo de 2021

Tú eres un Padre de verdad

LA OPCIÓN GUANELIANA

1.-  Tú eres un Padre de verdad.

Combatir la sensación de orfandad con un Dios que nos quiere como un padre.

 

“Dios Padre te mira con tanto amor como si no tuviese que pensar nada más que en ti” (L.G)

  


            Si algo caracteriza al hombre actual es su insondable soledad. Un ser perdido. Una pasión inútil, como nos dijo Sartre. Freud aseguraba que matando al padre, nos sentiríamos liberados. Nietzsche había augurado que, con la muerte de Dios, por fin dejaríamos de ser niños y pasaríamos a ser adultos libres. Marx afirmaba que el hombre era el ser supremo para el hombre. En este momento de la Historia, el ser humano ha probado todos los ‘paraísos’ y ha salido de ellos más triste y más decepcionado. Soñaba con ‘edenes’ eternos y se ha encontrado con ‘edenes’ de un cuarto de hora, con regusto amargo. El hombre es el único animal crónicamente insatisfecho. Lo sabía bien san Agustín. El ser humano prueba, cada amanecer y cada ocaso, una orfandad que le desorienta y le torna inseguro y ansioso. Vacío y perdido, camina errabundo por una jungla de asfalto, como un Caín después de matar a quien más debía haber amado: su hermano, el semejante de su Dios y Padre.

Saberse amado da más fuerza que saberse fuerte. ¿Acaso teme algo el niño al que su padre lleva de la mano? Nada le amedrenta al niño que transita por la noche, o que cruza un barrio peligroso o que entra en una casa hostil. Tiene a su lado a su padre, y el peligro no existe, como no existen la soledad ni la inseguridad ni la pesadumbre.

Quien se acerca a Luis Guanella (Fraciscio, 1842-Como, 1915) por primera vez, descubre el estupor de un cura fascinado y seducido por una seguridad sin fisuras en que Dios es un Padre para él. Y este hallazgo personal quiere contagiarlo a todos los que encuentra. La pasión del enamorado no puede esconder el nombre de la amada. Para don Guanella, el nombre de Dios es ‘Padre’. Su pesimismo congénito se derrumba y se desmorona. Saberse amado por un Dios que es padre de verdad cambia todas las cosas. Esta caña pensante que es el ser humano, según nos ha enseñado Pascal, es nada menos que el objeto del amor de un Dios que conoce el corazón humano, sus terribles vaivenes y sus profundas heridas. Este puñado de barro que es cada hijo nacido de mujer es el objeto del amor de Dios. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él / el ser humano para darle poder / lo hiciste poco inferior a los ángeles / lo coronaste de gloria y dignidad?”, dice el salmo. La infinita miseria de cada ser humano queda redimida y transformada por una luz que procede de un Dios cuyo nombre principal es Padre: Enseñaba Luis: “Nuestro Dios es un padre lleno de amor, que ama más cuanto más descubre la miseria de su hijo desdichado”.

 “El Señor desde el principio de los siglos te ha amado con una  infinita ternura”. La historia del mundo, su historia personal, la historia de su pequeña congregación debe leerse bajo esta óptica. Y cada ser humano –y aquí radica ese pesimismo esperanzado de Luis Guanella- se asemeja y puede asemejarse todavía más a su Padre.

Y esta constatación de un Dios que es Padre tiene sus consecuencias. A pesar de las miserias, de las guerras, de las tragedias pasadas y futuras, a pesar del nido de víboras que es cada corazón humano, el hombre se parece (y puede parecerse aún más) a Dios y, por lo tanto, puede ser padre y hermano amoroso para sus semejantes: “Piensa que tu alma se parece a Dios, como el rostro de un hijo se parece al de su padre”.

Para don Guanella, la grandeza del hombre reside en esta semejanza con Dios. Tal vez velado o manchado por el carácter, por las circunstancias adversas, por las heridas y golpes de la vida, el hombre no pierde nunca su semejanza con Dios.

“Dios sale a tu encuentro, tiene la iniciativa. Y sale a tu encuentro no una vez sino cientos de veces. ¿Tienes la certeza de que te ama mucho? Claro que te ama, te ama, te ama. Verdaderamente nuestro Dios es rico en misericordia”

            Sentir a Dios como un Padre que cuida es el primer punto de esta opción guaneliana. ¿Pero cómo sentir a Dios como Padre, si de lo primero que el hombre de hoy se enorgullece es de haber matado al padre, de haber acabado con toda raíz y todo principio que lo ligaba a un antes? El ser humano actual quiere hacer tabla rasa de la Historia, convertirse él mismo en su progenitor. “Ser como dioses” es la primera y la más perversa tentación. No deber nada a nadie salvo a sí mismo, parece ser la consigna. Por primera vez el hombre no camina por montañas pétreas y sólidas sino que nada por un mundo líquido donde es imposible aferrarse a algo firme y sólido, según nos ha enseñado Zygmunt Bauman.

            Sentir a Dios como Padre requiere confianza y humildad. Es fiarse de la mano que nos guía. Y es saber que hay alguien que está a nuestro lado. Es reconocerse un niño indefenso, un ser frágil, un necesitado. Saberse frágil es virtud imprescindible para aceptar a un Dios Padre. “El Señor te observa como un padre que se queda embobado mirando el rostro de su hijito querido, al mismo tiempo que solo piensa en protegerlo para que no le falte nada”.

Antes que omnipotente, omnisciente, juez supremo, creador,… Dios es Padre. Toda la vida de Luis Guanella cambia con este hallazgo: ¡Dios es un padre de verdad! Esto suscita en él gozo, estupor, fascinación, encantamiento, maravilla. Una alegría que no puede quedarse para él solo, sino que debe propagarse por todo el mundo. Todo cambia si Dios es un padre de verdad. Caen mis miedos, cambian mis ansiedades y, sobre todo, cambia mi manera de ver a los demás. El otro ya no es otro, un ser extraño, mi adversario, un lobo, sino que es mi hermano porque también para él Dios es un padre. Tú eres yo. Yo soy tú. Por eso, podemos pronunciar ‘nosotros’. La paternidad de Dios trae consecuencias éticas: la obligación de cuidar de mi hermano; y con mayor motivo, si este hermano está en necesidad y sufre. ¡Somos la familia de Dios! 

Dios es un padre que cuida y que cura, que salva y redime. La Providencia es el instrumento para ello. La fe en la Providencia de Dios es tener la certeza de que nuestro Padre no nos dejará de su mano, que escuchará nuestro clamor en el día de dolor, que sentirá nuestra hambre en tiempos de escasez, que conocerá nuestro frío en la noche y nuestra soledad en el desamor. Luis Guanella tenía tanta fe en la Providencia que en la fachada de la casa de Lora-Como pidió que cincelasen con letras bien grandes: ‘Banco de la Providencia’. Cada vez que una monja o un fraile se quejaba de la cantidad de pobres que llamaban a la puerta o de cómo mermaba la despensa, los miraba con una mezcla de sorna y misericordia, una mirada que sus seguidores sabían que significaba: seguid acogiendo a todos los pobres, porque ya la Providencia se encargará de llenar sus platos.

Cuando al final de su existencia, dictó a dos frailes sus recuerdos e hizo una lectura religiosa de su vida, quiso que sus memorias se titulasen “Los caminos de la Providencia”. Estaba convencido de que la trama de su existencia la había tejido un Dios Providente. Miraba sus escasas fuerzas y las comparaba con lo que había hecho. Era imposible que de su poca inteligencia, de sus torpes manos y de su ruin corazón hubiese salido algo bueno. Dios lo había hecho todo. Sólo así podía explicar sus fundaciones.

Por eso, Luis Guanella aconsejaba:“Si creemos firmemente en la Providencia, nos haremos merecedores de ella. Pero debemos aceptar sus ritmos y maneras, trabajar denodadamente y alejar de nosotros cualquier ansiedad”.

 


 Próximo domingo: Cap. 2.- El pobre, ese otro Cristo.

domingo, 7 de marzo de 2021

El vino de Jesús de Nazaret en un mundo post-cristiano

LA OPCIÓN GUANELIANA - Para empezar

El vino de Jesús de Nazaret en un mundo post-cristiano.

“Que tu pensamiento sea puro como el aire de una hermosa mañana; tu memoria, despejada de cualquier niebla; y tu corazón, bueno, limpio y ferviente como los rayos del sol” (L.G).

  


Primero nos dijeron que Dios había muerto. Y pensamos que se trataba de una provocación de un tal Nietsche, un tipo algo soberbio, que sentía aversión por las personas débiles y que abogaba por un ‘superhombre’; quizás también algo resentido con los cristianos; tal vez, un estratega de la provocación, lo que no es, en absoluto, una mala campaña publicitaria.

Pero en las últimas décadas hemos comprobado con nuestros propios ojos cómo, poco a poco, los fieles abandonaban las iglesias, ridiculizaban los sacramentos y actuaban, en materia moral, al margen del  catecismo. Creer ha dejado de ser un hábito. Antes, la gente se bautizaba, se casaba o iba a misa, porque eso formaba parte de los rituales sociales o de las costumbres ancestrales. Por el hecho de nacer en un determinado rincón del mundo, se era católico y se recibía una instrucción religiosa en la casa, en la escuela y en la parroquia. Hasta los usos civiles se acordaban, mal que bien, con la moral católica.

Se puede mirar el fenómeno de las iglesias vacías con pesimismo o con optimismo. Hay lecturas de todo tipo. Para algunos, representa un fracaso y una pérdida. Un paisaje desolador. Esa sensación de que un mundo -¡una civilización!- empieza a tambalearse. Dios ha dejado de ser una ‘cuestión importante’ para filósofos y pensadores. Dios o el hecho religioso apenas son fuente de inspiración para los artistas o las gentes de cultura, por ejemplo para arquitectos, pintores o escritores. Entre los más jóvenes, la religión ya no es materia de controversia, sino de indiferencia, como les son indiferentes la Guerra de las Galias o el derrumbe de Wall Street en 1929. Entre muchos adultos, que vivieron su infancia metidos de hoz y coz en el catolicismo, se nota un indisimulado rechazo. La Iglesia cuenta poco en las noticias de un telediario o en los periódicos. Y cuando aparece, es por causa de sus escándalos, no pocos, y bien magnificados en los media, en estos últimos años.

Para otros, ya era hora de que se vaciasen las iglesias, y de que se quedasen únicamente los convencidos que quieren estar. Era inadmisible que uno se acercase al ‘Club’ solo porque su padre le trajera de las orejas, o porque todos sus amigos fueran a catequesis. O porque si no aparecía por el templo, se sentiría un bicho raro. O porque la Iglesia era aún un lugar de poder y de contactos. Los optimistas piensan que ya no habrá una mayoría social de católicos, pero sí una minoría comprometida y concienciada: la sal y la levadura. Habrá que empezar casi de cero muchas historias. Y esto representa, en el fondo, una magnífica oportunidad.

Veamos el vaso medio lleno o medio vacío, nadie puede negar que el mundo occidental ya no es, sociológicamente, cristiano. El humus en el que estábamos enraizados ha dejado de ser cristiano. Y el aire que respiramos ya no lo es. Ya no podemos dar por hecho que todo el mundo está bautizado o que todo el mundo sabe quién es Cristo. Hasta las cosas que parecían tan rudimentarias, como hacer la señal de la cruz, saber el padrenuestro, desear tener un entierro religioso, aunque uno llevase treinta años sin pisar la Iglesia, o reconocer una Anunciación en un cuadro del Museo del Prado… todo eso ya no es así.

A diario, comprobamos cómo la media de personas que acuden a una misa ronda, o sobrepasa, la edad de jubilación. En España, el 50% de los niños nacidos no reciben el bautismo y solo un 22% de los matrimonios se celebran por la Iglesia. Una conclusión rápida: ni antes Europa era tan creyente como nos parecía, ni ahora es tan atea como nos intentan hacer creer. Tan necio es creer que aquí no está pasando nada como pensar que el cristianismo va a desaparecer mañana por la mañana.

Hace poco más de un año, se publicó en Estados Unidos el libro de Rod Dreher, La Opción benedictina. El autor proponía una estrategia para una época post-cristiana.  Desde entonces, algunos han escrito sobre otras opciones válidas y valiosas para caminar, mal que bien, en un mundo que, por primera vez desde que San Agustín puso fin a sus Confesiones, ya no es cristiano. El pensamiento ya no es, cultural y socialmente hablando, cristiano

El Concilio Vaticano II (1962-1965) supuso un serio intento de comprender el mundo, quitar el polvo acumulado en las sacristías y ponerse al día en muchas cuestiones en que la Iglesia había quedado obsoleta. Fueron los días del aggiornamento y de “abrir ventanas para que entrara un poco de aire fresco”, según el deseo de Juan XXIII. Se esperaba que esta modernización resultase atractiva para las generaciones más jóvenes y para las personas religiosas más inquietas.  El Concilio fue un acontecimiento en sí (la única confesión religiosa que lo ha celebrado), pero en seguida muchos le dieron la espalda, o lo cuestionaron. Otros tantos lo redujeron  a una superficialidad estrambótica: las monjas podían ir en vaqueros, los frailes en bermudas y las guitarras sustituían al órgano. La renovación profunda en la forma de seguir a Jesús de Nazaret y la vuelta al Evangelio que auspiciaba el Concilio fueron postergadas. En cambio, las deserciones en los claustros y en los presbiterios fueron tan numerosas que la propia Barca de Pedro empezó a tambalearse. Al mismo tiempo, por doquier, crecía la contestación y el rechazo a la Iglesia. La indiferencia al hecho religioso se disparaba, mientras que la cristofobia irrumpía en el seno de Occidente, que hasta ayer mismo no se podía entender sin sus raíces cristianas.

También es preciso dejar constancia de esto: La sed de espiritualidad sigue siendo grande y la nostalgia del Absoluto crece de día en día. Pero ahora, los hombres y mujeres de nuestra época no creen que la Iglesia pueda dar respuesta a su sed y a su nostalgia. Algunas  de las normas y de los ritos de la Iglesia ya no dicen nada, se han tornado insípidos y resultan incomprensibles. Como ovejas sin pastor, hombres y mujeres vagan aquí y allá buscando corrientes de agua que sacien de una vez por todas su sed. Por primera vez, muchos piensan que en los templos Jesús ya no es proclamado como una buena noticia. Como había escrito Franz Jalics: “Cristo no puede ser comunicado con el conocimiento, sino con la irradiación de la vida”. Nos sobran maestros y nos faltan testigos. Nos sobran profesionales de la religión y nos faltan creyentes.

Hace algo más de cuarenta años, un alumno de la Universidad de Ratisbona interrogó a su profesor de teología sobre cómo imaginaba él la Iglesia en el siglo XXI. Esta fue la respuesta: “Quedarán pocos creyentes. La Iglesia será diezmada y tendrá que empezar todo desde el principio. Vendrán grandes pruebas que, con la ayuda del Espíritu Santo, le harán reconocer de nuevo, en la fe y en la oración, su verdadero centro. Y esa Iglesia de la fe, purificada, será un faro para la Humanidad. Un día los hombres empezarán a experimentar su absoluta y horrible pobreza por la ausencia de Dios. Entonces, descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo, y sabrán que ésa era la respuesta que buscaban a tientas”. El nombre del profesor, Joseph Ratzinger

El mensaje evangélico siempre ha sido contracultural y a contracorriente. Lo que pasa es que cuando las normas y las costumbres sociales favorecían o encaminaban a los ciudadanos hacia los templos, teníamos esa sensación de que todo el mundo era cristiano.

La Iglesia estuvo durante décadas obsesionada por el comunismo y no se dio cuenta de que el verdadero adversario (uno de los nombres de Lucifer es Adversario) estaba en la idolatría (y el consumismo es, probablemente, la mayor de ellas). Decía Chesterton que “la descristianización no vendría de Moscú sino de Manhattan”.

Nos cuesta aceptar una Iglesia de templos vacíos, pero así va a ser. Las muchedumbres agolpadas en un viaje papal o en una Jornada Mundial de la Juventud son un espejismo. O si nos parece mejor, un bello y estético ocaso. Y el drama de una sociedad suele ser confundir un ocaso con un amanecer. En este horizonte de minorías y de pequeños grupos, ¿Qué podemos hacer para seguir viviendo como cristianos en un mundo que ya no lo es ni tiene el mínimo interés en serlo? Y además, ¿Qué debemos hacer para vivir un cristianismo con color guaneliano? En las próximas páginas, trataré de esbozar algunos rasgos que podrían ser de interés en el entorno guaneliano. Tal vez, alguna persona, después de experimentar la sed, desee buscar la fuente. Día tras día, aún resuenan en Taizé los hermosos versos de Luis Rosales que nos aseguran que sólo la sed alumbra el camino hacia la fuente:

De noche, cuando la sombra
de todo el mundo se junta,
de noche, cuando el camino
huele a romero y a juncia,

de noche iremos, de noche,
sin luna iremos, sin luna,
que para encontrar la fuente
sólo la sed nos alumbra.

En Memorias de una joven católica, Mary Mc Carthy dice que hay personas que juegan a ser religiosas, es decir que cumplen los ritos (ir a misa, pasar por la vicaría, bautizar a los hijos y celebrar el funeral de sus seres queridos). Adquieren, de esta manera, un falso barniz de religiosidad, pero no son religiosas. Hay personas a las que la religión vivida públicamente otorga una pátina de respetabilidad y de honorabilidad a los ojos de otros practicantes. Y Mary Mc Carthy dice que solamente las personas buenas deberían ser religiosas, porque las que no son buenas hacen un flaco servicio a la religión. Cosa distinta es los que se reconocen frágiles, pero no intentan, al igual que el publicano del evangelio, aparentar que son buenos y espirituales. El fariseísmo es la eterna tentación de los creyentes.

No hace falta ser un experto, para darse cuenta de que los avances tecnológicos y científicos y –hay que admitirlo- los progresos hechos en el campo de los derechos humanos, no han disminuido demasiado las sangrantes injusticias ni han conseguido el progreso moral de buena parte de los ciudadanos. Por el contrario, constatamos, al igual que el personaje de Fiódor Dostoievski, que “Si Dios no existe, todo está permitido”. Y cuando todo está permitido, son los más vulnerables los que pagan la abultada factura de la ausencia de Dios. Cuando el “hombre es el ser supremo para el hombre”, sin ninguna instancia superior, prevalece la fuerza del fuerte sobre el débil. También la nada, que es lo que siente cada ser humano en este ‘paraíso de plástico’ que nos han vendido. La nada igual a la vida. Así lo expresó el poeta José Hierro en un inolvidable soneto. 

Vida

 

Después de todo, todo ha sido nada,

a pesar de que un día lo fue todo.,

después de nada, o después de todo

supe que todo no era más que nada.

 

Grito “¡Todo!”, y el eco dice “¡Nada!”

Grito “¡Nada!”, y el eco dice “¡Todo!”.

Ahora sé que la nada lo era todo,

y todo era ceniza de la nada.

 

No queda nada de lo que fue nada.

(Era ilusión lo que creía todo

y que, en definitiva, era la nada).

 

Qué más da que la nada fuera nada

si más nada será, después de todo,

después de tanto todo para nada

 

 Llegará un día en que el ‘vino’ se acabe. La comida ya no saciará. La bebida ya no quitará la sed. El paraíso nos provocará únicamente tedio. El banquete nos producirá vómito. La música horrísona nos obligará a taparnos los oídos. El baile nos mareará. Y la triste carne nos llenará de más tristeza. Ese día algunos hombres y mujeres experimentarán el insoportable cansancio de vivir, la nauseabunda nada. Y sentirán una acuciante sed. Los pocos cristianos que queden advertirán la devastación de esos hombres y mujeres y, al igual que hizo María en aquella boda de Caná, les dirán con ternura: “Haced lo que Él os diga”. Y poco a poco, muy lentamente, de las tinajas de insípida agua, volverá a rebosar el vino de la alegría. Y la vida volverá a saber a vida. Y el hermano volverá a saber a hermano. Muchos, en ese momento, entenderán que el evangelio está de nuevo entre ellos, como regalo y como luz. Y como presente cargado de futuro y de esperanza.

 


Próximo domingo: Capítulo 1:  “Tú eres un Padre de verdad”


 

 

domingo, 28 de febrero de 2021

Un café, un whatsapp y un libro.


LA OPCIÓN GUANELIANA - Prólogo


 

Era una mañana heladora de diciembre de 2020. Nada más entrar, sentí la calidez acogedora de la cafetería, al lado de mi oficina. La taza entre las manos duplicó esa sensación placentera. En la pantalla, el videoclip ‘Si hubieras querido’, de Pablo Alborán. Me entró un whatsapp. Un amigo, con el que intercambio a menudo noticias de lecturas, me mandaba una foto de la portada del libro del escritor norteamericano Rod Dreyer, La opción benedictina, que lleva como subtítulo “Una estrategia para los cristianos en una sociedad post-cristiana”. Me preguntaba si lo había leído. Le contesté que no había tenido el gusto. Conocía de oídas el libro ya que en Estados Unidos lo habían saludado como el libro religioso más importante de la última década. Pero como no soy muy dado a las novedades  ni a los best sellers, lo había dejado pasar. La tesis de Dreyer es que en estos tiempos post-cristianos hay que retomar el espíritu de Benito de Nursia. Los benedictinos, con sus monasterios, con su equilibrio entre oración, descanso y trabajo, con su centralidad en la oración y la liturgia, con su transmisión de la cultura y con su hospitalidad, fueron creando una civilización cristiana en un momento en que la romanidad se había desmoronado y había perdido su fuerza creativa.

Los whatsapps continuaron. Mi amigo me comentó que tenía entendido que alguna otra congregación, a partir de la publicación del libro de Dreyer, estaba redactando su propia opción. Le contesté: “Como cada congregación religiosa publique un libro con su opción, vamos a tener lectura para toda la jubilación”. Y su último watsapp: “Te sugiero que escribas tu opción guaneliana”. Por mi parte, un emoji con los tres monosabios acabó la conversación.

Pero esa misma tarde, cuando andaba por la Senda de la Esgueva, mi cabeza no dejaba de rumiar cómo sería vivir la fe en este siglo XXI desde la “opción guaneliana”. Caminaba a buen paso, y mi mente seguía elaborando titulares a mayor velocidad. Esa tarde apenas presté atención al río, a los árboles, a las tierras recién aradas, al cielo despejado, ni siquiera a los caminantes, corredores o ciclistas con los que me cruzaba.

Al llegar a casa, encendí el ordenador y empecé a escribir este artículo. Y decidí, para no dejarme influenciar, no leer, de momento, el libro de Rod Dreyer.

Las lecturas sobre la espiritualidad de Luis Guanella pueden ser múltiples. Cada seguidor, lector o estudioso, podría escribir su ‘opción’ para estos años que nos ha tocado vivir. Entre tantas posibles ‘opciones’, esta es la que yo propongo. Y por supuesto, abierta a correcciones, enmiendas y sugerencias.

En los próximos domingos, iré publicando los distintos capítulos que conforman esta particular y personal ‘opción guaneliana’ para un creyente de inicios del siglo XXI.





 


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