En Tepetzintan quise también conocer
a Chonito. Desde hacía tiempo sabía que era el joven que confeccionaba pulseras
con hilos de colores. Los voluntarios de Amozoc enviaban las pulseras a España; Puentes las vendía y transfería el dinero para que se
lo entregasen a este joven y, así, ayudarle.
Había que recorrer una senda tortuosa de casi dos
kilómetros hasta llegar a su casa. No costaba mucho imaginarse lo que sería este sendero en días
de lluvia inmisericorde. Gallinas y guajalotes alborotaban ante su humilde vivienda.
Cuando Chonito, huérfano de madre, tenía 12 años, la
rama del árbol al que había trepado se desgajó y, como consecuencia de la
caída, la columna sufrió un daño irreparable. Desde entonces pasa prácticamente todo el día postrado en la cama. Cuando los voluntarios de Amozoc llegaron a Tepetzintan se interesaron por su caso y, después de hacer interminables gestiones en el hospital de Puebla, consiguieron que fuera atendido para realizarle diferentes análisis y pruebas. Pasaba unos días en el hospital y otros días en las casas de
los voluntarios de Amozoc. Las sesiones de rehabilitación, los diferentes tratamientos y las medicinas de choque no consiguieron apenas nada. Y Chonito regresó definitivamente a su casa de Tepetzintan. Le aconsejaron que algún familiar le ayudase a hacer todos los días unos ejercicios de rehabilitación, para no perder musculatura, pero al
padre se le olvida con frecuencia. Muy de mañana, su padre y su madrastra salen a
trabajar el campo de maíz y el huerto, y Chonito pasa casi todo el día solo. Cuando se encuentra un poco menos cansado, teje las pulseras de colores con los hilos que los voluntarios le han
proporcionado. Cuando yo lo conocí, tenía 23 años.
Llego a su casa donde la puerta está siempre entornada, para que cualquiera pueda entrar. Está solo y echado
en un camastro. Una tabla de madera hace de jergón. Un par de mantas delgadas son su colchón. Al vernos, intenta incorporarse. Poco después, un par de
sobrinillos de Chonito, llega a casa, pero se quedan en un rincón, sin
molestar, curiosos ante esta visita.
Chonito. Delgadez extrema en todo su cuerpo, carne fofa sobre sus huesos, color cetrino en su piel. Una expresión seria en su rostro. Unos ojos profundamente
negros, de resignada actitud ante la vida, de estoicismo frío ante la
existencia. ¿Cuándo fue la última vez que se rio a gusto? No sé cuántos kilos pesará, pero parece que tiene el peso de un
gorrioncillo al que una ráfaga de viento puede arrojar fuera del nido. Tiene un
hilo de voz en su garganta. Pero de su boca no salen sino palabras de gratitud y de bendición al
Señor que ‘es bueno conmigo’. Será sin duda por esto por lo que Chonito es
considerado por sus vecinos un 'ángel'. Un joven enfermo, postrado en cama, frágil y débil como una brizna de hierba, es capaz de consolar, con palabras, con su actitud de
mansedumbre, con su fe de niño, a las pobres gentes del lugar. Son muchos los que a lo largo de la semana se acercan para visitarle. Le ponen al día de sus vidas, le cuentan sus pesares, le piden oraciones y bendiciones para sus cuitas y sus problemas, para sus pobres almas de este rincón extremo de México. Le
llevan unos fríjoles o unas tortillas recién hechas. Y él lo acepta todo, los pesares y las tortillas, con serenidad y con paz. Y lo ofrece todo, oraciones y bendiciones, completamente convencido de que, por encima de todo, "Diosito me
quiere y no me dejará nunca”.
Puentes: 25 años de una corriente solidaria. Tepetzintan - México, 2010.
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