domingo, 12 de enero de 2025

Esperanza, optimismo, entusiasmo… Adelio Antonelli

 


“¡Sí!, toda nuestra vida es  como una bella fiesta. / Y para todos puede ser una hermosa aventura / si cada cual sabe ofrecer para todos los demás  / lo mejor que hay en él con sonrisa y esperanza.”

Estos versos de una de las muchas canciones que compuso, y que nosotros, alumnos del Colegio San José, tarareamos en más de una fiesta, bien podría ser el resumen del carácter y de la espiritualidad del P. Adelio Antonelli que falleció el pasado 7 de enero de 2025, en la ciudad italiana de Bari.

Hay personas cuya desaparición provoca una inevitable tristeza, pero también el sentimiento de una inmensa gratitud por haberte cruzado con ellas y haber salido mejorado del encuentro. Para mí, P. Adelio Antonelli fue un educador confiable, un maestro seguro. Y más tarde, y para siempre, un amigo. Esta es mi evocación, tan personal como subjetiva.

¡La vida es bella!

Teníamos 17 ó 18 años. Acabamos de descubrir a Sartre, Camus y Beauvoir. Leíamos fragmentos de sus ensayos y novelas. Y como además éramos pretenciosos y petulantes, creíamos que poner cara de existencialistas era lo que tocaba, como fumar, dejarse barba y pelo largo, llevar un jersey de cuello vuelto y pantalones de campana, o escuchar a Pink Floyd. Cursábamos COU. La vida era una pasión inútil. Nada tenía sentido. Nada a nuestras espaldas; nada en el horizonte. El infierno eran los otros. Tinín, compañero y brillante poeta, escribía versos fatalistas que nos enardecían, y que incluso a la profesora progre del Instituto le parecían excesivos: “Oh, bel pessimiste”.  Y entonces un día nos armamos de esnobismo, puro postureo, diríamos hoy, ganas de provocar y de nadar a contracorriente... y armamos una performance en la misma capilla: diapositivas lánguidas y tristes, música peliculera, diálogos calcados de eslóganes del existencialismo francés… La vida no tenía sentido. Decir adiós a la existencia era una opción bastante razonable. Padre Adelio no hizo ningún comentario durante toda la representación. Y se mostró respetuoso en todo momento con nuestra perorata fatalista y suicida. No entró al trapo ni se rasgó las vestiduras. Quizás pensó que era una pose. Tal vez creyó que la juventud tiene sus crisis y que deben ser  respetadas.

La respuesta llegó en la homilía del domingo siguiente: “La vida es bella. La vida tiene un sentido, el que tú quieras darle. Solamente cuando nos proponemos ayudar, compartir los talentos, ponernos al servicio del otro, caemos en la cuenta de que podemos hacer felices a los demás y, de paso, alcanzar también nosotros la felicidad. El paraíso son los otros (lo escribió Gabriel Marcel)”.  Y llevando la contraria a Sandro Giacobbe, que por entonces triunfaba en la música, nos dijo: “vosotros repetís mucho un verso de la canción El jardín prohibido: “La vida es así; no la he inventado yo”, pero yo os digo que a cada momento inventáis la vida, y que la vida será lo que vosotros queráis que sea. Vuestra es la responsabilidad de ser buenas personas, lo que os hará sentir felices y contentos, o ser unos egoístas, y, por lo tanto, sentiros desdichados y tristes”. Fin de la homilía.  Era la primavera de 1977. El lugar, la capilla del Hogar Beato Luis Guanella, en la calle Esperanto, 5, de Palencia. Probablemente, la homilía no la entendimos del todo en ese momento. Fue un sermón para comprender mucho más tarde. Los padres y los maestros dan consejos para el futuro, cuando nos tocará caminar sin las muletas de esos padres y maestros. El poeta José Agustín Goytisolo había escrito –y Paco Ibáñez cantado-: “La vida es bella, ya verás, porque a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos”. Adelio nos dijo algo más: “la vida será bella si haces amigos, si das amor, si haces amigos”.  

Optimismo, entusiasmo, esperanza…

Adelio Antonelli fue un hombre inasequible al desaliento. El optimismo le acompañó como una segunda piel, inseparable de su forma de vivir y de ver la vida, de ejercer el sacerdocio. La vida como una bella fiesta, como una hermosa aventura, a condición de ofrecer a los demás lo mejor de nosotros, con una sonrisa y un poco de esperanza. ¿Se puede decir más?

Siempre le recuerdo lleno de entusiasmo. El origen de la palabra griega entusiasmo es hermoso. Un vocablo compuesto de dos raíces “en, dentro” y “theós, dios”. ‘Una chispa divina en el interior”. Lo divino penetra al ser humano y le hace entusiasta, a pesar de los dolores y las penas, los problemas y las adversidades. Tenía el optimismo en su ADN. Y cuando pasábamos por su despacho a charlar un rato, a que él orientara nuestro espíritu, qué dirección debíamos dar a nuestra vida, acudíamos con una sombra de temor, pensando que nos recordaría las distracciones en la capilla, la gandulería en el estudio, las riñas con los compañeros, los pensamientos y actos turbios. Y sin embargo, desde el otro lado de la mesa,  P. Adelio nos insuflaba ilusión y energía, sabía ver lo mejor de cada uno, encontrar una chispa de bondad, de generosidad en cada niño, en cada adolescente: “Eres un buen chico, tú puedes, tú vales. Verás cómo lo consigues. Ten un poco de paciencia. Pídeselo a Dios”. Así que salíamos del despacho pensando que éramos uno chicos pero que bien majos, que por delante teníamos una vida entera para ser buenas personas, que los rasgos bruscos de nuestro carácter se irían dulcificando. Salíamos consolados, llenos de aliento, … y con algún caramelo de menta o limón en la mano

Solamente le vimos llorar desconsolado en una ocasión: la tarde del 9 de octubre de 1971, cuando reunió a toda la muchachada en la capilla del Colegio San José para comunicar que el hermano Juan Vaccari acababa de morir en un accidente de carretera. El amigo lloraba al amigo que acababa de perder. Y nos parecía que sus lágrimas eran lógicas y normales. También nosotros estábamos llorando. Y también, en otro momento, le vimos apesadumbrado y roto, como una rama desgajada por el viento, como soportando un peso más fuerte que él mismo: un alumno de 14 años, Mariano Fuente, acababa de ahogarse en el pantano durante un campamento, a pocos metros de donde él estaba y sin que nada pudiera hacer por salvarle la vida.

Con la música a todas partes

“La música –está escrito con hilos de seda y oro en el tapiz de Castrojeriz- calma a los hombres, amansa a las fieras, aplaca a los dioses” (Mitigat homines. Temperat feras. Deos placat). Lo sabía bien Adelio. La música espanta los pesares, y también nos torna más delicados y pacíficos. “El órgano en la misa; el acordeón en la mesa”. La primera imagen que nos ha venido a muchos nada más conocer su fallecimiento ha sido la de un Adelio Antonelli (bajo de estatura física, alto de estatura moral), sonriente y feliz con el acordeón sobre su pecho, y los dedos ágiles en teclado y botones.

En la capilla colegial era el encargado de tocar el órgano, de enseñar las nuevas canciones de misa, y de dirigir el coro de los niños. Y en cualquier celebración, velada o fiesta ahí estaba él con su acordeón. Era suficiente que alguien tararease tres notas, para que él pudiera acompañar con el acordeón. La música estaba en su oído y en sus dedos. Cuántas canciones españolas nos enseñó en la capilla y en el salón de actos del colegio, pero también en los campamentos de la montaña palentina o de la costa cántabra. Podía empezar con Eres alta y delgada, continuar con la jota Por el Puente de Aranda, Asturias, patria querida, Desde Santurce a Bilbao, El vino que tiene Asunción, A mí me gusta el pimpiri-pimpimpín.., para terminar con el inevitable Viva España. Y por supuesto, en seguida nos enseñó canciones en italiano. La primera de todas O bella ciao, pero también La domenica andando alla messa, Caro Gesú bambino o tu Scendi dalle stelle, y algunas más. A él le teníamos que dirigir las peticiones de discos nuevos para la discoteca (algo muy novedoso en un internado de frailes). Todo hay que decir que nuestras peticiones no eran Bach ni Beethoven ni Mozart, pero sí Goodbye, goodbye, Esa niña que me mira, La fiesta de Blas, Eres tú. El Casatschok, Eva María, Cuando salga la luna, Black is black, Let it be. Él, por su cuenta, completaba la discoteca con vinilos de cantautores comprometidos, como se decía entonces. Y todos contentos.

Educar desde el corazón

Había nacido un 3 de diciembre de 1939 en Villa San Sebastiano, una pedanía de Tagliacozzo,  a unos 100 kilómetros de Roma. Y siendo aún un niño -tenía 13 años- ingresó en el seminario de los padres guanelianos. En 1968, recién ordenado sacerdote, llegó al Colegio San José, de Aguilar de Campoo.  Y se hizo cargo de la dirección espiritual de los alumnos, así como de las clases de religión y de música. Fue también padre maestro de los primeros novicios españoles. Después pasaría como educador a la casa Hogar Beato Luis Guanella, de Palencia. Años más tarde, regresaría a Aguilar de Campoo donde se haría cargo de la dirección del Colegio San José, renovando el estilo pedagógico y manteniendo una relación más fluida con los padres de los alumnos, como solían recordar con frecuencia los profesores Moisés, Mariano y Javier. Aún permaneció varios años en España, antes de cruzar el Charco y empezar su etapa misionera en Argentina y Paraguay. Volvió a Italia, concretamente a la ciudad de Bari, donde fue responsable de una residencia de ancianos. Sus últimos años los pasó en Roma, echando una mano y animando el centro para personas con discapacidad y el asilo de ancianos, ayudando en la pastoral y acompañando a los buonifigli cuando en verano iban de vacaciones al mar. Y hasta el último momento, supo ser una presencia cercana para los numerosos trabajadores y voluntarios de estas casas romanas de Via Aurelia Antica, con algo muy sencillo, como recordaba José Ángel Villegas: les entregaba un papelito con una frase, un dibujito, un verso. Una siembra callada y perseverante. Probablemente, algún día sepamos los frutos que esta sementera tan delicada ha dado en medio de los trabajadores que cuidan a ancianos y buonifigli. Y por supuesto, de vez en cuando, les organizaba alguna pequeña fiesta: él mismo preparaba para todos la sangría española o ejercía de experto 'cortador' de jamón, para concluir con canciones populares que acompañaba con su acordeón. 

En su época aguilarense, fue uno de los impulsores de las famosas Semanas de la Juventud. Una reunión que aglutinaba a los diferentes colegios: mesas redondas, conferencias, marchas senderistas, debates, cine de autor y músicos. Logró traer a Agua Viva y a Ricardo Cantalapiedra, por entonces cantautores bastantes conocidos, para animar con cantos de utopía y crítica social a una juventud que empezaba a despertar de una larga siesta (eran los primeros años de los setenta). Formando equipo con los párrocos de Aguilar, se unió con entusiasmo a la ‘Operación ladrillo’ que tenía como objetivo construir modestas casas para unas familias gitanas que vivían aún en chabolas en la subida al pantano de Aguilar.

Años después, ya como director del Colegio San José, incrementó la colaboración con la parroquia, los colegios y el ayuntamiento de Aguilar. Abrió de par en par el colegio para que las distintas agrupaciones musicales que participaban en la Semana del Románico pudieran alojarse en los dormitorios vacíos de estudiantes durante el mes de agosto.

Cuando ni en colegios públicos ni en privados se hablaba, ni por asomo, de educación sexual en la adolescencia, él nos impartía una asignatura llamada “Educación para el amor”, donde se hablaba de la sexualidad, con respeto, seriedad, pero sin tapujos ni hipócritas pudores. Educar fue su vocación. Y lo hizo desde el corazón y la benevolencia, la sonrisa y el intento de comprender a su interlocutor.

Le recuerdo en mil cosas: sacando adelante un cancionero en hojas ciclostiladas, una imprenta primitiva con la que había que pelearse con la tinta y los clichés. Y aunque le gustaba el estudio (hizo una licenciatura en psicología por la Universidad Sacro Cuore de Milán y un curso sobre juventud y adicciones en España) no le importaba ponerse el mono, mancharse las manos y ejercer de ‘manitas’. Se empeñó en cambiar las viejas ventanas de hierro de la zona norte del colegio, oxidadas y que cerraban mal, por ventanas de madera. Y se empeñó en decapar las puertas grises del colegio y sacarles la madera original de pino. Cada otoño cogía el coche y hacía una escapada con amigos a pueblos burgaleses para coger setas y luego preparar conservas. No paraba de invitar a familiares, amigos, curas y religiosos, e incluso conocidos a tomar un buen café y un buen gelato italiano, o un plato de pasta en el Colegio, y después sentarse sin prisas a conversar y arreglar el mundo. A veces para desesperación de las cocineras por este continuo ir y venir de invitados. Y era el primero que se apuntaba al equipo de fútbol que enfrentaba a curas y alumnos, un clásico partido sobre el campo de tierra.

El don de la amistad

Adelio fue un cura increíblemente sociable, con una gran capacidad para entablar relaciones, crear lazos, fortalecer vínculos y  cuidar a las personas, con gestos y detalles. En España ha dejado una estela de alumnos apenados y, al mismo tiempo, agradecidos, pero también familias enteras de pueblos y ciudades, profesores del internado, amigos en Aguilar y Palencia, hermanas guanelianas para las que fue compañía y guía espiritual. Fue una ayuda inestimable en la larga y penosa enfermedad de sor Carmen Rodríguez, acompañando con delicadeza y ternura a la enferma y a su doliente familia. Volvía encantado una y otra vez a España, con la excusa de cualquier celebración, aniversario, un acontecimiento gozoso, como una boda, o doloroso, como un entierro. En España, dejó parte de su juventud, los mejores años de su vida.  

Era el más italiano de los educadores italianos. Y constantemente le gustaba hablar de su tierra italiana, de costumbres, de paisajes, y de cantos. Y sin embargo, cuando volvió a Italia, fue el más español de los italianos, recordando a todos sus años juveniles en España, las comidas, los lugares, las canciones.

La amistad la cultivó sobre todo con su sonrisa, haciéndote sentir cómodo, no sacando nunca un tema que pudiera incomodarte o herirte. La sonrisa fue un arma en su carácter. En los últimos años, sirviéndose de las tecnologías, enviaba un whatsapp de buenos días, una foto de una fiesta a la que había acudido o de una misa que había celebrado, e incluso un audio cantando una estrofa de alguna conocida canción de los tiempos pretéritos. Era su forma de hacerse sentir cercano, de recordarte que estabas aún en su cabeza y en su corazón.

La curiosidad por lo que acontecía a su alrededor no le abandonó nunca, lo mismo que el asombro ante lo que sucedía en la Iglesia o en el mundo. En la escritura encontró, en sus últimos años, un refugio de creatividad. Poemas sencillos, versos como un relámpago, haikus delicados, destellos de luz, rachas de viento. Cualquier cosa ordinaria era motivo para tejer palabras y construir versos. Profundidad del místico. Belleza del artista. Muchas mañanas o muchas noches, sus amigos se despertaban o se acostaban con un sencillo poema recién escrito. Se atrevió incluso con la escritura en español. Y cuando comprobaba que no había cometido ningún error ortográfico o gramatical en una lengua que no era la suya, se sentía feliz como un niño. En 2019, publicó un libro con una selección de sus mejores poemas, con el título “Gocce di rugiada su un mare di sabbia” (Gotas de rocío sobre un mar de arena). Sólo transcribiré un breve poema titulado ‘Felicità’

Alba radiante, / ocaso de colores. / Belleza, / sinfonía de vida, / corazones amantes, / amigos en fiesta. / Dios en el hombre, / el hombre el Dios: / artesanos, /poetas. / Amarse amando; / luz sin fin. / Latido del corazón, / eterno.

En su existencia de 85 años fue fiel a la congregación de los guanelianos, donde había entrado siendo un niño. Un sacerdote feliz de serlo y de testimoniarlo. Fue leal a los muchos amigos conocidos a lo largo de décadas en diversos países. Fue fiel a la música que le daba la vida y la alegría. Y fue fiel –fidelísimo- a su carácter entusiasta, optimista y esperanzado. Virtudes cristianas. Virtudes humanas. Al final quedan la fe, la esperanza, el amor. La más importante es el amor, como recordaba a tiempo y a destiempo Pablo de Tarso. Probablemente, Adelio Antonelli hubiera puesto la esperanza al mismo nivel que el amor. Porque sin esperanza el ser humano ya no es humano. Ya no es nada. Mota de polvo. Brizna de hierba seca. No creo equivocarme si digo que la esperanza únicamente le abandonó cuando su corazón dejó de latir, y sus pulmones, de respirar.


Colegio San José: Concurso Cultural

Al lado de Bruno Capparoni

El equipo de fútbol de los curas y profesores


En una reunión de ex alumnos de Aguilar 

En una de las visitas del obispo Nicolás Castellanos

Bendición de coches en el patio del Colegio

Celebración de la misa, al lado de Mario Bellarini

Un libro con los mejores poemas de P. Adelio

En una entrega de premios en Colegio San José

Celebración de los 50 Años de la muerte del Hermano Juan

Ejerciendo de cortador de jamón. Roma

    

Con José Ángel Villegas y sor Clelia

Adelio tocando el acordeón al lado de Alfonso Martínez

En Roma, transcurrió sus últimos años

2021: Ofreciendo su testimonio sobre el Hermano Juan

Roma: misa de funeral en la Casa de San Giuseppe

El féretro abandona Roma para ser enterrado en su pueblo natal.

Poema dedicado a P. Adelio, y escrito por Alfonso Martínez 




 



lunes, 6 de enero de 2025

Los cayucos de las mafias


        En medio de la incesante llegada de migrantes a las islas Canarias y cuando faltaban pocas horas para finalizar 2024, la Guardia Civil emitía un comunicado en el que afirmaba haber detenido a siete personas como presuntos autores de la muerte de cuatro migrantes durante la travesía desde Gambia a Canarias en un cayuco con 207 personas a bordo.

        Parece ser que debido a las condiciones durísimas de navegación, uno de los migrantes sufrió un episodio de desorientación lo que provocó desórdenes en el barco. Los patrones de la embarcación mantuvieron un rifirafe con el migrante en cuestión y con aquellos que trataban de defenderle. 

        Para atemorizar a los migrantes y restablecer la autoridad decidieron tomar represalias. Y de esta forma acabaron con la vida de cuatro migrantes, según han confesado los compañeros del infortunado viaje a la Guardia Civil.

        Un episodio trágico que nos acerca una vez más al problema migratorio. Europa se encuentra desde hace tiempo ante un dilema político y moral de difícil solución. Por un lado está la respuesta humanitaria de prestar ayuda y acogida a los que llegan a nuestras costas. Por otro lado, es consciente de que las mafias seguirán con su lucrativo negocio mientras el sistema humanitario siga funcionando. El elevado peaje que deben pagar los migrantes para subir al cayuco, exorbitante para un africano medio, no asegura siquiera el éxito de llegar sano y salvo a buen puerto. Como en tantas historias, de momento parece que la partida la ganan las mafias que operan sin cortapisas en las playas donde zarpan los cayucos.  


domingo, 5 de enero de 2025

La estanpita del Corazón de Jesús

 


Algunos de mis contactos de whatsapp han colgado en los últimos días una imagen del Corazón de Jesús en su estado. El hecho de que una televisión pública (pagada por todos) hiciera burla de una imagen devocional ha suscitado en muchos creyentes el deseo de mostrar en sus redes sociales el respeto que esta imagen les merece. No vale la pena gastar un minuto en condenar conductas poco respetuosas. Probablemente ni siquiera la presentadora en cuestión era consciente de ello; tal vez esto hay que achacarlo al  ‘todo vale y todo da lo mismo’ de la sociedad actual. 

Sí que merece la pena (no hay mal que por bien no venga), en cambio, escribir unas líneas sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que se extendió por todo el orbe católico, y que modeló la espiritualidad de toda una época, introduciendo ternura, dulzura, misericordia y compasión en los corazones de muchos creyentes, precisamente porque el corazón de Jesús había sido ‘descubierto’ como un corazón tierno, dulce, misericordioso y compasivo.

Desde que el mundo es mundo, el hombre ha sentido que su corazón es el cofre donde se guardan los sentimientos: la alegría, la ira, la venganza, la paz, el dolor y el amor. Es verdad que las emociones se generan en el cerebro, pero todo el cuerpo las siente, especialmente el corazón. De esta manera, nos sale del corazón hacer una obra buena. Tenemos el corazón en un puño cuando andamos inquietos e inseguros. Rompemos el corazón a alguien cuando dejamos de amarle. No tenemos corazón cuando nos mostramos insensibles. Cuando somos sinceros decimos que hablamos con el corazón en la mano. De una persona a la que pueden sus sentimientos decimos que es todo corazón. Tocamos el corazón de alguien cuando le conmovemos. Se nos encoge el corazón por la tristeza o el miedo. Abrimos el corazón a alguien cuando le confiamos o confesamos algo muy personal. Y cuando una persona es muy buena decimos que no le cabe el corazón en el pecho. 

Los primeros cristianos guardaban memoria de la pasión de Jesús sufrida en el Calvario y del acto final de esta tortura que no fue otro sino el momento en que un soldado (la tradición dice que llamado Longinos) atravesó con su lanza el corazón de Jesús, certificando así su muerte, pero también su entrega total, hasta la última gota de su sangre, por todos a los que había amado y amaría en el mundo.

Pero en la larga tradición del cristianismo, fueron muchos los que pusieron su empeño en mostrar la omnipotencia y la omniscencia de Dios. Un Dios justiciero, sentado en su trono como un rey a la espera del Juicio Final inapelable. Un Dios terrible e implacable que guardaría memoria de cada uno de nuestras malas obras, palabras y pensamientos.

El 27 de diciembre de 1673, a la monja salesa, Margarita Alacoque, en el monasterio de Paray-le-Monial el Señor se le apareció por primera vez y le permitió que reposase su cabeza sobre su pecho. Y le mostró la primera representación del Corazón de Jesús: “un corazón como un trono en llamas, esplendoroso como el sol, con la llaga, rodeado de una corona de espinas y coronado con una cruz”.

Independientemente de estas apariciones misteriosas y de esta imágenes pías, lo que es más importante y lo que Margarita y todos los santos y teólogos se ocuparon de transmitir y difundir en adelante es que Dios tenía un corazón que sufría y se encogía, se rompía con el sufrimiento de los hombres, y rebosaba de gozo con los gozos de sus hijos. Dios no tenía un corazón de piedra, sino un corazón de carne, como el de cualquier humano, abierto al perdón y a la compasión. Todos podían acercarse a su corazón y encontrar descanso en su pecho. Él aliviaría el dolor de los agobiados por la vida.

Era un cambio de paradigma en la forma de ver a Dios: el corazón de Jesús latía al unísono con cada corazón humano. Y cada creyente o no creyente podía reposar su cabeza en el pecho misericordioso de Jesús. Era una espiritualidad que apelaba al sentimiento, a la afectividad, a la relación íntima y amorosa con Jesús. El corazón de Jesús bien podía comprender nuestro corazón tan voluble y tan variable que oscila entre la compasión y la rabia, la dicha y la amargura, la traición y el perdón, el amor y el desamor, la ternura y la insensibilidad, la dulzura y el aspereza.

Por ello, las gentes sencillas, las gentes que lloraban por el hijo al que no podían saciar su hambre, o por el hijo que iba a la guerra. Las gentes sencillas que trabajaban de sol a sol, o que eran víctimas de los señores injustos de cada momento, que no podían pagar las medicinas o tener más que una choza como vivienda, sintieron que podían reposar su cabeza sobre el pecho de Jesús. Jesús no era solo un Rey, un Creador, Señor Omnipotente de la vida y de la muerte. Era el padre amoroso, el hermano para siempre, el compañero compasivo del camino. La devoción al Corazón de Jesús arraigó en los creyentes con mucha fuerza y ahí ha permanecido hasta el día de hoy.

Después de Santa Margarita Alacoque, otros muchos difundieron esta devoción. Los jesuitas con su potente capacidad de transmisión hicieron lo suyo. Ya en 1883, de forma solemne, aceptaron la “suave carga de Jesucristo de practicar, promover y propagar la devoción a su divinísimo Corazón”. Por otro lado, las apariciones en Valladolid al P. Bernardo Hoyos y su labor constante por difundir el mensaje del Corazón de Jesús contribuyeron mucho a esta devoción en España.  Este es el motivo por el que la catedral de Valladolid esté coronada con la imagen del Corazón de Jesús. En el Cerro de los Ángeles, en el corazón geográfico de España, se levantó el templo dedicado al Corazón de Jesús. En 1919 el Rey Alfonso XIII consagró España a su Corazón.

En todos los países surgieron grandes templos dedicados al Corazón de Jesús. El Sacre Coeur de París, en el barrio de Montmartre, dominando toda la urbe, puede servir de ejemplo. Las esculturas del corazón de Jesús (multiplicadas por las copias realizadas en escayola)  inundaron cada templo que reservó un altar para esta devoción. Se levantaron columnas y monumentos coronados con esta misma imagen en muchas plazas. En las puertas de las casas se clavaba una placa y la plegaria “En vos confío”. La imagen del corazón de Jesús fue entronizada en muchos hogares. Y la jaculatoria “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío” fue una súplica constante en millones de bocas.  Y las estampitas de papel estaban en todas las casas, en los libros, en los bolsillos, en las carteras, en las mesillas de noche, en las paredes y en los escaparates de las tiendas. El almanaque del Corazón de Jesús es aún hoy en día un clásico en las papelerías de España. La Iglesia estableció el mes de junio como mes del Corazón de Jesús y fijó su festividad el primer viernes que sigue al segundo domingo después de Pentecostés.

Estas estampitas han llegado hasta nuestros días prácticamente invariables. Y son más que un trozo de papel barato. Seguirán ahí, cuando nosotros hayamos desaparecido, porque siempre habrá hombres y mujeres con el corazón roto por la vida, con el corazón en un puño por la inquietud, encogido por el miedo y la tristeza que ‘mirarán al que traspasaron’ con la poca o mucha fe que les quede, y que buscarán la paz y la serenidad en un Dios compasivo. Una paz y una compasión que no les dio el mundo, ni su prójimo. Y hartos de las palabras mentirosas y de los actos traicioneros de otros hombres que les arruinaron la vida, seguirán pasando sus dedos amorosos sobre la estampita del Corazón de Jesús.



El Sacre Coeur de Paris domina la ciudad

Monumento al Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles-Madrid

El Corazón de Jesús corona la torre de la Catedral en Valladolid


Placas del Corazón de Jesús en las puertas 

Corazón de Jesús entronizado en un hogar cualquiera


Imágenes en escayola de Olot, muy populares en parroquias españolas















sábado, 4 de enero de 2025

Las rosas de Heliogábalo, de Alma-Tadema

 

        Durante unos meses se ha podido disfrutar en Madrid de una selección de obras de arte del coleccionista mejicano Pérez Simón. De entre todas ellas, salí a la calle con el recuerdo de una pintura titulada Las rosas de Heliogábalo. Su autor, el neerlandés Lawrence Alma-Tadema. En 1888, a su taller de Londres llegaron decenas de ramos de rosas francesas que le sirvieron para alumbrar la que todos consideran su obra maestra. Alma-Tadema se sentía horrorizado por la sociedad industrial tan gris de aquel momento y buscó inspiración en el mundo antiguo.

        Las rosas de Heliogábalo hace referencia a un episodio contado en Historia Augusta según el cual en una de las muchas veladas organizadas por el excéntrico emperador Heliogábalo (218-222), este hizo llover sobre los invitados, hermosas mujeres, hermosos hombres, una lluvia de rosas tan inmensa que algunos murieron ahogados. 

        En la pintura, el emperador (tenía 14 años cuando subió al trono y 18 cuando murió asesinado) preside un banquete al lado de un grupo de invitados. Por debajo del estrado, hombres y mujeres asisten atónitos e indolentes a este espectáculo de la lluvia de rosas bajo las cuales al final morirán ahogados. 

        Heliogábalo ha pasado a la historia como un degenerado que consumió su joven vida en medio de todos los vicios y las excentricidades. Cuando se es tan joven y se tiene tanto poder probablemente la tentación de utilizarlo mal es absoluta. El óleo de Alma-Tadema, con su increíble luminosidad, su cromatismo suave, es también un engaño y una burla, y esconde el anuncio de la muerte que puede llegar en medio de un banquete, con el sonido ligero de una doble flauta y miles de pétalos de rosas cayendo sobre las cabezas y ahogando con su perfume embriagador a los ignorantes ciudadanos que se creían honrados por asistir al banquete imperial y en el que, sin embargo, la muerte vino a sepultarlos en medio de un intenso olor a rosas. Con frecuencia los súbditos son solo juguetes en las manos despiadadas de los poderosos que encuentran mayor disfrute en el sufrimiento de sus ciudadanos que en su prosperidad. 

miércoles, 1 de enero de 2025

Unamuno: "primero la verdad que la paz"

        


        Cada 31 de diciembre son muchos los que se acercan ante la escultura en Salamanca de Miguel de Unamuno (obra de Pablo Serrano) para rendirle homenaje en el aniversario de su muerte. Está situada frente a la casa en la que vivió y murió el "rector perpetuo" de la universidad salmantina. 

        Ni en vida ni en muerte Unamuno contentó a nadie. Su divisa fue: "Primero la verdad que la paz". Y en esa España de conmigo o contra mí, era imposible que contentase a nadie. Clamó contra los excesos de la República y clamó contra los excesos del Alzamiento. Y se quedó varado en tierra de nadie. Ese es el destino de los que buscan la verdad. La tercera España que él soñó y que soñó un pequeño grupo de intelectuales no era miel para los labios de tantos asnos. 

     El mensaje de Unamuno sigue de actualidad en este tiempo de polarización y extremismos. Todos intentan apropiarse de don Miguel, vasco universal que encontró su lugar en el mundo en la Salamanca de piedras doradas. Los últimos meses (los que van desde su incidente con Millán de Astray en el paraninfo de la Universidad hasta su muerte), los pasó recluido en su casa, en una trágica soledad, metáfora de la soledad de un pueblo abocado al abismo fratricida. Una losa y unos versos en el cementerio de Salamanca guardan el 'insomnio' eterno de don Miguel: "Méteme, Padre Eterno, en tu pecho / misterioso hogar / dormiré allí, pues vengo deshecho/ del duro bregar”.

         En estos tiempos de posverdad y relativismo, Don Miguel de Unamuro sigue dictando desde su cátedra eterna lecciones muy útiles de convivencia.

domingo, 29 de diciembre de 2024

Lecturas de 2024

 

Los libros que nos hacen libres. O eso creemos. Y los libros que nos libran, un poco al menos, de la chabacanería y el garrulismo reinante de los medios de comunicación que se deben a su dueño o a su gobierno de turno. No hay nada nuevo bajo el sol. Pero siempre existe la oportunidad de escoger un libro, retirarte a tu cámara silenciosa, y que sean las páginas de una novela o un ensayo las que te abran una brecha en el compacto muro del pensamiento único reinante y aplastante. Buenas y hermosas lecturas en 2024. También inspiradoras. Además de los 10 libros elegidos (difícil resumir en diez), han estado Ismail Kadaré, Carson Mc Cullers, Alexandre Solzhenitsin, José Jiménez Lozano, Stefan Zweig, Manuel Jabois, Alice Munro, Colm Toibín, Orhan Pamuk, Fernando Aramburu, Paco Roca, Álvaro Pombo y algunos más… No parece mala cosecha. Muy al contrario…  

 Maestros de la felicidad, de Rafael Narbona

Desde hacía tiempo venía leyendo con fruición los artículos de Rafael Narbona, cargados de sensatez y compasión, también de melancólica evocación. Este año el antiguo profesor de filosofía en un instituto madrileño ha publicado “Maestros de la felicidad”. No es un manual de filosofía, sino un libro de hermosos perfiles sobre los grandes pensadores de la Historia que han observado el mundo, y han sacado inteligentes conclusiones.  Después, las han plasmado en sus escritos, que han marcado, aunque no lo sepamos, nuestra forma de pensar y de sentir.  Platón, Aristóteles, Marco Aurelio o Séneca, Jesús, Pablo de Tarso o Agustín de Hipona, Erasmo o Montaigne, Pascal o Spinoza, Albert Camus, Hanna Arendt o Viktor Frankl han abierto resquicios en nuestras mentes graníticas. El mérito de Narbona es la sencillez, el arte de un profesor experimentado en hacer clases amenas un lunes por la mañana. Rafael Narbona nos asegura, y lo sabe por experiencia, que el pensamiento, la filosofía, los libros son medicina y terapia y que funcionan mucho mejor que los medicamentos antidepresivos.

 El misterio de Vega Sicilia, de Alfonso Armada y Luis Alas

El título es exacto, porque siempre el misterio ha acompañado a esta finca vinícola situada en el término municipal de un pequeño pueblo vallisoletano, Valbuena de Duero, y muy cerca del mío, y en cuyos viñedos han trabajado y trabajan gentes de mi pueblo. Un vino que ha alcanzado el rango de mítico, por su calidad secular, su escasez y su presencia en las más afamadas mesas, aquí y allende de nuestras fronteras. Una bodega de renombre internacional, una marca considerada como uno de los 10 mejores vinos del mundo… El pasado mes de febrero viví con mucho interés la visita a esta bodega y pude entender un poco la filosofía que hay por debajo de una excelencia reconocida: el amor a esa tierra bañada por el Duero y el control de todo el proceso vinícola: desde la poda, la vendimia, el laboratorio, el conocimiento de cada de cada metro del terruño, la tonelería y sus tostados, los corchos, el reposo de los vinos, la ausencia de prisas y una limpieza digna de un quirófano. Alfonso Armada recorrió los viñedos, conoció cada rincón de la bodega y entrevistó a los trabajadores. Luis Alas fotografió las manos agrícolas, los rostros surcados de los operarios, y cada etapa del proceso de producción. El resultado: un libro hermoso sobre la finca de Santa Cecilia (nombre original) que desde hace siglos ama el vino con pasión de otros tiempos.

El cero y el infinito, de Arthur Koestler

Es la novela más conocida del escritor húngaro. A lo largo de sus páginas, asistimos a los interrogatorios a Rubachof, por parte de sabuesos inquisidores, acusado de haber abandonado la línea ortodoxa del partido comunista y considerarlo un desviacionista. Tamaño crimen para el Partido era castigado con la cárcel, la tortura, la expulsión, el destierro y, en demasiadas ocasiones, la muerte. Primero, Rubachof era un ortodoxo y era él quien hacía las preguntas a los ‘desviados’. Ahora, está en el otro lado de la mesa. No es una novela que abunda en episodios morbosos y truculentos, sino que nos dice cómo se construye el pensamiento único de una dictadura que no admite ninguna desviación ni pensamiento individual. Las purgas estalinistas fueron muchas, con diversos matices en cada nación de la órbita soviética, pero todas ellas responden al mismo patrón: la línea del partido sólo puede mantenerse a sangre y fuego. Los ciudadanos son así sujetos que no se pertenecen a sí mismos; pertenecen al Estado, señor de vidas y haciendas. Desasosegante novela que no ha perdido su actualidad.

 

El siglo de la soledad, Norena Hertz

Durante varios jueves, tuve la suerte de hablar y debatir sobre este libro de Norena Hertz,  Con contertulios que aportaban variados y ricos puntos de vista al problema de la soledad. El pensamiento de la escritora americana habla de una sociedad cada vez más conectada a través de las nuevas tecnologías y las redes sociales, pero con un creciente y dramático sentido de soledad. Las personas se sienten cada vez menos acompañadas y más solas. Y en la raíz de esta soledad está la creciente incapacidad para crear vínculos fuertes y serenos con la familia, los amigos y los compañeros de trabajo. En el mundo occidental (con mucha mayor incidencia en el ámbito anglosajón), millones de personas viven y se sienten solas, a veces únicamente acompañadas por una mascota o por un robot que les habla o pregunta algo. El hecho de que un buen porcentaje de jóvenes en Japón, por ejemplo, rechace el contacto físico y viva su sexualidad virtualmente, o el hecho de que muchas personas mueren solas sin que nadie se entere y nadie pregunte por ellas, son simplemente dos metáforas de una sociedad que vive la soledad no deseada como una enfermedad verdaderamente letal.

 El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac

Una tarde curioseando en la biblioteca, me encontré con este libro y con su primera línea, casi como una bofetada: "Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba junto a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento".  El resto de la novela de esta prometedora autora rumana resume los tres últimos meses que vivieron madre e hijo juntos de vacaciones en un pueblo francés. Muchos años después, el pintor Aleksey, el hijo de la mujer de ojos verdes, evoca ese periodo de rencor y odio, del doloroso recuerdo de la hermana desaparecida y de la madre que culpa y rechaza al hijo. Y de la enfermedad mortal de la madre, ese tiempo que nos pone contra las cuerdas y nos impone el entendimiento y la concordia, el reencuentro y el perdón, porque todos, en fin, caminamos dando tumbos con nuestras propias heridas.  

 Ante todo no hagas daño, de Henry Mash

Mi amiga Lucía, lúcida lectora, me lo aconsejó. Se trata de las memorias profesionales de brillante neurocirujano inglés Henry Mash. Lo vemos en su época de estudiante y luego ya en el quirófano del hospital. Cada mañana tiene que abrir el cerebro de dos o tres pacientes y enfrentarse a lo desconocido en esa zona del cuerpo humano tan inexplorada y misteriosa aún. Con prodigiosa memoria evoca a los pacientes que pasaron por la mesa de operaciones y nos habla de los tumores que albergaba su cerebro. Y lo hace con una claridad tan inequívoca que cualquier lector pagano puede hacerse una idea de la enfermedad que padecen. Henry Mash se enfrenta a muchos dilemas morales cada mañana, a muchas decisiones que tiene que tomar en cuestión de segundos y a muchos contratiempos que le ponen al borde del abismo. Admite, cosa bastante poco habitual, algunos errores garrafales que dejaron secuelas en los pacientes. Pero Henry Mash perteneció a la vieja escuela de médicos humanistas para los cuales salvar vidas era un imperativo que no era posible dejar de cumplir. Mash nos habla de la necesidad de compasión y de empatía, tan importantes como la destreza en el manejo del bisturí. Leí el libro con avidez y extraje enseñanzas: un médico sin valores éticos no debería pasar consulta. Al acabar la lectura, se lo aconsejé vivamente a mi sobrina, María, una joven estudiante de medicina.

Koba el terrible, Martin Amis

    Iosif Stalin se hacía llamar Koba, nombre de un montañés legendario de Georgia. Y este libro recorre la vida del zar ruso y responsable de la muerte de más de veinte millones de ciudadanos soviéticos. Al leerlo uno se siente abrumado por un espectáculo de horror: hambrunas programadas, exterminio de los propietarios de tierras, purgas, delaciones, campos de concentración, personas desaparecidas, esclavismo... en fin el experimento humano para crear “un hombre nuevo y asaltar los cielos”, máxima aspiración del politburó comunista. La pretendida dictadura del proletariado se convirtió en la más despiadada dictadura contra los proletarios. Pero lo que más llama la atención en el libro no es el horror ni el salvajismo contra la misma idea de humanidad (al fin y al cabo lo mismo se hizo en dictaduras de signo contrario), Martin Amis subraya un hecho vergonzoso que llega hasta nuestros días: los intelectuales progresistas europeos coquetearon, justificaron, alabaron el régimen comunista, cuando ya había información suficiente para denunciar la barbarie contra la población civil que se estaba llevando a cabo, una verdadera carnicería. Lo mejor del libro: la denuncia de la gran élite progresista europea que miró para otro lado porque, así lo justificaban, "la dictadura del proletariado" bien valía la pena, aunque rodasen unas cuantas cabezas... ¡veinte millones!

Sin miedo. Sin esperanza, Gabriel Albiac

Desde hace cien años, las terceras de ABC son las páginas literarias por excelencia del periodismo español y también las que guardan memoria de todos los debates culturales, sociales y políticos de ese territorio que aún llamamos España. Gabriel Albiac, que fue ardiente defensor del comunismo y después abjuró y renegó de él, ha recopilado en este libro algunas de las mejores ‘terceras’ publicadas desde 2009. Muy pocos escritores tan lúcidos, tan francotiradores y enemigos acérrimos de lo políticamente correcto como Gabriel Albiac. Iluminadoras resultan, por citar algunas: por citar algunas: Jerusalén, y su defensa de la gran cultura judía; La Tour en el Prado, sobre la exposición del pintor francés; Las Ramblas, a lo lejos, acerca de los atentados de Barcelona; El hombre que siempre miente, demoledor perfil del presidente Sánchez, Muerte de un maestro, evocación del filósofo Gustavo Bueno; Europa o el ocaso, sobre la decadencia espiritual del Viejo Continente. Los artículos de Albiac son una llamada a la inteligencia y a la razón, y por lo tanto muy necesarios en un momento de mamporreros y buenistas.

Septología, de Jon Fosse

El premio Nobel de 2023 nos hizo descubrir a muchos la obra del noruego Jon Fosse. Desde el primer libro supe que iba a ser uno de los míos. En este año he leído su Septología, compuesta por varios volúmenes que llevan por título El otro nombre, Un nuevo nombre y Yo soy otro (pueden leerse como un todo, o por separado) nos cuenta la historia simple y rutinaria de un pintor ya mayor. Un largo monólogo de Asle, lleno de evocaciones y recuerdos, de lo acontecido y lo soñado. El lector tiene que situarse como en una playa a la que va llegando el oleaje del mar. Una canción eterna de sonido y de belleza. La vida del Asle pintor tiene mucho de la vida del Fosse escritor, sobre todo el alcoholismo superado y la conversión al catolicismo. El libro está escrito en un tono melancólico y poético, como una concatenación de días y noches, como las pinceladas sueltas de una pintura. Y también en un tono de repetición como la salmodia de un rosario: Ave María gratia plena Dominus tecum… De hecho cada uno de los libros acaba siempre con las palabras del avemaría en latín.

 Valentino, de Natalia Ginzburg

Hay autores de los que te gusta todo “hasta la lista de la compra”. A mí me pasa con Natalia Ginzburg, una escritora italiana que me ha dado horas dulces de lectura. Me seduce la aparente sencillez de sus relatos, la capacidad para dejar caer pequeños detalles que, al final nos darán el puzzle completo. Valentino es el protagonista, el varón de una humilde familia en el que ha puesto expectativas muy altas que poco a poco serán defraudadas. Es un vividor y tiene madera de parásito. Se casa con una mujer mayor que él, escasa de atractivo físico, pero de posibles económicos. Quien nos relata la historia familiar es la hermana de Valentino que nos va ofreciendo pormenores de cada uno de los miembros de la familia. Se defraudan unos a otros, porque todos tenemos expectativas muy altas frente a los demás, sin contar con que lo que vemos de cualquier ser humano es su fachada de cartón piedra que, cuando cae, produce frustración y rabia. Todos tenemos, en fin, secretos inconfesables y mezquindades para dar y tomar.



viernes, 27 de diciembre de 2024

La matanza de los inocentes, de Guido Reni

 


En medio de los relatos risueños o maravillosos de la infancia de Jesús, el evangelista Mateo narra en dos líneas el episodio de la matanza de los niños menores de dos años, por orden del rey Herodes: “Al darse cuenta Herodes de que aquellos sabios lo habían engañado, se llenó de ira y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo que vivían en Belén y sus alrededores, de acuerdo con el tiempo que le habían dicho los sabios”. Un pasaje que conocemos como la Matanza de los inocentes, y cuya festividad se celebra el 28 de diciembre. El hecho de que en la lengua castellana una de las acepciones del término ‘inocente’ sea, según la RAE, “cándido, sin malicia, fácil de engañar”, ha llevado a hacer del 28 de diciembre un día de bromas que sólo los crédulos y los inocentones se creen: las famosas “inocentadas”. Tal vez por ello, el mensaje dramático del 28 de diciembre pasa un tanto desapercibido.

Y sin embargo es una enseñanza perdurable: La historia, como se preguntaba a menudo José Jiménez Lozano, “¿girará siempre sobre los goznes de la bruticie?”. Y Simone Weil, con especial lucidez, recordaba que sólo la gracia puede evitar golpear con saña al prójimo.

Muchos pintores se inspiraron en el episodio narrado por Mateo para reflejar la violencia contra los inocentes. Una de las obras maestras del pintor boloñés Guido Reni (1575-1642) se titula precisamente La strage degli innocenti. En 2023, el Prado organizó una gran exposición sobre este artista y logró traer hasta Madrid esta obra que, excepcionalmente, abandonó el Museo Nacional de Bolonia.

En la mitad superior del cuadro, vemos dos escenas. Al lado izquierdo, dos ángeles, entristecidos, sostienen en sus brazuelos las palmas del martirio, listas para ser entregadas a los niños masacrados. En el lado derecho, vemos edificios del escenario donde se llevó a cabo la matanza, Belén, aunque este monumental palacio renacentista poco tenga que ver con las construcciones de la ciudad de Belén, “la más pequeña entre las ciudades de Judá”. El pintor quiso pintar el Palacio del Rey Herodes. En una de las balconadas podemos ver varios personajes observando la escena. Indiferentes al dolor y a la sangre, el Rey Herodes y su corte asisten impertérritos a la matanza, como si quisieran asegurarse de que la orden dictada ha sido cumplida, dudosos también ellos de que los soldados obedecieran y ejecutasen tamaño crimen.

La escena en primer plano corresponde propiamente a la masacre: seis madres, dos soldados y unos infantes degollados o a punto de serlo. Y en el centro del centro está el puñal asesino. Refulge como un rayo. Justo un segundo después de que tus ojos hayan contemplado esta escena, el puñal habrá descendido y habrá penetrado la carne inocente de una criatura. El puñal no sólo está. El puñal es. Una presencia incuestionable y trágica que llena toda la escena. ¿Prevalecerá siempre el puñal sobre las manos protectoras de una madre? ¿Prevalecerá siempre la violencia sobre la dulzura de una nana? El mundo enmudece. El movimiento se congela. Las bocas de las madres se abren para prorrumpir un grito sin sonido alguno. Un grito silencioso.

Gritos mudos de las madres. Cuerpos de niños apretados a sus pechos. Súplicas piadosas que no encuentran oídos. Pies que intentan salir volando para salvar tesoros de vida. Rostros desencajados, más bien máscaras, que no entienden lo que está sucediendo, algo inaudito y nunca visto: degollar niños en tiempos de paz, sin razón y sin motivo. Cuerpecillos desnudos que ruedan por el suelo. La mañana de Belén en este día cualquiera estaba destinada a la rutina de encender el hogar, hornear el pan y comprar en el mercado. Pero cuando la violencia llega como un viento huracanado, arrasa con todo y deja los caminos sembrados de odio y preguntas lacerantes en el viento. Ni los antiguos dioses ciegos ni las justicias sordas del mundo responderán nunca.

Es en los rostros de las seis madres donde encontramos, dentro del sufrimiento, un despliegue de sentimientos, según la descripción de Giuseppe Nifosi: “horror en el rostro de la mujer a la izquierda, miedo en el de la derecha, consternación en el de la joven arrodillada, dolor congelado en el de la muchacha agazapada que retuerce las manos en el regazo y levanta los ojos al cielo…”. 

Y sin embargo Guido Reni no se recrea en el horror de la escena ni en la sangre. Los niños parecen dormidos y solamente muy de cerca podemos observar un rastro sanguinolento en torno a sus cuellos. A pesar de la tragedia narrada, no hay caos ni un gusto por lo macabro, sino un decoro en el pathos heroico de las madres. Y hasta lo soldados no reflejan en sus rostros ese salvajismo que se supone a los verdugos, ni esos rasgos de la maldad y del vicio, típicos por ejemplo de los sayones en los pasos de Semana Santa. También ellos son padres. En sus rostros prima la obediencia ciega de quien cumple órdenes más que la saña del carnicero.

La maestría de Guido Reni es capaz de encajar el relato de Mateo en un marco de increíble construcción geométrica, de potentes volúmenes que se equilibran como en una balanza, de ropajes de colores hermosos, y de una luz exquisita que subraya todos los detalles. Tanta es la perfección artística y la belleza estética que muy bien podrían apartarnos del dramatismo narrado. Las  figuras tienen un aire de esculturas clásicas. Parece ser que Guido Reni conocía bien las colecciones grecorromanas que los papas y algunas familias aristócratas mostraban en sus palacios (la mujer que huye está inspirada en la Niobe Chiaramonti de los Museos Vaticanos). ¡Es el misterio del arte y de la belleza! Delante de este cuadro y delante de tantísimas obras de arte experimentamos lo que el poeta Giovan Battista Marino había escrito con impecable oxímoron: “el horror va unido al deleite·”.

¿Y por qué irrumpió la violencia desalmada una mañana cualquiera en la aldea de Belén? Simplemente porque los susurros y los rumores, las profecías y los escritos daban a entender que en Belén nacería el rey de Israel. Y el rey Herodes vio peligrar su trono. A los palacios de los señores no les gustan las bromas ni los malos augurios. Quien tiene el poder no quiere soltarlo y hará cualquier cosa para aferrarse a su trono y a su cátedra. El poder no admite ni siquiera un chiste o risa. Herodes teme por su trono y está dispuesto a todo: hasta matar a sus propios súbditos más pequeños. La mitad del sufrimiento del mundo ha sido provocado por hombres que se aferraban al poder. Las bellaquerías, la sevicia, las injusticias, las violencias, todas las mezquindades han sido cometidas por hombres a punto de perder el poder. Lo vemos ahora mismo, cerca y lejos. La indignidad, la traición, las zancadillas y los aplastamientos a los adversarios se cometen por seguir gobernando un poco más sobre un territorio del que se creen dueños y señores. Si miramos a nuestro alrededor, aquende y allende fronteras, comprobaremos que el bienestar y la prosperidad de los ciudadanos importan bien poco.  

Los niños degollados de Belén, los niños a punto de serlo, los que escaparán a duras penas para vivir lejos de su aldea también nos hablan de nuestro mundo, nos hablan a nosotros. Conocemos el destino trágico de tantos niños palestinos, sursudaneses, ucranianos, en tiempos de guerra. Conocemos el drama de niños convertidos en soldados en África y armados con un kalashnikov y con balas de odios incrustadas en su cabeza. Conocemos el futuro negro de los niños para los cuales su escuela es rebuscar en los basureros de las grandes urbes de Latinoamérica. Conocemos los niños que, la espalda encorvada, se adentran por los túneles de una mina en el Congo en busca de coltán. Sabemos de los niños que mueren de hambre o que crecen en un estado de permanente malnutrición. Y conocemos el mañana sin mañana de los no-nacidos a los que ni siquiera se ha dado la oportunidad de ver la luz, aunque cuando se piense en vidas rotas de niños ya no se piense en estos últimos. A ese punto de ‘banalidad del mal y supuestos derechos’ hemos llegado en nuestra sociedad.

Las hermosas pinturas, como los hermosos libros, hablan a los hombres y mujeres de hoy, para decirles que no olviden: cualquier lugar del mundo se despierta una mañana con los puñales en alto. Y a veces nuestro corazón se despierta una mañana cualquiera y nos dice que no importa el sufrimiento del otro, con tal de seguir un día más encastillados en nuestro propio yo y en nuestras razones. Cuando el yo prevalece sobre el nosotros, la Navidad se interrumpe y el infierno hace acto de presencia con su violencia y su muerte. Este podría ser el mensaje de esta hermosa pintura de Guido Reni.






























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