sábado, 8 de febrero de 2025

La cancelación de Karla Sofía Gascón

   

Hemos asistido en vivo y en directo al espectáculo de cómo funciona la llamada cultura (in-cultura) de la cancelación, también conocida en inglés como ‘woke’. Me refiero al caso de Karla Sofía Gascón, la actriz española candidata al Oscar de Hollywood por la actuación en la película Emilia Pérez.

Ese espíritu de cancelación no es otra cosa que una inquisición brutal para condenar a una persona a una muerte civil, porque manifiesta opiniones (o insultos) en desacuerdo con la ortodoxia más radical, con el pensamiento único y con lo políticamente correcto.

En pocos días, la actriz Karla Sofía Gascón ha pasado de ser un símbolo de las minorías que alcanzan éxitos memorables (el premio de Hollywood lo es), a ser una maldita indeseable y, lo que es peor, una persona borrada y cancelada del mapa universal.

La noticia de que Karla estaba entre las candidatas al Oscar por su trabajo en la película del cineasta francés, Jacques Audiard, causó un revuelo sin precedentes en nuestro país. Muchos de los aplausos no hacían hincapié en la interpretación de la protagonista, sino en el hecho de que por primera vez en la historia de los premios una mujer transgénero se codearía con otras actrices. Un ministro Urtasun eufórico la recibió en el Ministerio y destacó “el enorme talento y dedicación de la actriz”. Muchos ya daban por seguro de que su nombre sería pronunciado en el auditorio de Los Ángeles. En un santiamén, Karla fue convertida en la ¡figura inspiradora del momento!.

Pocos días después, una periodista musulmana canadiense, Sarah Hagi, dio a conocer algunos tuits en que Karla Sofía hablaba despectivamente del Islam y de los musulmanes. Fue entonces cuando los sabuesos de la ‘cancelación’ agitaron las aguas y comenzó, así, la caída al abismo de la actriz de Alcobendas. De nada sirvieron las disculpas y la petición de perdón: “Como miembro de una comunidad marginada, conozco muy bien este sufrimiento y lamento profundamente haber causado dolor”. Querían su cabeza y la muerte civil de la actriz. El objetivo se consiguió en pocas horas. Muchas voces pidieron que se le quitase la candidatura. La distribuidora dejó de pagar su carrera a los Oscar, ni permitiría tampoco su presencia en actos de promoción. Se la ha presionado para que no asista a los Goyas. No se publicará su libro que estaba a punto de reeditarse. Se la ha dejado de invitar a saraos, entrega de premios, y así sucesivamente… La actriz optó por desaparecer.

Leídos los tuits, escritos hace algunos años, no se puede negar que son zafios y que la dejan en mal lugar. Y aunque se pueda estar de acuerdo o no en el fondo de alguno de ellos, no parece de recibo el tono de desprecio e insulto, sin argumento y sin razones. Karla Sofía se ha servido de las redes para opinar de forma insultante. Pero es una más. Las redes están llenas de haters que cada día vomitan sus palabras malolientes contra los de izquierdas, los de derechas, los machistas, las feministas, los católicos, los musulmanes, los gays, los heteros, los que aplauden o no aplauden el cambio climático o la agenda 2030, los veganos, los carnívoros, los amantes o no amantes de los perros… Tal vez lo que sucede es que lanzarse a la yugular de algunos está bien visto, un pecadillo de nada, una broma, una inocente provocación. Mientras que hacerlo contra las ideologías intocables del momento son pecados mortales que merecen un infierno eterno.

Jacques Audiard (el mismo que dijo que el español “era un idioma pobre porque lo utilizaban los inmigrantes”), y que hasta ese momento no había tenido más que palabras elogiosas para la actriz, hizo leña del árbol caído: “Sus comentarios son odiosos. Hay cosas que son imperdonables”. ¡Caramba! En Europa, aunque no nos guste o aunque tardemos, las palabras y las conductas son perdonables, porque la cultura a la que pertenecemos tiene como pilar y cimiento el perdón. Se ve que la nueva inquisición cree en la eternidad de las condenas. Por otra parte, algunos partidos políticos, que tanto habían jaleado su candidatura por el hecho de que Karla era un personaje activo en el mundillo LGTBI, la han condenado ipso facto y no han querido saber nada de ella, incluido el ministro de cultura español. Y ahora llegan las preguntas: “Si Karla era una actriz de talento, merecedora de un importante premio, deja de serlo por el hecho de que opine groseramente en contra de los musulmanes? ¿Si en lugar de lanzar improperios contra los musulmanes los hubiera lanzado contra los cristianos, no esgrimiríamos el derecho a la libertad de expresión, como así recientemente ha ocurrido? ¿Quién va a ver una película espera encontrarse ante una obra de arte o ante unos cineastas que, en su vida privada, escriben, piensan y dicen lo que en cada momento hay que escribir, pensar y decir? 

Si de algo podemos aprender de este y otros casos es que las opiniones no siempre son respetables (de hecho sabemos que muchas veces de respetables no tienen nada) Pero las personas sí que lo son. Esa debe ser la diferencia. La cultura de la cancelación pretende que las personas dejen de ser respetadas, si sus opiniones no concuerdan con los grupos de poder y las ideologías que en cada momento establecen lo que es o no es correcto.  

         No tenía ni idea de esta actriz hasta que se generó esta polémica. Ahora en el fondo, me da un poco de pena esta mujer condenada al vacío y a la nada. Pero me da más pena de los que la aplaudieron a rabiar dos días antes y no la han sostenido ni durante cinco minutos. ‘Asín’ es el mundo, que decía el otro.

         Y termino con una línea del periodista Rafa Latorre, y que creo que puede resumir perfectamente todo este caso de Karla Sofía Gascón y de los premios en general: “Si un premio artístico te lo pueden arrebatar por cuestiones políticas, cuestiones políticas pudieron convertirte en candidato”.



















martes, 4 de febrero de 2025

Gregorio Fernández y Martínez Montañés: “La madera se hizo Carne”

  


                Hasta el 2 de marzo seguirá abierta la exposición de arte “Gregorio Fernández-Martínez Montañés, el arte nuevo de hacer imágenes”, en la catedral de Valladolid.

                Para ser precisos, no estamos ante el encuentro de los dos escultores más importantes de las llamadas escuela castellana y escuela andaluza, sino ante los dos más grandes imagineros. Y esta sutileza del lenguaje nos mete de lleno en el corazón y el sentido de la exposición. Los imagineros crean imágenes sagradas que mueven a la devoción.

Tanto uno como otro artista han creado prototipos tan duraderos que al creyente o al cofrade de estas tierras le resulta difícil pensar en Jesús, en María o en los santos más importantes de la Iglesia Católica sin acudir a las imágenes salidas de su gubia.  

                Gregorio Fernández (1576-1636), aunque nacido en Sarria-Lugo, creó su obra en Valladolid; Martínez Montañés (1568-1649), nacido en Alcalá la Real-Jaén, lo hizo en Sevilla. Nunca se conocieron. Probablemente, el uno nunca oyó hablar del otro ni de su trabajo. Y sin embargo, en el universo católico en el que ambos vivieron, llegaron a soluciones artísticas muy parecidas, aun manteniendo su propio estilo y su propia personalidad que los hace únicos.

                La muestra de Valladolid no es un combate de gigantes, sino un diálogo de dos cimas de la escultura. No se trata de comparar, para que el público examine y dictamine quién es el mejor. La muestra es una ocasión única para disfrutar del encuentro de los más señeros artistas de su momento, y cuya obra sigue viva en catedrales, parroquias y museos. Y no solamente sigue viva, sino que sigue inspirando a otros artistas desde hace tres siglos.

                A ambos se les adscribe al llamado “naturalismo barroco” que pretendía copiar el natural, sin idealizaciones exageradas. El naturalismo reproduce el cuerpo humano, sin la complicada red de geometrías y mediciones a las que el renacimiento había sometido a la escultura. Para que las imágenes ganasen en ‘naturalidad’, Gregorio Fernández, por ejemplo, se sirvió de postizos de uñas de asta de toro, dientes de marfil o hueso, ojos de cristal, etcétera. Pero lo que es característico del naturalismo es la distancia frente a la fría perfección renacentista o a las antinaturales posturas manieristas.

                Los imagineros del naturalismo también buscan una cierta idealización en los rostros de las imágenes sagradas, pero les dotan de alma, de bondad, dulzura, compasión, de un sufrimiento o de una bondad que los humaniza. De ahí que quien contempla las imágenes, fácilmente se siente interpelado, conmovido, movido a compasión, animado a la piedad y espoleado a la plegaria. Nadie se arrodilla delante del David o del Moisés de Miguel Ángel, por muy perfectos que sean, pero sí lo hace delante de un Ecce Homo, un  Yacente o una Piedad de Gregorio Fernández.

                San Juan escribió que el “Verbo se hizo se hizo Carne”. Esta exposición de arte nos enseña que “La madera se hizo Carne”. En la humildad de un tronco de árbol, el imaginero con su gubia ha creado un Dios humano, una Virgen María que sufre, unos santos que invitan a la imitación y “a zaga de su huella”. Frente a los materiales nobles, en mármol o bronce, de la escultura grecorromana o renacentista, se levanta humilde, humana, palpitante, la escultura en madera policromada.

                Hablaba al principio que estos dos imagineros llegaron a soluciones parecidas. Esto fue posible porque ambos pertenecieron a un ámbito religioso concreto, a una devoción  compartida,  y dependieron de unos mecenas que demandaron motivos semejantes. Ambos artistas fueron tocados por ese “plus de genialidad que se apodera del artista cuando se enfrenta a una obra sagrada”.

                Para entender todo esto no hay que olvidar un acontecimiento trascendental que había tenido lugar unas décadas antes: la celebración del Concilio de Trento, que tuvo como objetivo la definición de la doctrina Católica frente a la Reforma Protestante. En el campo del arte, el Concilio tridentino tuvo repercusiones transcendentales que se notaron sobre todo en los países católicos del sur de Europa. La Reforma Protestante había negado el papel importante de la Virgen María y la validez de los santos como intercesores ante Dios. Una masacre iconoclasta acabó con las imágenes en los templos reformados. La reacción de Trento y de toda la Europa católica fue justo la contraria: las imágenes eran válidas para acercarnos al misterio sagrado. Se redobló el valor de la Virgen y de los santos. Hubo un momento en que ya no había paredes para colocar tanto santo. Catedrales y  hasta la más pequeña parroquia rural se llenaron de imágenes de madera policromada. Los artistas no daban abasto, y cada ciudad o villa competía para contar con los imagineros más renombrados.

                Un fuego sagrado se apoderó al mismo tiempo de la religiosidad de las gentes del momento. No era suficiente con entrar en una iglesia para arrodillarse delante de un Crucificado o de una Dolorosa: había que sacar las imágenes fuera de los templos, para mover y conmover a quienes las contemplaran a su paso por calles y plazas. Cofradías, asociaciones y fieles parroquianos organizaban procesiones para honrar a patronos o celebrar las fechas más importantes del calendario católico. Un caso único fue el de las procesiones con motivo de la Semana Santa que movilizaban a miles de cofrades y penitentes por toda la ciudad. Hasta el momento actual los grandes grupos escultóricos que Gregorio Fernández creó para Valladolid siguen recorriendo las calles de la ciudad cada Jueves y Viernes Santos.

En la muestra que nos ocupa podemos admirar uno de los pasos más logrados, El Descendimiento de la Cruz. Al creyente, al transeúnte, se le invita a meterse de lleno en esta Pasión. Pasión en su doble sentido de sufrimiento y de amor. Y en este juego del bien y del mal, cada uno debe tomar partido: o bien unirse a los que acompañan a Cristo en su sufrimiento (María, Juan, la Magdalena, Nicodemo, Arimatea…) o bien identificarse con los Judas traidores o los sayones que sin piedad torturan a Jesús.

                La muestra está compuesta por unas setenta piezas. No sólo esculturas, también pinturas, documentos, pila bautismal o lauda sepulcral, etc. Obras llegadas de Valladolid, Sevilla, Jaén, Granada, Santiponce, Alcalá la Real, Medina de Pomar, Alfaro, Cádiz, León, Tudela de Duero, Astorga, Nava del Rey, Jerez de la Frontera, Arévalo,  Palencia, Córdoba, Badajoz. La exposición nos muestra algunas obras maestras que aparecen en cualquier manual de arte barroco. Difícil olvidar algunas de ellas: El Ecce Homo, el San Bruno, el Santo Domingo de Guzmán, las Inmaculadas, El Yacente, el San Jerónimo penitente, los San Josés, los Santos Juanes, el relieve de San Juan en Patmos, el San Cristóbal, los Crucificados, la Lactación de san Bernardo, La Piedad, los Orantes…

                La Fundación Edades del Hombre, que está bien experimentada en estas lides, ha sido la encargada de organizar y montar este encuentro de dos genios. Las naves austeras de la seo vallisoletana y algunas capillas nos van mostrando uno a uno los capítulos de este diálogo: desde los precursores al triunfo del naturalismo; desde la fidelidad a los ideales de Trento y la creación de modelos de María o de los santos, hasta el trabajo conjunto de escultores y policromadores, para terminar con la influencia que algunas imágenes de estos dos imagineros han tenido en sus seguidores.

                Por ello, al final de la visita se tiene la sensación de que no hemos asistido a un capítulo excepcional de arte hispano, sino a una hermosa liturgia del mensaje cristiano: la redención de la humanidad por Jesús, el papel de María en la historia de la salvación, las huellas dejadas por los hombres y mujeres que en cada siglo actualizaron el Evangelio (San José, San Juan el Bautista, San Juan evangelista, San Pedro y San Pablo, San Cristóbal, San Miguel, Bruno de la Cartuja, Teresa de Jesús, Domingo de Guzmán, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola… ). El mensaje cristiano se hace presente y actual, real y ‘natural’. Y  no sólo para los creyentes, sino para los amantes de la belleza y la historia que no quieren obviar ni olvidar este hecho cultural europeo.

                Este diálogo entre Gregorio Fernández y Martínez Montañés, dos humildes creyentes, dos maestros de la escultura en madera policromada, se ve de forma clara y hermosa en una capilla de la catedral vallisoletana, lo que demuestra una vez más que la belleza de lo sagrado es también ‘buena noticia’ e invitación a la compasión y a la bondad. En esta capilla, han colocado el Cristo Yacente de Medina de Pomar-Burgos (Gregorio Fernández) y las figuras orantes de Guzmán el Bueno y María Coronel, llegadas del Monasterio de Santiponce-Sevilla y que son obra de Martínez Montañés. Ante un Cristo muerto y piadosamente colocado en el sepulcro, ante el rostro humano de un Dios torturado hasta la muerte, solo cabe el recogimiento, la adoración y la plegaria de los creyentes. Esa es la actitud de los orantes Guzmán el Bueno y María Coronel. Y esa en la actitud de algunos visitantes que en esta capilla –verdadera capilla ardiente- inclinan la cabeza, acercan sus dedos a la carne dolorida de Cristo o hacen la señal de la cruz.






















Nota: El autor de las fotos (salvo la del Yacente) es José del Pozo




lunes, 27 de enero de 2025

La foto de los seis Papas

 De pie: Juan Pablo I, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI. Sentados: Juan XXIII y Francisco


    La inteligencia artificial ha 'fotografiado' a los últimos seis Papas de la Iglesia Católica. Y enseguida la foto se ha hecho viral, como se dice ahora. Y más allá de la curiosidad que puede suscitar la imagen sonriente de estos seis pontífices 'reunidos' en un momento de distensión y de recreo en los jardines vaticanos, está la altura moral de estos seis hombres de formación y procedencia distintas, pero con un denominador común: el servicio a la Humanidad en nombre de Jesús de Nazaret. En un mundo carente de líderes que arrastren por el testimonio coherente de sus vidas... En un mundo donde las instituciones internacionales (la ONU a la cabeza y luego todas las demás) son percibidas como inoperantes y fallidas ante los grandes problemas y desafíos mundiales... la última instancia ética, la última referencia moral (a pesar de lógicos errores y fallos) ha sido en las últimas décadas -y es- la figura del 'pontífice' (constructor de puentes). 
    En la Urbe y en el Orbe, una figura blanca suplica y trabaja por la paz, clama y trabaja por los más necesitados, recuerda a los gobernantes que deben proteger los derechos humanos. Y en tiempos de relativismo moral y de corrección política, dice una palabra sobre la defensa de la vida, sobre la dignidad de los migrantes, sobre la innegociable verdad, sobre el veneno de los populismos, la dictadura de las ideologías y la condena de cuantos se sirven de la religión para sus intereses personales o de partido. Tal vez por todo ello, la voz del Papa, la voz de la Santa Sede, sea una voz que aún se escucha con respeto. En una sociedad líquida, se agradece el bolardo o noray de amarre donde amarrar la barca de la humanidad en tiempos de aguas procelosas.

sábado, 25 de enero de 2025

La madera más triste


    En 1988, la exposición de las Edades del Hombre echó a andar en la catedral de Valladolid. Se pudo ver casi una antológica de los tesoros depositados en catedrales, monasterios y parroquias de toda Castilla y León. Y sin embargo, fue una pieza discreta, que dormitaba en el Museo catedralicio de León, la que más simpatía causó entre el millón largo de personas que, en medio del invierno castellano, se acercó a ver la muestra. No era ni mucho menos la obra más valiosa. Una escultura anónima. ¿María y Juan abandonan el calvario, una vez que han depositado el cuerpo de Jesús en el sepulcro? ¿María y Juan contemplan el cuerpo sin vida de Jesús sobre la fría losa? En sus rostros está toda la tristeza del mundo. Después de un juicio injusto y una tortura cruel, el hijo querido y el amigo del alma ha muerto. Cabizbajos y cansados, silenciosos y llorosos. Así están y así los vemos. Con una ternura torpe pero sincera, Juan lleva su mano al brazo de María, en un intento de consolar (¡él que esta tan desconsolado!) a una pobre madre. Están tristes, pero no desesperados. En medio de abandonos y traiciones, ellos han permanecido al pie de la cruz, aguantando el chaparrón, los improperios y la sentencia. Y custodian en su encogido corazón una promesa de vida para el tercer día. Tal vez por todo ello, esos leños de tosca labra suscitaron la simpatía, el cariño, la ternura del público. Se parecen a nosotros en los momentos de lacerante sufrimiento. Y se parecen a nosotros cuando perdemos a un ser querido, pero nos negamos a que desaparezca del todo de nuestro corazón.  

miércoles, 22 de enero de 2025

Quintanilla de Arriba, según Jesús Martínez



Desde hacía años Jesús Martínez Herguedas andaba garabateando, como un alumno aplicado, cientos de hojas, buscando información en los lugares más variopintos, y recopilando datos para escribir un libro sobre su pueblo, que es también el mío: Quintanilla de Arriba.

En el otoño de 2024, el libro vio la luz. Un libro con una edición muy digna, con centenares de ilustraciones, y una cuidada edición  en papel y en tipo de letra. Y yo diría que, además de libro, es diccionario, enciclopedia, ensayo, cancionero, etc. Hay muchos libros en este libro. Y es justo reconocer y valorar el tesón y la ilusión por recopilar muchos saberes dispersos que atañen a la geografía, la historia, el lenguaje, el folclore, la gastronomía, la forma de ganarse la vida de un pueblo de Castilla donde el autor nació y al que sigue apegado, unido y encariñado. El título del libro: Quintanilla de Arriba – Cultura y tradiciones de mi pueblo.

                Como nos dice el autor, lo más probable es que ‘Quintanilla’ signifique “granjilla, aldeahuela”, y su etimología sería de origen romano. Tal vez por ese motivo Quintanilla da nombre a muchos pueblos de España. Encontramos Quintanilla de Abajo, del Agua, del Molar, de Somoza, de Trigueros, de Urz, etc.

El primer nombre del pueblo fue Quintanilla de Albar Sacho; después, Quintanilla de Suso y, finalmente, Quintanilla de Arriba. Hay que remontarse al siglo XI para hablar de los inicios de esta población. Estaríamos hablando de mil años seguidos de gente viviendo en este terruño, lamido por el Duero, y limitado a levante y a poniente por las típicas cuestas que conforman un valle.

                El libro está dividido en 17 capítulos. Y para mí uno de los más interesantes es el que dedica al vocabulario quintanillero (o ruchel, según la tradición o la leyenda de la que también se habla). Hay palabras que uno sólo usa cuando está en el pueblo o se encuentra con paisanos. Aquetón, amos, amurriarse, cachupiar, marrotar, estorrundir, dalequetepego, guarradilla, gurriato, santanilla, sansironé, jopelines, arrejincles, botagueño, canguingos, cinielgo, coscorón, hocicón, mormeras, morroña, mataduras, pingoleta, ringurrangos, zanguango… y así hasta 2050 palabras y expresiones. No me cabe duda de que si comprendes estos vocablos o los utilizas es que más de una vez has ido de la Turruntera al Gollón, de Samasín a Valdemuertos, de la las Santanillas al Cabañón, de la Cotarras a las Peñas de Rondán.

                Hace no mucho, en una reunión en la que participaban varios expertos en la obra de Miguel Delibes, se dijo que, dentro de no mucho, las novelas rurales de este escritor vallisoletano se tendrán que leer con diccionario en la mano, para entender el argumento del libro. Jesús Martínez dedica un largo capítulo a los aperos de la labranza, de los animales, los utensilios y enseres. Y el autor se ha tomado la molestia de fotografiar in situ todos estos aperos, de manera que fácilmente podamos identificar la palabra con el objeto: fardel,  colodra, zoqueta, bieldo, hemina, garia, camizadera, estrinque, celemín, colleras, artesa, cinchos de queso y un larguísimo etcétera. Palabras hermosas sin las cuales no se puede nombrar el mundo rural como fue y existió hasta ayer mismo.

                Probablemente, la mía fue la última generación que vivió a caballo entre ‘el tiempo siempre, de siglos y siglos’ en que las costumbres apenas variaron, y el vertiginoso cambio que llamamos progreso. Hemos conocido el trabajo de la siega a mano, del trillo en las eras y las cosechadoras mecanizadas. Hemos conocido el arado romano y el tractor, el lavadero comunal y el agua corriente en las casas, el corral y el aseo, la cocina de leña y la de gas butano, la compra de todos los electrodomésticos, uno tras otro, en el giro de pocos años. La  llegada de la televisión que revolucionó tantas cosas; por ejemplo, aprendimos a ver el mundo que se colaba día y noche por la pequeña pantalla. Hasta ese momento, los juegos tradicionales ocupaban todos los recreos, todas las veladas, toda la vida de la infancia. En un mundo sin juguetes, los juegos rústicos y baratos, llenos de imaginación y fantasía, llenaban todas las horas del día: el hinque,  el marro, las trancas, el pañuelo, el perdigallo, zorro, pico, tallo, zaina, la comba, la goma, la peonza, las tabas, las chapas, el corro las patatas, pase misí, pase misá…

Decía, al inicio de este artículo, que esto era más que un libro, y lo demuestra bien el cancionero que ocupa todo el capítulo VI, dedicado a las canciones infantiles. Una verdadera recopilación. Uno creía que había olvidado letras y músicas, pero es suficiente ver impresas las palabras para saber que nada de la infancia se pierde del todo: El jardín de la alegría, A mí me gusta lo blanco, Caracol col col, Aserrín, aserrán, Dónde están las llaves, La tarara, Tengo una muñeca vestida de azul, Ya se murió el burro…

En verdad es un libro completo. El autor nos habla de las fiestas más populares de Quintanilla, como la Función, los Quintos, La matanza del cerdo,  la chocolatada compartida en las cuestas para ver salir el sol cada 24 de junio, el pelele. El libro habla también de los platos tradicionales, de los cultivos, de las bodegas, de la resina de los pinares, del tren de Ariza y su melancólica estación que estuvo en funcionamiento hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado, de la acequia de riego, de la variante de la carretera y de decenas de cosas más.

                Pero Jesús Martínez, fiel a su vocación de investigador, también nos ofrece en este libro el Interrogatorio que se hizo a la Villa de Quintanilla en 1751 con motivo del conocido como Catastro del Marqués de la Ensenada, así sabemos que Quintanilla fue villa de señorío y que perteneció a la Casa de Osuna y a la Diócesis de Palencia. Sabemos que había una taberna donde se vendía vino y también un mesón propio de Atanasia García, viuda. Y que el cirujano respondía al nombre de Raimundo Cerezo y el maestro de niños era Francisco García Sacristán. Saberes que pueden ser inútiles, pero hermosos, como un recuerdo familiar o un santo en madera tosca en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

                El libro nos enseña que en el año 1900 Quintanilla de Arriba tenía 854 habitantes; en 1970 la población había mermado hasta los 496. Y en 2022, tan solo 158 personas vivían en el pueblo. También sabemos que el pueblo está situado a 741 m de altitud y que su término municipal se extiende por 28,4 kilómetros cuadrados, un territorio 60 veces  más grande que el Vaticano (aunque quizá no alberga tantas obras de arte en sus edificios, bromas aparte)

                Y la investigación de Jesús Martínez nos ofrece una notable documentación sobre las relaciones, a veces complejas y tirantes, entre la Granja Monviedro, en el término municipal de Quintanilla de Arriba, y el poderoso Monasterio de Santa María de Valbuena, de los monjes cistercienses.  

                El libro no podía dejar de mencionar al  hermano Diego, cuya sombra cruza una y otra vez el río Duero, entre Quintanilla de Arriba y el Monasterio de Valbuena. Un hermoso crucero situado en las eras del pueblo es testigo de la increíble, romántica, caballeresca y pecadora y arrepentida vida del hermano Diego, cuya leyenda ha llegado hasta nuestros días

                El último capítulo del libro es una transcripción de un documento de 1505, cuyo original se encuentra en el Archivo de Quintanilla de Arriba y en el que se detalla que Quintanilla de Suso y Manzanillo arriendan unas dehesas a la Villa de Cuéllar para pastar con rebaños durante un número de años. No había pasado mucho tiempo cuando los cuellaranos quisieron arrebatar estos terrenos de pasto. Tuvo que intervenir la justicia, para dar finalmente razón a los quintanilleros y manzanilleros y sancionar al Concejo de Cuéllar. Un documento muy valioso, en un delicioso español antiguo, que nos hace entender algo de la historia pretérita del pueblo.

                Creo que es de justicia agradecer públicamente a Jesús, el de la Clara y el del Luis, por este impagable trabajo. Me ratifico en lo que decía al principio este libro es diccionario, cancionero, crónica histórica, estadística, investigación judicial, fotografía, leyenda, antropología, etnografía... y mucho más.

                Un pueblo no es la suma de tierras de labrantío, monumentos, casas, riberas y cañadas… Es sobre todo el recuerdo de las personas que lo habitaron y de cuyas vidas aún están impregnadas las paredes de adobe o de piedra. Y es también la suma de los hombres y las mujeres que lo engrandecieron con su trabajo, con su bondad y con su sabiduría. En fin, esto es Quintanilla de Alvar Sancho, de Suso y de Arriba.











 


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Jon Fosse: aceptar la penumbra

   


  Me llega un artículo de Rafael Narbona que escribió con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Jon Fosse en 2023. Dice cosas así:  "Para Fosse, lo esencial no es narrar una peripecia, sino crear una atmósfera que propicie una revelación. El mundo exterior solo es un camino hacia el mundo interior. Describir un paisaje es un ejercicio de introspección, no una mera recreación. Cuando se describe algo, por mucha nitidez que se logre, siempre hay algo que se escapa y eso es lo esencial. Más allá de lo que ven los ojos o reproducen las palabras, hay algo irrepresentable, pero que es lo auténticamente real. Fosse no escribe para apropiarse de la realidad, sino para señalar los límites de la comprensión humana. La razón no puede proporcionar el sentido del mundo. Solo la experiencia mística puede crear una apertura que nos ayude a vislumbrarlo, pero de una forma incompleta. Fosse es un visionario que ha aceptado la penumbra del no saber, un asceta que utiliza la palabra para propagar el silencio, un escritor del límite". 

    Creo que es exacto lo que dice Rafael Narbona. Hay algo que se nos escapa, y eso es lo más real. Lo misterioso no es lo fantástico o lo policiaco. Lo misterioso apunta a lo que no es comunicable, y sin embargo es lo esencial. Esto que describe Narbona es lo que he experimentado al leer las novelas de Fosse. 

martes, 21 de enero de 2025

El café de Qúshtumar, de Naguib Mahfuz

 


Primero en las calles o en el chumberal, y luego ya definitivamente en el café de Qúshtumar, situado en el barrio cariota de Alabasía, cuatro amigos comparten durante décadas un café y una larga conversación. Se conocen desde la infancia y su amistad se prolongará hasta el final de sus días. Cambia Egipto, cambian los dirigentes y los gobiernos. Cambian los amores, las mujeres, los trabajos y su estatus económico. Cambian sus gustos y sus preferencias políticas, pero permanecen fieles y leales a la amistad, que es siempre otra clase de amor, tal vez la más pura. Táher, Sádiq, Ismael y Hamada pasan de la infancia a la adolescencia, de la juventud a la madurez y de esta a la senectud. La vida les mima o les maltrata. Y en los amigos encuentran el desahogo, el consuelo, las ganas de vivir, el consejo y el abrazo, cuando todo se desploma a su alrededor. Pierden la fe en Dios y en la política, en el sexo o en el dinero, pero nunca la fe en la amistad. Por ello, el autor Naguib Mahfuz, el más conocido escritor egipcio, puede escribir al acabar la novela: “La verdad es que nos hemos convertido en augustos esqueletos, y el más infeliz de nosotros será el que siga viviendo después de que los demás hayan partido...”

 

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