sábado, 25 de enero de 2025

La madera más triste


    En 1988, la exposición de las Edades del Hombre echó a andar en la catedral de Valladolid. Se pudo ver casi una antológica de los tesoros depositados en catedrales, monasterios y parroquias de toda Castilla y León. Y sin embargo, fue una pieza discreta, que dormitaba en el Museo catedralicio de León, la que más simpatía causó entre el millón largo de personas que, en medio del invierno castellano, se acercó a ver la muestra. No era ni mucho menos la más valiosa. Una pieza anónima. María y Juan abandonan el calvario, una vez que han depositado el cuerpo de Jesús en el sepulcro. En sus rostros está toda la tristeza del mundo. Después de un juicio injusto y una tortura cruel, el hijo querido y el amigo del alma ha muerto. Cabizbajos y cansados, silenciosos y llorosos. Así están y así los vemos. Con una ternura torpe pero sincera Juan lleva su mano al brazo de María, en un intento de consolar (¡él que esta tan desconsolado!) a una pobre madre. Están tristes, pero no desesperados. En medio de abandonos y traiciones, ellos han permanecido al pie de la cruz, aguantando el chaparrón, los improperios y la sentencia. Y custodian en su encogido corazón una promesa de vida para el tercer día. Tal vez por todo ello, esos leños de tosca labra suscitaron la simpatía, el cariño, la ternura. Se parecen a nosotros en los momentos de lacerante sufrimiento. Y se parecen a nosotros cuando perdemos a un ser querido, pero nos negamos a que desaparezca del todo de nuestro corazón.  

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