viernes, 29 de noviembre de 2024

Doce amigos y un maestro bonachón

 

        En esta tierra de clima extremo que produce seres adustos y secos, difícilmente somos pródigos en palabras de afecto y en abrazos excesivos. A veces esperamos la hora del adiós definitivo, para decir una palabra tierna. Sin embargo, los que estamos sentados en esta mesa, doce discípulos alrededor de un maestro bonachón, no tenemos que forzar demasiado nuestra naturaleza austera castellana para abrazar y regalar palabras de agradecimiento, tan calurosas como sinceras, a nuestro compañero y amigo Vicente, que hoy se jubila de forma oficial, porque alegre y jubiloso lo recordamos desde siempre.

Gracias, Vicente, por muchas cosas. La primera de ellas por aguantar con estoicismo y benevolencia las gansadas de los regalos, bienhumorados y socarrones, que hoy mismo has recibido. Dicen que las personas que nos caen bien las vemos más guapas de lo que son y más esbeltas. Este es el motivo por el que el regalo ‘serio’ de esta tarde sea un surtido de alimentos. Ya dice el Quijote que “sin el buen gobierno de las tripas, no se pueden gobernar los estados”.

Algunos de los que estamos aquí recordamos perfectamente el momento en que llegaste a la OTT. Pillaste en seguida todos los temas, y denodadamente te pusiste a trabajar para sacar adelante expedientes recientes y algunos viejunos que dormían empolvados. Supimos muy pronto que eras un buen tipo, sanote, un trabajador concienzudo, muy avispado en informática. Solamente veíamos un defecto en ti: no salías a desayunar. Rechazabas nuestro ofrecimiento de cafetear con un “es que tengo mucho que hacer; salid vosotros”. Llegamos a pensar que no te gustaba la vida social o no te gustaba el café, o estabas pasando un periodo de desintoxicación por adicción a la cafeína. En fin, no hacíamos vida de ti.

Luego, un buen día, te uniste al grupo, al café de los viernes en Reyes Católicos o en otros chiringuitos. En ese momento ya fuiste el compañero ‘10’.

Los que estamos aquí sabemos por experiencia que lo que hace que un trabajo sea bueno o sea malo depende en gran parte de la calidad humana de los compañeros. Los expedientes se acaban por aprender o resolver. Pero las relaciones personales a veces son un quebradero de cabeza. El hecho de ir a gusto al trabajo, de mostrarse espontáneo y natural, de compartir sabores y sinsabores de la vida, depende de los oídos y de los ojos que encuentras en tus compañeros.

La buena sintonía de la OTT, esa camaradería cálida y confiada, te debe mucho, querido Vicente. Gracias por tanta ayuda. Por no importarte que te pasásemos el teléfono ante preguntas complicadas de subcontratación, aperturas, amiantos, sanciones o ertes. Gracias porque no te importaba remangarte y hacer expedientes propios de “auxiliares”, por dejarnos las cosas bien mascadas cuando te ibas de vacaciones, por defender a tu equipo de trabajo, con sinceridad y valentía delante de los jefes.

Cuando llegan los momentos duros es cuando de verdad se nota la cohesión de un equipo de trabajo. Llegó el Covid (marzo de 2020). Y todo nuestro sistema de trabajo rutinario se rompió en mil pedazos. No dijeron de nosotros que éramos trabajadores ‘esenciales’, pero actuamos como tales porque sabíamos que el retraso en el expediente de un ERTE significaba el retraso en el pago a una familia que lo necesitaba. Fue un momento duro, en el que trabajamos codo con codo, ayudando los más espabilados a los menos en esa nueva modalidad ‘sin papel y cartapacios’, con horarios bien largos, manejando 20 compañeros un mismo Excel, con sus bloqueos y sus paradas. En ese momento, sentimos más que nunca tu presencia discreta pero eficaz. A cualquier hora del día o de la noche, estabas ahí frente al ordenador, resolviendo una duda, enviando un correo, corrigiendo un error o una duplicación. En aquel momento los de la OTT supimos que teníamos que ser servidores públicos, con humildad y con esfuerzo.

Gracias, Vicente, por tantas cosas, por tu buen carácter, por tu bonhomía, tu simpatía de Papá Noel, tu sentido del humor, que lo mismo te llevaba a ponerte una peluca rubia en una fiesta ‘otetera’ o una camisa africana delante del nacimiento étnico. Gracias por tu risa franca, por tu carcajada ante un chiste verde o una ‘maldad’, por tu sensatez en las conversaciones serias, por tu generosidad.

Pilar, Juanma, Noelia, Elena pucelana, Elena mirobrigense, Santi, Iván, María José, Sara, María, Susana y yo mismo nos quedaremos con muchas cosas de ti, con muchos recuerdos, muchas fiestas de Navidad, muchos cafés de viernes, muchas risas al empezar el día en el despacho, muchas cervezas, e incluso alguna caminata compartida a Renedo.

Estamos orgullosos de ti y estoy seguro que tú lo estás también de nosotros. Te deseamos de corazón que sigas viajando, viendo crecer a tu hija, María, compartiendo muchos momentos con tu familia, especialmente con Chari, acercándote los viernes a la Molienda, disfrutando de los buenos conciertos por Valladolid, de los libros, de las viandas de la buena mesa.

Después de millones de ERES, después de miles de aperturas de trabajo por todo Valladolid, después de miles de libros de subcontratación, de muchas estadísticas de trabajadores extranjeros que trabajaban en Valladolid, de muchísimos expedientes sancionadores, de los cientos de amiantos, de los cientos de permisos para niños artistas… y de un larguísimo etcétera… Después de tantas idas y venidas a la Calle Santuario, nº 6, de Valladolid, queda la amistad. Y ya se sabe que "la amistad es otro de los nombres del amor".

Por todo ello, amigos, os invito a brindar por Vicente, para que tenga una jubilosa jubilación, llena de salud e infinitos amigos.


OTT, Valladolid, 28 de noviembre de 20024





























 



jueves, 17 de octubre de 2024

Héctor & Friends: 50 vueltas al sol

 

    Una mañana te levantas de la cama y empiezas a recordar las cosas que hiciste para que alguien se sintiera mejor, pudiera vivir mejor o incluso fuera un poco más feliz gracias a ti.

    Ese día me llegó a mí no hace mucho…

    Tengo grabado lo que me decían mis padres o lo que recuerdo de las viejas historias que me contaron en mi infancia: “la manera de conseguir la felicidad es hacer felices a los demás”, un secreto a voces, tan sencillo como auténtico.

    Ahora que ya voy conociendo lo que es la madurez gracias a mi medio siglo de vida, tengo la certeza de que eso es lo más importante en mi existencia en este momento.

    Colaborar con Puentes desde sus orígenes no ha sido difícil porque es una ONG que conozco bien y a sus integrantes también.

    Este año es importante para mí por hacer 50 vueltas al sol y eso me hacía también repensar en cómo quiero que sean las siguientes, por eso se me ocurrió la idea de organizar un concierto con artistas locales con un fin solidario.

    La respuesta ha sido espectacular: Carmen Sánxez, Golpe Maestro, Mike Terry, Ezequiel, Feli Paita, María Sotelo, Los Flekis, David, Dani Vaeda, Elías Foc, Caballero y las Sonrisas, Julio Zé y María y Zachy se han unido a la fiesta. Lucy Carrera, Javi Frankelo, Cacia y Gonzalo a Secas no han podido por diferentes motivos.

    La solidaridad, el buen rollo y las ganas de hacer música y regalar momentos únicos hacen de este concierto algo mágico.

    Agradecer de corazón a la gente que lo va a hacer posible: al Salón en Llamas por cedernos su local, a los artistas invitados por su arte y a los que asistan porque seguro que gracias a todos podremos generar un impacto positivo en algún alma humana y seremos más felices por ello.

    Por último, dar la gracias a Puentes por su gran trabajo durante estos 25 años de dedicación hacia los más necesitados.

     Héctor Pariente Martínez


    Hace muchas vueltas al sol, coincidía cada domingo con Héctor y Esther, en un voluntariado en la residencia de ancianos Cardenal Marcelo. Ellos eran jovencísimos entonces, pero recuerdo su constancia cada mañana de domingo, su capacidad para poner música a los encuentros con los viejecitos y su talento humano para añadir un poco de dicha a las personas mayores que, en general, tenían muchos motivos para sentirse tristes. Así que esta convocatoria de Héctor para reunir a sus 'friends' y al mismo tiempo hablarles del Territorio Puentes y de las personas que lo habitan es para mí una gran alegría y un motivo de agradecimiento: 

    También cada noche, una ambulancia da vueltas y vueltas por las calles de Kinshasa (Congo), deteniéndose en los lugares donde menores de la calle necesitan un paracetamol, unos antibióticos, unas vendas. O un oído que escuche y unos brazos que abracen. Es precisamente a este proyecto donde irá la solidaridad de este encuentro de Héctor & Friends.  

   Juan Bautista Aguado - Puentes







viernes, 4 de octubre de 2024

Proyecto Caramelos 2024: "campamentos en Amozoc"

 


Juan Vaccari (Sanguinetto, 1913 - Aguilar de Campoo, 1971) fue un religioso guaneliano al que recuerdan entrañablemente los que le conocieron por tierras italianas y españolas, y otros muchos que han podido 'conocerle' a través de sus escritos y de los libros y artículos publicados sobre su figura. 

En Puentes honramos la memoria del hermano Juan con dos iniciativas.

     Premio Hermano Juan: Cada 9 de octubre (fecha de su muerte) Puentes da a conocer el Premio Hermano Juan. Dotado con una pequeña cantidad, exactamente el 1% de los donativos que la Ongd haya recibido el año anterior. Es una cantidad simbólica, pero también expresa la voluntad de compartir algo, aunque sea poco, con otras asociaciones que en nuestro propio entorno luchan de forma desinteresada por los demás.

Proyecto caramelos. Puentes, también cada 9 de octubre, invita a colaborar con un proyecto solidario. En esta ocasión el proyecto elegido es “Campamentos de verano para niños y adolescentes de la parroquia San Luis Guanella, en Amozoc-México”, que los religiosos guanelianos organizan como parte de su misión caritativa en medio de la infancia y juventud necesitadas. Este “Proyecto caramelos” está especialmente dirigido a los antiguos alumnos que estudiaron en Aguilar de Campoo y Palencia y a todas las personas que sienten una especial devoción por la figura del hermano Juan.

Para los antiguos los alumnos esta es una forma de devolver un poco de lo mucho que recibieron en su infancia y adolescencia en Aguilar de Campoo y en Palencia. Los que tuvimos la suerte de convivir con el hermano Juan recordamos su continuo deseo de hacernos la vida más fácil en el internado, mediante juegos, concursos, caminatas por los alrededores, fiestas y pequeñas excursiones. Y así, entre juegos y diversiones, nos inculcó el sentido del esfuerzo y de la superación, e igualmente la belleza de la fe en un Dios Bueno y Providente.

Para los devotos de Juan Vaccari es una forma de imitar y honrar su vida. En los últimos años la figura del hermano Juan se ha difundido mucho. La publicación de sus diarios y los diversos estudios sobre su personalidad han llegado a muchas personas que se han sentido conmovidas por la fe recia y dulce de este buen hombre. Por otro lado, el proceso abierto para su beatificación ha superado la fase diocesana (concluida en Palencia en noviembre de 2022) y ya se encuentra en la Santa Sede.

A unos y a otros, su vida es una enseñanza que puede ayudar a ser mejores cada día, mediante la humildad, la oración continua, la servicialidad hacia todos y la alegría de ser creyentes. No haremos cosas extraordinarias, pero sí podremos hacer bien y en conciencia las pequeñas acciones de cada día.

Por todo ello, desde hace muchos años cada 9 de octubre se recuerda que en su testamento el hermano Juan Vaccari había pedido que "si el día de mi muerte se encontrase algo de dinero en mis bolsillos, deseo que se compren caramelos para los chicos con alguna discapacidad”, que es como decir: deseo que en mi nombre los niños desfavorecidos tengan un poco de alegría y de contento. Este es el motivo por el que a este proyecto solidario (en este año 2024, para los niños y niñas de Amozoc en México) le llamamos “Proyecto Caramelos”.

IBAN: ES46  0030 6018 1700 0105 1272 (B. Santander): “Proyecto Caramelos”

BIZUM: 10009 "Proyecto Caramelos


Imagen del Campamento en Amozoc - verano 2024


Cartel para el Día de los Caramelos en India


Barza d'Ispra: sepulcro del Hermano Juan


Imagen del Campamento 2024




Número especial de Servir 


Caramelos para los "buonifigli"


Niños y adolescentes participantes en el Campamento



Aunque borrosa, la imagen capta el momento en el que el Hno. Juan tira caramelos 
a sus alumnos de Aguilar de Campoo 


Bizum para colaborar con Proyecto Caramelos














miércoles, 4 de septiembre de 2024

¿Por qué hay que ser solidarios?


       Solidaridad, altruismo, generosidad, caridad, filantropía, fraternidad… distintas palabras para hablar del apoyo y adhesión a la causa de otras personas. Cuando definimos a alguien como ‘solidario’ queremos decir que es una persona que hace suya la causa del otro y le muestra su cercanía con una ayuda concreta.

        Hay una solidaridad verdaderamente comprometida: la de los voluntarios. Es una solidaridad de quien pone su tiempo y sus cualidades personales al servicio de personas excluidas o necesitadas. Es la solidaridad de los que atienden los roperos parroquiales, de los que llevan calor y café a los que duermen en la calle, de los que escuchan a quienes llaman al teléfono de la esperanza, de los que colaboran en los almacenes del Banco de Alimentos, de los que animan un campamento para hijos de migrantes o acompañan a ancianos a la consulta del médico. Seguro que podéis añadir muchos más ejemplos.

            Hay otra solidaridad y es la de quienes comparten sus recursos económicos con los más desfavorecidos en España o en otros países empobrecidos del planeta. Los hay que, en tiempos de catástrofes, como por ejemplo una guerra o una hambruna, un terremoto o un ciclón, envían un donativo. Y los hay que, de forma estable y continuada, sostienen proyectos sociales y humanitarios, por ejemplo una investigación contra el cáncer, una escuela o un comedor social en países pobres. Son los miembros de las más variadas asociaciones, ongd’s o fundaciones.

            Ambas formas de solidaridad son necesarias y son muy importantes para la sociedad. Existe también una solidaridad de palabra y de boquilla. Esta solidaridad la vemos todos los días en las redes sociales, Facebook, Instagram, Twitter, etc. Bien podemos decir que es una “solidaridad de postureo”. Si la empatía se limita a un ‘me gusta’ y a un emoticono que nada cuesta, podemos pensar que, más que solidaridad, es el deseo de aparentar que somos mejor de lo que somos. Mostrar continuamente que algo nos apena o dar un ‘like’ en contra de la guerra de Ucrania o de la falta de escuelas en Sudán, y no hacer nada más, resulta, como poco, una actitud sospechosa de hipocresía.

            Probablemente, solo cuando la solidaridad nos cuesta, aunque sea un poco, tiene valor. La solidaridad que cuesta tiempo, energías, disponibilidad y dinero es la que cuenta y la que vale. La solidaridad del “me gusta” y “yo apoyo la causa” tiene valor cuando va acompañada de un segundo movimiento: dar algo de nosotros o dar algo de lo nuestro. “La indignación –repetía el filósofo Stéphane Hessel- sólo puede durar unas horas; luego hay que pasar a la acción”

            Últimamente se han publicado muchos estudios sobre la solidaridad y todos concluyen que ser solidarios nos hace mejores personas. Y lo que es más importante: nos hace un poco más felices. Ser solidarios –aseguran estos estudios- no beneficia solo a los destinatarios que reciben la ayuda, sino a los que dan esa ayuda. Ser solidarios nos ayuda a ponernos en lugar del otro, a ver el mundo desde un ángulo diferente. Otros beneficios de ser personas solidarias son: aumenta la autoestima, refuerza la inteligencia emocional, alivia el estrés, redobla la positividad, desarrolla el sentido de gratitud ante la vida, te enseña a no quejarte continuamente de lo que te sucede y de lo que acontece en el mundo. La solidaridad nos ayuda a salir de nuestro ombligo y a identificarnos  con causas ajenas a nosotros y a nuestro pequeño círculo familiar.

            Un aspecto muy importante de la solidaridad es 0que abre delante de nosotros un horizonte nuevo: el horizonte de la bondad. El mundo no es únicamente una sucesión de injusticias y de catástrofes, de gente mala y egoísta, de violencia y de rencor. La solidaridad abre nuestros ojos a la bondad, la piedad, la generosidad y la luz. En el fragor de la guerra, siempre hay una enfermera que cura las heridas. Junto al hambre, siempre hay quien prepara un puchero y lo reparte. Cuando el terremoto desmorona las casas, siempre hay un vecino que ofrece su hogar. Existen el ébola y la malaria, pero también el voluntario silencioso que acompaña en la enfermedad.  

                Todo esto, ese lado luminoso del mundo, es mucho más fácil de descubrir cuando uno se ha comprometido, cuando uno es solidario con una buena causa. Quien pasa junto a puente donde un vagabundo andrajoso dormita, solo ve a un vagabundo andrajoso. El voluntario que cada noche recorre esos mismos puentes no ve vagabundos andrajosos, ve seres humanos que agradecen un café caliente, una manta sobre sus hombros, y una palabra de saludo y cortesía.

                Las personas solidarias no se pasan el día quejándose de los males del mundo, de los telediarios infames, de los periódicos nauseabundos. Las personas solidarias conocen las miserias del mundo, pero también las mil historias de esperanza y de bondad. También de alegría y gratuidad. Podemos apenarnos por los niños que no van a la escuela, pero también alegrarnos por los niños que, gracias a la ayuda de personas solidarias, están ante su pupitre.  

                Son muchos los que piensan que la solidaridad es un parche insignificante en un bache infinito, una gota de agua en el ardiente desierto. Son muchos los que piensan que no hay que ofrecer solidaridad, sino exigir justicia. Que hay que cambiar las estructuras de poder y las relaciones internacionales. Y tienen razón, claro que sí. Pero hasta que las leyes sean justas, hasta que las estructuras internacionales sean de verdadero progreso y equidad, todavía queda mucho, muchísimo. A ese territorio de pobreza, a ese vacío de justicia, es al que se dirige la solidaridad. El niño que no estudia porque su gobierno no paga la escuela de su pueblo, no podemos decirle que espere hasta que el derecho a la educación le alcance. Solamente podemos decirle, si aún somos humanos: “cuenta conmigo, yo me hago responsable de tu educación”.











viernes, 23 de agosto de 2024

El buen samaritano, de Aimé Morot

 


            Cuando entré por primera vez en su estudio, una tarde de diciembre de 1988, en medio de miles de libros y  objetos de artesanía de medio mundo, había una lámina de un "buen samaritano", de notable calidad  y de tamaño considerable. Nada más verla, la imagen me atrapó. En varias ocasiones, durante la charla de mesa-camilla con el profesor del Lycée Voltaire, levanté los ojos para observar la reproducción. Sobre la mesa, además de nuestras tazas de café y unas copitas para el vino dulce, había una bandeja de calissons d'Aix en Provence, dulces típicos navideños de esta ciudad y patria natal de mi contertulio. Recuerdo que aquella tarde charlamos sobre la novela  Noeud de vipéres, de François Mauriac, que yo acababa de leer, entusiasmado. 
         Hace unos meses escribí en Google “pinturas del buen samaritano”. Buscaba una pintura de esta temática evangélica para ilustrar la portada de una recopilación de artículos que quería encuadernar, bajo el nombre genérico de "La opción guaneliana".  ¡Y de nuevo, entre numerosas obras de artistas que habían pintado el pasaje del evangelista Lucas, me encontré con esta pintura! El ordenador me mostró pinturas de Rembrandt, Van Gogh, Eugéne Delacroix, Domenico Fetti, y decenas de artistas más. Durante horas me pregunté dónde había visto ese cuadro, en qué libro, en qué museo, en qué muestra. Me di por vencido. Al día siguiente, mientras preparaba el café en la cocina, me vino el recuerdo de aquella lámina en la pared del estudio parisino que visité con cierta asiduidad en el curso  1988-1989.  

            Me puse a buscar con avidez sobre esta pintura. Se trata de una obra del pintor francés Aimé Morot (1850-1913), que la presentó en 1880 en el Salon des artistes français, donde obtuvo la medalla de oro. El pintor, un tiempo atrás, cuando disfrutaba de una beca en Roma, entró en una iglesia en el momento en que un sacerdote leía el pasaje del evangelista Lucas (Lc 10, 25-37). Un experto de la Ley, le preguntó a Jesús: "¿Quién es mi prójimo?" Y él contestó, como solía hacer, contando una parábola: Mientras viajaba, un hombre de Samaria encontró en su camino a un hombre malherido al que unos ladrones habían asaltado y maltratado. Lo curó, lo llevó hasta una posada, y dejó dinero al posadero para que cuidase de él. Otros, antes que él, se habían encontrado con el herido, pero tenían prisa, cosas importantes que hacer, y no se detuvieron. El "buen samaritano" constituye una de esas páginas inolvidables que ha inspirado a literatos, pintores y músicos. Dos horas después de que Aimé Morot escuchase esta página en una iglesia romana, comenzó a dibujar los primeros bocetos.

           Aimé-Nicolas Morot había nacido en Nancy en 1850, en el seno de una familia modesta. Viajó a París para entrar, como estudiante, en el estudio del pintor Alexandre Cabanel. Aimé Morot decía sentirse deudor de los grandes pintores españoles del siglo XVII a los que admiraba profundamente. El cuadro que nos ocupa tiene unas dimensiones considerables (2,68 x 1,98) y aún era mayor en su origen, como se puede observar en un grabado, pero el propio pintor decidió recortar el lienzo por los cuatro lados, para que el espectador ciñese su mirada a la escena de los protagonistas, olvidándose del paisaje al que, en un principio, había dado más importancia.

            Morot trató con grave realismo la parábola evangélica. Su estilo vigoroso encontró el favor de los críticos de su tiempo que apreciaron el virtuosismo de la magnífica pintura. Marie Bashkirtseff, también pintora, escribió entusiasta: “Esta es la pintura que me ha dado el placer más completo en toda mi vida. Nada desentona, todo es simple, verdadero y bueno”. Morot, que apreciaba los temas de animales, añadió una dimensión conmovedora a la figura del burro que trabajosamente camina con la carga a cuestas.

            Morot quiso ver el asunto desde un punto de vista diferente. El buen samaritano no es un hombre rico, sino un pobre hombre, tal vez alguien que vendía los productos de su huerta de pueblo en pueblo, como lo darían a entender los amplios serones. No le sobraba el dinero ni poseía un buen caballo, sino un simple borriquillo. El buen samaritano va casi desnudo. Y sobre todo, va descalzo (impresiona el detalle de sus tobillos hinchados y de sus rodillas artríticas de hombre anciano). Su desnudez es similar a la del hombre al que le han robado y maltratado. No es un hombre joven y fuerte, sino un hombre mayor que con grandísimo esfuerzo consigue sostener al malherido sobre el asno. Todas estas cosas subrayan una acción límite de caridad. El hombre maltratado es un hombre joven, lleva la cabeza vendada para subrayar las heridas que le han provocado los malhechores. Va desnudo y esta desnudez remarca aún más el maltrato, porque añade la humillación y la vejación insoportable de la desnudez. Sobre el jumento se aprecia la maltrecha maleta del viajero asaltado.

            Un hombre mayor sostiene a un hombre joven pero herido y golpeado. Lo conduce hasta la posada en su pobre cabalgadura. Hasta el asno parece participar en esta ardua tarea de trasportar al herido. Cabizbajo, soporta el peso del hombre sobre sus lomos. La acción transcurre en un paisaje pedregoso y abrupto, en una mañana de sol hiriente. Una naturaleza áspera para remarcar, por contraste, más si cabe, la ternura del buen samaritano para otro hombre al que ni conocía ni tenía nada que agradecer. En ese paisaje de desoladora dureza, justo a los pies del samaritano y a las patas del burro, vemos un pequeño regato de agua: la vida puede brotar en el terreno pedregoso cuando hay un poco de agua, igual que brota la vida en un corazón árido cuando se produce un gesto de amor. 

         El pintor quiso que el espectador viese el esfuerzo que supone hacerse samaritanos para los demás. Verdaderamente, el buen samaritano parece un Cristo con su cruz a cuestas. Cuando lleguen a la posada, el samaritano lo curará, lo cuidará y se comprometerá a pagar al posadero los gastos del alojamiento. Ayudar al prójimo no es una fiesta, ni un postureo; exige esfuerzo, trabajo, rascarse el bolsillo, 'perder el tiempo'...  Nada distrae al espectador del mensaje que transmiten el soberbio dibujo y las pinceladas precisas. Una pintura que mueve a la compasión hacia el herido, pero que se hace extensiva hacia el propio samaritano e incluso hacia el borriquillo. Los tres nos parecen pobres y desvalidos en medio de una naturaleza áspera, casi hostil.  

            Para los críticos de arte, El buen samaritano es la obra maestra de Aimé Morot. Tal vez por ello, cuando se buscan 'buenos samaritanos' en google, aparece este cuadro. Hasta 1995 este cuadro estuvo en manos de un coleccionista alemán afincado en París, pero en su testamento lo legó a la colección pública de arte instalada en el Petit Palais de Paris. Otto Klaus Preiss se llamaba el donante y desde 2003 reposa para siempre, y por voluntad propia, en el cementerio de Montmartre, que es el mismo cementerio donde se dio sepultura en 1913 a Aimé-Morot. 



 








lunes, 19 de agosto de 2024

Ilya Repin: Iván el Terrible y su hijo

 


Acabo de ver la película El artista anónimo, de Klaus Härö. Resumo: un galerista de arte se endeuda para adquirir una pintura sin firmar, pero que él tiene la intuición -casi la certeza- de que se trata de una obra del gran pintor ruso de origen ucraniano, Ilya Repin (1844-1930).   

A los 13 años, Ilya Repin empezó a frecuentar un taller de iconos para ejercitarse en el noble arte de la pintura. Y aunque pasó largas temporadas en Finlandia y viajó a Francia, donde contactó con el movimiento impresionista, siempre se le engloba dentro de los pintores rusos, concretamente del movimiento Los Itinerantes, pintores que ampliaron la temática de sus obras y tuvieron una gran sensibilidad para retratar las tensiones sociales de su tiempo, el mundo de los pobres y los desvalidos, sin olvidarse de la pintura histórica o del retrato de las personalidades de su época. Cuando la revolución bolchevique de 1917 triunfó, él ya no quiso inmiscuirse en política. Se sentía demasiado viejo para aplaudir el río de sangre que corría por todas las tierras de Rusia en nombre de los proletarios. Sin embargo, para las autoridades soviéticas, la pintura realista y social de Ilya Répin fue un modelo a seguir en todas las academias de Bellas Artes. Murió en 1930, a los 86 años, en su finca Los Penates (por entonces territorio finlandés). Su última obra, llena de color y alegría, lleva por título Gopak y está  dedicado a danza tradicional ucraniana.

Hay una obra de Repin que siempre me ha fascinado, e inquietado al mismo tiempo, desde que la vi por primera vez reproducida en un catálogo de arte. En 1885, Ilya Repin pinta su obra maestra Iván el Terrible y su hijo (hoy en la Galería Tetriakov, de Moscú). Una pintura de historia, tan de moda en aquella época, que hace referencia a un episodio ocurrido tres siglos antes, exactamente el 16 de noviembre de 1581. El zar Iván el Terrible, en uno de sus accesos de ira y terriblemente enfadado por lo que él consideraba ropas indecentes de la zarina, amenaza con prenderla a bastonazos con ella. El zarévich, presente en la sala y en un intento de proteger a la zarina, se interpone y se enfrenta al padre,  pero el bastón lo golpea con tal fuerza en las sienes que, al punto, cae desplomado. El padre, horrorizado, trata inútilmente de detener la sangre de la sien. 

En la pintura, Iván aparece espantado por su violencia, atormentado por la culpa de haber herido brutalmente a su heredero, los ojos fuera de sus órbitas. El pintor subraya a la perfección la tensión violenta del crimen. Un padre colérico ha destruido a quien más debía haber amado. El hijo, antes de expirar, estrecha con su débil mano el brazo del padre, en un gesto de silencioso perdón.

     Ilya Repin pintó este cuadro en un estado de tensión y de furia. El pintor escribe: "Pintaba a ratos, sufría, estaba preocupado, corregía y corregía lo pintado, escondía el cuadro con decepción enfermiza de mis propias fuerzas. De nuevo, lo sacaba e iba al ataque. A menudo experimentaba miedo. Me alejaba del cuadro, lo escondía. A mis amigos el lienzo también les provocó una honda causaba. El cuadro me causaba repulsión y, al mismo tiempo, sentía un fuerte impulso para seguir trabajando en la pintura". 
        La escena tiene lugar en uno de los salones del palacio. Un espejo,  arcones,  una silla y un cojín por el suelo... indican el forcejeo previo. El suelo está cubierto de ricas alfombras persas, de llamativas tonalidades rojas, como si la sangre derramada alcanzase ya el palacio entero y la corte toda y toda Rusia. en la estancia, el bastón con el que golpeó al zarévich brilla como un cuchillo criminal.

Pocas veces el arte ha reflejado mejor el horror de un crimen, la locura de un rey, la grandeza del hijo que intentó aplacar la ira de zar y que fue capaz de perdonar al padre asesino. En el fondo, el heredero sabe que, de por vida, su padre estará condenado a revivir, día tras día y noche tras noche, aquel preciso instantes de furia, hasta hacerle enloquecer.

Los vestidos suntuosos del zarévich contrastan con la vestimenta de color negro del zar. El zarévich, que por su grandeza moral hubiera merecido alcanzar el trono, está agonizando. En cambio, el zar violento, loco y desquiciado (‘Terrible’ es el apodo con el que ha pasado a la posteridad), seguirá vivo, pero condenado para siempre al duelo y al luto.

Iván el Terrible es de sobra conocido por las muchas atrocidades cometidas y por los numerosos asesinatos que encargó entre sus propios colaboradores, pero ningún episodio refleja mejor su reinado sangriento que esta pintura de Ilya Repin. Esos ojos desorbitados, esa mirada inyectada en pánico, esas manchas de sangre en su propio rostro, ese intento vano de frenar la hemorragia y ese beso desesperado en la frente del hijo.                     Asistimos a la soledad más atroz de dos personajes: al desgarrador remordimiento ante la muerte inminente del hijo, se opone la resignación y la paz con la que el zarévich, también de nombre Iván, afronta el final inminente de su existencia: muere perdonando. Y la lágrima que con absoluta maestría Ilya Repin pintó en el rostro del moribundo, no sabemos si es por el golpe recibido, por la despedida de la vida o por su propio padre. Tal vez el zarévich llora por la vida tan desdichada que llevan siempre los que hacen desdichados a otros.

Por una estrecha ventana entra una luz fría pero suficiente para iluminar a los dos personajes, únicos actores, víctima y verdugo, de un sacrilegio, frente a frente, enlazados para siempre en el recuerdo de todo un pueblo.




miércoles, 14 de agosto de 2024

La escuela: una llama que no se apaga nunca

 

Como ya sucedió el curso escolar anterior, muchas escuelas de amplios territorios de la R. D. del Congo no abrirán al inicio del curso escolar. Hace unos días,  el misionero Blaise Mukampiel me decía por teléfono que, de momento, no habían podido regresar a Bateke, de donde fueron expulsados por la violencia extrema hace ahora año y medio y donde aún no se dan las condiciones para regresar. La guerra en El Congo es una guerra olvidada, o quizás sería mejor decir escondida. La guerra llegó a la meseta de Bateke en mayo de 2023. Y con ella, la destrucción de muchas escuelas o su apropiación por parte de la guerrilla o del ejército para transformarlas en refugios para los soldados o los guerrilleros. Y en esas seguimos aún. Pero en este mundo nuestro, sólo se habla de la guerra de Rusia-Ucrania o de la guerra de Israel-Palestina. Es lo que hay.

                A sólo 130 km de Bateke está Kinshasa, la capital de la R. D. del Congo. Y en esta ciudad, gracias a Dios y por ahora, las escuelas abrirán los primeros días de septiembre. Este es el motivo por el que, un año más, pido vuestro apoyo al programa de alfabetización y escolarización de menores de la calle en la ciudad de Kinshasa. 

            En un reciente estudio del pasado mes de julio, la Ong jesuita Entreculturas, experta en educación, decía: "Más  de 460 millones de niños, niñas y adolescentes viven en zonas de conflicto. Unos conflictos que han provocado que una quinta parte de los niños y niñas del mundo, el mayor número de la historia, se encuentren hoy en situaciones de emergencia, haciendo que peligre su vida, su derecho al aprendizaje y sus oportunidades de futuro”. 

“En estos contextos, incluso en las guerras más cruentas, la escuela significa mucho para la infancia. Es el lugar donde pueden recuperar, aunque sea por unas horas, la normalidad, el juego y el aprendizaje”. Y en el informe se hace un llamamiento: “fortalecer las escuelas para que sean un entorno protector y protegido, para que niños y niñas puedan permanecer en el sistema educativo. Una seguridad que va más allá de lo educativo y que engloba otros derechos humanos que están estrechamente relacionados, como el derecho a la sanidad o a una buena alimentación”.

La escuela no es un edificio. Ni unos materiales. Ni unas herramientas.  La escuela son los maestros que transmiten conocimientos y valores. La escuela son los compañeros con los que establecemos vínculos, a veces de por vida. La escuela es, en muchas ocasiones, una ocasión única para el aseo personal, la comida a mediodía, el uniforme que nos permite sentirnos iguales al resto de compañeros. La escuela es una pequeña luz que se enciende en la cabecita de un niño y que no se apagará nunca jamás.

Centenares de niñas y niños, rescatados de la calle y sus mil peligros, empezarán el día con un paseo hasta la escuela, vestidos y aseados, con su mochila, su cuaderno y su lapicero. Allí les esperará un maestro que encenderá en sus mentes esa pequeña llama de conocimiento. Una llama más importante y más necesaria que la llama olímpica que cada cuatro años abandona la ciudad de Olimpia para presidir los Juegos en una gran ciudad del mundo.

    ¿Deseas colaborar con un mes de escuela? 15 euros.

    ¿Deseas colaborar con un año de escuela? 150 euros.
















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