miércoles, 5 de mayo de 2021

El libro del Dies irae




En el siglo XIII se escribió un himno en latín, el Dies Irae, al parecer del fraile franciscano Tomás de Celano, amigo de San Francisco, aunque la atribución no es segura. Este himno fue utilizado hasta 1970 en las misas de Réquiem. Un buen número de compositores puso música a las terribles, pero hermosas palabras de este himno. Basta oír la secuencia del Dies irae, del Réquiem de Mozart, para percatarse de su fuerza poética y de su tremenda belleza.

El Dies Irae nos dice que existe un libro donde están contenidas todas las cosas. Un libro en el que los escribanos divinos han ido registrando todas las respiraciones, las obras, los pensamientos, los actos y los deseos de cada ser humano. Un libro que lo contiene y abarca todo. “Se abrirá el libro / que todo lo contiene / y por el cual el mundo será juzgado”

Liber scriptus proferetur,

in quo totum continetur,

unde Mundus iudicetur

Un libro que guarda la memoria de todos los seres humanos que han nacido, vivido y muerto en esta Tierra, dramática y magnífica. La vida de cada ser humano registrada minuto a minuto. La crónica pormenorizada de una existencia. También la mía. Desde el primer vagido en una humilde casa de Quintanilla de Arriba, hasta este preciso instante en que, las manos en el ordenador, intento sumar palabras  para redactar este artículo.

Podemos imaginarnos la escena. La trompeta del Juicio Final resonará por toda la tierra y su sonido solemne llegará a los oídos de vivos y muertos. De todos los campos de batalla, de todos los cementerios, bajo las losas de todas las catedrales, de todos los mares, de todas las tierras, los muertos de hace un millón de años o de hace apenas unas horas se levantarán.

Y los vivos cesarán en sus faenas cotidianas. Los obreros dejarán sus herramientas. Las casas quedarán a medio construir. Los amantes abandonarán sus lechos cálidos de placer y deseo, las cárceles se abrirán, los estudiantes cerrarán sus libros y los profesores abandonarán sus tarimas, los señores del mundo saldrán de sus despachos impolutos; el canto gregoriano abruptamente se interrumpirá en el monasterio, el panadero abandonará la masa a medio bregar. La gestación de los niños por venir se detendrá, y el discurso de los oradores y voceros enmudecerá. Los pies de los peregrinos se paralizarán en el camino. El silbido de la cafetera cesará y el fuego de la chimenea se extinguirá.

Todos, vivos y muertos, seremos convocados al Gran Juicio Final, porque la trompeta impondrá su imperativo sonido a todos. Al valle de Josafat, según cuenta con gran fuerza poética Joel, irán llegando las muchedumbres de los cuatro puntos cardinales de la tierra y de todos los siglos. Papas, emperadores y reyes, al mismo tiempo que los trabajadores manuales que hacían los adobes, los constructores de calzadas y los que limpiaban las letrinas de los palacios. Los generales que mandaban desde la retaguardia y los soldados que morían en las trincheras. Los filósofos con sus libros y las campesinas con sus cestas de coles, los grandes pintores y los que les mezclaban los colores, los prisioneros y los carceleros, los señores terratenientes junto a sus criados y esclavillos, los intelectuales que impartían sus clases desde el estrado y los que barrían los patios de la universidad, los médicos junto a sus pacientes, las prostitutas de todas las mancebías y los clientes de todos los burdeles, los jueces togados y autosatisfechos y los enjuiciados que temblaban …

Y entonces el libro se abrirá. Y ahí estará todo. Cada obra, cada pensamiento, cada sueño, cada palabra. La ficción de este mundo se desmoronará. Las apariencias caerán como caen los vestidos en la alcoba. De nada servirán los uniformes y los galones que identificaban el estatus en el gran teatro del mundo. La mentira saldrá huyendo y la verdad surgirá en todo su esplendor. ¡Cuántas sorpresas y cuánto estupor! Tal vez el padre de familia irreprochable y esposo amantísimo será desenmascarado y aparecerá el lujurioso y el corrupto. Tal vez, del padre cascarrabias y un poco seco, conoceremos el beso a sus hijos al apagar la luz cada noche. Se declarará la inocencia del que fue encarcelado por un crimen que nunca cometió. Se conocerán las caridades y las limosnas del que nadie sabía ni sospechaba. Y del benefactor admirado y aplaudido se sabrán sus tejes y manejes, sus desvíos de dinero. Se pondrán encima de la mesa los pensamientos limpios de la ramera y los deseos turbios de quien se erigía en portaestandarte de la moralidad pública desde cualquier púlpito.  Saldrá a la luz la oración callada del que nunca pisaba la iglesia y la blasfemia y apostasía del mitrado que arrastraba fieles por sus hermosas homilías. Brillará la rectitud de quien fue vejado y apartado de su oficio por las mentiras tejidas en su contra y veremos las manos ensangrentadas por el odio de quien se presentaba como paradigma y modelo de transparencia y honradez. Todos los crímenes saldrán a la luz, a la vez que todas las inocencias. Ninguna bondad quedará oculta. Ninguna palabra hermosa caerá en el silencio. Ningún pensamiento noble se habrá perdido. Las torticeras intenciones y los labios mentirosos serán descubiertos. Y los abrazos de compasión y el aliento a los pequeñuelos resplandecerán en aquel día.

Entonces cada uno de nosotros se verá a sí mismo. Conocerá a su verdadero yo. Sabrá su verdadero nombre y sus apellidos. Cualquier acto de bondad y cualquier deseo de odio estarán ahí. Lloraremos por nosotros o nos alegraremos por nosotros. Conoceremos por fin nuestros cuartos oscuros y nuestras ventanas luminosas. La perfidia de nuestras noches y la hermosura de nuestros días. Por fin, sabremos quiénes somos. Sabremos la verdad. Por fin, se hará justicia.

Este libro que contiene todo, en el que todo está escrito, podría asustarnos, pero también llenarnos de aliento, pues aún estamos vivos y estamos a tiempo. Solo ese día se nos recordará la sonrisa que ofrecimos a una viejecita, el abrazo a quien andaba desconsolado, la paciencia hacia nuestra madre con alzhéimer, la escucha a nuestro vecino parado, el cuenco de sopa al hambriento, las monedas al mendigo, la caricia al herido del hospital. Ningún gesto de amor se habrá perdido, porque todo está escrito y registrado en el Libro. Incluso el repelús en la cabeza del cachorrillo y el evitar pisar las margaritas.

A esta caña pensante que es el ser humano solo le queda por recitar:

Rex tremendæ maiestatis,

qui salvandos salvas gratis,

salva me, fons pietatis








DIES IRAE / SERÁ UN DÍA DE IRA

 

 

Texto original en latín

Dies iræ, dies illa,

Solvet sæclum in favilla,

Teste David cum Sibylla!

Quantus tremor est futurus,

quando iudex est venturus,

cuncta stricte discussurus!

Tuba mirum spargens sonum

per sepulcra regionum,

coget omnes ante thronum.

Mors stupebit et Natura,

cum resurget creatura,

iudicanti responsura.

Liber scriptus proferetur,

in quo totum continetur,

unde Mundus iudicetur.

Iudex ergo cum sedebit,

quidquid latet apparebit,

nihil inultum remanebit.

Quid sum miser tunc dicturus?

Quem patronum rogaturus,

cum vix iustus sit securus?

Rex tremendæ maiestatis,

qui salvandos salvas gratis,

salva me, fons pietatis.

Recordare, Iesu pie,

quod sum causa tuæ viæ;

ne me perdas illa die.

Quærens me, sedisti lassus,

redemisti crucem passus,

tantus labor non sit cassus.

Iuste Iudex ultionis,

donum fac remissionis

ante diem rationis.

Ingemisco, tamquam reus,

culpa rubet vultus meus,

supplicanti parce Deus.

Qui Mariam absolvisti,

et latronem exaudisti,

mihi quoque spem dedisti.

Preces meæ non sunt dignæ,

sed tu bonus fac benigne,

ne perenni cremer igne.

Inter oves locum præsta,

et ab hædis me sequestra,

statuens in parte dextra.

Confutatis maledictis,

flammis acribus addictis,

voca me cum benedictis.

Oro supplex et acclinis,

cor contritum quasi cinis,

gere curam mei finis.

Lacrimosa dies illa,

qua resurget ex favilla

iudicandus homo reus.

Huic ergo parce, Deus.

Pie Iesu Domine,

dona eis requiem.

Amen.

 

 

Traducción

¡Será un día de ira, aquel día

en que el mundo se reduzca a cenizas,

como predijeron David y la Sibila!

¡Cuánto terror habrá en el futuro

cuando el juez haya de venir

para hacer estrictas cuentas!

La trompeta resonará terrible

por todo el reino de los muertos,

para reunir a todos ante el trono.

La muerte y la Naturaleza se asombrarán,

cuando todo lo creado resucite

para responder ante su juez.

Se abrirá el libro escrito

que todo lo contiene

y por el que el mundo será juzgado.

Entonces, el juez tomará asiento,

todo lo oculto se mostrará

y nada quedará impune.

¿Qué alegaré entonces, pobre de mí?

¿De qué protector invocaré ayuda,

si ni siquiera el justo se sentirá seguro?

Rey de tremenda majestad

tú que salvas solo por tu gracia,

sálvame, fuente de piedad.

Acuérdate, piadoso Jesús

de que soy la causa de tu calvario;

no me pierdas ese día.

Por buscarme, te sentaste agotado;

por redimirme, sufriste en la cruz,

¡que tanto esfuerzo no sea en vano!

Justo juez de los castigos,

concédeme el regalo del perdón

antes del día del juicio.

Sollozo, porque soy culpable;

la culpa sonroja mi rostro;

perdona, oh Dios, a este suplicante.

Tú, que absolviste a Magdalena

y escuchaste la súplica del ladrón,

dame a mí también esperanza.

Mis plegarias no son dignas,

pero tú, que actúas con bondad,

no permitas que arda en el fuego eterno.

Colócame entre tu rebaño

y sepárame de los impíos

situándome a tu derecha.

Confundidos los malditos,

arrojados a las llamas acerbas,

llámame entre los benditos.

Te ruego compungido y de rodillas,

con el corazón contrito, casi en cenizas,

que cuides de mí en el final.

Será de lagrimas aquel día,

en que del polvo resurja

el hombre culpable, para ser juzgado.

Perdónalo, entonces, oh Dios,

Señor de piedad, Jesús,

y concédele el descanso.

Amén.

 



domingo, 2 de mayo de 2021

Descubrir Claras y Catalinas. Descubrir centuriones

 

LA OPCIÓN GUANELIANA

8.- Descubrir Claras y Catalinas. Descubrir centuriones

Una mirada a las mujeres y a los laicos desde el último banco de la Iglesia.

“Y vosotros, buenos cooperadores y benévolas cooperadoras, ayudad con el fervor de vuestras plegarias, y sumad el óbolo de vuestra caridad” (L.G.)

            


 Los inicios de las fundaciones guanelianas son originales. El lago de Como lame el pueblo de Pianello Lario. Allí, un pequeño grupo de mujeres consagradas había empezado a cuidar a unas cuantas huérfanas. Carlo Coppini, su párroco y director espiritual, muere y ellas se sienten como ovejas sin pastor. Don Guanella llega de párroco al pueblo y se encuentra con este grupo de mujeres. Ellas sólo necesitaban creerse que podían hacer un poco de bien. Don Guanella llevaba tiempo queriendo levantar una ‘choza’, como solía decir, para los desheredados de su valle, y se encontró, de repente, con unas cuantas almas entregadas y generosas que pensaban lo mismo. Lo que une no es la consanguinidad de sangre, sino la de espíritu. El don de la amistad surgió, auspiciado por ese deseo de hacer un poco de bien. Aún estaban lejos de pensar en un instituto religioso con sus constituciones y sus estatutos y con todo ese montón de normas, leyes, permisos, autorizaciones. Soñaban con formar una familia con huérfanos y viejecitos, unidos por el ‘vínculo del amor’, porque solo “el deseo de hacer el bien bien hecho” anudaba sus pensamientos y sus desvelos.

Las primeras ‘casas de la providencia’ fueron auténticos hogares, donde todos se desvivían por todos. Las primeras monjas se agotaron físicamente en su lucha sin cuartel por socorrer las muchas pobrezas de ese momento. Puede que don Guanella fuese su guía espiritual y también intelectual, pero fueron las monjas, capitaneadas por sor Marcelina Bosatta, -y el testimonio heroico de Clara Bosatta-, las que marcaron el sendero y el ritmo, las virtudes cotidianas, el estilo y la actitud. Luis Guanella tradujo en palabras lo que se vivía y lo que se deseaba vivir. Los tiempos, que no corrían a favor de un relato femenino, fueron oscureciendo el protagonismo de sor Marcellina Bosatta y del resto de monjas, al mismo tiempo que se agrandaba la figura de Luis Guanella, convertido en portaestandarte de una manera de ser y de hacer, faro de vocaciones, imán que atraía a todos…, pero en aquellos primeros años, el genio femenino marcó el día a día, y dibujó, en la práctica, el horizonte guaneliano.

En la vida de don Guanella hubo mujeres muy importantes. La primera entre todas, su propia madre,  María Bianchi. De ella aprendió la dulzura en el trato (algo que le costaba, porque Luis era bastante impetuoso y apasionado) y también ese mirar atento para descubrir la pobreza incluso cuando solo se intuye. En Pianello Lario se encontraría con Marcelina Bosatta, una mujer consagrada, con la que compartió desvelos, ideas, dirección y orientación de las comunidades religiosas. Mujer fuerte y trabajadora, guio con remo seguro la barquichuela de las Hijas de la Providencia y fue también ‘maestra’ para la rama masculina.

Pero no podemos olvidar dos mujeres señeras en los inicios de la obra guaneliana: Clara Bosatta (1858-1887); en su breve existencia, iluminó no poco a Luis. La historia de Clara es singular. Una joven extremadamente sensible, hasta el punto de que la llamaban la ‘llorona’.  Había intentado ser religiosa en otro convento, pero la rechazaron, quizás porque la encontraron un poco ñoña y un poco mística, en el peor sentido de la palabra. Luego sería mística, pero en el sentido verdadero del término. Clara pertenece al primer grupo de monjas que puso en pie las primeras fundaciones. Murió a tan solo 29 años. Y en su enfermedad, Don Guanella se comportó con ella como un verdadero padre con una hija querida que se le muere. Es más, y algo poco habitual en aquella época, se la llevó a su casa, sin importarle los dimes y diretes de la gente, tan dada a los chistes facilones. Luis descubrió la grandeza interior de Clara, entrevió lo avanzada que estaba en la unión con Dios y valoró su entrega denodada por los necesitados. Clara, en su corta vida, marcó el porvenir de la obra guaneliana.

Catalina Guanella (1841-1891), su hermana, fue otra figura clave en su vida. Compañera de juegos en la infancia (hacían sopa de arena y polenta de barro y se decían: “cuando seamos mayores daremos a los pobres comida de verdad”), y, sobre todo, su alma gemela. Mujer íntegra, dulce y fuerte, célibe por vocación, acompañó a Luis a la parroquia de Savogno, y con él permaneció 7 años, hasta que Luis marchó a Turín. Entonces, Catalina regresó a la casa paterna, y en Fraciscio permancerá hasta su muerte, a la edad de 50 años. Ahí encontró su lugar en el mundo, un espacio para el recogimiento interior, la ayuda amorosa a la madre impedida, el socorro a los más pobres del pueblo y el compromiso con la parroquia. Para Luis fue el ‘angel del buen ejemplo”, un modelo a imitar porque Catalina “poseía el raro don de intuir lo que sucedía en el corazón del otro”. Don Luis la definiría como ‘inspiradora y cooperadora”.

Luis Guanella fue un buen lector del alma y el corazón femeninos, yo diría que bastante adelantado para la mentalidad de su época. ‘Descubrió’ a Clara y ‘descubrió’ a Catalina. Escribió sobre ellas cuando murieron y no escatimó alabanzas y adjetivos. A ambas las consideró ‘mujeres santas’. Y a nosotros nos invita a  seguir descubriendo ‘Claras’  y ‘Catalinas’ en los inicios del siglo XXI.

Alguna vez, en misa, me he puesto a observar: un hombre en el presbiterio y dos docenas de mujeres en los bancos. Es curioso que una iglesia guiada por hombres, esté constituida en su mayoría por mujeres. Y no me refiero a si la mujer debe o no debe ejercer el sacerdocio (creo que esto es un asunto bastante secundario), me refiero a que la mujer pueda enseñar, hablar, ser escuchada, tomar decisiones y gestionar realidades eclesiales. Una presencia femenina en las responsabilidades de Iglesia es, no solo urgente, sino necesaria por el interés de la propia Iglesia. Tampoco niego que se estén dando pasos en este sentido, pero…

En octubre de 2015, en el Vaticano se celebró un sínodo sobre la familia. Cardenales y obispos de todo el mundo discuten ardientemente sobre la familia en el mundo de hoy. Algunos laicos son invitados también a esta asamblea de eminentes purpurados. En el último banco del aula sinodal se sienta una mujer, Lucetta Scaraffia. Su voz, desde el último banco, se escucha en el Aula: “La Iglesia no puede olvidar que el cristianismo fue el primero en proponer la igualdad espiritual entre hombres y mujeres y que ha sido la tradición cristiana la que ha sembrado la semilla de la emancipación femenina en Occidente. Las mujeres son las únicas que pueden restituir vitalidad y corazón a una estructura rígida y autorreferencial. Sin mujeres, la Iglesia no puede pensar el futuro, porque son las mujeres las que la sostienen y ya no aceptan servir sin ser escuchadas”.

Esto que escribió Scaraffia para referirse a las mujeres, valdría lo mismo para hablar de los laicos (hombres y mujeres) que hasta ahora mismo sólo han tenido en la Iglesia un papel secundario y marginal y que aún hoy son vistos con desconfianza y prevención.

Con la lógica mentalidad de la época, Don Guanella tuvo presentes a los laicos, a través del llamado movimiento de cooperadores. Su conocimiento de la Tercera Orden franciscana y del mundo salesiano le facilitaron el camino (parece que durante su periodo de tres años con los salesianos, don Guanella hizo un borrador sobre los cooperadores, a petición del propio Don Bosco). A decir verdad, en la historia guaneliana, el movimiento de cooperadores se ha movido, más bien, poco, pues los religiosos suelen ver en los laicos unos simples acólitos, y, por su parte, los laicos suelen tener alergia a tomar responsabilidades.

Pero Luis Guanella, con su política del corazón, supo estar cerca de un buen grupo de laicas y laicos a los que implicó en sus fundaciones, y por los que sintió un profundo afecto. Escribe: “Los laicos podéis ser más útiles que los curas, porque podéis entrar y colaros en todos los sitios [...] Solo es necesario tener el corazón rebosante de caridad […] Y cuando los demás vean que actuáis por amor a Dios y al prójimo, lograréis frutos abundantes. Poco a poco, casi sin daros cuenta, convertiréis a muchos y moveréis la opinión pública”.

Creo que una de las misiones que el creyente guaneliano tiene hoy en sus manos es la de descubrir, asimismo, ‘centuriones’. ¿Qué significa esta expresión? Leamos el pasaje de Lucas, 7, donde se nos cuenta que el centurión romano manda a buscar a Jesús para que cure a su criado enfermo. El centurión no es un judío, no es un creyente, no es un amigo de Jesús, se considera indigno y considera indigna su morada, pero ha aportado su cuota para la construcción de la sinagoga del pueblo y sabe distinguir, en medio de tanto charlatán, la voz clara de Jesús. El centurión se ocupa y preocupa por su siervo enfermo y, en su dolor, acude a Jesús y en él confía. Descubrir centuriones. Descubrir mujeres en una iglesia de hombres. Descubrir laicos en una iglesia de ‘profesionales de la religión’. Descubrir alejados, agnósticos, no creyentes, ateos, de otras confesiones, en una Iglesia que ya no puede ser entendida como un ‘club privado’. Los centuriones de nuestro siglo, sin saberlo o sin proponérselo, son cristianos. Y muchas veces, de los buenos.

¿Quiénes son hoy día los centuriones? ¿Acaso los agnósticos de la laicidad positiva, del respeto escrupuloso a los sentimientos religiosos de los demás? ¿Acaso los que un día fueron bautizados, pero que, por su forma de vivir, se saben excomulgados, apartados de los sacramentos por una moral católica entendida al pie de la letra, pero que, sin embargo, consideran a Cristo como parte del horizonte de sus vidas? ¿Acaso los que han hecho de la lectura de la Biblia un alimento nutritivo para su espíritu y, aun sabiéndose vacíos de fe, se sienten profundamente heridos por el mensaje de Jesús? ¿Quizás los que habiendo optado por la increencia colaboran en las causas justas y en las muchas obras de caridad y solidaridad que promueve la Iglesia? ¿Puede que los hombres que practican las obras de misericordia aún sin conocer al autor de las Bienaventuranzas? ¿Acaso los que, en los caminos del mundo, acogen y curan las llagas de los heridos y apaleados, como un deber de puro civismo y pura humanidad, como anónimos samaritanos? Hay muchas Simone Weil que permanecen aún en “el umbral de la Iglesia con todos los que no tienen cabida en ella”. Y sin embrago, también gracias a todos ellos y ellas, la Iglesia sigue avanzando por la senda marcada por Jesús de Nazaret. 

Han llegado hasta nosotros los nombres de algunos laicos y laicas que, en los albores de la obra guaneliana, aportaron su grano de arena. Leemos con emoción sus nombres: Carlo Cima, Giuseppe Ferrua, Domenico Montebugnoli, Sr. Biffi, Catalina Guanella, Bernardo y Sofia Calvi, Rosa Piatti, Marietta Tettamanti, Luigi Mazzoletti, Cesare Cantù, Rosa Guanella, Costantino Valli. Sin duda de quien más noticias tenemos es de la escritora Maddalena Albini Crosta a la que encargó tareas de alta responsabilidad, como la dirección efectiva de la revista La Divina Provvidenza y la revisión del estatuto de las Hijas de la Providencia.  Sus nombres resuenan aún. Y son una invitación seguir añadiendo nombres a los nombres y corazones a los corazones en este siglo XXI.

 


 

Próximo domingo: Cap. 9.- Sobre la muerte y el morir


miércoles, 28 de abril de 2021

Sobre la libertad religiosa




Cada dos años, personas independientes y universidades elaboraran el Informe sobre la Libertad Religiosa en el Mundo auspiciado por Ayuda a la Iglesia Necesitada Internacional. De acuerdo con el último Informe, de este mismo año 2021, podría decirse que la libertad religiosa está en caída libre en el mundo. El Artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, dice que “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad para cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o creencia individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

Y sin embargo, el Informe asegura que uno de cada tres países no respeta la libertad religiosa. El 67% de la población mundial, unos 5.200 millones de personas viven en países que claramente discriminan, impiden, amenazan o castigan a las personas por sus creencias religiosas. En 26 países, los creyentes sufren persecución grave y en otros 36 países se les discrimina a la hora de buscar trabajo, en la vida social o en la educación. “Un paulatino empeoramiento” podría ser el resumen de este Informe, que es el más serio y riguroso de cuantos se elaboran sobre las amenazas al derecho a la libertad religiosa.

África, Oriente Medio y Asia son las zonas más afectadas, pero persecución por razones de conciencia o de religión se da también en países como Venezuela, Nicaragua o Cuba. Países autoritarios –el caso de China es verdaderamente sangrante-, países donde campa a sus anchas el extremismo islamista y países donde el nacionalismo étnico-religioso es excluyente, forman parte de ese mapamundi de la vergüenza. En 30 países se han producido asesinatos por causa de la fe, lo cual es una noticia inquietante y que, desgraciadamente, escuchamos a menudo en las noticias. El Informe dice también que en 42 países el cambiar de religión acarrea graves consecuencias sociales y legales, incluso la muerte, mientras que muchos de los secuestros o violación de niñas y mujeres tiene que ver con las conversiones forzadas, algo que está aumentando significativamente en el ámbito islámico.

En muchos países, el Covid ha sido la excusa perfecta para poner cortapisas y aumentar las prohibiciones a los creyentes de cualquier religión para expresar su fe.  Marcela Szymanski es la responsable máxima de este Informe sobre libertad religiosa. De sus declaraciones en estos días, me han llamado la atención dos cosas:

 

1º.- El Informe denuncia el avance imparable del yihadismo radical en África. Las matanzas se suceden, los atentados se multiplican. Los violentos ya no se conforman con llegar a una aldea y arrasarla, sino que expulsan a sus moradores y, así, amplían su territorio, acaparan los recursos naturales y siembran el pánico en los alrededores. Miles de cristianos han tenido que abandonar sus ancestrales territorios y emprender el camino del destierro.

Europa y el mundo occidental parecen no tener sensibilidad alguna ante este terror indiscriminado por motivos de fe o conciencia. Tampoco parecen tomarse en serio lo que ya se ha dado en llamar el cibercalifato transcontinental. A través de las redes sociales, el yihadismo seduce cada vez más a un mayor número de jóvenes a los que les otorga una razón fuerte y desesperada para sus vidas, antes o después de lavarles el cerebro. En África este fenómeno es verdaderamente preocupante. Los jóvenes son arrastrados y seducidos y las mujeres son forzadas a la conversión a través de la violación o el matrimonio impuesto.

 

2º.- Pero hay otra novedad en el Informe 2021, lo que se ha denominado la ‘persecución educada’. Se está produciendo en el mundo occidental. La ridiculización del cristianismo o de la praxis de la fe, la obstaculización creciente a expresar públicamente la fe, la creación de supuestos ‘nuevos derechos’ que van en contra de la moral cristiana, y un creciente adoctrinamiento político en los medios de comunicación o en las escuelas públicas. En fin, una persecución larvada, pero eficaz. Los cristianos practicantes son señalados como ciudadanos carcas, viejunos o trasnochados. En fin, unas antiguallas”. Todo este proceder no es otra cosa que una discriminación en toda regla, por el hecho de creer en una determinada fe o de seguir la propia conciencia.

 Marcela Szymanski declara a la revista Vida Nueva que esta ‘persecución educada’ se está dando en España, y que “nuestro país está en el límite de la libertad religiosa”. Es más, dice que ha estado a punto de ser señalado en este Informe como país que no respeta la libertad religiosa. No hace falta ser un experto, para saber que esto es así: un laicismo agresivo, una ridiculización continua de la fe, una divulgación mediática amplia de los errores de la Iglesia, una minimización de la ingente labor social llevada a cabo por el clero, los religiosos y los laicos cristianos, la obstaculización progresiva de la escuela concertada, etc. Son, sin duda, noticias preocupantes, pero que no aparecerán en ningún telediario, porque cualquier noticia que suene a religiosa es ‘puro trasto viejo”, y  nada pinta en esta España  progresista y moderna.

Mientras escribía esta reflexión, dos noticias saltaban a la actualidad. Por un lado, dos periodistas españoles y un irlandés han fallecido en una emboscada, a manos de terroristas yihadistas, en Burkina Faso. Los periodistas españoles, David Beriain y Roberto Fraile, que habían trabajado con anterioridad en zonas de riesgo, estaban haciendo un reportaje sobre la caza furtiva, los intereses económicos y la violencia que genera. Pero el terrorismo musulmán, que cuenta en la zona con medios más potentes que el propio ejército nacional y que tiene infiltrados en las altas esferas,  conocía esta misión y solo tuvo que planear la emboscada. En un audio de la propia banda criminal se oye: “Hemos matado a tres blanco y nos hemos incautado de coches y armas”.

Por otro lado, en Sudán del Sur, en la diócesis de Rumbek, el joven obispo electo Christian Carlassare ha sido tiroteado en las piernas, como una clara advertencia y un acto de intimidación para que se largue. Tres balas y una gran pérdida de sangre han puesto en peligro su vida. Ahora se recupera en un hospital. Veo la foto. Sobre la camilla, el hombre de 43 años, mira a la cámara, aún asustado y aún débil. Alguien le ha entregado un vaso con flores blancas que él sostiene en su mano. La vida del ser humano es así de frágil como un vaso de cristal. Y las balas, en esta ocasión, llevan un mensaje de odio precisamente para los pocos que en este rincón del mundo tratan de poner un poco de cordura y de concordia en la locura de una violencia que no cesa.  De momento, recién salido de la operación, el P. Christian ha pedido a su familia y a sus hermanos combonianos: “Rezad, pero no por mí, sino por la gente de Rumbek, que sufre mucho más que yo”.

Marcela Szymanski, asegura que  el informe “muestra la impunidad que impera, porque nadie hace nada. Todos los autores que violan este derecho necesitan acabar con la diversidad de pensamiento, conciencia y religión”. Y sostiene que en el mundo presente “el hombre y la mujer que piensa, que busca la verdad y la transcendencia, es un obstáculo” a los ojos del mundo presente.






domingo, 25 de abril de 2021

Una temporada en Olmo

 LA OPCIÓN GUANELIANA

7.- Una temporada en Olmo.

En tiempos de noches oscuras, es preciso mirar y leer el interior.

“Dios usa contigo la misma ternura que un padre que en todo momento y ocasión educa a su pequeño” (L.G.)

            


            En algún momento de nuestra vida nos toca pasar una temporada en Olmo. Olmo es el desierto, la sequedad, el abandono, la acedia, el aislamiento, la discriminación. En el mapamundi guaneliano, Olmo es un hito. Olmo es el nombre de un pueblecito de montaña en Valtellina. Un pueblo aislado y en el que sus habitantes –en el último tercio del XIX- tenían fama de huraños y hoscos. Tarde o temprano, la vida nos destierra a ‘Olmo’. Los biógrafos de Luis Guanella dan mucha importancia al breve periodo –apenas 3 meses- que  estuvo de párroco en este pueblo. El destierro a Olmo se había gestado en los años anteriores. Una incomprensión y una hostilidad por parte de las autoridades políticas que, poco a poco, se fue contagiando a las eclesiásticas, hasta decretar el destierro a este pueblo perdido.

Su alineamiento al lado del Papa, su celo sacerdotal, su compromiso con los más desfavorecidos -algo que sienta mal a los políticos porque esa debería ser competencia suya- su ardor apostólico que propició el surgimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, hasta el punto de que alguien dijo que “bastaba levantar un muro para que el pueblo pareciese un monasterio”, sus escritos nada veleidosos con el modernismo imperante, le hicieron caer en desgracia.

Abatido y cabizbajo, llegó Luis Guanella a Olmo. Vio que las gentes cerraban los postigos a su paso. Allí transcurrió tres meses de estudio y de oración, pero también con el desaliento como espada de Damocles sobre su corazón. Fue entonces cuando escribió: "Mis compañeros de sacerdocio, mis hermanos salesianos y mis alumnos hacen obras grandes para gloria de Dios y de las almas. Y yo aquí”. Él se sentía el apóstol fracasado obligado a pronunciar: "Tota nocte laborantes, nihil cepimus" (hemos trabajando toda la noche sin coger nada).

Pero Cristo no se detuvo a las puertas de Olmo, sino que entró con él, y allí le descubrió su corazón. El lugar de confinamiento, se convirtió en el Tabor de Don Guanella. Pero antes de entrever el Tabor, antes de tener esa certeza de que, pronto o tarde, la “hora de la misericordia sonaría”, este párroco, impulsivo y fogoso, conoció el derrumbe, la tristeza, el bajón, las dudas y la noche oscura.

 Olmo es importante en la historia de Luis Guanella, pero no lo es por la persecución ni el destierro (el obispo llegó a decirle: “no tengo motivos para suspenderte, pero lo haría con gusto”), sino porque, en esta temporada de castigo, don Guanella descubrió, no sólo que Dios no lo había abandonado, sino que le quería como el padre más amante. Como a la oveja perdida, Dios lo ponía sobre sus hombros y le conducía al valle.

Cada ser humano, cuando sufre rechazo o no es valorado como él quisiera o como cree merecer, puede tener dos actitudes: Una: maldecir su suerte, considerarse una víctima, despotricar contra los que han urdido su desgracia, repartir culpas a diestro y siniestro. Y dos: aceptar el presente que le ha tocado, perdonar de corazón a los que han tejido su desventura, mirar su interior, purificar sus sentimientos, disolver su sufrimiento, y permanecer en la presencia de Dios con su presente de desdicha. Por todo ello, ¡Olmo puede ser una bendición!

Esta segunda actitud lo cambia todo. La mayor fuente de conocimiento de uno mismo nos llega en los momentos de sufrimiento. Y del sufrimiento podemos salir como resentidos o como bendecidos.

Pero ‘Olmo’ nos puede enseñar algunas cosas.

Si nos tomamos en serio el cristianismo, tarde o temprano, nos sentiremos marginados. Ignacio de Loyola dijo en una ocasión que solo le preocupaba la Compañía si no se la perseguía: “Si no causamos ninguna extrañeza, es que hemos abandonado nuestra misión”.

Pero, al mismo tiempo, podemos descubrirnos como los que expulsan a otros cristianos a Olmo. Si no estamos muy atentos, tal vez pensemos que aquellos que no viven el cristianismo como nosotros creemos que debe vivirse, se ‘merecen’ una temporada en Olmo.

            Olmo nos da pie para hablar de cuantas veces nuestra forma de ser o de vivir entra en conflicto con el mundo e, incluso, con la propia Iglesia. Hace no mucho un periódico publicaba un elenco de las cosas más políticamente incorrectas. En ese listado aparecía, en primer lugar, el declararse cristiano practicante y exteriorizarlo en un lugar público, por ejemplo bendiciendo la mesa en un restaurante. Que alguien nos cuelgue el sambenito de ‘católico’ puede significar una defenestración social. En Europa, los cristianos no somos perseguidos con saña hasta la muerte, como está ocurriendo en otros lugares de Medio Oriente, pero sí que hay un tufillo de anticlericalismo por doquier. Hoy día, en el puesto de trabajo, decir que uno va a misa los domingos, que reza, o simplemente defender a la Iglesia en una conversación, no está bien visto. Si te confiesas abiertamente católico, te caen encima algunas categorías: carca, rancio, o te adjudican pertenecer a alguno de los movimientos más retrógrados de la Iglesia Católica. Cada vez las normas de un país se alejan más del Catecismo (cuestiones como la sexualidad, el aborto, el matrimonio, la eutanasia, pero también cuestiones económicas, migraciones, etc.). Por doquier abundan las burlas, los chistes gruesos, cuando no la inquina o el intentar hacerte callar la boca con algún escándalo eclesiástico (el de la pederastia del clero es infalible y pone fin a cualquier argumento y a cualquier defensa).

Pero Olmo es también “la tierra de nadie” que habitan los incomprendidos o los que se adelantan a su tiempo, los que sueñan sueños. Y la Iglesia no siente mucho afecto por estas categorías de personas. José María Rodríguez Olaizola escribe en su libro Tierra de todos que todavía persisten cristianos a los que se ve con recelo y sospecha, cristianos más o menos tolerados y más o menos incómodos. Y aunque los tiempos están cambiando, aún sigue habiendo cristianos  a los que se destierra: ¿Por qué tan pocas mujeres hoy aún en la toma de decisiones? ¿Por qué a tantas personas del colectivo LGTBI se ha negado el pan y la sal hasta hoy mismo? ¿Y los ex sacerdotes y los religiosos exclaustrados que han vivido de forma desgarradora su salida del presbiterado o de la vida religiosa? ¿Y tantos laicos a los que se trata como monaguillos? ¿Y los divorciados y vueltos a casar a los que aún no se permite la plena comunión con la Iglesia?

 Y estos colectivos son muchos y también han pasado o aún están en Olmo. Algunos, como Don Guanella, recibieron la luz en Olmo. Pero para otros, Olmo fue el final de su pertenencia a la Iglesia o el principio de una lejanía resentida y dolorosa. Para un creyente guaneliano sentir simpatía por los que “están o han estado en Olmo” tendría que ser lo más natural del mundo. Ellos también son parte de nuestra familia y a ellos nos une un ‘vínculo de amor’.

            “Acostumbrados a dormirnos sobre la cruz como sobre una almohada” (Marguerite Yourcenar),  muchos cristianos echarán de menos los tiempos gloriosos en que hacer pública ostentación de catolicismo estaba bien visto e incluso puntuaba y daba caché. Esto no es así y probablemente no lo volverá a ser. El mundo va por otros derroteros.

            La hostilidad social nos puede ayudar a hacer autocrítica sobre una determinada manera de ser creyente: la de vernos como miembros selectos del único Club verdadero. ¿Cuál es el plan de Dios sobre las distintas religiones? Es algo que no estamos capacitados para responder. Forma parte del misterio. Despojarnos de seguridades pétreas y de certezas inamovibles nos ayudará a vivir con serenidad y alegría en medio de una sociedad multicultural y mutirreligiosa. El creyente tiene una buena noticia que proponer, pero no que imponer.

            Nos sabemos barro, pero un barro que ha recibido un soplo de bondad y de belleza. Por ello, tenemos la obligación de ofrecerlo como un presente delicado. Y de ahí nuestra alegría. Somos imperfectos y pobres. Ya no constituimos una mayoría en posesión de la verdad, sino sencillos ladrillos de un puente por donde pasa la gracia y la dicha.

            En cada Olmo en el que estamos o estaremos confinados, podemos experimentar la ternura de Dios y ofrecer esta ternura al que está a nuestro lado. No ya desde el púlpito ni desde la cátedra, sino desde la cena compartida y el lavatorio de los pies.

Don Guanella tomó conciencia de que su Dios-Amor tenía que ser comunicado, como se ‘comulga’ un pan entre los hermanos cualquier mediodía del mundo. Utilizó todos los medios a su alcance para hablar de Dios. Basta echar una mirada a los libros, artículos, opúsculos, cuadernos que escribió sobre los más variados temas. Con el lenguaje pesado que por entonces estaba de moda en las esferas eclesiásticas, habló de todo, con más pasión que acierto literario, hay que confesar. En Olmo, germinaron muchas de sus ideas, porque en medio de la noche oscura, él experimentó la iluminación.

Olmo puede ser el lugar de nuestras desdichas, pero también de nuestras oportunidades. El lugar para ver nuestra pobre carne de hombres y, al mismo también, descubrir que no estamos solos en el exilio. Olmo siempre propicia una mirada lúcida a los cuartos tenebrosos del corazón. 

 


 Próximo domingo: Cap. 8.- Descubrir Claras y Catalinas. Descubrir centuriones


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