domingo, 25 de abril de 2021

Una temporada en Olmo

 LA OPCIÓN GUANELIANA

7.- Una temporada en Olmo.

En tiempos de noches oscuras, es preciso mirar y leer el interior.

“Dios usa contigo la misma ternura que un padre que en todo momento y ocasión educa a su pequeño” (L.G.)

            


            En algún momento de nuestra vida nos toca pasar una temporada en Olmo. Olmo es el desierto, la sequedad, el abandono, la acedia, el aislamiento, la discriminación. En el mapamundi guaneliano, Olmo es un hito. Olmo es el nombre de un pueblecito de montaña en Valtellina. Un pueblo aislado y en el que sus habitantes –en el último tercio del XIX- tenían fama de huraños y hoscos. Tarde o temprano, la vida nos destierra a ‘Olmo’. Los biógrafos de Luis Guanella dan mucha importancia al breve periodo –apenas 3 meses- que  estuvo de párroco en este pueblo. El destierro a Olmo se había gestado en los años anteriores. Una incomprensión y una hostilidad por parte de las autoridades políticas que, poco a poco, se fue contagiando a las eclesiásticas, hasta decretar el destierro a este pueblo perdido.

Su alineamiento al lado del Papa, su celo sacerdotal, su compromiso con los más desfavorecidos -algo que sienta mal a los políticos porque esa debería ser competencia suya- su ardor apostólico que propició el surgimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, hasta el punto de que alguien dijo que “bastaba levantar un muro para que el pueblo pareciese un monasterio”, sus escritos nada veleidosos con el modernismo imperante, le hicieron caer en desgracia.

Abatido y cabizbajo, llegó Luis Guanella a Olmo. Vio que las gentes cerraban los postigos a su paso. Allí transcurrió tres meses de estudio y de oración, pero también con el desaliento como espada de Damocles sobre su corazón. Fue entonces cuando escribió: "Mis compañeros de sacerdocio, mis hermanos salesianos y mis alumnos hacen obras grandes para gloria de Dios y de las almas. Y yo aquí”. Él se sentía el apóstol fracasado obligado a pronunciar: "Tota nocte laborantes, nihil cepimus" (hemos trabajando toda la noche sin coger nada).

Pero Cristo no se detuvo a las puertas de Olmo, sino que entró con él, y allí le descubrió su corazón. El lugar de confinamiento, se convirtió en el Tabor de Don Guanella. Pero antes de entrever el Tabor, antes de tener esa certeza de que, pronto o tarde, la “hora de la misericordia sonaría”, este párroco, impulsivo y fogoso, conoció el derrumbe, la tristeza, el bajón, las dudas y la noche oscura.

 Olmo es importante en la historia de Luis Guanella, pero no lo es por la persecución ni el destierro (el obispo llegó a decirle: “no tengo motivos para suspenderte, pero lo haría con gusto”), sino porque, en esta temporada de castigo, don Guanella descubrió, no sólo que Dios no lo había abandonado, sino que le quería como el padre más amante. Como a la oveja perdida, Dios lo ponía sobre sus hombros y le conducía al valle.

Cada ser humano, cuando sufre rechazo o no es valorado como él quisiera o como cree merecer, puede tener dos actitudes: Una: maldecir su suerte, considerarse una víctima, despotricar contra los que han urdido su desgracia, repartir culpas a diestro y siniestro. Y dos: aceptar el presente que le ha tocado, perdonar de corazón a los que han tejido su desventura, mirar su interior, purificar sus sentimientos, disolver su sufrimiento, y permanecer en la presencia de Dios con su presente de desdicha. Por todo ello, ¡Olmo puede ser una bendición!

Esta segunda actitud lo cambia todo. La mayor fuente de conocimiento de uno mismo nos llega en los momentos de sufrimiento. Y del sufrimiento podemos salir como resentidos o como bendecidos.

Pero ‘Olmo’ nos puede enseñar algunas cosas.

Si nos tomamos en serio el cristianismo, tarde o temprano, nos sentiremos marginados. Ignacio de Loyola dijo en una ocasión que solo le preocupaba la Compañía si no se la perseguía: “Si no causamos ninguna extrañeza, es que hemos abandonado nuestra misión”.

Pero, al mismo tiempo, podemos descubrirnos como los que expulsan a otros cristianos a Olmo. Si no estamos muy atentos, tal vez pensemos que aquellos que no viven el cristianismo como nosotros creemos que debe vivirse, se ‘merecen’ una temporada en Olmo.

            Olmo nos da pie para hablar de cuantas veces nuestra forma de ser o de vivir entra en conflicto con el mundo e, incluso, con la propia Iglesia. Hace no mucho un periódico publicaba un elenco de las cosas más políticamente incorrectas. En ese listado aparecía, en primer lugar, el declararse cristiano practicante y exteriorizarlo en un lugar público, por ejemplo bendiciendo la mesa en un restaurante. Que alguien nos cuelgue el sambenito de ‘católico’ puede significar una defenestración social. En Europa, los cristianos no somos perseguidos con saña hasta la muerte, como está ocurriendo en otros lugares de Medio Oriente, pero sí que hay un tufillo de anticlericalismo por doquier. Hoy día, en el puesto de trabajo, decir que uno va a misa los domingos, que reza, o simplemente defender a la Iglesia en una conversación, no está bien visto. Si te confiesas abiertamente católico, te caen encima algunas categorías: carca, rancio, o te adjudican pertenecer a alguno de los movimientos más retrógrados de la Iglesia Católica. Cada vez las normas de un país se alejan más del Catecismo (cuestiones como la sexualidad, el aborto, el matrimonio, la eutanasia, pero también cuestiones económicas, migraciones, etc.). Por doquier abundan las burlas, los chistes gruesos, cuando no la inquina o el intentar hacerte callar la boca con algún escándalo eclesiástico (el de la pederastia del clero es infalible y pone fin a cualquier argumento y a cualquier defensa).

Pero Olmo es también “la tierra de nadie” que habitan los incomprendidos o los que se adelantan a su tiempo, los que sueñan sueños. Y la Iglesia no siente mucho afecto por estas categorías de personas. José María Rodríguez Olaizola escribe en su libro Tierra de todos que todavía persisten cristianos a los que se ve con recelo y sospecha, cristianos más o menos tolerados y más o menos incómodos. Y aunque los tiempos están cambiando, aún sigue habiendo cristianos  a los que se destierra: ¿Por qué tan pocas mujeres hoy aún en la toma de decisiones? ¿Por qué a tantas personas del colectivo LGTBI se ha negado el pan y la sal hasta hoy mismo? ¿Y los ex sacerdotes y los religiosos exclaustrados que han vivido de forma desgarradora su salida del presbiterado o de la vida religiosa? ¿Y tantos laicos a los que se trata como monaguillos? ¿Y los divorciados y vueltos a casar a los que aún no se permite la plena comunión con la Iglesia?

 Y estos colectivos son muchos y también han pasado o aún están en Olmo. Algunos, como Don Guanella, recibieron la luz en Olmo. Pero para otros, Olmo fue el final de su pertenencia a la Iglesia o el principio de una lejanía resentida y dolorosa. Para un creyente guaneliano sentir simpatía por los que “están o han estado en Olmo” tendría que ser lo más natural del mundo. Ellos también son parte de nuestra familia y a ellos nos une un ‘vínculo de amor’.

            “Acostumbrados a dormirnos sobre la cruz como sobre una almohada” (Marguerite Yourcenar),  muchos cristianos echarán de menos los tiempos gloriosos en que hacer pública ostentación de catolicismo estaba bien visto e incluso puntuaba y daba caché. Esto no es así y probablemente no lo volverá a ser. El mundo va por otros derroteros.

            La hostilidad social nos puede ayudar a hacer autocrítica sobre una determinada manera de ser creyente: la de vernos como miembros selectos del único Club verdadero. ¿Cuál es el plan de Dios sobre las distintas religiones? Es algo que no estamos capacitados para responder. Forma parte del misterio. Despojarnos de seguridades pétreas y de certezas inamovibles nos ayudará a vivir con serenidad y alegría en medio de una sociedad multicultural y mutirreligiosa. El creyente tiene una buena noticia que proponer, pero no que imponer.

            Nos sabemos barro, pero un barro que ha recibido un soplo de bondad y de belleza. Por ello, tenemos la obligación de ofrecerlo como un presente delicado. Y de ahí nuestra alegría. Somos imperfectos y pobres. Ya no constituimos una mayoría en posesión de la verdad, sino sencillos ladrillos de un puente por donde pasa la gracia y la dicha.

            En cada Olmo en el que estamos o estaremos confinados, podemos experimentar la ternura de Dios y ofrecer esta ternura al que está a nuestro lado. No ya desde el púlpito ni desde la cátedra, sino desde la cena compartida y el lavatorio de los pies.

Don Guanella tomó conciencia de que su Dios-Amor tenía que ser comunicado, como se ‘comulga’ un pan entre los hermanos cualquier mediodía del mundo. Utilizó todos los medios a su alcance para hablar de Dios. Basta echar una mirada a los libros, artículos, opúsculos, cuadernos que escribió sobre los más variados temas. Con el lenguaje pesado que por entonces estaba de moda en las esferas eclesiásticas, habló de todo, con más pasión que acierto literario, hay que confesar. En Olmo, germinaron muchas de sus ideas, porque en medio de la noche oscura, él experimentó la iluminación.

Olmo puede ser el lugar de nuestras desdichas, pero también de nuestras oportunidades. El lugar para ver nuestra pobre carne de hombres y, al mismo también, descubrir que no estamos solos en el exilio. Olmo siempre propicia una mirada lúcida a los cuartos tenebrosos del corazón. 

 


 Próximo domingo: Cap. 8.- Descubrir Claras y Catalinas. Descubrir centuriones


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