miércoles, 5 de mayo de 2021

El libro del Dies irae




En el siglo XIII se escribió un himno en latín, el Dies Irae, al parecer del fraile franciscano Tomás de Celano, amigo de San Francisco, aunque la atribución no es segura. Este himno fue utilizado hasta 1970 en las misas de Réquiem. Un buen número de compositores puso música a las terribles, pero hermosas palabras de este himno. Basta oír la secuencia del Dies irae, del Réquiem de Mozart, para percatarse de su fuerza poética y de su tremenda belleza.

El Dies Irae nos dice que existe un libro donde están contenidas todas las cosas. Un libro en el que los escribanos divinos han ido registrando todas las respiraciones, las obras, los pensamientos, los actos y los deseos de cada ser humano. Un libro que lo contiene y abarca todo. “Se abrirá el libro / que todo lo contiene / y por el cual el mundo será juzgado”

Liber scriptus proferetur,

in quo totum continetur,

unde Mundus iudicetur

Un libro que guarda la memoria de todos los seres humanos que han nacido, vivido y muerto en esta Tierra, dramática y magnífica. La vida de cada ser humano registrada minuto a minuto. La crónica pormenorizada de una existencia. También la mía. Desde el primer vagido en una humilde casa de Quintanilla de Arriba, hasta este preciso instante en que, las manos en el ordenador, intento sumar palabras  para redactar este artículo.

Podemos imaginarnos la escena. La trompeta del Juicio Final resonará por toda la tierra y su sonido solemne llegará a los oídos de vivos y muertos. De todos los campos de batalla, de todos los cementerios, bajo las losas de todas las catedrales, de todos los mares, de todas las tierras, los muertos de hace un millón de años o de hace apenas unas horas se levantarán.

Y los vivos cesarán en sus faenas cotidianas. Los obreros dejarán sus herramientas. Las casas quedarán a medio construir. Los amantes abandonarán sus lechos cálidos de placer y deseo, las cárceles se abrirán, los estudiantes cerrarán sus libros y los profesores abandonarán sus tarimas, los señores del mundo saldrán de sus despachos impolutos; el canto gregoriano abruptamente se interrumpirá en el monasterio, el panadero abandonará la masa a medio bregar. La gestación de los niños por venir se detendrá, y el discurso de los oradores y voceros enmudecerá. Los pies de los peregrinos se paralizarán en el camino. El silbido de la cafetera cesará y el fuego de la chimenea se extinguirá.

Todos, vivos y muertos, seremos convocados al Gran Juicio Final, porque la trompeta impondrá su imperativo sonido a todos. Al valle de Josafat, según cuenta con gran fuerza poética Joel, irán llegando las muchedumbres de los cuatro puntos cardinales de la tierra y de todos los siglos. Papas, emperadores y reyes, al mismo tiempo que los trabajadores manuales que hacían los adobes, los constructores de calzadas y los que limpiaban las letrinas de los palacios. Los generales que mandaban desde la retaguardia y los soldados que morían en las trincheras. Los filósofos con sus libros y las campesinas con sus cestas de coles, los grandes pintores y los que les mezclaban los colores, los prisioneros y los carceleros, los señores terratenientes junto a sus criados y esclavillos, los intelectuales que impartían sus clases desde el estrado y los que barrían los patios de la universidad, los médicos junto a sus pacientes, las prostitutas de todas las mancebías y los clientes de todos los burdeles, los jueces togados y autosatisfechos y los enjuiciados que temblaban …

Y entonces el libro se abrirá. Y ahí estará todo. Cada obra, cada pensamiento, cada sueño, cada palabra. La ficción de este mundo se desmoronará. Las apariencias caerán como caen los vestidos en la alcoba. De nada servirán los uniformes y los galones que identificaban el estatus en el gran teatro del mundo. La mentira saldrá huyendo y la verdad surgirá en todo su esplendor. ¡Cuántas sorpresas y cuánto estupor! Tal vez el padre de familia irreprochable y esposo amantísimo será desenmascarado y aparecerá el lujurioso y el corrupto. Tal vez, del padre cascarrabias y un poco seco, conoceremos el beso a sus hijos al apagar la luz cada noche. Se declarará la inocencia del que fue encarcelado por un crimen que nunca cometió. Se conocerán las caridades y las limosnas del que nadie sabía ni sospechaba. Y del benefactor admirado y aplaudido se sabrán sus tejes y manejes, sus desvíos de dinero. Se pondrán encima de la mesa los pensamientos limpios de la ramera y los deseos turbios de quien se erigía en portaestandarte de la moralidad pública desde cualquier púlpito.  Saldrá a la luz la oración callada del que nunca pisaba la iglesia y la blasfemia y apostasía del mitrado que arrastraba fieles por sus hermosas homilías. Brillará la rectitud de quien fue vejado y apartado de su oficio por las mentiras tejidas en su contra y veremos las manos ensangrentadas por el odio de quien se presentaba como paradigma y modelo de transparencia y honradez. Todos los crímenes saldrán a la luz, a la vez que todas las inocencias. Ninguna bondad quedará oculta. Ninguna palabra hermosa caerá en el silencio. Ningún pensamiento noble se habrá perdido. Las torticeras intenciones y los labios mentirosos serán descubiertos. Y los abrazos de compasión y el aliento a los pequeñuelos resplandecerán en aquel día.

Entonces cada uno de nosotros se verá a sí mismo. Conocerá a su verdadero yo. Sabrá su verdadero nombre y sus apellidos. Cualquier acto de bondad y cualquier deseo de odio estarán ahí. Lloraremos por nosotros o nos alegraremos por nosotros. Conoceremos por fin nuestros cuartos oscuros y nuestras ventanas luminosas. La perfidia de nuestras noches y la hermosura de nuestros días. Por fin, sabremos quiénes somos. Sabremos la verdad. Por fin, se hará justicia.

Este libro que contiene todo, en el que todo está escrito, podría asustarnos, pero también llenarnos de aliento, pues aún estamos vivos y estamos a tiempo. Solo ese día se nos recordará la sonrisa que ofrecimos a una viejecita, el abrazo a quien andaba desconsolado, la paciencia hacia nuestra madre con alzhéimer, la escucha a nuestro vecino parado, el cuenco de sopa al hambriento, las monedas al mendigo, la caricia al herido del hospital. Ningún gesto de amor se habrá perdido, porque todo está escrito y registrado en el Libro. Incluso el repelús en la cabeza del cachorrillo y el evitar pisar las margaritas.

A esta caña pensante que es el ser humano solo le queda por recitar:

Rex tremendæ maiestatis,

qui salvandos salvas gratis,

salva me, fons pietatis








DIES IRAE / SERÁ UN DÍA DE IRA

 

 

Texto original en latín

Dies iræ, dies illa,

Solvet sæclum in favilla,

Teste David cum Sibylla!

Quantus tremor est futurus,

quando iudex est venturus,

cuncta stricte discussurus!

Tuba mirum spargens sonum

per sepulcra regionum,

coget omnes ante thronum.

Mors stupebit et Natura,

cum resurget creatura,

iudicanti responsura.

Liber scriptus proferetur,

in quo totum continetur,

unde Mundus iudicetur.

Iudex ergo cum sedebit,

quidquid latet apparebit,

nihil inultum remanebit.

Quid sum miser tunc dicturus?

Quem patronum rogaturus,

cum vix iustus sit securus?

Rex tremendæ maiestatis,

qui salvandos salvas gratis,

salva me, fons pietatis.

Recordare, Iesu pie,

quod sum causa tuæ viæ;

ne me perdas illa die.

Quærens me, sedisti lassus,

redemisti crucem passus,

tantus labor non sit cassus.

Iuste Iudex ultionis,

donum fac remissionis

ante diem rationis.

Ingemisco, tamquam reus,

culpa rubet vultus meus,

supplicanti parce Deus.

Qui Mariam absolvisti,

et latronem exaudisti,

mihi quoque spem dedisti.

Preces meæ non sunt dignæ,

sed tu bonus fac benigne,

ne perenni cremer igne.

Inter oves locum præsta,

et ab hædis me sequestra,

statuens in parte dextra.

Confutatis maledictis,

flammis acribus addictis,

voca me cum benedictis.

Oro supplex et acclinis,

cor contritum quasi cinis,

gere curam mei finis.

Lacrimosa dies illa,

qua resurget ex favilla

iudicandus homo reus.

Huic ergo parce, Deus.

Pie Iesu Domine,

dona eis requiem.

Amen.

 

 

Traducción

¡Será un día de ira, aquel día

en que el mundo se reduzca a cenizas,

como predijeron David y la Sibila!

¡Cuánto terror habrá en el futuro

cuando el juez haya de venir

para hacer estrictas cuentas!

La trompeta resonará terrible

por todo el reino de los muertos,

para reunir a todos ante el trono.

La muerte y la Naturaleza se asombrarán,

cuando todo lo creado resucite

para responder ante su juez.

Se abrirá el libro escrito

que todo lo contiene

y por el que el mundo será juzgado.

Entonces, el juez tomará asiento,

todo lo oculto se mostrará

y nada quedará impune.

¿Qué alegaré entonces, pobre de mí?

¿De qué protector invocaré ayuda,

si ni siquiera el justo se sentirá seguro?

Rey de tremenda majestad

tú que salvas solo por tu gracia,

sálvame, fuente de piedad.

Acuérdate, piadoso Jesús

de que soy la causa de tu calvario;

no me pierdas ese día.

Por buscarme, te sentaste agotado;

por redimirme, sufriste en la cruz,

¡que tanto esfuerzo no sea en vano!

Justo juez de los castigos,

concédeme el regalo del perdón

antes del día del juicio.

Sollozo, porque soy culpable;

la culpa sonroja mi rostro;

perdona, oh Dios, a este suplicante.

Tú, que absolviste a Magdalena

y escuchaste la súplica del ladrón,

dame a mí también esperanza.

Mis plegarias no son dignas,

pero tú, que actúas con bondad,

no permitas que arda en el fuego eterno.

Colócame entre tu rebaño

y sepárame de los impíos

situándome a tu derecha.

Confundidos los malditos,

arrojados a las llamas acerbas,

llámame entre los benditos.

Te ruego compungido y de rodillas,

con el corazón contrito, casi en cenizas,

que cuides de mí en el final.

Será de lagrimas aquel día,

en que del polvo resurja

el hombre culpable, para ser juzgado.

Perdónalo, entonces, oh Dios,

Señor de piedad, Jesús,

y concédele el descanso.

Amén.

 



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