En el siglo
XIII se escribió un himno en latín, el Dies
Irae, al parecer del fraile franciscano Tomás de Celano, amigo de San Francisco, aunque la atribución no es
segura. Este himno fue utilizado hasta 1970 en las misas de Réquiem. Un buen
número de compositores puso música a las terribles, pero hermosas palabras de
este himno. Basta oír la secuencia del Dies irae, del Réquiem de Mozart, para percatarse de su fuerza poética
y de su tremenda belleza.
El Dies Irae
nos dice que existe un libro donde están contenidas todas las cosas. Un libro
en el que los escribanos divinos han ido registrando todas las respiraciones,
las obras, los pensamientos, los actos y los deseos de cada ser humano. Un
libro que lo contiene y abarca todo. “Se
abrirá el libro / que todo lo contiene / y por el cual el mundo será juzgado”
Liber scriptus
proferetur,
in quo totum
continetur,
unde Mundus iudicetur
Un libro que
guarda la memoria de todos los seres humanos que han nacido, vivido y muerto en
esta Tierra, dramática y magnífica. La vida de cada ser humano registrada
minuto a minuto. La crónica pormenorizada de una existencia. También la mía.
Desde el primer vagido en una humilde casa de Quintanilla de Arriba, hasta este
preciso instante en que, las manos en el ordenador, intento sumar palabras para redactar este artículo.
Podemos
imaginarnos la escena. La trompeta del Juicio
Final resonará por toda la tierra y su sonido solemne llegará a los oídos
de vivos y muertos. De todos los campos de batalla, de todos los cementerios,
bajo las losas de todas las catedrales, de todos los mares, de todas las
tierras, los muertos de hace un millón de años o de hace apenas unas horas se
levantarán.
Y los vivos
cesarán en sus faenas cotidianas. Los obreros dejarán sus herramientas. Las
casas quedarán a medio construir. Los amantes abandonarán sus lechos cálidos de
placer y deseo, las cárceles se abrirán, los estudiantes cerrarán sus libros y
los profesores abandonarán sus tarimas, los señores del mundo saldrán de sus
despachos impolutos; el canto gregoriano abruptamente se interrumpirá en el
monasterio, el panadero abandonará la masa a medio bregar. La gestación de los
niños por venir se detendrá, y el discurso de los oradores y voceros enmudecerá.
Los pies de los peregrinos se paralizarán en el camino. El silbido de la
cafetera cesará y el fuego de la chimenea se extinguirá.
Todos, vivos y
muertos, seremos convocados al Gran Juicio Final, porque la trompeta impondrá
su imperativo sonido a todos. Al valle de Josafat, según cuenta con gran fuerza
poética Joel, irán llegando las muchedumbres de los cuatro puntos cardinales de
la tierra y de todos los siglos. Papas, emperadores y reyes, al mismo tiempo
que los trabajadores manuales que hacían los adobes, los constructores de
calzadas y los que limpiaban las letrinas de los palacios. Los generales que
mandaban desde la retaguardia y los soldados que morían en las trincheras. Los
filósofos con sus libros y las campesinas con sus cestas de coles, los grandes
pintores y los que les mezclaban los colores, los prisioneros y los carceleros,
los señores terratenientes junto a sus criados y esclavillos, los intelectuales
que impartían sus clases desde el estrado y los que barrían los patios de la
universidad, los médicos junto a sus pacientes, las prostitutas de todas las
mancebías y los clientes de todos los burdeles, los jueces togados y
autosatisfechos y los enjuiciados que temblaban …
Y entonces el
libro se abrirá. Y ahí estará todo. Cada obra, cada pensamiento, cada sueño,
cada palabra. La ficción de este mundo se desmoronará. Las apariencias caerán
como caen los vestidos en la alcoba. De nada servirán los uniformes y los
galones que identificaban el estatus en el gran teatro del mundo. La mentira
saldrá huyendo y la verdad surgirá en todo su esplendor. ¡Cuántas sorpresas y
cuánto estupor! Tal vez el padre de familia irreprochable y esposo amantísimo
será desenmascarado y aparecerá el lujurioso y el corrupto. Tal vez, del padre
cascarrabias y un poco seco, conoceremos el beso a sus hijos al apagar la luz
cada noche. Se declarará la inocencia del que fue encarcelado por un crimen que
nunca cometió. Se conocerán las caridades y las limosnas del que nadie sabía ni
sospechaba. Y del benefactor admirado y aplaudido se sabrán sus tejes y
manejes, sus desvíos de dinero. Se pondrán encima de la mesa los pensamientos limpios
de la ramera y los deseos turbios de quien se erigía en portaestandarte de la
moralidad pública desde cualquier púlpito. Saldrá a la luz la oración callada del que
nunca pisaba la iglesia y la blasfemia y apostasía del mitrado que arrastraba
fieles por sus hermosas homilías. Brillará la rectitud de quien fue vejado y
apartado de su oficio por las mentiras tejidas en su contra y veremos las manos
ensangrentadas por el odio de quien se presentaba como paradigma y modelo de
transparencia y honradez. Todos los crímenes saldrán a la luz, a la vez que
todas las inocencias. Ninguna bondad quedará oculta. Ninguna palabra hermosa
caerá en el silencio. Ningún pensamiento noble se habrá perdido. Las torticeras
intenciones y los labios mentirosos serán descubiertos. Y los abrazos de
compasión y el aliento a los pequeñuelos resplandecerán en aquel día.
Entonces cada
uno de nosotros se verá a sí mismo. Conocerá a su verdadero yo. Sabrá su
verdadero nombre y sus apellidos. Cualquier acto de bondad y cualquier deseo de
odio estarán ahí. Lloraremos por nosotros o nos alegraremos por nosotros.
Conoceremos por fin nuestros cuartos oscuros y nuestras ventanas luminosas. La
perfidia de nuestras noches y la hermosura de nuestros días. Por fin, sabremos
quiénes somos. Sabremos la verdad. Por fin, se hará justicia.
Este libro que
contiene todo, en el que todo está escrito, podría asustarnos, pero también
llenarnos de aliento, pues aún estamos vivos y estamos a tiempo. Solo ese día se
nos recordará la sonrisa que ofrecimos a una viejecita, el abrazo a quien
andaba desconsolado, la paciencia hacia nuestra madre con alzhéimer, la escucha
a nuestro vecino parado, el cuenco de sopa al hambriento, las monedas al
mendigo, la caricia al herido del hospital. Ningún gesto de amor se habrá
perdido, porque todo está escrito y registrado en el Libro. Incluso el repelús en la cabeza del cachorrillo y el evitar
pisar las margaritas.
A esta caña
pensante que es el ser humano solo le queda por recitar:
Rex tremendæ maiestatis,
qui salvandos salvas
gratis,
salva me, fons
pietatis
DIES IRAE / SERÁ UN DÍA DE IRA
Texto original en latín Dies iræ, dies illa, Solvet sæclum in favilla, Teste David cum Sibylla! Quantus tremor est futurus, quando iudex est venturus, cuncta stricte discussurus! Tuba mirum spargens sonum per sepulcra regionum, coget omnes ante thronum. Mors stupebit et Natura, cum resurget creatura, iudicanti responsura. Liber scriptus proferetur, in quo totum continetur, unde Mundus iudicetur. Iudex ergo cum sedebit, quidquid latet apparebit, nihil inultum remanebit. Quid sum miser tunc dicturus? Quem patronum rogaturus, cum vix iustus sit securus? Rex tremendæ maiestatis, qui salvandos salvas gratis, salva me, fons pietatis. Recordare, Iesu pie, quod sum causa tuæ viæ; ne me perdas illa die. Quærens me, sedisti lassus, redemisti crucem passus, tantus labor non sit cassus. Iuste Iudex ultionis, donum fac remissionis ante diem rationis. Ingemisco, tamquam reus, culpa rubet vultus meus, supplicanti parce Deus. Qui Mariam absolvisti, et latronem exaudisti, mihi quoque spem dedisti. Preces meæ non sunt dignæ, sed tu bonus fac benigne, ne perenni cremer igne. Inter oves locum præsta, et ab hædis me sequestra, statuens in parte dextra. Confutatis maledictis, flammis acribus addictis, voca me cum benedictis. Oro supplex et acclinis, cor contritum quasi cinis, gere curam mei finis. Lacrimosa dies illa, qua resurget ex favilla iudicandus homo reus. Huic ergo parce, Deus. Pie Iesu Domine, dona eis requiem. Amen. |
Traducción ¡Será un día de ira, aquel día en que el mundo se reduzca a
cenizas, como predijeron David y la Sibila! ¡Cuánto terror habrá en el futuro cuando el juez haya de venir para hacer estrictas cuentas! La trompeta resonará terrible por todo el reino de los muertos, para reunir a todos ante el trono. La muerte y la Naturaleza se
asombrarán, cuando todo lo creado resucite para responder ante su juez. Se abrirá el libro escrito que todo lo contiene y por el que el mundo será
juzgado. Entonces, el juez tomará asiento, todo lo oculto se mostrará y nada quedará impune. ¿Qué alegaré entonces, pobre de
mí? ¿De qué protector invocaré ayuda, si ni siquiera el justo se sentirá
seguro? Rey de tremenda majestad tú que salvas solo por tu gracia, sálvame, fuente de piedad. Acuérdate, piadoso Jesús de que soy la causa de tu
calvario; no me pierdas ese día. Por buscarme, te sentaste agotado; por redimirme, sufriste en la
cruz, ¡que tanto esfuerzo no sea en
vano! Justo juez de los castigos, concédeme el regalo del perdón antes del día del juicio. Sollozo, porque soy culpable; la culpa sonroja mi rostro; perdona, oh Dios, a este
suplicante. Tú, que absolviste a Magdalena y escuchaste la súplica del
ladrón, dame a mí también esperanza. Mis plegarias no son dignas, pero tú, que actúas con bondad, no permitas que arda en el fuego
eterno. Colócame entre tu rebaño y sepárame de los impíos situándome a tu derecha. Confundidos los malditos, arrojados a las llamas acerbas, llámame entre los benditos. Te ruego compungido y de rodillas, con el corazón contrito, casi en
cenizas, que cuides de mí en el final. Será de lagrimas aquel día, en que del polvo resurja el hombre culpable, para ser
juzgado. Perdónalo, entonces, oh Dios, Señor de piedad, Jesús, y concédele el descanso. Amén. |
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