domingo, 2 de mayo de 2021

Descubrir Claras y Catalinas. Descubrir centuriones

 

LA OPCIÓN GUANELIANA

8.- Descubrir Claras y Catalinas. Descubrir centuriones

Una mirada a las mujeres y a los laicos desde el último banco de la Iglesia.

“Y vosotros, buenos cooperadores y benévolas cooperadoras, ayudad con el fervor de vuestras plegarias, y sumad el óbolo de vuestra caridad” (L.G.)

            


 Los inicios de las fundaciones guanelianas son originales. El lago de Como lame el pueblo de Pianello Lario. Allí, un pequeño grupo de mujeres consagradas había empezado a cuidar a unas cuantas huérfanas. Carlo Coppini, su párroco y director espiritual, muere y ellas se sienten como ovejas sin pastor. Don Guanella llega de párroco al pueblo y se encuentra con este grupo de mujeres. Ellas sólo necesitaban creerse que podían hacer un poco de bien. Don Guanella llevaba tiempo queriendo levantar una ‘choza’, como solía decir, para los desheredados de su valle, y se encontró, de repente, con unas cuantas almas entregadas y generosas que pensaban lo mismo. Lo que une no es la consanguinidad de sangre, sino la de espíritu. El don de la amistad surgió, auspiciado por ese deseo de hacer un poco de bien. Aún estaban lejos de pensar en un instituto religioso con sus constituciones y sus estatutos y con todo ese montón de normas, leyes, permisos, autorizaciones. Soñaban con formar una familia con huérfanos y viejecitos, unidos por el ‘vínculo del amor’, porque solo “el deseo de hacer el bien bien hecho” anudaba sus pensamientos y sus desvelos.

Las primeras ‘casas de la providencia’ fueron auténticos hogares, donde todos se desvivían por todos. Las primeras monjas se agotaron físicamente en su lucha sin cuartel por socorrer las muchas pobrezas de ese momento. Puede que don Guanella fuese su guía espiritual y también intelectual, pero fueron las monjas, capitaneadas por sor Marcelina Bosatta, -y el testimonio heroico de Clara Bosatta-, las que marcaron el sendero y el ritmo, las virtudes cotidianas, el estilo y la actitud. Luis Guanella tradujo en palabras lo que se vivía y lo que se deseaba vivir. Los tiempos, que no corrían a favor de un relato femenino, fueron oscureciendo el protagonismo de sor Marcellina Bosatta y del resto de monjas, al mismo tiempo que se agrandaba la figura de Luis Guanella, convertido en portaestandarte de una manera de ser y de hacer, faro de vocaciones, imán que atraía a todos…, pero en aquellos primeros años, el genio femenino marcó el día a día, y dibujó, en la práctica, el horizonte guaneliano.

En la vida de don Guanella hubo mujeres muy importantes. La primera entre todas, su propia madre,  María Bianchi. De ella aprendió la dulzura en el trato (algo que le costaba, porque Luis era bastante impetuoso y apasionado) y también ese mirar atento para descubrir la pobreza incluso cuando solo se intuye. En Pianello Lario se encontraría con Marcelina Bosatta, una mujer consagrada, con la que compartió desvelos, ideas, dirección y orientación de las comunidades religiosas. Mujer fuerte y trabajadora, guio con remo seguro la barquichuela de las Hijas de la Providencia y fue también ‘maestra’ para la rama masculina.

Pero no podemos olvidar dos mujeres señeras en los inicios de la obra guaneliana: Clara Bosatta (1858-1887); en su breve existencia, iluminó no poco a Luis. La historia de Clara es singular. Una joven extremadamente sensible, hasta el punto de que la llamaban la ‘llorona’.  Había intentado ser religiosa en otro convento, pero la rechazaron, quizás porque la encontraron un poco ñoña y un poco mística, en el peor sentido de la palabra. Luego sería mística, pero en el sentido verdadero del término. Clara pertenece al primer grupo de monjas que puso en pie las primeras fundaciones. Murió a tan solo 29 años. Y en su enfermedad, Don Guanella se comportó con ella como un verdadero padre con una hija querida que se le muere. Es más, y algo poco habitual en aquella época, se la llevó a su casa, sin importarle los dimes y diretes de la gente, tan dada a los chistes facilones. Luis descubrió la grandeza interior de Clara, entrevió lo avanzada que estaba en la unión con Dios y valoró su entrega denodada por los necesitados. Clara, en su corta vida, marcó el porvenir de la obra guaneliana.

Catalina Guanella (1841-1891), su hermana, fue otra figura clave en su vida. Compañera de juegos en la infancia (hacían sopa de arena y polenta de barro y se decían: “cuando seamos mayores daremos a los pobres comida de verdad”), y, sobre todo, su alma gemela. Mujer íntegra, dulce y fuerte, célibe por vocación, acompañó a Luis a la parroquia de Savogno, y con él permaneció 7 años, hasta que Luis marchó a Turín. Entonces, Catalina regresó a la casa paterna, y en Fraciscio permancerá hasta su muerte, a la edad de 50 años. Ahí encontró su lugar en el mundo, un espacio para el recogimiento interior, la ayuda amorosa a la madre impedida, el socorro a los más pobres del pueblo y el compromiso con la parroquia. Para Luis fue el ‘angel del buen ejemplo”, un modelo a imitar porque Catalina “poseía el raro don de intuir lo que sucedía en el corazón del otro”. Don Luis la definiría como ‘inspiradora y cooperadora”.

Luis Guanella fue un buen lector del alma y el corazón femeninos, yo diría que bastante adelantado para la mentalidad de su época. ‘Descubrió’ a Clara y ‘descubrió’ a Catalina. Escribió sobre ellas cuando murieron y no escatimó alabanzas y adjetivos. A ambas las consideró ‘mujeres santas’. Y a nosotros nos invita a  seguir descubriendo ‘Claras’  y ‘Catalinas’ en los inicios del siglo XXI.

Alguna vez, en misa, me he puesto a observar: un hombre en el presbiterio y dos docenas de mujeres en los bancos. Es curioso que una iglesia guiada por hombres, esté constituida en su mayoría por mujeres. Y no me refiero a si la mujer debe o no debe ejercer el sacerdocio (creo que esto es un asunto bastante secundario), me refiero a que la mujer pueda enseñar, hablar, ser escuchada, tomar decisiones y gestionar realidades eclesiales. Una presencia femenina en las responsabilidades de Iglesia es, no solo urgente, sino necesaria por el interés de la propia Iglesia. Tampoco niego que se estén dando pasos en este sentido, pero…

En octubre de 2015, en el Vaticano se celebró un sínodo sobre la familia. Cardenales y obispos de todo el mundo discuten ardientemente sobre la familia en el mundo de hoy. Algunos laicos son invitados también a esta asamblea de eminentes purpurados. En el último banco del aula sinodal se sienta una mujer, Lucetta Scaraffia. Su voz, desde el último banco, se escucha en el Aula: “La Iglesia no puede olvidar que el cristianismo fue el primero en proponer la igualdad espiritual entre hombres y mujeres y que ha sido la tradición cristiana la que ha sembrado la semilla de la emancipación femenina en Occidente. Las mujeres son las únicas que pueden restituir vitalidad y corazón a una estructura rígida y autorreferencial. Sin mujeres, la Iglesia no puede pensar el futuro, porque son las mujeres las que la sostienen y ya no aceptan servir sin ser escuchadas”.

Esto que escribió Scaraffia para referirse a las mujeres, valdría lo mismo para hablar de los laicos (hombres y mujeres) que hasta ahora mismo sólo han tenido en la Iglesia un papel secundario y marginal y que aún hoy son vistos con desconfianza y prevención.

Con la lógica mentalidad de la época, Don Guanella tuvo presentes a los laicos, a través del llamado movimiento de cooperadores. Su conocimiento de la Tercera Orden franciscana y del mundo salesiano le facilitaron el camino (parece que durante su periodo de tres años con los salesianos, don Guanella hizo un borrador sobre los cooperadores, a petición del propio Don Bosco). A decir verdad, en la historia guaneliana, el movimiento de cooperadores se ha movido, más bien, poco, pues los religiosos suelen ver en los laicos unos simples acólitos, y, por su parte, los laicos suelen tener alergia a tomar responsabilidades.

Pero Luis Guanella, con su política del corazón, supo estar cerca de un buen grupo de laicas y laicos a los que implicó en sus fundaciones, y por los que sintió un profundo afecto. Escribe: “Los laicos podéis ser más útiles que los curas, porque podéis entrar y colaros en todos los sitios [...] Solo es necesario tener el corazón rebosante de caridad […] Y cuando los demás vean que actuáis por amor a Dios y al prójimo, lograréis frutos abundantes. Poco a poco, casi sin daros cuenta, convertiréis a muchos y moveréis la opinión pública”.

Creo que una de las misiones que el creyente guaneliano tiene hoy en sus manos es la de descubrir, asimismo, ‘centuriones’. ¿Qué significa esta expresión? Leamos el pasaje de Lucas, 7, donde se nos cuenta que el centurión romano manda a buscar a Jesús para que cure a su criado enfermo. El centurión no es un judío, no es un creyente, no es un amigo de Jesús, se considera indigno y considera indigna su morada, pero ha aportado su cuota para la construcción de la sinagoga del pueblo y sabe distinguir, en medio de tanto charlatán, la voz clara de Jesús. El centurión se ocupa y preocupa por su siervo enfermo y, en su dolor, acude a Jesús y en él confía. Descubrir centuriones. Descubrir mujeres en una iglesia de hombres. Descubrir laicos en una iglesia de ‘profesionales de la religión’. Descubrir alejados, agnósticos, no creyentes, ateos, de otras confesiones, en una Iglesia que ya no puede ser entendida como un ‘club privado’. Los centuriones de nuestro siglo, sin saberlo o sin proponérselo, son cristianos. Y muchas veces, de los buenos.

¿Quiénes son hoy día los centuriones? ¿Acaso los agnósticos de la laicidad positiva, del respeto escrupuloso a los sentimientos religiosos de los demás? ¿Acaso los que un día fueron bautizados, pero que, por su forma de vivir, se saben excomulgados, apartados de los sacramentos por una moral católica entendida al pie de la letra, pero que, sin embargo, consideran a Cristo como parte del horizonte de sus vidas? ¿Acaso los que han hecho de la lectura de la Biblia un alimento nutritivo para su espíritu y, aun sabiéndose vacíos de fe, se sienten profundamente heridos por el mensaje de Jesús? ¿Quizás los que habiendo optado por la increencia colaboran en las causas justas y en las muchas obras de caridad y solidaridad que promueve la Iglesia? ¿Puede que los hombres que practican las obras de misericordia aún sin conocer al autor de las Bienaventuranzas? ¿Acaso los que, en los caminos del mundo, acogen y curan las llagas de los heridos y apaleados, como un deber de puro civismo y pura humanidad, como anónimos samaritanos? Hay muchas Simone Weil que permanecen aún en “el umbral de la Iglesia con todos los que no tienen cabida en ella”. Y sin embrago, también gracias a todos ellos y ellas, la Iglesia sigue avanzando por la senda marcada por Jesús de Nazaret. 

Han llegado hasta nosotros los nombres de algunos laicos y laicas que, en los albores de la obra guaneliana, aportaron su grano de arena. Leemos con emoción sus nombres: Carlo Cima, Giuseppe Ferrua, Domenico Montebugnoli, Sr. Biffi, Catalina Guanella, Bernardo y Sofia Calvi, Rosa Piatti, Marietta Tettamanti, Luigi Mazzoletti, Cesare Cantù, Rosa Guanella, Costantino Valli. Sin duda de quien más noticias tenemos es de la escritora Maddalena Albini Crosta a la que encargó tareas de alta responsabilidad, como la dirección efectiva de la revista La Divina Provvidenza y la revisión del estatuto de las Hijas de la Providencia.  Sus nombres resuenan aún. Y son una invitación seguir añadiendo nombres a los nombres y corazones a los corazones en este siglo XXI.

 


 

Próximo domingo: Cap. 9.- Sobre la muerte y el morir


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