martes, 14 de noviembre de 2023

El Cartel Conmemorativo

 

Cuando en la reunión de la Junta Directiva del pasado mes de agosto se pensó en un cartel conmemorativo para celebrar los 25 años de Puentes, rápidamente nos pusimos de acuerdo en que la persona indicada para realizarlo era José Manuel García, ‘Josete’. Le llamé por teléfono y, aunque se encontraba en Estados Unidos, aceptó el encargo a la primera.

Arandino de nacimiento, muy pronto el gusanillo del dibujo y del diseño fue ganando espacio en sus aficiones y en su formación académica. Diseñador gráfico & ilustrador, o Freelance Graphic Designer, por entendernos en inglés, ha colaborado en multitud de proyectos muy bien acogidos. Y es también escritor y autor de varios cuentos, como La costurera de corazones, El hijo del hombre del saco o el Circo de Igor. 

Ha pasado largas temporadas en Nueva York, aunque actualmente reside en Madrid, donde se desarrolla profesionalmente. En 2007, Puentes convocó un concurso para elegir el logo corporativo y fue precisamente ‘Josete’ quien lo ganó. Desde entonces, cualquier colaboración que le hemos solicitado la ha realizado con espíritu solidario y “por amor al arte”. La revista Servir (padres guanelianos) contó durante muchos años con sus ilustraciones. Me gusta recordar que hace algunos años donó a Puentes varias cajas de camisetas con diseños suyos que se vendieron pronto y bien..


Y aquí tenemos el cartel de ‘Josete’: Sobre un fondo suave, un blanquiazul desvaído, podemos apreciar tres franjas. En la franja superior, aparecen dos leyendas. En lo más alto “1998 – Puentes Ongd – 2023”, fecha de la fundación, nombre de la asociación y fecha actual.  Y una segunda leyenda: “25 Años de una corriente solidaria”. Aunque el nombre ‘Puentes’ llegó en 2007, la corriente solidaria, esa voluntad de hacer algo por los demás, había aparecido antes, ya en 1998, primero con el nombre ‘Ghana Solidaridad’ y luego bajo la denominación de ‘Misiones Guanelianas’.

El segundo elemento ocupa la franja central y es una representación del Mundo. Curiosamente, Josete acudió a la inteligencia artificial para crearlo. La Bola del Mundo aparece agitada por el caos: una masa informe de agua, donde las corrientes del bien y del mal chocan entre sí enfurecidas. Y los continentes y las islas parecen “tierras a la deriva”. Y sin embargo, este mundo caótico tiene su contrapunto de alegría y esperanza en los tres árboles que crecen frondosos como bellos frutos de la Tierra.

Y bien podríamos decir que este Mundo es un desafío y un planeta fértil para quien busca el bien, pero también una desolación y una tristeza, porque por mucho que nos empeñemos en cambiar el Mundo, la Historia sigue con sus avances, retrocesos, empujones y parones, en un vaivén inquietante y misterioso. “Nosotros – lo decimos mucho en Puentes- no vamos a cambiar el Mundo, con mayúscula, pero sí el mundo, con minúscula, de personas concretas, con su nombre, su rostro y su historia”. Y estas tres cosas (nombre, rostro e historia) están representadas en los tres árboles. “Cambiar el mundo de una persona concreta” es el objetivo y la razón de la lucha de la Ongd. El diseñador ha querido coronar este Mundo con el logo de Puentes, en color plateado, para simbolizar las bodas de plata que hoy conmemoramos.

Y llegamos a la tercera parte del cartel. Frente a los colores tenues, pálidos de toda la parte superior y central, en esta franja inferior encontramos una explosión de vida y diversidad. Son los rostros de los que en un momento u otro del cuarto de siglo de Puentes, han sido  sostenidos por la generosidad de nuestros donantes. Ellos y ellas han sido y son la razón de ser de Puentes. Niños de la calle, jóvenes con discapacidad, mujeres adultas, madres solteras, enfermos, africanos y latinos, niños, jóvenes, adultos y mayores. Se llaman Kwame, Kwasi, Jean de Dieu, Chibiken, Keke, María, Guadalupe, Flor, Francisco, Belinda o Iliana. Y tienen a sus espaldas una historia de desdicha, pero también de superación y esperanza. Han comenzado a leer y a escribir, han llegado a estudios superiores, han encontrado un hogar cálido para su discapacidad, han aprendido un oficio, han hallado medicinas y curas en el ambulatorio, han trabajado en la cooperativa cafetera, en el vivero o en el gallinero. Se han formado en dignidad y derechos humanos, han sido comprendidos en su pobreza y animados en su trabajo, en su igualdad de mujeres. Han mejorado su vivienda, su calzado ortopédico, o han podido llevar gafas y pasar por el dentista. Y sobre todo se han sentido valorados, apreciados, reconocidos en su dignidad de seres humanos, a pesar de los pesares.

Este cartel representa todo esto. Y mucho más que no se ve, “porque lo esencial, como nos enseñó El Principito, siempre es invisible a los ojos”.

En este lado del puente, contemplando el cartel, voluntarios y donantes solo podemos sentirnos agradecidos por haber tenido la oportunidad de construir un puente, apenas un puentecillo, apenas una corriente de solidaridad. Una vez más, comprobamos que, al dar algo, nos mejoramos y ganamos en estatura moral. Y, al entregar nuestro tiempo o nuestro talento por los demás, nos enriquecemos, de manera misteriosa, pero cierta.

Feliz Aniversario. Gracias, amigos y constructores de puentes, por estos 25 Años.













lunes, 13 de noviembre de 2023

La victoria de los delincuentes

 


Los señores del mundo, por seguir en el poder, han hecho barbaridades. Basta con acudir a los libros de historia. Ahora en el suelo patrio, tengo la impresión de que estamos asistiendo a una de ellas, en este caso por mantenerse en el Palacio de la Moncloa.

Cuando a mediados de verano los periódicos reprodujeron una foto en la que se veía a la vicepresidenta del Gobierno y al prófugo de la justicia Puigdemont, en amable conversación y efusivo saludo, pensé que estaba ante una broma de mal gusto. ¿En algún país democrático un miembro del Gobierno se reúne con prófugos de la Justicia? Las cosas desde verano han empeorado hasta el punto de estar asistiendo a una verdadera “subasta” de dineros y competencias, con tal de obtener 7 votos en la investidura del Sr. Sánchez.

No es verdad que lo que quiere el pueblo español es un ‘gobierno progresista’ (¿es progresista el nacionalismo excluyente y el blanqueo de grupos estrechamente vinculados a ETA?) y que, por lo tanto, hay que pactar con el diablo, con tal de seguir cuatro años más en el poder. En las últimas elecciones, el pueblo español votó mayoritariamente al PP y al PSOE. Y si estos partidos tuvieran un mínimo de decencia tendrían que haberse puesto de acuerdo, buscar fórmulas políticas, ser creativos y cumplir la voluntad de los españoles.

No es de recibo que minorías de dudosa catadura moral tengan en sus manos el destino de una nación. Y lo que es peor, se trata de minorías que están en contra de esa misma nación, que no tratan de disimular su odio y su desprecio y que no respetan ni el ordenamiento jurídico ni las instituciones del Estado.

En este país de excesos y de radicalismos resulta que no sólo se llega a Presidente de Gobierno gracias al apoyo de delincuentes prófugos, sino que se les perdonan todas sus fechorías y delincuencias, perfectamente tipificadas en el código penal, y además se les premia con un montón de millones, una propina extraordinaria y abultada para seguir cometiendo los mismos desmanes y tropelías, y alguno más. Millones de euros que son sustraídos a murcianos o extremeños, por ejemplo. ¿Se supone que castellanos, andaluces, gallegos, riojanos o cántabros tienen menos derechos o son ciudadanos de segunda?

            Y hasta se podría entender que a veces por el bien de una nación, haya que pasar página, olvidar historias y desencuentros en bien de la reconciliación de todos y la concordia nacional. Pero, y no debemos olvidarlo, hay que cumplir dos condiciones mínimas para obtener el perdón: el arrepentimiento y el propósito de enmienda, es decir, arrepentirse de lo hecho y comprometerse a no volverlo a hacer. Esto aquí no se ha dado. Por activa y por pasiva los independentistas dicen que volverán a intentarlo una y otra vez. Y encima ahora, se les da dinero -y mucho- para cumplir sus propósitos.

Si echamos la vista a estos últimos cuatro años, los ataques y los asaltos a la independencia del Poder Judicial han sido constantes. La ex vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, dijo en una ocasión que la “amnistía era impensable y que no cabía en nuestro sistema jurídico, porque eso sería invadir y atropellar el poder judicial, uno de los tres pilares de un Estado de Derecho”. En ese momento, estoy seguro, decía la verdad y además decía lo que es normal decir en un Estado de Derecho, en el que el Gobierno es el primero que tiene que cumplir las reglas de juego y la separación de poderes.

Tengo la sensación, tal vez me equivoque, de asistir al espectáculo de una España cada vez más anestesiada en su memoria y más subvencionada en sus caprichos, caciqueada por todos los costados para el propio rendimiento electoral. Una España que sólo habla y grita cuando se trata de problemas de menor calado, un día el beso de Rubiales; otro, una victoria deportiva; el siguiente, una tormenta de nieve que deja apresados a cuatro coches en la carretera.

¿Es posible ya creer en la Justicia? Los delincuentes son absueltos y además se les conceden dineros por sus conductas delictivas, al mismo tiempo que leemos en los periódicos, que un albañil ha sido multado por quitar un nido de golondrina del alero de una casa en reformas, o que a una señora le han puesto una multa por atar a su perro a una farola, mientras entraba a comprar al supermercado. Cosas de locos.

Mal vamos, si la justicia ya no es igual para otros. Mal vamos si, dependiendo del territorio donde se cometa la tropelía, caben amnistías o blanqueamientos de conductas. Mal vamos si se castiga a las comunidades que son leales al ordenamiento jurídico y se premia a las que se lo saltan a la torera, fragmentan la sociedad, adoctrinan desde las escuelas a toda la infancia y juventud, cancelan de promoción laboral a los funcionarios no afines con la estelada o el lazo amarillo, tornan invisibles a los que opinan de otra forma, dividen a los ciudadanos en buenos y malos dependiendo de su color político. Mal vamos si los que provocaron la mayor fragmentación social de la historia de Cataluña, los que de forma violenta se enfrentaron quemando y arrasando las calles, incitando a la violencia, castigando a los niños que hablaban español en los recreos, vejando a los hijos de policías en la escuela (algo que mereció una seria advertencia de Unicef, un hecho que debería haber avergonzado a una nación y que aquí paso inadvertido), cortan carreteras (a veces utilizando bebés sobre el asfalto), estaciones de ferrocarril, aeropuertos, siembran la división en las familias, las empresas y la sociedad, catalanizan la iglesia con sus esteladas ondeantes en los campanarios y sus votaciones durante las misas... Mal vamos si a estos delincuentes se les premia con millones para que vuelvan a sus fechorías, y en cambio, a los que respetan las leyes y las normas se les trata de mentecatos y retrasados. (Y aquí hago un paréntesis: también es totalmente condenable la violencia callejera que en estas últimas noches ha sacudido los alrededores de Ferraz).

Creo que fue Ada Byron la que escribió que “los acontecimientos por venir arrojan su sombra con antelación”. Creo que las sombras ya se ven por esta España nuestra. Esa tregua de concordia que, generosamente, los españoles se concedieron mutuamente en lo que se llamó la Transición, fue eso, una tregua, un intermedio, un paréntesis. Tal vez estamos condenados, como nos lo recordaba con frecuencia Don Antonio Machado, a malvivir en el territorio sangriento de Caín.

















miércoles, 18 de octubre de 2023

Palabras en la despedida a Emiliano

             

     

Nunca sabremos qué imágenes revolotearán en nuestra cabeza antes de cerrar los ojos definitivamente. ¿El viejo olmo bajo cuya sombra jugábamos de niños? ¿Los labios que temblaban ante el primer beso? ¿El baile de la fiesta del pueblo una noche cualquiera de juventud? ¿El peso leve de nuestra hija recién nacida sobre el pecho? ¿La última caricia a nuestro padre enfermo?

Querido Emiliano:

Cada uno de nosotros, al menos de los que te conocimos, intenta evocar recuerdos de ese tiempo en que aún vivías y compartías techo, mesa, plaza y abrazo.

Cada muerte de un ser querido, de un amigo, nos hiere un poco. Y aunque la vida sigue, y lo repetimos después de cada funeral, todos caminamos un poco más renqueantes y torpes, porque las ausencias de los que nos dejaron duelen a nuestro corazón. Y sin embargo, es verdad que somos la suma de los que se cruzaron en nuestra existencia y nos la pusieron un poco más fácil y llevadera, nos dieron cariño o ejemplo, sabiduría o admiración. Por eso nos negamos a que los muertos amados mueran del todo. Y a cada paso, memoria y corazón los resucitan de nuevo.

Comparto –compartimos- la tristeza por tu pérdida, querido Emiliano. O, al menos, nos unimos en sentimiento pesaroso a tu mujer, Petri, a tus hijas, Inma y a Noelia, y a tu familia. Pero esta despedida, además de pésames y lágrimas, es también un momento de agradecimiento por una existencia que “es río que va a dar a la mar”, como nos enseñó el poeta.

Una infancia rural y austera en Ribas de Campos, una adolescencia que conoció el duro trabajo de la tierra, con sus lluvias y sus soles, un espíritu de trabajo y de sacrificio que te fue curtiendo y endureciendo… Luego llegaría el trabajo en Fasa. ¿Cómo te ibas a quejar, después de muchos años de sudor campesino, de los turnos y del trabajo en cadena de la fábrica?

Tuviste siempre, querido Emiliano, una actitud de reconocimiento y gratitud hacia la vida, una ilusión grande en tus ojos. En tus años de infancia, con tantas privaciones, tal vez ni te atrevías a pensar que un día podrías tener acceso a una casa cómoda, a que tus hijas fueran a la Universidad, a que pudieras viajar y conocer el mundo, algo que se convirtió en tu gran pasión.

La entrada de Inma y Noelia en el Centro Juvenil Guaneliano de Palencia abrió delante de ti un horizonte que ni siquiera hubieras osado soñar de pequeño. Voluntariado con los chicos con discapacidad de Villa San José. La posibilidad de ser útil a las necesidades de la comunidad guaneliana, ya fuese para hacer de chófer, colocar unos muebles, ayudar en el invernadero, preparar la paellada de Villa San José o echar una mano en los menesteres humildes de Puentes Ongd.  Y lo que es más importante: empezaste a formar parte de un grupo de creyentes guanelianos, “los Cooperadores”, con el que no sólo compartías la fe, la solidaridad y la formación, también las preocupaciones, las alegrías, los afanes y los sueños de los otros miembros, hasta sentiros una verdadera familia, con sus mesas y sobremesas en miles de sábados de encuentros, cenas y partidas de cartas. Y también conociste y viviste una manera de creer distinta: la paternidad y la misericordia de Dios reemplazaron a la implacable justicia de un Dios aprendido en el catecismo de la escuela y la parroquia del pueblo. Tuviste la oportunidad de conocer los lugares guanelianos de Italia, México, Colombia. La alegría por esta pertenencia a la Familia Guaneliana no te abandonaría ya nunca.

Viviste la jubilación, no como una tiempo de descanso, de no dar palo al agua, de sofá y televisión, sino y sobre todo, como una etapa en la que el mucho tiempo libre te permitía hacer algo para facilitar la vida a los demás: cuántos viajes entre Valladolid y Palencia para echar una mano y atender a tus nietos: Miguel, Ángel, Gabriel y Jimena, para seguir acompañando a los chicos de Villa San José, para compartir con ellos comida cada semana, para hacer de ‘manitas’ doméstico allí donde se te necesitaba.

Personalmente, quiero evocar un momento: Una noche de septiembre en Población de Campos. Una cena de peregrinos, una larga conversación en una chapurreada lengua franca, una oración emotiva y unos cánticos alegres. Estabas feliz. No lo eras, pero parecías el más joven de todos nosotros.

Y hay otro plan que quiero recordarte y que no pudo ser: visitar y mostrarme las ruinas del monasterio de Santa Cruz de Ribas de Campos, entre cuyas piedras y zarzas habías correteado de niño.

Fuiste agradecido con la existencia y esta te bendijo abundantemente. Conservaste hasta el final la energía robusta y alegre de un campesino, el orgullo sano por tus hijas, tus yernos y tus nietos, el aprecio por la Familia Guaneliana, los abrazos calurosos y la acogida a los amigos. Petri y tú mantuvisteis la casa abierta, el vaso de vino y el trozo de pan preparados. ¡No es poco!

La vida, al final de tu vida, te concedió un hermoso viaje. Un viaje para asistir a un acontecimiento familiar en Colombia. Fue una despedida acorde con tu personalidad: celebrar la vida, la familia, los amigos, los paisajes, el don precioso de los encuentros.

Lo escribió Pedro Casaldáliga para hablar de sí mismo. Pero bien valdría para ti, querido Emiliano, y así te lo recito.

“Al final del camino me dirán:
—¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo, sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres.”

No te olvides, querido Emiliano, de recordar a Dios nuestros nombres y nuestras pobres historias.





miércoles, 4 de octubre de 2023

Los maratones del hermano Juan


 Cuando Juan Vaccari (1913-1971) llega a España en el año 1965 convierte a muchos de sus amigos italianos en generosos bienhechores del Colegio San José (Aguilar de Campo). Hacer frente a la construcción del colegio, al mobiliario, a los sueldos de los profesores, a la manutención de los alumnos y al mantenimiento del edificio, con las mensualidades mínimas de los seminaristas, normalmente de familias humildes campesinas, era pensar en lo impensable. La primera obra española debe mucho, muchísimo, a los numerosos bienhechores italianos del Hno. Juan: las propias casas guanelianas diseminadas por Italia, pero también amigos que él hizo a lo largo de su vida, especialmente a su paso por el Palacio de la Cancillería de Roma, contribuyeron con gran generosidad.

Cuando los números en rojo empezaban a aparecer en las cuentas de Aguilar, los frailes decían al superior: “Manda al hermano Juan a Italia, y ya verás cómo vuelve con mucha providencia”. Esto explica los numerosos viajes que Juan hizo a Italia por aquellos años. ¡Era el imán de la Providencia! Los bienhechores le correspondían con largueza de propinas y donativos.  Y Juan no se cansaba de rezar por ellos: “Por todos nuestros queridos bienhechores, rezo continuamente. Desde el Cielo haré mucho más por ellos”.

¡Cuántos baúles habrá traído de Italia! Ropas litúrgicas, ropa de hogar, vajilla, camisetas de fútbol, equipamiento deportivo para los niños, material escolar, juegos de mesa, filminas y dibujos, instrumentos musicales, vestuario para obras teatrales, dulces navideños, figuras para el nacimiento… ¡de todo! En una ocasión, en la frontera hispano-francesa, los aduaneros querían hacerle pagar una suma descomunal por los baúles, y amenazaban con retenerlos en la frontera. Eran las vísperas de la navidad. Había recogido en Italia muchas cosas para los colegiales. El hermano Juan se puso triste hasta el punto de que se le saltaron las lágrimas. Finalmente, un guardia dijo a su compañero: “Déjale pasar. ¿No ves cómo está llorando?”. Juan pudo llegar a Aguilar con todo su cargamento de regalos y dulces para la Navidad.

Cada vez que regresaba a Italia, realizaba auténticos maratones, en tren o en coche, para visitar, agradecer, regalar algún detalle y, de paso, “recoger providencia”.  Escribe: “He salido de Sanguinetto, he llegado a Milán. Luego he viajado a Albizzate, a Varese y finalmente a Barza. Mañana me acercaré a Anzano del Parco y a Como” (enero 1969). Y también: “En Como hablé con el Superior General; luego, fui a Varese. Hice una breve visita a los de la fábrica Ignis. En Barza, me encontré con los cohemanos, y el ecónomo me dió una suma importante de liras. Bendice, Señor, a todos los bienhechores”.

            Pero un donativo para el Colegio San José le toca el corazón: “Bendice, Señor, a estos niños pequeños de la guardería de nuestra parroquia de San José (Roma). Me han conmovido profundamente cuando me han entregado sus pequeñas ofrendas” (Diario, 19-2-71).

            Sus viajes a Italia eran una travesía de ciudad en ciudad, de casa en casa guaneliana, de familia en familia. Hubo jornadas en las que estuvo en cuatro y cinco localidades. El hermano Juan suscitaba la simpatía, la admiración, las ganas de imitación. Delante de sus amigos italianos se comportaba como el misionero destinado en tierras lejanas que cuenta con pasión sus aventuras. Y tenía para contar muchas cosas: el Colegio crecía gracias a la Providencia, admiraba la fe todavía recia de las familias campesinas, la sencillez y la honradez de los muchachos, la acogida de los religiosos españoles en sus casas (pasionistas, jesuitas, oblatos, maristas, combonianos, hijos de la Consolata…). Antes de que abriese la boca para pedir, ya le estaban dando un donativo. Su testimonio, su inmensa gratitud, su fe de niño estimulaban la generosidad: cardenales, monseñores, monjas y frailes guanelianos, laicos, confesores, amigos… “Gracias, Providencia, por todas las ayudas que de ti he recibido en este periodo. Y te pido que bendigas y ayudes a los queridos bienhechores”.

            En Puentes honramos la memoria del hermano Juan con dos iniciativas.

            Premio Hermano Juan: Cada 9 de octubre (fecha de su muerte) se da a conocer el Premio Hermano Juan. Dotado con una pequeña cantidad, exactamente el 1% de los donativos particulares que la Ongd haya recibido el año anterior (el premio en 2023 será de 800 euros), quiere subrayar la importancia del compartir, aunque sea poco, con otras asociaciones que en nuestro propio país luchan contra la pobreza, en general, y a favor de las personas con discapacidad, en especial.


Proyecto caramelos. Puentes, también cada 9 de octubre, invita a renovar el “testamento” de Juan Vaccari, colaborando con un proyecto a beneficio de las personas con discapacidad (los ‘buonifigli’ que él menciona en su testamento). En esta ocasión el proyecto elegido es “Asistencia de logopedia para personas con discapacidad en la Ciudad de México”. Este “proyecto caramelos” está especialmente dirigido a los antiguos alumnos que estudiaron en Aguilar de Campoo y Palencia y a todas las personas que sienten especial devoción por la figura del hermano Juan.

Puentes invita a los antiguos alumnos a devolver un poco de lo mucho que recibieron en su infancia y adolescencia. Y a los que sienten devoción por su figura, a agradecer, con obras, el bien que este hombre bueno sigue haciendo a nuestro corazón.

Nos parece aún escuchar, de los labios del hermano Juan, una oración muchas veces repetida: “Ayuda y bendice a los bienhechores”.

 IBAN ES46  0030 6018 1700 0105 1272 (B. Santander): “Proyecto Caramelos”









jueves, 14 de septiembre de 2023

Prólogo: "Cosas que me traje en la mochila"

 


A mediados del mes de noviembre de 1998 se celebró una exposición en Palencia. Una muestra realizada con diversos materiales (fotografías, artesanía local, batiks (pinturas), esculturas ashanti, telas y abalorios tradicionales, instrumentos musicales, libros) que el primer misionero de Ghana, P. Fernando de la Torre, y los primeros voluntarios africanos (Santi María, Bautista Aguado y Julio Martín) habían recogido durante su estancia en la misión guaneliana de Abor (Ghana).

Pero la exposición no pretendía ser una actividad cultural más. Fue el pretexto perfecto para hablar de una realidad: el Centro de Formación Profesional de Abor donde enseñaban diversos oficios (electrónica, calzado, tejido tradicional, corte y confección), a unos ochenta jóvenes, de ambos sexos, con minusvalías físicas (generalmente víctimas de la polio). Y una excusa para comenzar a recaudar fondos que permitiesen realizar algunas operaciones quirúrgicas, sencillas pero necesarias, en las extremidades inferiores de adolescentes afectados por la poliomielitis.

Por primera vez, en aquel fin de semana de noviembre de 1998, un grupo de amigos, formados en la espiritualidad guaneliana, vio la necesidad de organizarse y apoyar con afecto, actividades de sensibilización y donativos a los misioneros guanelianos en ese concreto rincón del continente africano. Nos propusimos algo muy sencillo: recaudar antes de navidad unas 100.000 pesetas (600 euros) para costear una intervención quirúrgica que necesitaba una joven ghanesa, de nombre Helen.

Nos pusimos manos a la obra. Difundimos la noticia entre los familiares y los amigos más cercanos. Hicimos postales navideñas y repartimos huchas. En navidad hicimos cuentas. Habíamos conseguido 550.000 pesetas (3.300€).

            Fue entonces, cuando pensamos que este impulso solidario no podía acabar en la Navidad de 1998. Era el inicio de una corriente solidaria que, al principio, se llamó Ghana Solidaridad; luego, Misiones Guanelianas, y que todos terminaríamos por llamar Puentes Ongd.

            Ahora que se cumplen los XXV años de estos comienzos, quiero recordar algunas impresiones, algunos fogonazos de humanidad, solidaridad y cultura que dejaron en mi retina los distintos proyectos en África o Hispanoamérica en los que Puentes se ha movido en este cuarto de siglo. Son las cosas, los rostros, los nombres y las historias que uno se trae a casa en el viaje de vuelta. Y que quedan ahí en el archivo del corazón para siempre. En los próximos meses, iré compartiendo con los lectore estas “cosas que me traje en la mochila”.









jueves, 31 de agosto de 2023

Una escuela para los Niños de la Calle

         


      Como cada primero de septiembre, me toca recordar que una escuela en Kinshasa espera nuestra ayuda. Antes de llamar a la puerta de mis amigos, familia y paisanos de Quintanilla de Arriba, quisiera anotar dos datos:

-        1)  El 12% de los niños congoleños no ha tenido nunca acceso a una escuela. Las cifras empeoran notablemente cuando hablamos de las niñas congoleñas. Un 35% de ellas no sabe leer ni escribir. Aunque el Gobierno de la R. D. del Congo proclama que la escuela es gratuita, lo cierto es que todos los niños deben pagar las tasas escolares. Se calcula que un 45 % de los colegiales abandonan la escuela en algún curso de primaria, al no poder la familia hacer frente a las tasas.

-       2)  En el mes de mayo cuando las milicias Mobondo sembraron el terror y la muerte en las aldeas de la Meseta de Bateke, a tan sólo 120 kilómetros de la capital del Congo, más de noventa escuelas se vieron obligadas a cerrar. Entre estas escuelas estaba la de la Misión Guanella.  Primera consecuencia grave: el curso perdido. De momento, está lejos la pacificación en esta región.

Estos dos datos definen la realidad de muchos países africanos: la pobreza y la guerra impiden el acceso a la escuela, condenan a la ignorancia y perpetúan la pobreza de miles de niños.

En 2010 tuve ocasión de visitar la humilde pero hermosa escuela de la misión Guanella en Bateke, donde centenares de niños, en turnos de mañana y tarde, aprendían las letras, los números y, lo que es más importante, adquirían las herramientas básicas para comprender un poco mejor el mundo y a ellos mismos. Esa visita reforzó el compromiso de Puentes de apostar por la educación.

De nuevo el curso escolar echa a andar en el la capital del Congo. Y de nuevo me dirijo a mis amigos, familiares y gentes de Quintanilla para pedirles que sigan apoyando con sus donativos la escuela de Kinshasa. Gracias a Dios, la vida en la capital congoleña es de total normalidad y la escuela abrirá sus puertas a mediados de este mes.

Con don profético Concepción Arenal escribió: “Abrid la escuelas y cerraréis las cárceles”. Me gustaría añadir también esto: Cerrad las escuelas y multiplicaréis los esclavos y las pobrezas.  Es así. ¿Qué hubiera sido de cada uno de nosotros sin escuela, maestros, libros y bolígrafos?

En el caso de los niños y niñas de la calle (según las últimas estadísticas, casi treinta mil niños vagan errabundos por la capital congoleña, sin familia y sin hogar, y expuestos a toda clase de abusos), tener acceso a la escuela significa abandonar la mendicidad y los pequeños hurtos, los trabajos de esclavos, recobrar la dignidad perdida, prepararse para un oficio, mirar a los otros como a iguales. 

La escuela no es un edificio. La escuela son los maestros que guían, transmiten, corrigen y apoyan. La escuela son los compañeros con los que establecemos lazos, a veces muy duraderos. La escuela es una oportunidad para ir aseado, vestir un uniforme idéntico que nos hace sentirnos iguales, comer el mismo plato de comida a mediodía, recibir atención, ganar en autoestima, satisfacer la curiosidad de niños y asombrarse ante todo lo que ha sucedido y sucede en el mundo.

La escuela de Kinshasa es el intento de hacer posible todo esto para unos niños que ni siquiera se atreven a soñar. Por ello la escuela de Kinshasa, además de constituir un importante proyecto de Puentes, es también un empeño personal, al que amigos, familiares y quintanilleros se unen año tras año.

La escuela abrirá sus puertas. Centenares de niños y niñas la cruzarán vestidos con sus uniformes azules y blancos, sus carteras, sus ilusiones, sus risas y también sus nervios. Juntarán letras y números, palabras y oraciones, y aprenderán a descifrar los secretos de la lengua, las matemáticas, la geografía, la historia…, pero también el valor de la instrucción, de la amistad, de la cooperación entre todos, del respeto, de la igualdad, de la compasión. Algo de la sabiduría del maestro y de los libros entrará en ellos y los marcará y mejorará para siempre. Y si ellos saben leer y escribir no permitirán jamás que sus hijas e hijos sean analfabetos. Una cadena, sin marcha atrás, de educación y de cultura empieza en el momento en que un niño pisa por primera vez un aula.

¿Deseas colaborar con un mes de escuela? 15 euros. Deseas colaborar con un año de escuela? 150 euros.

Sólo me queda agradecer, de antemano, tu generosidad. La escuela de Kinshasa abrirá de nuevo. Y en el encerado esos niños y niñas de la calle verán escrito tu nombre, no con letras de tiza, sino de cariño y generosidad. ¡Gracias de corazón!

                             Al efectuar tu donativo, especifica: “Escuela Congo”.

                             IBAN: ES46  0030 6018 1700 0105 1272 (Banco Santander)








viernes, 11 de agosto de 2023

AdD: Silencio y quietud frente a un icono

 


Durante unos años me senté cada miércoles por la tarde, en silencio y quietud, ante un icono. Amigos del Desierto (AdD), la asociación fundada por Pablo d’Ors, se cruzó en mi vida. Y junto a ellos recorrí un tramo de ese camino al que llamamos existencia. Es justo mostrarse agradecido hacia quien, con ternura, te permitió compartir su misma mesa, en este caso una mesa con abundantes alimentos para el espíritu.

           Pablo d’Ors llegó a mi biblioteca con su libro “Biografía del silencio”, que luego alcanzaría un éxito clamoroso en varios países. El libro me causó una grata impresión porque reclamaba la necesidad de silencio y quietud en una sociedad de ruido atronador y activismo conpulsivo.


            Sin embargo, fue su biografía sobre Charles de Foucauld, El olvido de sí, lo que me hizo colocar e Pablo d’Ors en mi “Liber Amicorum”. Solamente alguien que camina con soltura por los adentros y que conoce los vaivenes del corazón, sin juzgarlos, puede adentrarse en la existencia de un pecador, de un converso, de un místico y de un hermano universal, como lo fue el pequeño morabito del desierto. No soy nada mitómano, pero en una ocasión en que Pablo vino a dar una conferencia a mi ciudad, le pedí que me dedicase el libro (sólo lo he hecho con Miguel Delibes y José Jiménez Lozano).

            A partir de ese momento, empecé a seguir la trayectoria literaria de Pablo d’Ors, y a leer otros títulos. Pero también la peripecia espiritual de un sacerdote y escritor que estaba desbrozando maleza en el ‘campus” católico, y abriendo una senda nueva que luego pudieron transitar otros. Esta nueva senda recibiría finalmente el nombre de Amigos del Desierto.

            Algún tiempo después, una amiga me dijo que ella formaba parte de un pequeño grupo de meditación que se reunía para hacer silencio, siguiendo el camino iniciado por Pablo. Me uní al grupo.


            En un par de ocasiones, tuve la suerte de escuchar a Pablo d’Ors y luego compartir mesa y sobremesa con él y el resto de Amigos del Desierto. Recuerdo y guardo cada uno de estos dos momentos. El “maestro” no parrafeaba, sino que escuchaba nuestros sentimientos o puntos de vista y, cuando intervenía, lo hacía como quien ofrenda con humildad un don, nunca como quien impone un dogma. La forma de abrazar de Pablo de la Amistad era también la del amigo que se ocupa y se preocupa por sus amigos.

            Volvamos a los encuentros de cada miércoles. Recuerdo la primera vez: Una sesión de tres tiempos de media hora escasa cada uno, de un silencio y de una quietud totales, se me hizo eterna. Mi cabeza borboteaba como puchero de agua hirviendo. Los pensamientos y las imágenes acudían como flechas veloces a mi cabeza. La mente se resistía a cesar su actividad durante unos segundos…¡No te digo durante media hora!

Creo que no fui un buen alumno, sinceramente. Y que nunca progresé mucho en ese vivir sosegado y silencioso de los seminarios, como así se llamaban estos encuentros. En casa, intentaba seguir, mal que bien, las instrucciones de Franz Jalics, libro de cabecera de los Amigos del Desierto, titulado Ejercicios de contemplación. No me resultaba fácil seguir el ritmo implacable, casi matemático, de este sabio que murió no hace mucho.

Y sin embargo, los seminarios me gustaban. Me suponían esfuerzo y disciplina, tenía que ir a la otra punta de la ciudad... Pero el encuentro con los otros “amigos” me reforzaba y me estimulaba a seguir y a continuar, aún en medio de una “sequedad” de espíritu, a veces bien grande.



Recuerdo, eso sí, el espíritu de respeto que se respiraba nada más abrir la puerta de la estancia, la servicialidad de todos para preparar el aula, el cese de cualquier parloteo o distracción. El icono de La Trinidad o de la Hospitalidad de Abrahán, del maestro ruso Andrei Rublev presidía la sala. Tres velones ‘trinitarios’ ardían alrededor. Se apagaban las luces. Cada uno se inclinaba delante de su sitio. El rezo del Himno del Espíritu Santo soplaba por la sala. Y para finalizar cada tiempo, se recurría a una de las más hermosas oraciones surgidas en el ámbito cristiano: ‘La Oración del Abandono’, del propio Charles de Foucauld, inspirador del movimiento fundado por Pablo. Y empezaba el gran silencio. Cada uno comenzaba a surfear en su interior, sin más ayuda que una postura correcta, una respiración acompasada, un mantra personal. Entre el primer y el tercer tiempo de gran silencio, había un segundo tiempo. Se leía un texto, se reflexionaba y se comentaba. Cada uno libremente podía expresar lo que ese texto le había sugerido. Pero no había debate. Las reflexiones caían sobre la sala, como cae la lluvia bienhechora en una tarde cualquiera de primavera. Recuerdo la sinceridad y la profundidad de muchas reflexiones, algo que solo el corazón puede pronunciar sin equivocarse. Me hicieron mucho bien.

            A menudo se nos invitaba a una danza. Sencillez de movimientos que subrayaban la realidad del cuerpo que es parte esencial de este aprendizaje. También las secuencias cantadas formaban parte del seminario. El primer día, al finalizar la última 'sentada', después de haber danzado en corro esa hermosa melodía “Hoy empieza una nueva era / las lanzas se convierten en podaderas / de las armas se hacen arados / y los oprimidos son liberados…”, alguien gritó: “Viva la madre que nos parió”. Pensé que era un exabrupto de un deslenguado. Pero no; era una marca de la casa. Un grito alegre que remite a lo más tierno y bendiciente del mundo: la madre.

            Con el tiempo, entendí mejor que el mensaje de Pablo d’ors y de los que con él habían construido Amigos del Desierto, era verdaderamente un mensaje oportuno y necesario para este momento actual, en el que cristianos y no cristianos se entregan a diario a un ruido interior de preocupaciones, frustraciones, deseos insatisfechos, traumas, expectativas....

Y verdaderamente oportuno y necesario, porque en esta sociedad nuestra no sabemos estarnos quietos. Metidos, desde pequeños, en mil historias de activismo, y de hacer por hacer, todo lo queremos ver, probar, experimentar. Y casi todo ello para atontar el espíritu y para entorpecer el alma.

            Es verdad que, en más de una ocasión, tuve la sensación de que la espiritualidad de Amigos del Desierto, daba mucha importancia al yo, a la paz interior, al dejar fluir, a la no intervención, en resumen, una cierta “indiferencia” ante las mil pobrezas que solicitan nuestra “mandato del amor”, y no sólo nuestra “compasión”. Y a veces esa parte de mí que se había educado en “lo primero, la ayuda al prójimo”, se lamentaba y protestaba. Todo esto lo digo, como una impresión personal. Porque luego, en el miércoles a miércoles, lo que yo veía en mis compañeros de “quietud y silencio”, era una extraordinaria amabilidad y una disponibilidad para cualquier mínimo servicio. Yo, que no tengo coche, nunca tuve que volver a pie o en autobús, sino que cada miércoles encontraba un ofrecimiento para acompañarme hasta la puerta de casa.

            De ahí, que sólo sienta gratitud hacia los que cada miércoles nos encontrábamos, silenciosos y quietos, ante el icono de la Trinidad, cada uno con su alma a solas, pero a la vez con la seguridad de compartir una misma inquietud y una misma búsqueda.



            Los nombres de todos ellos, sus rostros y algunas de sus historias personales están ahí, en el ‘sagrario’ del alma. Tal vez me olvide de alguno -y pido perdón- pero no puedo dejar de recordar y pronunciar, bendiciendo, sus nombres: Pablo, Pili, Joaquín, Lucía, Manolo, Pilar Rico, Leandro, Elena, Agustina, Eliseo, Pilar Cabero, Marisol, Celia, Yolanda, Manuel, Roberto, Isabel, Bea, Socorro… Y Luisa, que marchó en silencio hacia un lugar de Luz. 

            Sin duda, a esa religión que llamamos cristianismo sólo pueden pertenecer los sedientos y los hambrientos… Nunca los saciados ni los satisfechos. Sí los pecadores y hasta los ‘pluscuanimperfectos’. Sin duda, aquellos amigos del Desierto que frecuenté y que tanto me enseñaron forman parte de la tribu de los buscadores… Y por ello, en aquel sótano de la parroquia del Beato Florentino, muchas tardes pudimos y quisimos cantar los hermosos versos de Luis Rosales: “De noche, iremos de noche / que para encontrar la Fuente / sólo la sed nos alumbra”, mientras tres candelas chisporroteaban alrededor de los ángeles a los que Abrahán acogió y sirvió, a la sombra de la encina de Mambré. Todo en esta vida es gracia.



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