El señor Leonard tenía un taller de calzado ortopédico
en la rica y próspera Holanda. Un día a él también le llegó la jubilación y
cerró su negocio. Pero lo volvió a abrir unas semanas más tardes para sacar sus
máquinas, sus patrones, sus rollos de cuero y sus muchas herramientas. Lo
embaló todo y lo llevó hasta el Centro Santa Teresa de Ghana. Él mismo
permaneció en Ghana varios meses enseñando a dos ghaneses el arte de hacer
calzado.
La señora Akua tenía más de 40 años cuando supo de
este taller de zapatos ortopédicos. Akua tiene los pies deformes y una pierna
ligeramente más corta que la otra. Hasta ese momento, ella había intentado
transformar unos zapatos normales en ortopédicos, añadiendo o pegando trozos de
madera, de cartón, de cuero o tela. Todo para seguir caminando –y con peso sobre sus cabeza o sus espaldas- por
unos senderos llenos de baches. ¡Cuántos años con los pies heridos y doloridos!
Así que no es de extrañar que, tras probarse los nuevos zapatos y comprobar que
no le mancaban y que podía caminar con estabilidad y sin dolor, la señora Akua
se pusiera a saltar y a bailar como si le hubiese tocado la lotería.
A Cyntia, una preciosa niña de cinco años, la trajo su
madre a cuestas desde muchos kilómetros, para encargarle unos zapatos y unos
tutores, después de una operación en ambas piernas de la que ya estaba
recuperada. Hasta entonces sólo había caminado a gatas. Y yo la vi dar sus
primeros pasos con el mismo temblor y la misma alegría que un bebé de un año.
También a Frank, un chico que había estudiado en el
Centro, le hicieron unos zapatos nuevos, para su ‘nuevo pie’, estirado tras una
operación. Y el zapatero que le llevó los zapatos hasta su poblado, me dijo que
“Frank was more than happy” (estaba más que feliz).
De esta manera, la vida de Akua, Cyntia y Frank, se
cruzó un buen día con la del señor Leonard. Y se produjo el prodigio. El
prodigio de los zapatos.
Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998
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