viernes, 9 de noviembre de 2018

Cavilaciones y melancolías, de José Jiménez Lozano


También en Silos ha resonado la voz de José Jiménez Lozano, a través de su libro ‘Cavilaciones y melancolías’. Es el último ‘diario’ que sale a la luz y que recoge los años 2016-2017. Desde que cayó en mis manos Tres cuadernos rojos, los diarios de Jiménez Lozano han sido algo importante en mi vida de lector. El autor recuerda a menudo que lo que busca únicamente con sus libros es que hagan compañía a un pequeño grupo de lectores (no creo que seamos mucho, sinceramente, aunque muy fieles). En mi caso esto se ve cumplido con creces. Me ha hecho mucha compañía. Pero también -y esto no se lo agradeceré nunca lo suficiente- me han abierto a nuevas lecturas como Simone Weil o Willa Cather.
Son muchos los temas que aparecen en sus diarios, reflexiones sobre literatura, religión, arte, paisaje o amigos. En sus últimos diarios sigue con creciente perplejidad el desprecio de Europa hacia el cristianismo:
“Un amigo de USA que tiene excelentes relaciones de amistad y trabajo intelectual con islámicos me dice que éstos se muestran perplejos de su poder de atracción, mayor incluso que el odio y el desprecio de Europa al cristianismo, y en la inconsciencia, sin embargo, de que esta misma atracción no deja de resultar una enorme y seria burla a la Ilustración y a la Modernidad y a los alegres nihilismos en los que la propia Europa dice confiar y ha impuesto. Realmente es para quedar pasmados”
Para mí Jiménez Lozano ha sido siempre un ‘avisador’, en el sentido de que su escritura nos avisa sobre lo por venir, e ilumina el camino oscuro por el que nos estamos adentrando, advirtiendo de las trampas y los peligros. Ya hace muchos años que nos viene avisando que lo ‘políticamente correcto’ es una auténtica dictadura, algo que comprobamos cada día con mayor tristeza.
“Ni la peor tiranía fue nunca el horror que ha han sido los dos grandes totalitarismos del próximo pasado, pero la tiranía sobrevive en la llamada ‘opinión pública’ o imperio de la multitud, cuyos pensares y sentires son fabricados por los que el señor Stalin llamaba “ingenieros de almas”, y la única expresión libre y sin límite, hay que repetirlo, será la que coincida con ese pensar y sentir de la multitud condicionada por tales ingenieros de almas o cazadores de mentes a quienes tornan exactamente en “mente capti” o mentecatos. Y Dios nos libre del poder estos individuos “mente captores y “mente capti”.
“Pero la ética que se exige a un político no es una ética sino el doctrinarismo de lo “políticamente correcto”, y no se le permite decir lo que piensa y siente y lo único que no se exige de él es que piense y obre en relación con el bien común, sino con lo que quiere un público adoctrinado”.
En una de sus páginas aparece la figura de Luisito de Pozaldez. Era un pobre que recorría los pueblos de Valladolid y Segovia, y que yo aún llegué a conocer en mi primera infancia cuando pasó por Quintanilla. Cantaba coplas surrealistas y recitaba poemas para bendecir a las gentes. Su presencia y su alegría eran un pequeño acontecimiento allí por donde pasaba. Aún en el subconsciente de las gentes, yacía la idea de que un pobre era nada menos que un pobre y, por lo tanto, alguien digno de respeto.
“Un pobre, en mi adolescencia, todavía era alguien y hasta mucho; se pensaba que su oración era más escuchada y, si entraba en la escuela, como pasó a veces, nos poníamos de pie como cuando entraba el señor alcalde, o el señor Inspector de Enseñanza. Y una vez que conté esto en una reunión, me dijo una señora de la aristocracia francesa: “Usted se queja de sus límites, pero ha recibido una educación aristocrática, sin saberlo”
A propósito de un documental sobre la construcción del bellísimo monumento del Taj Mahal en la India, en el que se dice que todos los recursos de la región fueron a parar a la construcción de este mausoleo y que esa ‘belleza’ fue la causa de mucha hambre y mucha desdicha.
“Lo que no puede ser es que la belleza, el arte, la cultura entera y la ciencia sean pagadas con el hambre y toda clase de sufrimiento ajeno; pero tampoco las construcciones sociales ni políticas, y entonces pienso en el señor Stalin confiscando la producción entera de los campesinos y condenándolos al hambre –e incluso cercándolos para que no pudieran escapar  ni pudieran ser ayudados- y dirigiendo todos los alimentos y el dinero a la industria de la guerra. Los dioses de la ideología y del dinero nos hacen perversos o nos idiotizan, pero, así y todo, podemos negarnos y debemos negarnos a su imperio en este mundo. Nuestro único deber, en efecto, es ser ateos de estos dioses”.
El autor cree que hay una similitud entre los tiempos finales de Roma y los tiempos actuales que vivimos en Europa. Tengo la sensación de que hoy repetimos al pie de la letra la expresión de Teodoreto:
“La tragedia del final de Roma es lo que decía el rey bárbaro Teodoreto, que los romanos idiotas querían ser bárbaros, pero ellos, los bárbaros listos, querían ser romanos”.
Y el recuerdo también de algunas personas muy queridas por el autor, por ejemplo Eloísa Wattemberg. Ambos habían colaborado en las primeras muestras de las Edades del Hombre.
“Somos bastante estúpidos cuando confiamos en el tiempo del mañana más próximo, y más en estos años nuestros; pero estamos hechos así. Aunque también sabemos que una última palabra es un consuelo, y yo tenía por Eloísa una gran consideración, respeto y afecto. Por esto la encomiendo, como me encomendaría a mí mismo, a la memoria de Dios, porque nos mantiene el ser para siempre”

 

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