También en Silos ha resonado la
voz de José Jiménez Lozano, a través de su libro ‘Cavilaciones y melancolías’.
Es el último ‘diario’ que sale a la luz y que recoge los años 2016-2017. Desde
que cayó en mis manos Tres cuadernos rojos, los diarios de Jiménez Lozano han
sido algo importante en mi vida de lector. El autor recuerda a menudo que lo que busca
únicamente con sus libros es que hagan compañía a un pequeño grupo de lectores
(no creo que seamos mucho, sinceramente, aunque muy fieles). En mi caso esto se
ve cumplido con creces. Me ha hecho mucha compañía. Pero también -y esto no se
lo agradeceré nunca lo suficiente- me han abierto a nuevas lecturas como Simone
Weil o Willa Cather.
Son muchos los temas que aparecen
en sus diarios, reflexiones sobre literatura, religión, arte, paisaje o amigos.
En sus últimos diarios sigue con creciente perplejidad el desprecio de Europa
hacia el cristianismo:
“Un amigo de USA que tiene
excelentes relaciones de amistad y trabajo intelectual con islámicos me dice
que éstos se muestran perplejos de su poder de atracción, mayor incluso que el
odio y el desprecio de Europa al cristianismo, y en la inconsciencia, sin
embargo, de que esta misma atracción no deja de resultar una enorme y seria
burla a la Ilustración y a la Modernidad y a los alegres nihilismos en los que
la propia Europa dice confiar y ha impuesto. Realmente es para quedar pasmados”
Para mí Jiménez Lozano ha sido
siempre un ‘avisador’, en el sentido de que su escritura nos avisa sobre lo por
venir, e ilumina el camino oscuro por el que nos estamos adentrando,
advirtiendo de las trampas y los peligros. Ya hace muchos años que nos viene
avisando que lo ‘políticamente correcto’ es una auténtica dictadura, algo que
comprobamos cada día con mayor tristeza.
“Ni la peor tiranía fue nunca el
horror que ha han sido los dos grandes totalitarismos del próximo pasado, pero
la tiranía sobrevive en la llamada ‘opinión pública’ o imperio de la multitud,
cuyos pensares y sentires son fabricados por los que el señor Stalin llamaba
“ingenieros de almas”, y la única expresión libre y sin límite, hay que
repetirlo, será la que coincida con ese pensar y sentir de la multitud
condicionada por tales ingenieros de almas o cazadores de mentes a quienes
tornan exactamente en “mente capti” o mentecatos. Y Dios nos libre del poder
estos individuos “mente captores y “mente capti”.
“Pero la ética que se exige a un
político no es una ética sino el doctrinarismo de lo “políticamente correcto”,
y no se le permite decir lo que piensa y siente y lo único que no se exige de
él es que piense y obre en relación con el bien común, sino con lo que quiere
un público adoctrinado”.
En una de sus páginas aparece la
figura de Luisito de Pozaldez. Era un pobre que recorría los pueblos de
Valladolid y Segovia, y que yo aún llegué a conocer en mi primera infancia
cuando pasó por Quintanilla. Cantaba coplas surrealistas y recitaba poemas para
bendecir a las gentes. Su presencia y su alegría eran un pequeño acontecimiento
allí por donde pasaba. Aún en el subconsciente de las gentes, yacía la idea de
que un pobre era nada menos que un pobre y, por lo tanto, alguien digno de
respeto.
“Un pobre, en mi adolescencia,
todavía era alguien y hasta mucho; se pensaba que su oración era más escuchada
y, si entraba en la escuela, como pasó a veces, nos poníamos de pie como cuando
entraba el señor alcalde, o el señor Inspector de Enseñanza. Y una vez que conté
esto en una reunión, me dijo una señora de la aristocracia francesa: “Usted se
queja de sus límites, pero ha recibido una educación aristocrática, sin
saberlo”
A propósito de un documental
sobre la construcción del bellísimo monumento del Taj Mahal en la India, en el
que se dice que todos los recursos de la región fueron a parar a la
construcción de este mausoleo y que esa ‘belleza’ fue la causa de mucha hambre
y mucha desdicha.
“Lo que no puede ser es que la
belleza, el arte, la cultura entera y la ciencia sean pagadas con el hambre y
toda clase de sufrimiento ajeno; pero tampoco las construcciones sociales ni
políticas, y entonces pienso en el señor Stalin confiscando la producción
entera de los campesinos y condenándolos al hambre –e incluso cercándolos para
que no pudieran escapar ni pudieran ser
ayudados- y dirigiendo todos los alimentos y el dinero a la industria de la
guerra. Los dioses de la ideología y del dinero nos hacen perversos o nos
idiotizan, pero, así y todo, podemos negarnos y debemos negarnos a su imperio
en este mundo. Nuestro único deber, en efecto, es ser ateos de estos dioses”.
El autor cree que hay una
similitud entre los tiempos finales de Roma y los tiempos actuales que vivimos
en Europa. Tengo la sensación de que hoy repetimos al pie de la letra la
expresión de Teodoreto:
“La tragedia del final de Roma es
lo que decía el rey bárbaro Teodoreto, que los romanos idiotas querían ser
bárbaros, pero ellos, los bárbaros listos, querían ser romanos”.
Y el recuerdo también de algunas
personas muy queridas por el autor, por ejemplo Eloísa Wattemberg. Ambos habían
colaborado en las primeras muestras de las Edades del Hombre.
“Somos bastante estúpidos cuando
confiamos en el tiempo del mañana más próximo, y más en estos años nuestros;
pero estamos hechos así. Aunque también sabemos que una última palabra es un
consuelo, y yo tenía por Eloísa una gran consideración, respeto y afecto. Por
esto la encomiendo, como me encomendaría a mí mismo, a la memoria de Dios,
porque nos mantiene el ser para siempre”
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