Cuando después de una final de infarto entre el equipo Los
Amigos, de Madrid, contra el equipo Los Enanos, de Canarias, éste se proclama
campeón, el entrenador de Los Amigos se siente hundido y apesadumbrado y se
queda ahí, en medio de la cancha, perdido y avergonzado, mientras sus pupilos
se funden en un abrazo con los campeones, bailan, cantan y se divierten a lo
grande repartiendo felicitaciones y enhorabuenas por doquier. Estoy hablando de
la película Campeones de Javier Fesser que había dejado pasar en su momento y
que he visto ahora.
El entrenador –Javier Gutiérrez- se siente normal, y lo
normal es hundirse cuando en el último segundo se pierde una final. En cambio,
los jugadores son especiales –y por supuesto el entrenador los considera
no-normales- y para ellos lo lógico es disfrutar, pasarlo bien, felicitar al
contrincante de corazón y vivir cada momento con dicha y alegría.
Muy probablemente, esta comedia está haciendo más por la
normalización de las personas con discapacidad que cien discursos y cien
campañas de sensibilización.
Campeones no pone el acento en el drama de la discapacidad y
en las historias de marginación de estas personas, sino en los dones y
cualidades que estas personas tienen. Para dar y tomar. Quizás por ello en
muchos ambientes, se les llama ‘personas con capacidades diferentes’. El perdón, el olvido de las afrentas, la no
discriminación, el buen humor, la sinceridad, la valoración de cada persona por
lo que en cada momento es y no por su rango o procedencia, son dones muy suyos.
El mismo título de la película no nos remite a un resultado de un partido de baloncesto, si no a un resultado en la vida de cada día: son auténticos campeones en muchas cosas y en muchos saberes.
Su comportamiento responde a una lógica sencilla y natural,
que al resto resulta difícil entender. Tienen su malicia y su picardía, pero en
ellos resplandece aún la inocencia, esa bendita infancia que dura tan poco a
los llamados ‘normales’. Estas personas con capacidades diferentes no admiran
en el otro ni la inteligencia, ni la belleza, ni la clase social, ni la
influencia, solo la bondad y los detalles en que esta se expresa. Y, al igual
que los niños, tienen el don de leer el corazón del otro y, por lo tanto,
empatizan o no con la persona que tienen en frente. Hasta el don de hacer
travesuras, que es un don propio de la infancia, ellos lo tienen en abundancia.
El trato con estas personas puede ser muy complicado o muy
elemental. Depende en gran parte de nosotros. Nosotros, en cambio, nos
esforzamos para que entiendan nuestra lógica de pensar y de hacer. Pero
probablemente seamos nosotros los que tenemos que pensar y amar desde su
lógica. La lógica de la sencillez y de la bondad, que los que nos creemos ‘normales’
hemos perdido por el camino. Así todo será más sencillo. Sólo así, como en la
película, seremos los destinatarios de sus abrazos y de su cariño.
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