Resulta curioso que en cualquier lugar del mundo, jóvenes y no tan jóvenes abarroten las aulas del Instituto Cervantes para aprender la lengua española y poderse comunicar así con una buena parte de la humanidad. Resulta curioso que el español sea la lengua oficial de una veintena de países. Resulta curioso que en Estados Unidos el español alcance una presencia como nunca se había visto hasta ahora. O que un porcentaje nada desdeñable de contenidos en internet estén en castellano. O que para quinientos millones de personas el español sea su lengua materna, o que otros muchos millones la puedan entender o hablar.
Resulta curioso que la
literatura en castellano haya dado un buen número de premios Nobel, o que
algunas de las luminarias literarias de la historia se hayan escrito en la
lengua común de Cervantes, Lorca, Vargas Llosa, Octavio Paz, Márquez, Delibes,
Lope de Vega, Teresa de Jesús, Quevedo, Cela, Juan de la Cruz, Galdós… Resulta
curioso que la mitad del orbe católico se dirija a Dios con el Padrenuestro o
el Avemaría, rezados en español.
Y resulta curioso que en
España, en algunos territorios, se pongan trabas a quien quiere estudiar en castellano, o peor aún, se discrimine a quien lo emplea o se prohíba a los niños que lo hablen en los recreos. Resulta curioso que la lengua española se la desprestigie en los medios de comunicación,
que se amoneste o sancione a quien la utiliza en rótulos comerciales o en las conversaciones
de las instituciones y de los funcionarios.
Todo esto que sería impensable
en cualquier país del mundo, sea la Francia de Macron, el Reino Unido de Boris
Jhonson o la Italia de Giuseppe Conte… pues todo esto cabe aquí. Desde hace
décadas, el castellano sea ido apartando cada vez más en las escuelas de algunas
regiones, privilegiando únicamente a la lengua de la comunidad autónoma. Ahora,
la nueva ley de educación de la ministra Celaa (la misma señora que envió a sus
hijas a un colegio concertado de Bilbao, donde únicamente se hablaba castellano
e inglés), supone un nuevo golpe a la lengua común establecida por la Constitución.
La ideología se coloca por encima de los intereses de los niños y jóvenes. ¿Qué
padre o madre, en su sano juicio, se negaría a que su hijo aprendiese
correctamente la segunda lengua más hablada del mundo?
Y los niños y
adolescentes de algunos territorios de esto que aún llamamos España y que se
expresen, durante los recreos, en la lengua de Cervantes serán amonestados,
silenciados, castigados o discriminados.
¿Es el precio a pagar (no
el único) por mantener el sillón y los sillones del poder? Es un precio que
avergüenza un poco. Pero a la ciudadanía, este precio no le parece mal, por lo
que se ve. Así que todos contentos. ¿Será esta la modernidad de los nuevos
tiempos?
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