sábado, 21 de noviembre de 2020

Palabras para José Aguado

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Quisiera decir unas palabras al finalizar esta Eucaristía. Los tiempos calamitosos que vivimos han impedido a muchas personas participar y mostrar su cercanía y su agradecimiento por una vida que se hizo regalo para tantos y tantos feligreses. Cuando ayer, me preguntaba el empleado de la funeraria qué texto quería poner en la esquela, pensé que, más que una retahíla de nombres de familiares, en su esquela debía mencionarse a sus hermanos en el sacerdocio y a los feligreses de las distintas parroquias donde había trabajado.  Unos y otros fueron su verdadera familia.

José Aguado Poza (1930-2020), de pequeño, creía que su destino sería ser pastor de ovejas en el pueblo de Langayo donde había nacido. Así lo había sido su padre y lo eran sus hermanos. Pero la providencia tenía para él otros planes. Accedió al seminario gracias a una familia que le pagó sus estudios y hacia la cual mostró siempre agradecimiento. Una infancia de pobreza fue para él una estupenda escuela y una fuente de sensibilidad hacia los pobres.

Fue otra clase de pastor. Y gastó su vida por sus ovejas.  No esperó a que las ovejas fuesen a la parroquia, sino que, casa por casa y bloque por bloque, fue a buscarlas, a conocerlas y a anotar sus sueños y sus necesidades. Porque esa era la única forma de ayudarlas. Él olía a oveja, mucho antes de que el Papa Francisco hiciese famosa esta expresión.

Cuando la desmemoria empezó a instalarse en su cabeza, y tuvo que cesar su actividad como capellán del tanatorio de El Salvador, su única obsesión, cada mañana, es que tenía que ir a celebrar misa, a rezar un responso, a consolar a los familiares apenados.

En los pueblos de Serrada, Velliza, Viloria o Bahabón, en las parroquias  de la capital, San Pío X, San Isidro y Nuestra Señora del Prado, en la capellanía del Tanatorio de El Salvador, en la misión uruguaya de Minas supo ofrecer, con una mano, el evangelio y, con otra mano, el pan: las cosas del espíritu y las cosas del cuerpo. No perdió nunca de vista la promoción humana y social de sus feligreses. Hasta que tuvo fuerzas y mente, siguió apoyando -y haciendo que otros apoyasen- los proyectos que él había impulsado entre los más pobres de la comunidad de Minas-Uruguay.

Su vida se ha apagado en la Residencia de mayores de Santa Marta. El cuerpo postrado en una silla de ruedas y la cabeza agujereada por la desmemoria no han sido óbice para dejar allí un testimonio de afabilidad, de buen humor y de expresión risueña, capaz aún de bromear con enfermeras y cuidadoras.

Si en este momento hay una persona afligida, esta es su hermana Carmen con quien compartió toda su vida. Ella fue su apoyo, su hogar, su colaborado, su fiel compañera de cada día. Ella le acompañó hasta sus momentos finales

Cuando ayer se haya presentado ante el Padre, habrá abierto su zurrón de pastor lleno de nombres: “Estos son, Señor los hombres y mujeres que he amado y evangelizado y por los que, a su vez, he sido amado”. Nombres y más nombres. Muchos de ellos estáis aquí en esta misa de funeral. Los nombres de las personas amadas son las auténticas credenciales para acceder a la Casa del Padre.

Señor, te pedimos por José. Con mucho esfuerzo, llamando e importunando a  muchas puertas, ayudó a levantar las parroquias de San Isidro y de Nuestra Señora del Prado de esta ciudad de Valladolid. Levántale tú, Señor, y acógelo en tu seno: ven, bendito de mi padre, porque tuve hambre, tuve sed, estuve perdido, estuve sin fe….

(Leído durante la misa exequial por el eterno descanso de José Aguado, sacerdote. 20 de noviembre de 2020)

https://www.youtube.com/watch?v=9xV1cVpY6lg

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