De esta foto se ha dicho que es la viva imagen de la desolación de la hostelería (y de tantos otros negocios). Cuando el Bodegón Azoque, en Zaragoza, se quedó vacío, en penumbra y en silencio, el chef salió a la puerta y se derrumbó. Ahí lo vemos, cabizbajo, llorando como un crío, o como un fracasado. En pueblos y ciudades se cierra la hostelería y con ella se acaba el trabajo, y también los sueños, las inversiones, mil historias de lucha y de esfuerzo. Mil historias de emprendimiento y de valentía. Es el chef Iván al que su amigo y socio, Fontanellas, quiere transmitirle un poco de consuelo con esa mano sobre su hombro. En el escenario aún está la pizarra del menú del día y dentro del bar podemos intuir más lágrimas y más rabia de otros trabajadores. Un camarero del restaurante, Guillermo, captó con su móvil la imagen que se ha convertido en un icono de la hostelería arruinada, y en general de tantos y tantos negocios que, directa o indirectamente, se van a ir al Erte o al cierre definitivo.
Después de meses y meses de
incertidumbre, adaptándose a los cambios de normativa cada quince días, y sintiéndose
obligados a realizar pequeñas
inversiones para dar un servicio más seguro, los bares de este país cuelgan el
cartel de ‘Cerrado’.
La hostelería en España es un
sector capital de la economía, pero también un
pilar de nuestra idiosincrasia, sin comparación a ningún otro país del
mundo. Los bares -¡qué lugares!- responden a una forma de ser y de estar en el
mundo. Una manera de encontrarse, de verse, de charlar y de amistar.
Como cada sábado de la temporada
de invierno, he caminado hasta Renedo. Nada más llegar solía tomarme un café y
leer el periódico en uno de los bares del pueblo. Hoy esto no es posible. Pero
he visto un bar que servían cafés para llevar. He pedido un café con leche. Y
cuando la dueña me lo ha servido en el umbral del bar, me ha despedido con un ‘gracias’
emocionado que valía por un discurso entero y por un abrazo.
Puede que todas estas estas
restricciones sean necesarias para luchar contra el Covid, pero también es
verdad que, en parte, hemos llegado a todo esto por el caos y la desunión total
de todas las administraciones implicadas, y también por esa condición que
tenemos los españoles de anárquicos y de hacer lo que nos da la real gana.
Con las restricciones, el toque de
queda, los confinamientos y demás historias… la economía se desploma (España,
aunque se pasa de puntillas por este asunto, gana por goleada a todos los
países de Europa en lo que a desastre económico se refiere). ¿Es de sentido
común que en el año en el que menos ingresos recibe el Estado, el Gobierno suba
todas las partidas de los ministerios? ¿No es posible reforzar la sanidad y hacer recortes sustanciosos en otros tantos ministerios? ¿Alguien se imagina a una familia que
aumente los gastos al doble justo cuando le bajan el salario a la mitad?
Con esa vista corta que los
mandatos de cuatro años dan a los políticos, se prefiere tirar la casa por la
ventana, prometer ayudas y subvenciones,
multiplicar ministerios, asesores y mantenidos a costa del erario público,
subir el sueldo a los funcionarios (yo soy uno de ellos, pero creo que no es el
momento ni mucho menos, a pesar del esfuerzo de tantos para hacer funcionar el
país durante estos tiempos calamitosos).
¿Un país que se endeuda hasta el
infinito tiene alguna opción de seguir siendo un país libre e independiente? Me imagino que, cuando despertemos de esta
pandemia, la factura será abultada. Y toda una generación verá comprometidos su
crecimiento y su futuro.
¿Se piensa en el conjunto de los
ciudadanos o se piensa en asegurar un puñado de votos, aunque sea con promesas
grandilocuentes y dádivas mensuales? Los palacios del Poder suelen terminar
siendo los Palacios de la Locura. Me temo que aquí, y en muchos más lugares del
mundo, el populismo de moda y en auge está ya del todo metido en esta senda de
locura.
Tomando prestado el título de la
novela de Delibes, intuyo que la sombra de la pandemia será alargada por estos lares.
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