miércoles, 11 de noviembre de 2020

Etty Hilesun o la impotencia de Dios frente al mal



Apostó por la bondad y la belleza en medio del horror del campo de confinamiento de Westerbork  donde permaneció recluida por su condición de judía en los años de la locura nazi. La abogada y filóloga Etty Hillesum es una de las mujeres del siglo XX que, con su vida y sus escritos, ha dejado una profunda huella en muchos lectores y seguidores. Esta joven holandesa, nacida en 1914, en el seno de una familia judía no practicante, vivió su primera juventud con despreocupación y con ligereza, pero la desgracia en la que vio a su pueblo le hizo tomar conciencia de la dignidad del ser humano, especialmente en los días de su máxima debilidad, y de su propia dignidad. Donde los demás se derrumbaban y desesperaban, Etty Hilesum crecía interiormente. Un momento decisivo de su vida fue su encuentro con el quirólogo berlinés Julius Spier. Le llamará “el gran amigo, el partero de mi alma”.  Spier le da a conocer la Biblia y a algunos luminarias del mundo católico: Thomas de Kempis, Francisco de Asís y San Agustín.

Julius Spier muere, pero la semilla plantada en su amiga no parará de crecer.

La persecución contra los judíos arrecia. Y ella acepta voluntariamente trabajar como asistenta social en un campo de confinamiento judío en Holanda, el campo de Westerbork. ¡Y eso que le habían propuesto sacarla del país!

Y es en medio de estas vidas arruinadas por las leyes nazis, de este horror de hacinamiento, hambre, suciedad, gritos, amenazas, frío, donde ella descubre que tiene un alma y descubre una Presencia en su camino, “al que por comodidad llamaré Dios”.

Y es en este escenario donde descubre que “a pesar de todo, la vida es muy bella”. Y cada día se extasía ante el pequeño ciclamen rosa, los campos de altramuces de color amarillo intenso, el baile de las nubes, las bandadas de pájaros o delante del inmenso horizonte que se abre ante el ‘campo’. ¡Toda esa belleza era capaz de mirar y admirar desde el barracón!  Reza así: “Dame una sola línea de poesía por día, Dios mío; y si alguna vez no puedo escribirla, por no tener papel, ni luz, la recitaré muy suavemente por la noche, con los ojos levantados hacia tu inmenso cielo”. Y también. “Estamos en nuestra casa. Por todas partes por donde se extienda el cielo, estamos en nuestra casa. En cualquier lugar de esta tierra, si lo llevamos todo en nosotros, estamos en nuestra casa”.  

Fue una mujer radicalmente libre. Frente a esa libertad interior, el poder omnímodo de Hitler nada pudo: “Los campos del alma y del espíritu son tan vastos, tan infinitos, que esta pequeña dosis de incomodidades y de sufrimientos físicos apenas tiene importancia; yo no tengo la impresión de haber sido privada de mi libertad, y, en el fondo, nadie puede hacerme verdaderamente daño”. Esta actitud la hizo merecedora de una admiración grande entre los que sufrían idéntica suerte en ese “territorio de tránsito hacia la nada” que era el campo de Westerbork. En ese escenario ella fue “el corazón pensante del barracón”.

Pero no se hace ilusiones sobre el destino del pueblo judío, ni sobre su propio destino. Sabe que la intención final de los nazis es la destrucción total de su raza. Y sabe que Westerbork es la antesala de algo peor: un campo de concentración. Y sin embargo no se permite el odio a los alemanes: “Basta con que un haya un solo alemán digno de respeto, para que merezca ser defendido contra toda la horda de bárbaros. Su sola existencia me arrebataría el derecho a derramar mi propio odio sobre todo ese pueblo”.

Esta mujer, tocada por la gracia y no perteneciente a ninguna religión, ha escrito algunas de las cosas más hermosas que sobre Dios se ha dicho en el siglo XX: la impotencia de Dios ante el mal y la necesidad que Dios mismo tiene de ser ayudado.  Frente a la desesperación de tantos creyentes y de tantos que se preguntaban dónde estaba Dios en la Shoah, una jovencísima mujer confiesa que “tiene suficiente amor para perdonar a Dios”. Etty descubre que solo tiene sentido creer en un Dios impotente frente al mal y que puede sufrir. Más aún, “Dios es el ser más despojado de todos los seres en los tiempos trágicamente adversos”.

Escribe: “Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizarte nada por adelantado. Sin embargo, hay una cosa que se me presenta cada vez con mayor claridad: no eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti, y, al hacerlo, ayudarnos a nosotros mismos”

Al tren que regularmente salía de Westerbork con prisioneros y que ella intuía que iba hacia la muerte, subió Etty en septiembre de 1943, junto a toda su familia. Eran 987 personas, transportadas como ganado en los vagones del tren. Durante el trayecto, aún tuvo el valor de escribir una postal a su amiga Christiane y colarla por una rendija del vagón. Unos campesinos la encontraron y la enviaron a su destino. “Abro la Biblia al azar y me encuentro: “El Señor es mi Cámara Alta”. Estoy sentada sobre mi mochila en un vagón de mercancías abarrotado. Papa, mamá y Mischa (su hermano pequeño) van en otro vagón. Hemos abandonado el campo de Westerbok cantando, papá, mamá, Mischa y yo. Gracias a todos vosotros por todos vuestros cuidados” Según los datos de la Cruz Roja, de aquel tren sólo sobrevivieron 8 prisioneros. Etty Hillesun pudo haber muerto en el campo de concentración de Auschwitz el 30 de noviembre de 1943.

Como muy pocos en ese momento de la historia, supo acoger el misterio del sufrimiento y de la iniquidad: “Tú me colocas antes tus últimos misterios, Dios mío. Te estoy agradecida. Siento en mí la fuerza para confrontarlos y saber que no hay respuesta. Hemos de ser capaces de asumir tus misterios”.

Recordar su vida en estos tiempos amargos que estamos viviendo nos proporciona un poco de esperanza ante la adversidad.¡Que nunca perdamos esa mirada que nos hace admirar el cyclamen rosa o el baile de las nubes sobre nuestras cabezas!

Contar todo esto prolonga unos instantes la existencia de Etty Hilesun.

Ella misma había escrito: “Quisiera vivir mucho tiempo, para estar un día en condiciones de explicarlo – había escrito en su diario- pero si no es posible, ya lo hará otro por mí. Otro proseguirá el hilo de mi vida allí donde haya quedado interrumpido”.








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