Ha muerto Diego Maradona. No creo que haya habido ni una sola persona del mundo mundial que no se haya enterado de esta noticia planetaria. Con la muerte de Maradona, nos percatamos que los inmortales mueren, y que los dioses que idolatran los hombres son apenas unos muñecos de barro, que caen rotos al suelo en cualquier momento.
Y no sé si sentir pena
por un mundo que, inconsolable, llora al futbolista desaparecido y dice adiós a
sus jugadas geniales, o sentir pena por el futbolista, elevado a la categoría
de dios, al que hemos visto desgraciado y roto, envejecer prematuramente,
después de tantos excesos, enfermar y morir.
Ya se sabe que el fútbol
mueve pasiones: el actual ‘circus’ romano. Ya sabemos que los media deportivos construyen
‘el mejor futbolista de la historia’ cada década, y que ensalzan a la categoría
de dioses a muchachos salidos de un barrio pobre y una infancia de carencias, a los que perfuman de dólares y de aplausos.
¿Cómo no iba a sentirse
dios aquel pibe rodeado de lujo que, muchas veces, recordaría cuando a los tres años le
regalaron su primer balón con el que durmió seis meses bajo su camiseta de niño
pobre, para que no se lo robasen? ¿Cómo no iba a sentirse dios aquel ídolo
mundial del fútbol que había conocido la escasez de comida diaria sobre la mesa
y a una madre sacrificada que a la hora de comer repetía siempre: “comed
vosotros que a mí me duele el estómago”?
¿Cómo no se iba a sentir
dios aquel jovencito de 23 años que se encontró, a su llegada al estadio de San
Paolo, con toda la ciudad a sus pies, o que veía cómo los napolitanos
sustituían sus altares domésticos a San Genaro por los de Diego Armando
Maradona, o que sabía que a centenares
de niños varones, en un Nápoles sureño y dejado de la mano de Dios, las madres
bautizaban a sus hijos con el nombre Diego?
¿Cómo no se iba a sentir
dios aquel muchacho medio analfabeto, surgido de un barrio mísero porteño, de
privaciones y de incultura, cuando su rostro ocupaba más páginas en los
periódicos y más minutos en los telediarios que todos los premios Nobel juntos
o que el mismo Papa?
Roberto Saviano, el
escritor perseguido por la camorra napolitana, ha escrito de Maradona: “Con él había alguien que mantenía una
promesa de felicidad que todos habían traicionado en Nápoles”. Y hasta
puedo entender que tantísimos hombres se sientan infelices con un trabajo de
mierda, con una vida vulgar de piso pequeño, mujer, hijos, facturas y deudas,
con su decepción de la política, y con sus cortos sueños de fin de semana y cervezas…
y hasta puedo entender que estos hombres piensen y sientan que cada domingo el
fútbol es una salida de emergencia a un paraíso de 90 minutos.
¿Pero es esta felicidad
aguada y rebajada el máximo sueño al que aspira nuestro mundo? ¿Y qué dioses
estamos proponiendo a los jóvenes? ¿Sólo estos niños mimados del balompié,
envueltos en millones, rodeados de mujeres jóvenes y hermosas, corriendo
velozmente en coches de ensueño, organizando fiestones con centenares de
invitados, viviendo en un casoplón, codeándose con Jefes de Estado y
personalidades del todo el orbe, cantados por cantautores de renombre
internacional?
¿En qué consiste esta fascinación
por estos ídolos del fútbol que hace que un obrero ahorre todo un año y prive a
su familia de vacaciones con tal de comprar una entrada para un partido en La
Bombonera de Buenos Aires o en el Maracaná de Río de Janeiro? ¿Y qué extraña fascinación explica que las
masas no sean capaces de salir a la calle cuando les reducen sus salarios, les
recortan sus derechos y sin embargo llenen plazas y avenidas al paso de un autobús
con su equipo victorioso?
¿Acaso era Maradona –y tantos
otros diosecillos- un ejemplo de compromiso ético y cívico, autores de
descubrimientos en favor de la humanidad, líderes de la paz, hombres
comprometidos con la vida saludable, el rechazo a adicciones fuertes,
paradigmas de respeto a la mujer o al indefenso? Elvira Lindo iniciaba un
artículo con estas palabras: “Ha quedado
claro una vez más que no hay biografía más intocable que la de los futbolistas.
No hay reproche si la jugada es buena”. Si el gol es bueno, y la victoria
es grande, todo lo demás no cuenta. Y todo lo demás se perdona.
¿Es esto lo que estamos
proponiendo a nuestros niños y jóvenes? ¿Son estos los dioses que les ofrecemos
y las religiones en las que les iniciamos?
Lo más triste es tener que darte la razón que a mí no me cuesta, ya lo sabes, porque todo lo que dices es verdad. La muerte de Maradona es una noticia a nivel planetario, y hace salir a toda la gente a la calle, pero no lo hace por causas justas que nos incumben es bastante decadente, bastante triste. Es la sociedad que hemos construido
ResponderEliminarVargas Llosa hablaba de la sociedad del espectáculo. Pero todos sabemos la inconsistencia de estos circos mediáticos. El fenómeno del fútbol siempre me ha intrigado y nunca he conseguido saber dónde reside la magia de pasar la tarde viendo rodar un balón, ni tampoco esa identificación casi religiosa con un determinado equipo. En fin, raro que es uno, y raros que somos.
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