lunes, 30 de noviembre de 2020

Diego: un pobre dios de barro

 


Ha muerto Diego Maradona. No creo que haya habido ni una sola persona del mundo mundial que no se haya enterado de esta noticia planetaria. Con la muerte de Maradona, nos percatamos que los inmortales mueren, y que los dioses que idolatran los hombres son apenas unos muñecos de barro, que caen rotos al suelo en cualquier momento.

Y no sé si sentir pena por un mundo que, inconsolable, llora al futbolista desaparecido y dice adiós a sus jugadas geniales, o sentir pena por el futbolista, elevado a la categoría de dios, al que hemos visto desgraciado y roto, envejecer prematuramente, después de tantos excesos, enfermar y morir.

Ya se sabe que el fútbol mueve pasiones: el actual ‘circus’ romano. Ya sabemos que los media deportivos construyen ‘el mejor futbolista de la historia’ cada década, y que ensalzan a la categoría de dioses a muchachos salidos de un barrio pobre y una infancia de carencias,  a los que perfuman de dólares y de aplausos.

¿Cómo no iba a sentirse dios aquel pibe rodeado de lujo que, muchas veces,  recordaría cuando a los tres años le regalaron su primer balón con el que durmió seis meses bajo su camiseta de niño pobre, para que no se lo robasen? ¿Cómo no iba a sentirse dios aquel ídolo mundial del fútbol que había conocido la escasez de comida diaria sobre la mesa y a una madre sacrificada que a la hora de comer repetía siempre: “comed vosotros que a mí me duele el estómago”?

¿Cómo no se iba a sentir dios aquel jovencito de 23 años que se encontró, a su llegada al estadio de San Paolo, con toda la ciudad a sus pies, o que veía cómo los napolitanos sustituían sus altares domésticos a San Genaro por los de Diego Armando Maradona, o que sabía que  a centenares de niños varones, en un Nápoles sureño y dejado de la mano de Dios, las madres bautizaban a sus hijos con el nombre Diego?

¿Cómo no se iba a sentir dios aquel muchacho medio analfabeto, surgido de un barrio mísero porteño, de privaciones y de incultura, cuando su rostro ocupaba más páginas en los periódicos y más minutos en los telediarios que todos los premios Nobel juntos o que el mismo Papa?

Roberto Saviano, el escritor perseguido por la camorra napolitana, ha escrito de Maradona: “Con él había alguien que mantenía una promesa de felicidad que todos habían traicionado en Nápoles”. Y hasta puedo entender que tantísimos hombres se sientan infelices con un trabajo de mierda, con una vida vulgar de piso pequeño, mujer, hijos, facturas y deudas, con su decepción de la política, y con sus cortos sueños de fin de semana y cervezas… y hasta puedo entender que estos hombres piensen y sientan que cada domingo el fútbol es una salida de emergencia a un paraíso de 90 minutos.

¿Pero es esta felicidad aguada y rebajada el máximo sueño al que aspira nuestro mundo? ¿Y qué dioses estamos proponiendo a los jóvenes? ¿Sólo estos niños mimados del balompié, envueltos en millones, rodeados de mujeres jóvenes y hermosas, corriendo velozmente en coches de ensueño, organizando fiestones con centenares de invitados, viviendo en un casoplón, codeándose con Jefes de Estado y personalidades del todo el orbe, cantados por cantautores de renombre internacional?

¿En qué consiste esta fascinación por estos ídolos del fútbol que hace que un obrero ahorre todo un año y prive a su familia de vacaciones con tal de comprar una entrada para un partido en La Bombonera de Buenos Aires o en el Maracaná de Río de Janeiro?  ¿Y qué extraña fascinación explica que las masas no sean capaces de salir a la calle cuando les reducen sus salarios, les recortan sus derechos y sin embargo llenen plazas y avenidas al paso de un autobús con su equipo victorioso?

¿Acaso era Maradona –y tantos otros diosecillos- un ejemplo de compromiso ético y cívico, autores de descubrimientos en favor de la humanidad, líderes de la paz, hombres comprometidos con la vida saludable, el rechazo a adicciones fuertes, paradigmas de respeto a la mujer o al indefenso? Elvira Lindo iniciaba un artículo con estas palabras: “Ha quedado claro una vez más que no hay biografía más intocable que la de los futbolistas. No hay reproche si la jugada es buena”. Si el gol es bueno, y la victoria es grande, todo lo demás no cuenta. Y todo lo demás se perdona.

¿Es esto lo que estamos proponiendo a nuestros niños y jóvenes? ¿Son estos los dioses que les ofrecemos y las religiones en las que les iniciamos?




2 comentarios:

  1. Lo más triste es tener que darte la razón que a mí no me cuesta, ya lo sabes, porque todo lo que dices es verdad. La muerte de Maradona es una noticia a nivel planetario, y hace salir a toda la gente a la calle, pero no lo hace por causas justas que nos incumben es bastante decadente, bastante triste. Es la sociedad que hemos construido

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  2. Vargas Llosa hablaba de la sociedad del espectáculo. Pero todos sabemos la inconsistencia de estos circos mediáticos. El fenómeno del fútbol siempre me ha intrigado y nunca he conseguido saber dónde reside la magia de pasar la tarde viendo rodar un balón, ni tampoco esa identificación casi religiosa con un determinado equipo. En fin, raro que es uno, y raros que somos.

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