Cuando
me anunciaron que el inicio oficial del proceso de beatificación y canonización
de Juan Vaccari tendría lugar el 23 de abril de 2022 en la capilla del
obispado de Palencia, pensé que era
una feliz coincidencia.
Como
Borges, díficilmente puedo imaginar el
mundo sin libros, pero también sé que la existencia de cada ser humano es el
más emocionante de los libros. Cada vida, con sus éxitos y sus fracasos, su
llanto y su dicha, daría para una novela. Desde muy pequeño las ‘vidas de los
santos’ me han parecido apasionantes. Basta pensar en Ignacio, Javier, Teresa,
Francisco o Clara. También la vida del hermano Juan Vaccari fue un libro
fascinante.
Entre
el más de centenar de fotos que se ha conservado de Juan Vaccari, he elegido
doce de ellas. Por sí mismas, me parece a mí, ilustran una andadura de
silencio, luz, renuncia, alegría y bondad que transcurrió entre 1913 y 1971.
01 Retrato de los Vaccari-Magnani con
un fondo de rosas y espinas.
Pietro conoció a Carmela cuando ya era un hombre viudo y con cinco hijos. Y Carmela
aceptó casarse con él, a pesar de la carga que suponía empezar un matrimonio
con una familia numerosa ya formada. Pero mamá Carmela estaba hecha de una
pasta diferente y muy pronto los hijos del primer matrimonio supieron que ella
no haría nunca una distinción entre los ‘tuyos’ y los ‘míos’. A pesar de ser
analfabeta, tenía sentido común y temor de Dios, lo que le permitió afianzar la
unión entre todos los hermanos. Ella les enseñaba a rezar, a trabajar y a no
discutir. Aparentemente frágil, tenía la fortaleza de una mujer bíblica. En la
fotografía el hermano Juan es el cuarto de la fila de atrás, justo detrás de su
madre. Toda una simbología, porque la vida del hermano Juan, hasta que entró en
religión, estuvo marcada por la figura fuerte y religiosa de la madre. Y de
ella heredaría el deseo de mantener la armonía y la paz entre todos los
hermanos. Hasta el último momento de su vida, Juan fue el alma de la familia, facilitando
reconciliaciones, forjando encuentros, cuidando a todos con sus palabras
sanadoras, ofreciendo detalles, cartas y oraciones. La fotografía, muy
probablemente se tomó en el año 1934. Juan tendría entonces 21 años y acababa de
llegar a su pueblo desde el seminario de Barza
d’Ispra, para pasar unos días de vacaciones.
Serios, formales, graves, intimidados… aparecen los 15 miembros de la familia. Visten sus ropas de domingo, oscuras como era la tónica en la época. Este retrato familiar, similar a tantísimos de aquel tiempo, nos habla de familias cargadas de trabajo y de hijos, unidas bajo la palabra severa del padre, la palabra dulce de la madre y la confianza en Dios.
02 La insignia de la Acción Católica
En dos o tres ocasiones ha intentado
entrar en un seminario para hacerse sacerdote, pero ha sido rechazado por su fracaso
en los estudios. Le cuesta memorizar y, a la hora de los exámenes, se bloquea y
aparece, ante los ojos de los demás, como un muchacho lerdo. También su
corazón, brevemente, se ha sentido atraído por una joven del mismo pueblo.
En el retrato, viste un traje oscuro, camisa
blanca y corbata, y en el ojal de la solapa izquierda lleva la insignia de la
Acción Católica. Al menos que yo sepa, este es el primer retrato que conservamos
de Juan.
La Acción Católica no es una simple
asociación de fieles, es la avanzadilla de la Iglesia, un ejército, una cabeza
pensante, unas manos hacedoras. En Sanguinetto, su presidente no es un gran
organizador, ni siquiera el más inteligente o culto de los jóvenes. No es el
militante más activo. Pero es un buen muchacho, un joven serio, religioso, y
también el único del pueblo que no tiene enemigos ni opositores dentro de la propia
asociación. Es, diríamos, un presidente de consenso, al que se respeta. Pero
una tarde, un joven fascista del lugar, para intimidarle o como pura
prepotencia o broma, le conmina a entregarle la insignia de la Acción Católica,
que tan orgulloso muestra en la solapa. Para no llegar a las manos ni hacer
explotar la violencia, él se la entrega, pero, allá en lo hondo de su corazón,
se siente un traidor. Este muchacho soñador que en los días de fiesta se pierde
entre los trigales con el rosario en la mano, conmovida su alma por las obras
del Creador, experimenta, por vez primera, el amargor de las lágrimas de San
Pedro.
03 Sueño de cálices.
Realidad de pucheros
Esa cocina de Barza, la que vemos en la foto,
fue su libro, su cuaderno y su pluma. Jornadas extenuantes entre leña y carbón,
perolas y marmitas, cucharones y sartenes, patatas y judías, polentas y
albóndigas, estropajos y escobas. Este fue el escenario donde transcurrió su
vida de 1934 a 1950. De joven, soñó
con cálices y patenas, pero la vida puso en sus manos cazuelas y pucheros. Soñó
con un altar, y Dios le regaló unos fogones.
04 La charanga de la
alegría
Son religiosos guanelianos y aquí los
vemos en plena actuación o en un ensayo sobre una de las la terrazas de Barza
d’Ispra. Han formado una charanga para despertar con sus pasacalles a
los seminaristas en los días de fiesta. También esta formación musical tendrá su
pequeño espacio en los festivales del internado. Harán un poco de ruido y de
fanfarria, y probablemente no se espera de ellos nada más. No se les exigirá que
toquen Va pensiero o la Marcha Triunfal de Aida, de Verdi. Acompañarán,
mal que bien, el Bella ciao, Quel
mazzolin di fiori, Polenta e baccalá, La compañía del fil de fer…
Y sin embargo, esta foto, en blanco
negro, ligeramente borrosa, es una de mis preferidas. Discretamente, al fondo, el
tercero empezando por la izquierda, prácticamente tapado por otros dos frailes
músicos, el hermano Juan toca un helicón o sousafón. ¿Por qué? Simplemente para
alegrar a los demás, para hacer que la vida de los que viven en el recinto
conventual de Barza fuera un poco más liviana, perdiese algo de su seriedad y
gravedad. Una pequeña interrupción musical, un intervalo festivo en medio de
largas horas de estudio, clases en latín, liturgias solemnes, trabajos varios. El
alimento fue escaso en esos años en Barza. Y podemos intuir que la alegría también
lo fue para las decenas de estudiantes que allí vivieron por los años treinta y
cuarenta del pasado siglo. El surgimiento violento de los populismos, la
fascinación enfermiza por las ideologías fascista y comunista, la Segunda Guerra
Mundial, la posguerra de penuria y sacrificio, no dejaban mucho margen para la
fiesta y el jolgorio. Juan Vaccari, que ejercía de cocinero en Barza, también
quiso hacer de músico, payaso, juglar, cómico, prestidigitador. Tocar y hacer fiesta,
aunque sólo sea para arrancar una sonrisa, una risa, unas palmadas, el bamboleo
del cuerpo, unos pitos, la interrupción de las obligaciones y la diversión. Y sobre
todo, mantener encendida la llama de la alegría en esos tiempos oscuros.
Años más tarde, estos instrumentos
que vemos en la foto los traerá el hermano Juan en un baúl al colegio de
Aguilar de Campoo. Con más bollones aún, más desafinados todavía, sirvieron a
su propósito: hacer un poco de fiesta y alegrar el corazón de los muchachos.
05 Monteggia di Fratel
Giovanni
Miremos la foto: Un cura dirige una
encendida plática, si juzgamos por el movimiento de sus manos. Un pequeño grupo
de mujeres, hombres y niños se arremolina alrededor. La capillita para albergar
la imagen de la Virgen de Monteggia
ha sido finalmente terminada. Hace apenas unos minutos, en procesión, la han
traído desde la pedanía de Monteggia hasta este nuevo emplazamiento en Barza
d’Ispra. Todo será demolido y las pocas familias que allí vivían serán reubicadas
en otro lugar. Pero la imagen de María que había acompañado su fe, delante de
la cual habían celebrado bodas y entierros, bautizos y fiestas patronales, no
podía acabar bajo el montón de escombros.
Desde Roma, donde ahora vive Juan, su
amigo, su confidente, su benefactor, en fin, su “párroco” como ellos le llaman,
les ha animado, casi les ha retado, a no olvidarse de la Madonna ante la
que han rezado, llorado o agradecido. Y ahí están los pocos vecinos de la
pedanía de Monteggia asistiendo a la entronización de María en su nueva
capillita. Juan ha vuelto por unos días de Roma, para reunirse con sus 'feligreses' y
rendir homenaje a la Señora. Lo vemos ahí, casi una sombra, en medio de
clérigos vestidos con el roquete blanco. Es el 22 de octubre de 1961.
Hasta el final de sus días, esos
hombres, mujeres y niños que vemos en la foto recordarán con lágrimas de emoción
su Monteggia desaparecida y su ‘cura Juan”. Monteggia di fratel Giovanni, podría haberse llamado esta pequeña
pedanía, al igual que otros pueblos se llaman Alar del Rey, Llánaves de la
Reina, Mota de Marqués, Torrecilla de la Abadesa o Aldea del Obispo…
06 La Historia desde un apartado rincón
Loreto, Bruselas, Lourdes, Vaticano, Luxemburgo,
Holanda, Asís, Suiza, cónclaves de Juan XXIII y Pablo VI, grandes celebraciones,
liturgias papales, dedicación de templos, inicio del Concilio, visitas de Papas
al Palacio… ¡Todo un mundo! La Historia pasó a su lado, pero apenas le rozó,
porque él estaba en el extremo de la foto, en el lado de los invisibles.
Años más tarde, cuando la decrepitud
y la enfermedad del cardenal lo atenacen, Juan Vaccari será las manos y los pies de este
‘príncipe de la iglesia’: cuidador, enfermero, comensal, compañía, monaguillo, consejero,
lector… pero para entonces ya no habrá fotógrafos. La vida transcurrirá en el
silencio y la oscuridad de una vetusta estancia de un palacio que diplomáticos
y purpurados han empezado a olvidar. Por muy encumbrado que uno haya sido, las
épocas de fragilidad de un ser humano siempre transcurren en la oscuridad y el
silencio. Entonces, como una candela en la noche, brillará la caridad de su
fiel y sufrido sirviente.
07 Pro ecclesia et Pontifice. Pro nobis et pro multis
Pero los que conocen a Juan Vaccari
saben que sus méritos bastan y sobran para tan alta distinción. Lo sabe sobre
todo el eminentísimo y reverendísimo cardenal Clemente Micara, porque sus ojos
han sido testigos de los ‘milagros de conversión de personas que llevaban vidas disipadas’,
acaecidos en Palacio desde que este buen fraile vive a su lado.
Juan Vaccari: seminarista obediente,
cocinero creativo, sirviente solícito, devoto sincero, enfermero entregado...
La Iglesia y el Papa tienen más necesidad de los humildes creyentes que de los grandes
pensadores y predicadores. Sin saberlo, él ha trabajado por la Iglesia y por el
Pontífice. Juan ha contribuido a la edificación de la Iglesia y de algunos de sus
díscolos miembros.
Cuando cada cual
permanece en su sitio, haciendo bien lo que bien debe ser hecho, la maquinaria
de la Iglesia ni se atasca ni se desquicia. Veamos su su figura en la foto: no suelta
un discurso, sino que está con la boca cerrada; no mira al cielo, haciendo gala de una
espiritualidad digna de un santo de El Greco, sino que inclina su cabeza, fiel
a su propósito de “custodiar los ojos”
frente a la tentación de altanería y altivez.
En la mañana del 19 de diciembre de
1963, el cardenal creía que le entregaba la medalla “Por la Iglesia y por el
Pontífice”, pero hoy sabemos que se la entregaba “Pro nobis et pro multis”. Una condecoración por nosotros que le
conocimos y aprendimos de él y por muchos que le conocerán y seguirán de él
aprendiendo.
08 El viaje: de Fratel Giovanni a Hermano Juan
Una fundación en España llevaba tiempo
sonando en el imaginario de la congregación guaneliana. Revistas y periódicos italianos
hablaban un día sí y otro también de la catolicísima España, con iglesias a
rebosar, procesiones multitudinarias, seminarios llenos y sacerdotes para dar y
tomar. En 1964, con motivo de la Beatificación
de Luis Guanella, se tomó la decisión de abrir casa y Aguilar de Campoo fue
el pueblo elegido para formar la primera comunidad religiosa en tierras de Don
Quijote.
Sonrientes, relajados, alegres, los
frailes guanelianos, todos en sotana, despiden contentos al hermano Juan que
marcha hacia la misión apostólica en tierras de Castilla. La congregación
entera bulle de entusiasmo misionero. El hermano Juan no viste sotana, porque
en Italia solamente los sacerdotes podían hacerlo. En cambio, en España,
también los hermanos legos pueden llevarla. El coche hará una parada en el
santuario de Lourdes. A los pies de
la Inmaculada, el hermano Juan vestirá por primera vez en su vida la sotana y
se abotonará los 33 botones, uno por cada año de la vida de Cristo.
Cuando vislumbre las antiguas peñas y
picachos de águilas de la villa castellana, a los ojos de todos parecerá un
cura más. Aún tendrá que aprender muchas palabras en la nueva lengua. De
momento es capaz de decir: “gracias”. Después de los saludos de rigor, toca
descargar el coche: un sagrario, un cuadro de la Virgen de la Providencia y
otro del Beato, ropa para la capilla, paramentos sagrados para los curas,
pelotas de plástico, cartas, un parchís para los niños, figuras para el
nacimiento, café, pasta y una botella de licor de hierbas, panettone y otros dulces italianos para
todos. Y unos cuantos donativos para las urgentes y múltiples necesidades de la
nueva construcción.
09 Sobre pilares y cimientos
En aquellos primeros años, entre 1965 y 1971, los inicios de la
obra son seguidos de cerca por toda la congregación. En la nueva obra de la católica
España se tienen puestas muchas esperanzas. Una cantera, un granero para las
casas de la América Española. Pero cuando el colegio se asienta y se pone en
funcionamiento, la sociedad española ya no es la misma que hace una década, cuando
se empezó a soñar con fundar en esta tierra. El propio hermano Juan se da
cuenta en seguida de que no todo el monte es orégano. El ambiente es católico,
la gente de los pueblos vive aún inmersa en una espiritualidad sincera y recia,
pero las nuevas generaciones se van alejando de la fe de sus mayores.
Juan Vaccari hace lo que puede y se
multiplica, porque el trabajo es mucho: cocinero (hasta que llegaron las
monjas), encargado de las compras, ecónomo, reclutador vocacional, animador
espiritual. Y también el imán que atrae donativos de sus muchos amigos y
bienhechores italianos para el nuevo seminario. Pero sobre todo: el buen fraile
que sabe ganarse los corazones y las voluntades
10 La caligrafía del alma
El fotógrafo, tal vez un hermano, debió sorprenderle con la puerta abierta de su habitación, y aprovechó para sacar una fotografía. Falló el encuadre. ¿Qué le vamos a hacer? Pero es suficiente para entender que el hermano Juan se encuentra en su celda escribiendo una carta o redactando un “fervorín” para leer más tarde en el “pensamiento de las buenas noches”. A lo largo de su vida, mantuvo correspondencia con la familia, los cohermanos, los bienhechores y los alumnos, los amigos y las personas que le abrían su corazón. Ya las canas han nevado sus sienes, las gafas de pasta negra, la sotana, unos pocos libros y cuadernos en la pequeña biblioteca.
Especialmente en sus años
aguilarenses, cuando tuvo que ejercer como reclutador vocacional por parroquias
y escuelas de Palencia y provincias limítrofes, al caer la noche, el hermano
Juan se recoge en su habitación, establece su hoja de ruta: pueblos que debe
recorrer, lugares donde alojarse, discursillos que pronunciar. Entrará en las
escuelas, anotará los nombres y las direcciones de los posibles seminaristas,
se mantendrá en contacto con ellos mediante una carta, una postal, una estampa.
En su habitación escribirá cartas y más cartas a los bienhechores que desde
Italia sostienen la obra, les enviará fotos del colegio, les contará novedades,
les repetirá agradecimientos y les asegurará oraciones.
La noche ha caído, la persiana está
bajada, el flexo encendido. Con caligrafía minúscula escribe palabra tras
palabra. Escribir, alentar, aconsejar, agradecer forma parte de su trabajo. En
esa pequeña habitación un hombre descansa, trabaja, reza y se mortifica. Esa es su celda
y esa su vida monacal. El fraile lleva un diario espiritual y redacta, para la
posteridad, los primeros años de su vida, desde su nacimiento hasta el momento
en que encuentra su vocación y su lugar en el mundo: religioso en los Siervos
de la Caridad. Con letra pequeña y algo irregular, en italiano o en
español para principiantes, Juan Vaccari no buscó nunca el lucimiento en sus
escritos. Él iba a otra cosa: la escritura de los adentros. La caligrafía del
alma.
11 El día tan suspirado
“El día tan suspirado por el hermano Juan ha llegado”. Son las palabras que Don Cantoni, director del Colegio San José, escribe en el cronicón el día 1 de mayo de 1971. El colegio fue bautizado como San José, aunque en Aguilar de Campoo todos lo conocerán como “los italianos”. En la foto, el hermano Juan posa junto a Olimpio Giampedraglia, Superior General, Don Cantoni, y diversos miembros de la conocida familia Fontaneda que quiso costear la estatua de San José en memoria a la madre recientemente fallecida. La estatua fue un viejo sueño del hermano Juan que movió Roma con Santiago para que la escultura de San José (realizada en Italia en buen mármol de carrara) fuera el guardián y el custodio del Colegio Apostólico.
No sabemos cómo fue creciendo la
devoción a san José. Pero, de sus escritos y de los testimonios de sus
cercanos, sabemos que Jesús Eucaristía, la Virgen María y San José eran la
triada de sus devociones espirituales.
La vida de San José tiene no pocos
paralelismos con su propia vida. Por caminos no soñados transcurrió la vida de
San José y también la del hermano Juan. La obediencia y la humildad adornan al
esposo de María y también a Vaccari. San José, un hombre del silencio, de conciencia,
justo, un hombre que aceptó los planes de Dios diferentes a los suyos, un hombre
que permaneció al lado de María y Jesús en el camino amargo del exilio… fue
para Juan Vaccari el modelo a imitar y hacer imitar. A imagen de José, Juan permaneció donde Dios le
pedía. Este fue su horizonte. El silencio bondadoso de San José fue el espejo
donde se miró. Por ello, aquella tarde en que se descubrió la bellísima estatua
de San José, en medio de encendidos discursos, bendiciones y banderines al
viento, fue una de las más felices de su vida. Misión cumplida, podría haber
escrito en su diario. En la oración de completas de aquella noche, pudo rezar
con verdadera confianza filial: “Nunc
dimittis”. “Ahora, Señor, según tu
promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. Y así fue, en cierta forma.
Faltaban menos de seis meses para “irse en paz”.
12 Entrar en el cielo con las heridas de la vida.
Al día siguiente del fatídico
accidente de tráfico, los restos mortales del hermano Juan llegan a su querido
colegio san José para ser velados. Su rostro refleja un tránsito sereno, no
obstante el brutal impacto del choque. A la una de la madrugada, en el tren
nocturno, llega P. Carlos de Ambroggi
desde Italia. Hombre impertérrito que siempre ha tenido a gala el desapego, se
arrodilla en la capilla ardiente, se desmorona y prorrumpe en desconsolado llanto,
ante la mirada atónita de la comunidad religiosa por tan inaudita reacción.
Poco después, P. Carlos entra en la habitación del hermano Juan. Recoge sus
diarios, sus cartas y los abraza como un pequeño tesoro. A esa hora, sabe que
no será capaz de pronunciar la homilía exequial que ha preparado durante el
viaje. La emoción no le dejaría hablar. El estricto sacerdote da paso al amigo que
llora a un amigo. Ni siquiera él sabía que lo amaba tanto. En los meses
siguientes su único objetivo será recoger testimonios, escuchar relatos, leer
escritos y cartas. Él fue el primero en darse cuenta de la ‘madera de santo’
que latía bajo la piel y los escritos del hermano Juan. Luego se convencerían
muchos otros, pero él fue el primero. La segunda vida a la que estaba destinado
el hermano Juan, ese vivir en muchos otros después de morir, se lo debemos en
gran medida a P. Carlos.
Miremos de nuevo la foto. Ahí está en
el féretro, en las cuatro tablas de siete palmos en las que cabe cualquier ser
humano nacido de mujer. Las manos enlazadas a un pequeño crucifijo y a las
cuentas de un rosario. Llegado a la estación Termini de la vida, conserva las heridas del tiempo, de la
existencia y del accidente. Al igual que los cristos resucitados muestran las
marcas de los clavos, también Juan Vaccari entra en el cielo con las marcas de
las heridas, las que son visibles sobre su rostro, y las otras, las del alma,
que permanecen veladas para el resto. Esta foto fúnebre expresa perfectamente
todo eso.
Don Ciriaco Pérez, párroco de Aguilar, amigo, confesor, guía en sus primeras búsquedas
vocacionales por los pueblos limítrofes, proclama en el funeral: “Hoy ha
muerto un santo”. Y este anuncio retumba como un “gloria” o un “aleluya” en
el silencio sepulcral de un sábado santo. A las seis y diez de la tarde, de un
lunes, 11 de octubre de 1971, víspera de Nuestra Señora del Pilar, en la
colegiata de San Miguel de Aguilar de Campoo, comienza la ‘canonización’ de Juan Vaccari Magnani: el Hermano Juan.
Gracias Bautista... ¡qué suerte los que pudimos leer ese libro viviente que fue el hermano Juan. Y los que puedan descubrirle ahora a través de sus escritos y de nuestro testimonio!
ResponderEliminarMuchas gracias, por tu comentario. Sí, ha sido una persona importante en mi vida. Creo que tuvo una vida realmente fascinante.
Eliminargrazie fratello per una testimoninza
ResponderEliminarbella
Non son chi sei, ma comunque grazie, fratello/sorella!!!
EliminarHermosa historia de vida, caminando en la sencillez se logra la santidad, Hermano Juan estas en la gloria de Dios, la virgencita te llevo a Jesus ese sabado(dia preferido por la virgen a quienes le veneran con amor) 09 de octubre 1971.
ResponderEliminarMuchas gracias. Es verdad lo que dices: la sencillez alcanza la santidad. Un cordial saludo
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