miércoles, 13 de abril de 2022

7.- El Lavatorio de los pies (Juan 13, 1-15)

 


Un Reino de servicialidad

 Jesús sabe que su final está cerca. Es un hombre con los días contados. Le pisan los talones los guardianes religiosos de la ortodoxia. En sus propias filas, se están incubando la deserción y la traición. El tiempo apremia. Y él quiere resumir en un gesto, en un solo gesto, que impresione las mentes, tantas veces obtusas, de sus seguidores. Un gesto que ilumine los corazones, tantas veces helados, de sus discípulos. ¡Un hachazo en sus cabezas duras como el pedernal!

Cena con los apóstoles. Se levanta de la mesa que hasta ese momento había presidido, se quita su manto. Toma una palangana de agua y una toalla, se arrodilla delante de ellos, y se pone a lavarles los pies.

¿Cómo no se van a escandalizar los apóstoles, Pedro el primero? ¿En qué cabeza cabe que el ominoso quehacer de lavar los pies, asignado a los sirvientes de más bajo rango o a los esclavos, se convierta en las señas de identidad de un Dios? ¿Dónde está escrito que el maestro lave los pies a sus discípulos? ¿En qué decreto se establece que el dueño de la casa tenga que lavar los pies a sus criados?

Pedro, vehemente pero sincero, se rebela contra esto. ¿Pero qué es esto, dónde se ha visto semejante quijotada, donde se ha visto tamaño despropósito? ¡Es el mundo al revés!

Pero nadie va a detener a Jesús en su gesto. Ha conseguido escandalizar a sus discípulos. Ha conseguido que se indignen. Pero aún no han entendido nada. Y no lo entenderán hasta después de su muerte, hasta que el espíritu de Jesús les penetre la carne, la piel, cada uno de sus cabellos y de sus vísceras. Solamente entonces, entenderán que este lavatorio de los pies es el resumen de una vida. Es la herencia. El testamento de Jesús. El nuevo testamento de Jesús empieza con una palangana de agua, una toalla y un hombre arrodillado. Un Dios arrodillado.

En este gesto subversivo, en este gesto inquietante y escandaloso de Jesús, se resume la buena noticia, el evangelio. Las relaciones humanas deben basarse en la servicialidad que, al fin y al cabo, es lo que hace más fácil la vida a los demás. La idea de dioses omnipotentes, la idea de dioses soberanos, común a todos los dioses desde los primeros homínidos, se desmorona con este gesto. ¡Dios lava los pies! Dios sólo puede ser adorado e imitado, repitiendo este gesto. Por ello, los primeros cristianos, cuando se reunían solían repetirlo, para recordárselo mutuamente. El que presidía la asamblea, aquel miembro de la comunidad que gozaba de más prestigio o que ejercía una auctoritas sobre el resto, se arrodillaba y lavaba los pies del último bautizado, del cristiano más bajo, más pobre, más ignorante. Cada Jueves Santo este gesto nos sigue pareciendo provocador. Desde el Papa hasta el último párroco de aldea lo repiten: se arrodillan ante un pobre, un emigrante, un prisionero, y le lavan los pies y se los besan. Lo mismo que una madre haría con su hijo pequeño, con su hijo herido o con su hijo muerto. No hay diferencia.

El cristianismo es esto: servicialidad amorosa. El poder es esto. La idea de maestro o de guía es esta. La idea de jefe o de líder es esta. El cristianismo rompe las viejas idolatrías, las viejas adoraciones y las sustituye por el gesto más humilde de servicio. Así empezó a construirse una nueva civilización: la del amor por los débiles. Así se abrió la primera página de un libro nuevo donde si alguien quiere ser maestro y guía debe ponerse al servicio de todos y trabajar para que todos se sientan a gusto, para que su vida sea más fácil, para que todos quieran volver a la casa común, allí donde todos son bien acogidos.

El cristianismo no es un discurso, ni es una adhesión a una doctrina, ni una filiación a una religión. Ser cristianos es seguir a Jesús que indicó el camino: ponerse al servicio del otro, del más menesteroso, del menos importante, del menos ‘amable’, para hacerle la vida un poquito más fácil. Para lavarle los pies manchados por el polvo de los caminos del mundo. Pies heridos por las injusticias del mundo. Pies doloridos por el sufrimiento del mundo. Para besarle los pies, y con ellos, toda el alma y todo el cuerpo. Porque la primera necesidad de todo ser humano, antes que el pan y el agua, es la de sentirse amado y querido.

 




2 comentarios:

  1. Sigue haciendo artículos de este tipo. Ya tengo el título para la serie: Una biblia en mi mochila. Con este de hoy ya son 13 los artículos recopilados.
    Como siempre son estupendos, y para uno que no profundiza mucho en lo teológico y sí más en lo pastoral, y además anda falto de leguaje para expresar sus ideas, esto es buenísimo. No solo me sirven personalmente para reflexionar esos pasajes, sino que cuando tenga ocasión los voy a utilizar en mis homilías

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  2. Muchas gracias, José Ángel, por tu generoso comentario. Me alegro que estos folios emborronados puedan servir alguna vez a alguien. Por mi parte, sólo cabe añadir que la Biblia me ha acompañado no poco a lo largo de mi vida. Y si alguna vez alguien me demostrara empíricamente la no existencia de Dios, la noticia me dejaría totalmente indiferente. La Biblia es, ha sido y será siempre una realidad y una compañía en la vida de tantos hombres y mujeres.

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