Un Reino de servicialidad
Cena con los apóstoles.
Se levanta de la mesa que hasta ese momento había presidido, se quita su manto.
Toma una palangana de agua y una toalla, se arrodilla delante de ellos, y se
pone a lavarles los pies.
¿Cómo no se van a
escandalizar los apóstoles, Pedro el primero? ¿En qué cabeza cabe que el
ominoso quehacer de lavar los pies, asignado a los sirvientes de más bajo rango
o a los esclavos, se convierta en las señas de identidad de un Dios? ¿Dónde
está escrito que el maestro lave los pies a sus discípulos? ¿En qué decreto se
establece que el dueño de la casa tenga que lavar los pies a sus criados?
Pedro, vehemente pero
sincero, se rebela contra esto. ¿Pero qué es esto, dónde se ha visto semejante
quijotada, donde se ha visto tamaño despropósito? ¡Es el mundo al revés!
Pero nadie va a detener
a Jesús en su gesto. Ha conseguido escandalizar a sus discípulos. Ha conseguido
que se indignen. Pero aún no han entendido nada. Y no lo entenderán hasta
después de su muerte, hasta que el espíritu de Jesús les penetre la carne, la
piel, cada uno de sus cabellos y de sus vísceras. Solamente entonces,
entenderán que este lavatorio de los pies es el resumen de una vida. Es la
herencia. El testamento de Jesús. El nuevo testamento de Jesús empieza con una
palangana de agua, una toalla y un hombre arrodillado. Un Dios arrodillado.
En este gesto
subversivo, en este gesto inquietante y escandaloso de Jesús, se resume la
buena noticia, el evangelio. Las relaciones humanas deben basarse en la
servicialidad que, al fin y al cabo, es lo que hace más fácil la vida a los
demás. La idea de dioses omnipotentes, la idea de dioses soberanos, común a
todos los dioses desde los primeros homínidos, se desmorona con este gesto. ¡Dios
lava los pies! Dios sólo puede ser adorado e imitado, repitiendo este gesto.
Por ello, los primeros cristianos, cuando se reunían solían repetirlo, para
recordárselo mutuamente. El que presidía la asamblea, aquel miembro de la
comunidad que gozaba de más prestigio o que ejercía una auctoritas sobre el resto, se arrodillaba y lavaba los pies del
último bautizado, del cristiano más bajo, más pobre, más ignorante. Cada Jueves
Santo este gesto nos sigue pareciendo provocador. Desde el Papa hasta el último
párroco de aldea lo repiten: se arrodillan ante un pobre, un emigrante, un
prisionero, y le lavan los pies y se los besan. Lo mismo que una madre haría
con su hijo pequeño, con su hijo herido o con su hijo muerto. No hay
diferencia.
El cristianismo es
esto: servicialidad amorosa. El poder es esto. La idea de maestro o de guía es
esta. La idea de jefe o de líder es esta. El cristianismo rompe las viejas
idolatrías, las viejas adoraciones y las sustituye por el gesto más humilde de
servicio. Así empezó a construirse una nueva civilización: la del amor por los
débiles. Así se abrió la primera página de un libro nuevo donde si alguien
quiere ser maestro y guía debe ponerse al servicio de todos y trabajar para que
todos se sientan a gusto, para que su vida sea más fácil, para que todos
quieran volver a la casa común, allí donde todos son bien acogidos.
El cristianismo no es un
discurso, ni es una adhesión a una doctrina, ni una filiación a una religión.
Ser cristianos es seguir a Jesús que indicó el camino: ponerse al servicio del
otro, del más menesteroso, del menos importante, del menos ‘amable’, para
hacerle la vida un poquito más fácil. Para lavarle los pies manchados por el
polvo de los caminos del mundo. Pies heridos por las injusticias del mundo.
Pies doloridos por el sufrimiento del mundo. Para besarle los pies, y con
ellos, toda el alma y todo el cuerpo. Porque la primera necesidad de todo ser
humano, antes que el pan y el agua, es la de sentirse amado y querido.
Sigue haciendo artículos de este tipo. Ya tengo el título para la serie: Una biblia en mi mochila. Con este de hoy ya son 13 los artículos recopilados.
ResponderEliminarComo siempre son estupendos, y para uno que no profundiza mucho en lo teológico y sí más en lo pastoral, y además anda falto de leguaje para expresar sus ideas, esto es buenísimo. No solo me sirven personalmente para reflexionar esos pasajes, sino que cuando tenga ocasión los voy a utilizar en mis homilías
Muchas gracias, José Ángel, por tu generoso comentario. Me alegro que estos folios emborronados puedan servir alguna vez a alguien. Por mi parte, sólo cabe añadir que la Biblia me ha acompañado no poco a lo largo de mi vida. Y si alguna vez alguien me demostrara empíricamente la no existencia de Dios, la noticia me dejaría totalmente indiferente. La Biblia es, ha sido y será siempre una realidad y una compañía en la vida de tantos hombres y mujeres.
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