El antiguo alumno
sube al tren casi vacío en la estación de Valladolid, con destino a Palencia.
Son las 09:55 horas de la mañana de un sábado 23 de abril de 2022. A esa hora, los
tenderetes de libros se montan en plazas de todas las ciudades para celebrar el
Día del Libro. También a esa misma hora,en la carpa de Villalar, suenan las
primeras dulzainas y tamboriles, y el monolito que recuerda a los comuneros
castellanos vencidos empieza a cubrirse de flores. En Villa San José, los
últimos casos de Covid entre cuidadores, religiosos y usuarios alteran la
marcha cotidiana del centro. Mucho más allá, Ucrania despierta un día más (y ya
van sesenta días guerra) con el sonido inequívoco de las alarmas y la amenaza
de más bombardeos y más destrucción. Un día más, los refugiados ucranianos, desperdigados
por todas las naciones de Europa, recuerdan cada minuto esta tragedia. Las
noticias sobre contagios después de la Semana Santa y el todavía reguero diario
de fallecidos hacen pensar que el coronavirus aún es una realidad cotidiana y
no sólo una antigua pesadilla. En el mundo, el Papa Francisco ya es la única autoridad
moral, indiscutible e indiscutida, que sigue clamando, a tiempo y a destiempo, sobre
la necesidad de compasión y de misericordia hacia los más vulnerables. Sobre
una España cada vez más fragmentada, ideologizada y pobre, reina un hombre
honesto, uno de los pocos españoles que hablan de concordia, entendimiento y
unidad. En la capilla de Barza d’Ispra, donde reposan los restos mortales de
Juan Vaccari, alguien ha colocado unas flores ante su tumba.
Faltan pocos
minutos para las 11 de la mañana cuando las luces de la capilla del Palacio
Episcopal de Palencia se encienden. Un fotógrafo y un camarógrafo instalan sus equipos.
Hace un tiempo desapacible, una temperatura inusualmente baja para la época del
año, viento racheado y lluvia intermitente. Una jornada ‘sacada’ de los largos
inviernos aguilarenses que en los años sesenta y setenta del pasado siglo azotaban
aquel colegio de ladrillo rojo y persianas azules. El antiguo alumno piensa en
todo esto. Durante el viaje ha continuado la lectura del libro “Paraíso”, de
Abdulrazak Gurnah, escritor tanzano y último premio Nobel de Literatura. En la puerta
del Palacio se encuentra con los primeros invitados que cierran sus paraguas y
saludan a otros invitados. En el segundo piso, está situada la Capilla. Aquí,
concretamente aquí, en este espacio recoleto y hermosamente decorado, desconocido
para el público, tendrá lugar el “Inicio oficial del proceso de
beatificación y canonización del hermano Juan Vaccari”.
La ceremonia
se desarrolla dentro del rezo de la Hora Media. Ocupa la presidencia el obispo,
Mons. Manuel Herrero, agustino. A su derecha, P. Umberto Brugnoni, Superior
General de los Siervos de la Caridad. A su izquierda, P. Bruno Capparoni, Postulador
de la Causa. En el primer banco están sentados Daniella, sobrina del Hno. Juan,
y su esposo, Giancarlo.
El obispo va
presentando a los intervinientes. En primer lugar, toma la palabra P. Andrés
García, inasequible al desaliento en la promoción de la figura de Juan Vaccari.
Es el encargado de ofrecer el perfil del nuevo Siervo de Dios. Y lo hace con
sus propias palabras: “Procuremos hacernos santos”. “Busquemos la santidad
como Dios la quiere y donde quiere”. Recuerda su devoción a San José como
modelo de una santidad sencilla, de andar por casa. Juan anhelaba la santidad y
veía en José el modelo: “San José no ha hecho cosas extraordinarias, pero ha
hecho las cosas ordinarias de forma extraordinaria”. Y recordaba el secreto
de la vida espiritual del fraile guaneliano: “No hay alegría más grande que
hacer la voluntad de Dios”. “Ayúdame a ser santo en el ejercicio de la caridad”.
Un “deseo de santidad” que el hermano Juan quiso inculcar en su sobrina
Daniella en el día lejano de su Confirmación. Una Daniella emocionada, medio
siglo después, leía la carta: “Ahora que eres una pequeña soldado de Cristo,
intenta cada día ser buena para llegar a ser una pequeña santa”.
La
Canciller-notaria de la diócesis de Palencia, Dª Natalia Aguado, da lectura a
los diferentes Protocolos y Actas. Poco después, tiene lugar el juramento de
las personas encargadas de llevar adelante, a nivel diocesano, esta Causa.
Además del propio obispo, pronuncian su juramento el Delegado Episcopal de la
Causa, D. Ginés Ampudia, el Defensor del Vínculo, D. Antonio García, la
Notaria, Dª Natalia Aguado, y el Postulador de la Causa, Don Brupo Capparoni.
Finalizados
los juramentos, Mons. Manuel Herrero se dirige a la Asamblea para agradecer a
todos los presentes y a todos los que han trabajado por este día. Afirma que
estamos viviendo un día de alegría y de gracia en la diócesis de Palencia, y
que la santidad es vivir el bautismo en plenitud. Y termina: “Que el hermano
Juan se acuerde de nosotros”.
A continuación, toma la palabra P. Umberto. Da las gracias a la diócesis palentina por haber hecho suya esta causa, y por la rapidez de los tiempos en el proceso. “No sabemos si vamos a llegar ni cómo. Lo que sí sabemos es que hemos empezado. Solo por eso, es un día único en nuestra historia”. El Superior General de los Siervos de la Caridad, llegado expresamente de Italia, junto al Consejero, Gustavo de Bonis, se pregunta qué hizo el hermano Juan, qué fundó, qué escribió. Y se responde: “Nada de nada. Juan fue el menos dotado de los religiosos guanelianos. Un hermano lego en medio de una congregación clerical. Y sin embargo él brilla entre nosotros. El hermano Juan nos recuerda que nuestra vocación no es la de hacer sino la de amar. Vida sencilla y pobre, escondida, desapercibida. Un testigo del Evangelio”.
La breve ceremonia -duró apenas 45 minutos- acaba con el canto del ‘Regina Coeli’, todos los ojos vueltos hacia la hermosa talla medieval de una Virgen que, descubriendo su seno, descubre su ‘ser de maternidad’. Hoy, este canto de gozo y aleluya en la pequeña capilla parece la lógica continuación de aquel canto del ‘Resucitó’ que resonó en la Colegiata de Aguilar de Campoo durante su funeral, cinco décadas atrás.
Ya fuera de
protocolo, y con esa familiaridad acorde con la sencillez de Juan Vaccari, el
obispo invita a todos a un café: “Si no hubiese café para todos, trataremos
de estirarlo”. Estirado o no, hubo café para todos en ese rato de alegre confraternización.
Cuando, poco
después, el antiguo alumno pasea por las salas del Museo Diocesano que su
director, José Luis Calvo, tuvo a bien enseñar a un grupo, entre Pedro
Berruguete, Juan de Flandes, Felipe Bigarny, Andrea del Sarto, Alejo de Vahía, y
otros muchos grandes artistas, piensa en dos imágenes de las que el hermano
Juan habló en sus escritos y que se han mencionado en la ceremonia. Estas dos
imágenes son como los “deberes” cotidianos que el Hno. Juan pone a sus antiguos
alumnos y a todos los hoy congregados en su nombre. Hoy, nosotros le “queremos hacer
santo”, pero él quiere que “nosotros seamos santos cada día”.
El Hermano
Juan pedía al Señor ser hierro incandescente, que se deja forjar, y que no
opone resistencia al herrero. Sólo un corazón ardiente, un corazón encendido en
el Señor, puede tomar la forma a la que ha sido destinado, de acuerdo con la
voluntad de Dios.
La otra imagen es la de la luciérnaga. En una ocasión el Hermano Juan se encontraba de ejercicios en una casa de espiritualidad. Después de cenar se perdió por los senderos del parque adyacente. Era de noche y las luces estaban apagadas. Se sintió extraviado, y no acertaba con el sendero que conducía a la puerta de entrada. Fue entonces cuando vio una luciérnaga. Una pequeña luz brillaba en el suelo, pero suficiente para iluminar un poquito la noche oscura y dar con el sendero que llevaba a la puerta principal. Y al Hno. Juan esto le hizo meditar. Y se propuso a sí mismo ser en la vida como esa luciérnaga. Una luciérnaga no es el sol, la luna, un faro, y sin embargo, es capaz de emitir un poco de luz, la necesaria para alumbrar los pasos extraviados de alguien, de facilitar la vida de otro, para que, en la noche oscura, pueda encontrar el camino que lleva a la Casa del Padre. Nada más, pero nada menos.
Al abandonar el Palacio Episcopal, la lluvia y el frío vuelven a hacerse presentes. Por calles prácticamente vacías, relucientes de lluvia, el antiguo alumno reconoce que pocas palabras más hermosas para honrar a un ser humano que llamarle “hermano”. Juan Vaccari desde hoy es ‘Siervo de Dios”. Durante muchos años fue ‘Siervo de la caridad’. ¿No es lo mismo? Tal vez, si Dios quiere, un día llegará a ser venerable, beato e incluso santo. Pero ningún nombre le pegará mejor que el de ‘hermano”. ¿Hay alguna palabra más bonita que ‘hermano’? Juan Vaccari Magnani fue, es y será ‘hermano’ para siempre. Un fraile, entre 1913 y 1971, encarnó acertadamente el sueño eterno de la fraternidad universal. Se hizo hierro incandescente en las manos del Gran Forjador del Mundo. Y supo ser ‘pequeña luciérnaga” por los senderos de Sanguinetto, Fara Novarese, Barza d’Ispra, Monteggia, Roma y Aguilar de Campoo. Ejerció de hermano de muchos y muchos, por él, se hicieron hermanos a su vez. ¿Qué mejor título podríamos darle? Tal vez, ninguno. Cuando, poco después, el antiguo alumno se sienta a comer en una mesa de veinte comensales escasos, y de diferentes nacionalidades, españoles, italianos, indios, congoleños, argentino…, le parece una hermosa metáfora de universalidad para concluir una jornada en la que la palabra “hermano” ha estado en boca de todos.
La lluvia
sigue inmisericorde después de la comida fraterna. Los invitados se dispersan, camino
de sus casas en Palencia, o de sus destinos en Galicia, Madrid o Italia. Ni un
alma por las calles de la ciudad castellana. El antiguo alumno hace memoria de
la ceremonia que se ha desarrollado hace escasas horas. Ha echado de menos que
en ningún documento oficial se hable de “Juan”, sino sólo de “Giovanni”. Al
igual que ha echado de menos los “caramelos” en algún momento de la jornada. Dos
detalles insignificantes, sin duda.
En el tren
de vuelta a Valladolid, al antiguo alumno de Juan Vaccari le entra un whatsapp
de un amigo que está viviendo un momento doloroso. “¿Tendrías tiempo para un
café esta tarde?”, pregunta. Y le contesta que está en el tren, pero que
dentro de media hora estará en su casa. Momento de abrazos, confidencias,
desahogos, pero también algunas sonrisas y, en un momento determinado, una risa
amplia, clara y sonora. Un “momento Hermano
Juan”. Unas horas después, ya en casa, otro whatsapp del mismo amigo: “Me
he encontrado esta estampa del Hermano Juan en casa. Sin duda, se te ha caído al
suelo cuando has sacado el móvil”. Y acto seguido, la respuesta del antiguo
alumno: “Eso significa que el Hermano Juan quiere quedarse en tu casa. No es
mala compañía; te lo aseguro”.
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