lunes, 27 de enero de 2025

La foto de los seis Papas

 De pie: Juan Pablo I, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI. Sentados: Juan XXIII y Francisco


    La inteligencia artificial ha 'fotografiado' a los últimos seis Papas de la Iglesia Católica. Y enseguida la foto se ha hecho viral, como se dice ahora. Y más allá de la curiosidad que puede suscitar la imagen sonriente de estos seis pontífices 'reunidos' en un momento de distensión y de recreo en los jardines vaticanos, está la altura moral de estos seis hombres de formación y procedencia distintas, pero con un denominador común: el servicio a la Humanidad en nombre de Jesús de Nazaret. En un mundo carente de líderes que arrastren por el testimonio coherente de sus vidas... En un mundo donde las instituciones internacionales (la ONU a la cabeza y luego todas las demás) son percibidas como inoperantes y fallidas ante los grandes problemas y desafíos mundiales... la última instancia ética, la última referencia moral (a pesar de lógicos errores y fallos) ha sido en las últimas décadas -y es- la figura del 'pontífice' (constructor de puentes). 
    En la Urbe y en el Orbe, una figura blanca suplica y trabaja por la paz, clama y trabaja por los más necesitados, recuerda a los gobernantes que deben proteger los derechos humanos. Y en tiempos de relativismo moral y de corrección política, dice una palabra sobre la defensa de la vida, sobre la dignidad de los migrantes, sobre la innegociable verdad, sobre el veneno de los populismos, la dictadura de las ideologías y la condena de cuantos se sirven de la religión para sus intereses personales o de partido. Tal vez por todo ello, la voz del Papa, la voz de la Santa Sede, sea una voz que aún se escucha con respeto. En una sociedad líquida, se agradece el bolardo o noray de amarre donde amarrar la barca de la humanidad en tiempos de aguas procelosas.

sábado, 25 de enero de 2025

La madera más triste


    En 1988, la exposición de las Edades del Hombre echó a andar en la catedral de Valladolid. Se pudo ver casi una antológica de los tesoros depositados en catedrales, monasterios y parroquias de toda Castilla y León. Y sin embargo, fue una pieza discreta, que dormitaba en el Museo catedralicio de León, la que más simpatía causó entre el millón largo de personas que, en medio del invierno castellano, se acercó a ver la muestra. No era ni mucho menos la obra más valiosa. Una escultura anónima. ¿María y Juan abandonan el calvario, una vez que han depositado el cuerpo de Jesús en el sepulcro? ¿María y Juan contemplan el cuerpo sin vida de Jesús sobre la fría losa? En sus rostros está toda la tristeza del mundo. Después de un juicio injusto y una tortura cruel, el hijo querido y el amigo del alma ha muerto. Cabizbajos y cansados, silenciosos y llorosos. Así están y así los vemos. Con una ternura torpe pero sincera, Juan lleva su mano al brazo de María, en un intento de consolar (¡él que esta tan desconsolado!) a una pobre madre. Están tristes, pero no desesperados. En medio de abandonos y traiciones, ellos han permanecido al pie de la cruz, aguantando el chaparrón, los improperios y la sentencia. Y custodian en su encogido corazón una promesa de vida para el tercer día. Tal vez por todo ello, esos leños de tosca labra suscitaron la simpatía, el cariño, la ternura del público. Se parecen a nosotros en los momentos de lacerante sufrimiento. Y se parecen a nosotros cuando perdemos a un ser querido, pero nos negamos a que desaparezca del todo de nuestro corazón.  

miércoles, 22 de enero de 2025

Quintanilla de Arriba, según Jesús Martínez



Desde hacía años Jesús Martínez Herguedas andaba garabateando, como un alumno aplicado, cientos de hojas, buscando información en los lugares más variopintos, y recopilando datos para escribir un libro sobre su pueblo, que es también el mío: Quintanilla de Arriba.

En el otoño de 2024, el libro vio la luz. Un libro con una edición muy digna, con centenares de ilustraciones, y una cuidada edición  en papel y en tipo de letra. Y yo diría que, además de libro, es diccionario, enciclopedia, ensayo, cancionero, etc. Hay muchos libros en este libro. Y es justo reconocer y valorar el tesón y la ilusión por recopilar muchos saberes dispersos que atañen a la geografía, la historia, el lenguaje, el folclore, la gastronomía, la forma de ganarse la vida de un pueblo de Castilla donde el autor nació y al que sigue apegado, unido y encariñado. El título del libro: Quintanilla de Arriba – Cultura y tradiciones de mi pueblo.

                Como nos dice el autor, lo más probable es que ‘Quintanilla’ signifique “granjilla, aldeahuela”, y su etimología sería de origen romano. Tal vez por ese motivo Quintanilla da nombre a muchos pueblos de España. Encontramos Quintanilla de Abajo, del Agua, del Molar, de Somoza, de Trigueros, de Urz, etc.

El primer nombre del pueblo fue Quintanilla de Albar Sacho; después, Quintanilla de Suso y, finalmente, Quintanilla de Arriba. Hay que remontarse al siglo XI para hablar de los inicios de esta población. Estaríamos hablando de mil años seguidos de gente viviendo en este terruño, lamido por el Duero, y limitado a levante y a poniente por las típicas cuestas que conforman un valle.

                El libro está dividido en 17 capítulos. Y para mí uno de los más interesantes es el que dedica al vocabulario quintanillero (o ruchel, según la tradición o la leyenda de la que también se habla). Hay palabras que uno sólo usa cuando está en el pueblo o se encuentra con paisanos. Aquetón, amos, amurriarse, cachupiar, marrotar, estorrundir, dalequetepego, guarradilla, gurriato, santanilla, sansironé, jopelines, arrejincles, botagueño, canguingos, cinielgo, coscorón, hocicón, mormeras, morroña, mataduras, pingoleta, ringurrangos, zanguango… y así hasta 2050 palabras y expresiones. No me cabe duda de que si comprendes estos vocablos o los utilizas es que más de una vez has ido de la Turruntera al Gollón, de Samasín a Valdemuertos, de la las Santanillas al Cabañón, de la Cotarras a las Peñas de Rondán.

                Hace no mucho, en una reunión en la que participaban varios expertos en la obra de Miguel Delibes, se dijo que, dentro de no mucho, las novelas rurales de este escritor vallisoletano se tendrán que leer con diccionario en la mano, para entender el argumento del libro. Jesús Martínez dedica un largo capítulo a los aperos de la labranza, de los animales, los utensilios y enseres. Y el autor se ha tomado la molestia de fotografiar in situ todos estos aperos, de manera que fácilmente podamos identificar la palabra con el objeto: fardel,  colodra, zoqueta, bieldo, hemina, garia, camizadera, estrinque, celemín, colleras, artesa, cinchos de queso y un larguísimo etcétera. Palabras hermosas sin las cuales no se puede nombrar el mundo rural como fue y existió hasta ayer mismo.

                Probablemente, la mía fue la última generación que vivió a caballo entre ‘el tiempo siempre, de siglos y siglos’ en que las costumbres apenas variaron, y el vertiginoso cambio que llamamos progreso. Hemos conocido el trabajo de la siega a mano, del trillo en las eras y las cosechadoras mecanizadas. Hemos conocido el arado romano y el tractor, el lavadero comunal y el agua corriente en las casas, el corral y el aseo, la cocina de leña y la de gas butano, la compra de todos los electrodomésticos, uno tras otro, en el giro de pocos años. La  llegada de la televisión que revolucionó tantas cosas; por ejemplo, aprendimos a ver el mundo que se colaba día y noche por la pequeña pantalla. Hasta ese momento, los juegos tradicionales ocupaban todos los recreos, todas las veladas, toda la vida de la infancia. En un mundo sin juguetes, los juegos rústicos y baratos, llenos de imaginación y fantasía, llenaban todas las horas del día: el hinque,  el marro, las trancas, el pañuelo, el perdigallo, zorro, pico, tallo, zaina, la comba, la goma, la peonza, las tabas, las chapas, el corro las patatas, pase misí, pase misá…

Decía, al inicio de este artículo, que esto era más que un libro, y lo demuestra bien el cancionero que ocupa todo el capítulo VI, dedicado a las canciones infantiles. Una verdadera recopilación. Uno creía que había olvidado letras y músicas, pero es suficiente ver impresas las palabras para saber que nada de la infancia se pierde del todo: El jardín de la alegría, A mí me gusta lo blanco, Caracol col col, Aserrín, aserrán, Dónde están las llaves, La tarara, Tengo una muñeca vestida de azul, Ya se murió el burro…

En verdad es un libro completo. El autor nos habla de las fiestas más populares de Quintanilla, como la Función, los Quintos, La matanza del cerdo,  la chocolatada compartida en las cuestas para ver salir el sol cada 24 de junio, el pelele. El libro habla también de los platos tradicionales, de los cultivos, de las bodegas, de la resina de los pinares, del tren de Ariza y su melancólica estación que estuvo en funcionamiento hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado, de la acequia de riego, de la variante de la carretera y de decenas de cosas más.

                Pero Jesús Martínez, fiel a su vocación de investigador, también nos ofrece en este libro el Interrogatorio que se hizo a la Villa de Quintanilla en 1751 con motivo del conocido como Catastro del Marqués de la Ensenada, así sabemos que Quintanilla fue villa de señorío y que perteneció a la Casa de Osuna y a la Diócesis de Palencia. Sabemos que había una taberna donde se vendía vino y también un mesón propio de Atanasia García, viuda. Y que el cirujano respondía al nombre de Raimundo Cerezo y el maestro de niños era Francisco García Sacristán. Saberes que pueden ser inútiles, pero hermosos, como un recuerdo familiar o un santo en madera tosca en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

                El libro nos enseña que en el año 1900 Quintanilla de Arriba tenía 854 habitantes; en 1970 la población había mermado hasta los 496. Y en 2022, tan solo 158 personas vivían en el pueblo. También sabemos que el pueblo está situado a 741 m de altitud y que su término municipal se extiende por 28,4 kilómetros cuadrados, un territorio 60 veces  más grande que el Vaticano (aunque quizá no alberga tantas obras de arte en sus edificios, bromas aparte)

                Y la investigación de Jesús Martínez nos ofrece una notable documentación sobre las relaciones, a veces complejas y tirantes, entre la Granja Monviedro, en el término municipal de Quintanilla de Arriba, y el poderoso Monasterio de Santa María de Valbuena, de los monjes cistercienses.  

                El libro no podía dejar de mencionar al  hermano Diego, cuya sombra cruza una y otra vez el río Duero, entre Quintanilla de Arriba y el Monasterio de Valbuena. Un hermoso crucero situado en las eras del pueblo es testigo de la increíble, romántica, caballeresca y pecadora y arrepentida vida del hermano Diego, cuya leyenda ha llegado hasta nuestros días

                El último capítulo del libro es una transcripción de un documento de 1505, cuyo original se encuentra en el Archivo de Quintanilla de Arriba y en el que se detalla que Quintanilla de Suso y Manzanillo arriendan unas dehesas a la Villa de Cuéllar para pastar con rebaños durante un número de años. No había pasado mucho tiempo cuando los cuellaranos quisieron arrebatar estos terrenos de pasto. Tuvo que intervenir la justicia, para dar finalmente razón a los quintanilleros y manzanilleros y sancionar al Concejo de Cuéllar. Un documento muy valioso, en un delicioso español antiguo, que nos hace entender algo de la historia pretérita del pueblo.

                Creo que es de justicia agradecer públicamente a Jesús, el de la Clara y el del Luis, por este impagable trabajo. Me ratifico en lo que decía al principio este libro es diccionario, cancionero, crónica histórica, estadística, investigación judicial, fotografía, leyenda, antropología, etnografía... y mucho más.

                Un pueblo no es la suma de tierras de labrantío, monumentos, casas, riberas y cañadas… Es sobre todo el recuerdo de las personas que lo habitaron y de cuyas vidas aún están impregnadas las paredes de adobe o de piedra. Y es también la suma de los hombres y las mujeres que lo engrandecieron con su trabajo, con su bondad y con su sabiduría. En fin, esto es Quintanilla de Alvar Sancho, de Suso y de Arriba.











 


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Jon Fosse: aceptar la penumbra

   


  Me llega un artículo de Rafael Narbona que escribió con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Jon Fosse en 2023. Dice cosas así:  "Para Fosse, lo esencial no es narrar una peripecia, sino crear una atmósfera que propicie una revelación. El mundo exterior solo es un camino hacia el mundo interior. Describir un paisaje es un ejercicio de introspección, no una mera recreación. Cuando se describe algo, por mucha nitidez que se logre, siempre hay algo que se escapa y eso es lo esencial. Más allá de lo que ven los ojos o reproducen las palabras, hay algo irrepresentable, pero que es lo auténticamente real. Fosse no escribe para apropiarse de la realidad, sino para señalar los límites de la comprensión humana. La razón no puede proporcionar el sentido del mundo. Solo la experiencia mística puede crear una apertura que nos ayude a vislumbrarlo, pero de una forma incompleta. Fosse es un visionario que ha aceptado la penumbra del no saber, un asceta que utiliza la palabra para propagar el silencio, un escritor del límite". 

    Creo que es exacto lo que dice Rafael Narbona. Hay algo que se nos escapa, y eso es lo más real. Lo misterioso no es lo fantástico o lo policiaco. Lo misterioso apunta a lo que no es comunicable, y sin embargo es lo esencial. Esto que describe Narbona es lo que he experimentado al leer las novelas de Fosse. 

martes, 21 de enero de 2025

El café de Qúshtumar, de Naguib Mahfuz

 


Primero en las calles o en el chumberal, y luego ya definitivamente en el café de Qúshtumar, situado en el barrio cariota de Alabasía, cuatro amigos comparten durante décadas un café y una larga conversación. Se conocen desde la infancia y su amistad se prolongará hasta el final de sus días. Cambia Egipto, cambian los dirigentes y los gobiernos. Cambian los amores, las mujeres, los trabajos y su estatus económico. Cambian sus gustos y sus preferencias políticas, pero permanecen fieles y leales a la amistad, que es siempre otra clase de amor, tal vez la más pura. Táher, Sádiq, Ismael y Hamada pasan de la infancia a la adolescencia, de la juventud a la madurez y de esta a la senectud. La vida les mima o les maltrata. Y en los amigos encuentran el desahogo, el consuelo, las ganas de vivir, el consejo y el abrazo, cuando todo se desploma a su alrededor. Pierden la fe en Dios y en la política, en el sexo o en el dinero, pero nunca la fe en la amistad. Por ello, el autor Naguib Mahfuz, el más conocido escritor egipcio, puede escribir al acabar la novela: “La verdad es que nos hemos convertido en augustos esqueletos, y el más infeliz de nosotros será el que siga viviendo después de que los demás hayan partido...”

 

domingo, 19 de enero de 2025

La Biblioteca Humana

 


    En el año 2000, empezó en Dinamarca una experiencia que luego se ha ido extendiendo por muchos países (a España llegó en 2021): Las Bibliotecas Humanas.

     En una Biblioteca Humana (Menneskebiblioteket, en danés), en lugar de tomar prestado un libro, tomas prestada una persona. En lugar de leer un libro, lees una persona. La cosa puede funcionar más o menos así: un lector se acerca al mostrador y pide el catálogo humano. Cada persona tiene una etiqueta: parado, transgénero, refugiado, musulmán, monja, extranjero, ex-presidiario... El lector elige una persona y durante un tiempo puede conversar con ella. El objetivo es ayudar a borrar prejuicios. Esta biblioteca humana tiene un lema “No juzgues un libro por su portada”. Está comprobado que nos bastan apenas tres segundos para catalogar a una persona a la que acabamos de conocer: el color de su piel, su acento, su belleza o falta de ella, su ropa, sus primera frase, etc. ¡En tres segundos ya etiquetamos y catalogamos a alguien! Casi siempre este primer juicio es erróneo.

     Treinta minutos de conversación pueden hacernos descubrir muchas más cosas de una persona: ¡caben tantos yoes en un yo! Porque el extranjero, además de tener un pasaporte distinto o pertenecer a otra etnia o a otra religión, puede ser también un buen cirujano, un voluntario en Cruz Roja, un abnegado padre de familia, un lector asiduo. Porque la monja, además de rezar, puede hacer un excelente trabajo en el barrio obrero, cuidar a otras monjas ancianas, reunirse cada jueves a dialogar con no creyentes o pintar buenos cuadros en sus ratos libres. Y viceversa: hay manchones, muchas cosas innobles, que no dejarían en buen lugar a los que se creen o nos creemos "normales y ejemplares". 

        Imaginemos, por un momento, a un sujeto llamado Patrick que es presentado en una 'biblioteca humana' con la etiqueta "alcohólico". Y al día siguiente con la de "científico". Y a la semana, con la etiqueta "activista medioambiental", y más tarde, con la de "refugiado político", 'homosexual', 'católico' o 'africano'. Es la misma persona. El mismo Patrick científico, alcohólico, activista, refugiado, homosexual, católico y africano. Y sin embargo la actitud del 'usuario lector', a la hora de conversar con él, sería muy distinta dependiendo de la 'etiqueta' que cada día cataloga al tal Patrick. 

    Cada libro, como cada ser humano, tiene una única portada, pero muchos capítulos, muchas páginas , muchas líneas y muchas palabras…Por lo tanto, "No juzgues nunca un libro humano por su portada".

sábado, 18 de enero de 2025

Una copa de agustinismo

     


    En estos tiempos de buenismo reinante, de vivir la vida en clave positiva, de ese pensamiento de "puedes alcanzar todos tus sueños". En esta sociedad que con ahínco intenta construir a todo trance un mundo Disney indoloro, nos vendría muy bien tomar una copa de  'agustinismo'. 

    La continua negación del mal, probablemente nos mete de hoz y coz en el mal mismo Conocer un poco el corazón humano, con su bondad, pero también con su ira, su lujuria, su codicia y su envidia, nos ayudaría a comprender mejor nuestra naturaleza y la del resto, a no juzgar tan a la ligera y a no escandalizarnos cada mañana al abrir el periódico. Agustín nos recuerda la naturaleza caída del ser humano, y la importancia de la gracia para no terminar en el fango. Y Simone Weil nos dice que la gravedad, esa ley inexorable por la que todos los cuerpos tienden a caer, funciona también con el espíritu y el corazón del ser humano. 

    En el padrenuestro, repetimos "no nos dejes caer en la tentación". Y es una petición realista, porque el ser humano es capaz de todo todo. Cambian las condiciones, y cualquiera puede matar a un semejante, traicionar a un amigo, robar una cartera o meterse en un prostíbulo. ¡No estamos muy lejos del historial de los encarcelados!   

    En uno de los diarios, José Jiménez Lozano anotó la siguiente confesión de todo un caballero: "La guerra civil sirvió, sobre todo, para que nos conociésemos todos, porque cada cual se portó como lo que era en realidad y no como lo aparentaba ser, o él mismo creía ser. Lo más terrible es que uno se percata de que tirar a matar o hundir un cuchillo en el vientre de otro hombre puede hacerse con placer. Y que al pensarlo después de la guerra muchos se han suicidado, y los que no nos hemos atrevido, no nos atrevemos a rezar un padrenuestro o mirar a un niño a la cara". 

    

viernes, 17 de enero de 2025

Complicidad en la oración

   

     Durante el último año G estuvo en mi oración cada mañana, en ese camino desde mi casa, en el barrio de San Isidro, hasta la oficina, en el Palacio Butrón. Ayer supe que G había muerto. El cáncer lo había vencido en singular batalla. Tenía cuarenta y nueve años, mujer e hijos, y padres aún vivos. Nunca llegué a conocer personalmente a G. Pero la oración crea complicidades singulares, y una afinidad afectiva difícil de explicar. 

        Hace unos años L (amiga desde hace décadas) empezó a trabajar en la casa de G. Desde el primer momento se sintió tratada como si fuese un miembro más de de la familia. Y siempre que coincidía con L me hablaba de esa familia, de su trato afectuoso, de la bondad de G y de su mujer M. 

        Hace poco más de un año el cáncer fue diagnosticado. Y el diagnóstico no puso ser peor. Continuos ingresos en Valladolid y Madrid. Continuas altas. Ni en el hospital ni en casa G se permitió nunca una queja, aceptando con estoicismo y buena cara la merma progresiva de sus capacidades físicas.

        Fue una penosa enfermedad. En las últimas semanas los dolores se multiplicaron y la capacidad para respirar disminuyó. Quiso despedirse de todos sus seres queridos antes del final, dándoles las gracias por todo lo que le habían querido, animándoles a continuar con valentía su vida y reconociendo que su existencia había sido breve, pero se sentía un afortunado por los padres y la mujer que la vida había puesto en su camino. Deshecha en lágrimas, L me cuenta estas cosas y me dice que la grandeza de G en su enfermedad y en su despedida ha sido un consuelo para todos lo que le habían amado. Añado: también para los que habían rezado por él. 

jueves, 16 de enero de 2025

La caja de Amazon

     


    El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se despide de los norteamericanos al acabar su mandato presidencial. Y lo hace con una advertencia: cuidado con los superricos que están entrando directamente a ocupar el poder. Parece una advertencia sensata. Aunque no sé si durante los cuatro años como Presidente, el Sr. Biden ha hecho algo para contrarrestar las inmensas riquezas de los supermillonarios. Se sabe eso sí, si hacemos caso a la organización solidaria Oxfam, que el capital de las cinco personas más ricas del mundo creció en esos mismos años un 114%.  

        En el mismo día en que Biden hacía su último discurso, Jeff Bezos lanzaba con éxito un cohete espacial. Y probablemente no es sólo una excentricidad. Él está seguro de que, ante un planeta Tierra agotado, hay que buscar nuevos territorios en el espacio para encontrar nuevas materias primas. Las ganancias anuales de Bezos equivalen a la suma de los PIB de Croacia, Macedonia y Camboya juntas. Un español medio que no gastase nada de su salario durante 88 años seguidos habría ahorrado una cantidad inferior a lo que él gana en un minuto. Parecen datos escandalosos. Datos que pueden llenarnos de indignación. Pero sería una rabia injusta porque a la fortuna del señor Bezos, como a la de otros tantos millonarios, colaboramos todos. Y además lo hacemos muy a gusto y muy contentos. Miles de repartidores llevan a tu casa cada día una caja de Amazon con su  sonrisa-flecha de oreja a oreja. Es la sonrisa de Bezos por tu lealtad y tu colaboración con su empresa.

lunes, 13 de enero de 2025

El Toisón para una Reina

 


    La noticia de la reciente concesión del Toisón de Oro a la reina doña Sofía por parte de Felipe VI, da para más de una reflexión. Hay algunas cosas que llaman la atención: es la quinta vez en los últimos seis siglos que el Toisón recae en una mujer. Segundo: es la primera vez que se otorga a una reina consorte. E independientemente del alto valor simbólico de esta distinción creada en 1429 por el Duque de Borgoña y que hoy en día representa la más alta condecoración de la Corona de España, todos entendemos que el collar del toisón premia a una reina, Sofía de Grecia, que siempre puso por delante la Corona a la mujer y a la esposa. En los últimos años han corrido ríos de tinta sobre los devaneos amorosos del rey Juan Carlos y sobre los chantajes de algunas de sus amantes, que le salieron respondonas y desagradecidas. Impasible a todo esto, como lo ha sido en las últimas décadas, la Reina ha mantenido la dignidad, su papel regio en medio de dimes y diretes. Más importante que su felicidad personal o la tentación de mandar todo a freír espárragos, o de hacerse la víctima, hablar con la prensa y que la compadeciesen, Sofía de Grecia ha sabido ser la mano que cuida la cuna. Y en esa cuna estaba el actual rey Felipe VI. Por él y por el altísimo sentido que tiene de la institución monárquica, la reina Sofía no se ha movido un milímetro de su papel institucional. Esta dignidad regia en medio de tantas indignidades plebeyas ha merecido y merece el aprecio y la estima de tantísimos españoles. El Toisón, en este caso, recae en un noble pecho.

domingo, 12 de enero de 2025

Esperanza, optimismo, entusiasmo… Adelio Antonelli

 


“¡Sí!, toda nuestra vida es  como una bella fiesta. / Y para todos puede ser una hermosa aventura / si cada cual sabe ofrecer para todos los demás  / lo mejor que hay en él con sonrisa y esperanza.”

Estos versos de una de las muchas canciones que compuso, y que nosotros, alumnos del Colegio San José, tarareamos en más de una fiesta, bien podría ser el resumen del carácter y de la espiritualidad del P. Adelio Antonelli que falleció el pasado 7 de enero de 2025, en la ciudad italiana de Bari.

Hay personas cuya desaparición provoca una inevitable tristeza, pero también el sentimiento de una inmensa gratitud por haberte cruzado con ellas y haber salido mejorado del encuentro. Para mí, P. Adelio Antonelli fue un educador confiable, un maestro seguro. Y más tarde, y para siempre, un amigo. Esta es mi evocación, tan personal como subjetiva.

¡La vida es bella!

Teníamos 17 ó 18 años. Acabamos de descubrir a Sartre, Camus y Beauvoir. Leíamos fragmentos de sus ensayos y novelas. Y como además éramos pretenciosos y petulantes, creíamos que poner cara de existencialistas era lo que tocaba, como fumar, dejarse barba y pelo largo, llevar un jersey de cuello vuelto y pantalones de campana, o escuchar a Pink Floyd. Cursábamos COU. La vida era una pasión inútil. Nada tenía sentido. Nada a nuestras espaldas; nada en el horizonte. El infierno eran los otros. Tinín, compañero y brillante poeta, escribía versos fatalistas que nos enardecían, y que incluso a la profesora progre del Instituto le parecían excesivos: “Oh, bel pessimiste”.  Y entonces un día nos armamos de esnobismo, puro postureo, diríamos hoy, ganas de provocar y de nadar a contracorriente... y armamos una performance en la misma capilla: diapositivas lánguidas y tristes, música peliculera, diálogos calcados de eslóganes del existencialismo francés… La vida no tenía sentido. Decir adiós a la existencia era una opción bastante razonable. Padre Adelio no hizo ningún comentario durante toda la representación. Y se mostró respetuoso en todo momento con nuestra perorata fatalista y suicida. No entró al trapo ni se rasgó las vestiduras. Quizás pensó que era una pose. Tal vez creyó que la juventud tiene sus crisis y que deben ser  respetadas.

La respuesta llegó en la homilía del domingo siguiente: “La vida es bella. La vida tiene un sentido, el que tú quieras darle. Solamente cuando nos proponemos ayudar, compartir los talentos, ponernos al servicio del otro, caemos en la cuenta de que podemos hacer felices a los demás y, de paso, alcanzar también nosotros la felicidad. El paraíso son los otros (lo escribió Gabriel Marcel)”.  Y llevando la contraria a Sandro Giacobbe, que por entonces triunfaba en la música, nos dijo: “vosotros repetís mucho un verso de la canción El jardín prohibido: “La vida es así; no la he inventado yo”, pero yo os digo que a cada momento inventáis la vida, y que la vida será lo que vosotros queráis que sea. Vuestra es la responsabilidad de ser buenas personas, lo que os hará sentir felices y contentos, o ser unos egoístas, y, por lo tanto, sentiros desdichados y tristes”. Fin de la homilía.  Era la primavera de 1977. El lugar, la capilla del Hogar Beato Luis Guanella, en la calle Esperanto, 5, de Palencia. Probablemente, la homilía no la entendimos del todo en ese momento. Fue un sermón para comprender mucho más tarde. Los padres y los maestros dan consejos para el futuro, cuando nos tocará caminar sin las muletas de esos padres y maestros. El poeta José Agustín Goytisolo había escrito –y Paco Ibáñez cantado-: “La vida es bella, ya verás, porque a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos”. Adelio nos dijo algo más: “la vida será bella si haces amigos, si das amor, si haces amigos”.  

Optimismo, entusiasmo, esperanza…

Adelio Antonelli fue un hombre inasequible al desaliento. El optimismo le acompañó como una segunda piel, inseparable de su forma de vivir y de ver la vida, de ejercer el sacerdocio. La vida como una bella fiesta, como una hermosa aventura, a condición de ofrecer a los demás lo mejor de nosotros, con una sonrisa y un poco de esperanza. ¿Se puede decir más?

Siempre le recuerdo lleno de entusiasmo. El origen de la palabra griega entusiasmo es hermoso. Un vocablo compuesto de dos raíces “en, dentro” y “theós, dios”. ‘Una chispa divina en el interior”. Lo divino penetra al ser humano y le hace entusiasta, a pesar de los dolores y las penas, los problemas y las adversidades. Tenía el optimismo en su ADN. Y cuando pasábamos por su despacho a charlar un rato, a que él orientara nuestro espíritu, qué dirección debíamos dar a nuestra vida, acudíamos con una sombra de temor, pensando que nos recordaría las distracciones en la capilla, la gandulería en el estudio, las riñas con los compañeros, los pensamientos y actos turbios. Y sin embargo, desde el otro lado de la mesa,  P. Adelio nos insuflaba ilusión y energía, sabía ver lo mejor de cada uno, encontrar una chispa de bondad, de generosidad en cada niño, en cada adolescente: “Eres un buen chico, tú puedes, tú vales. Verás cómo lo consigues. Ten un poco de paciencia. Pídeselo a Dios”. Así que salíamos del despacho pensando que éramos uno chicos pero que bien majos, que por delante teníamos una vida entera para ser buenas personas, que los rasgos bruscos de nuestro carácter se irían dulcificando. Salíamos consolados, llenos de aliento, … y con algún caramelo de menta o limón en la mano

Solamente le vimos llorar desconsolado en una ocasión: la tarde del 9 de octubre de 1971, cuando reunió a toda la muchachada en la capilla del Colegio San José para comunicar que el hermano Juan Vaccari acababa de morir en un accidente de carretera. El amigo lloraba al amigo que acababa de perder. Y nos parecía que sus lágrimas eran lógicas y normales. También nosotros estábamos llorando. Y también, en otro momento, le vimos apesadumbrado y roto, como una rama desgajada por el viento, como soportando un peso más fuerte que él mismo: un alumno de 14 años, Mariano Fuente, acababa de ahogarse en el pantano durante un campamento, a pocos metros de donde él estaba y sin que nada pudiera hacer por salvarle la vida.

Con la música a todas partes

“La música –está escrito con hilos de seda y oro en el tapiz de Castrojeriz- calma a los hombres, amansa a las fieras, aplaca a los dioses” (Mitigat homines. Temperat feras. Deos placat). Lo sabía bien Adelio. La música espanta los pesares, y también nos torna más delicados y pacíficos. “El órgano en la misa; el acordeón en la mesa”. La primera imagen que nos ha venido a muchos nada más conocer su fallecimiento ha sido la de un Adelio Antonelli (bajo de estatura física, alto de estatura moral), sonriente y feliz con el acordeón sobre su pecho, y los dedos ágiles en teclado y botones.

En la capilla colegial era el encargado de tocar el órgano, de enseñar las nuevas canciones de misa, y de dirigir el coro de los niños. Y en cualquier celebración, velada o fiesta ahí estaba él con su acordeón. Era suficiente que alguien tararease tres notas, para que él pudiera acompañar con el acordeón. La música estaba en su oído y en sus dedos. Cuántas canciones españolas nos enseñó en la capilla y en el salón de actos del colegio, pero también en los campamentos de la montaña palentina o de la costa cántabra. Podía empezar con Eres alta y delgada, continuar con la jota Por el Puente de Aranda, Asturias, patria querida, Desde Santurce a Bilbao, El vino que tiene Asunción, A mí me gusta el pimpiri-pimpimpín.., para terminar con el inevitable Viva España. Y por supuesto, en seguida nos enseñó canciones en italiano. La primera de todas O bella ciao, pero también La domenica andando alla messa, Caro Gesú bambino o tu Scendi dalle stelle, y algunas más. A él le teníamos que dirigir las peticiones de discos nuevos para la discoteca (algo muy novedoso en un internado de frailes). Todo hay que decir que nuestras peticiones no eran Bach ni Beethoven ni Mozart, pero sí Goodbye, goodbye, Esa niña que me mira, La fiesta de Blas, Eres tú. El Casatschok, Eva María, Cuando salga la luna, Black is black, Let it be. Él, por su cuenta, completaba la discoteca con vinilos de cantautores comprometidos, como se decía entonces. Y todos contentos.

Educar desde el corazón

Había nacido un 3 de diciembre de 1939 en Villa San Sebastiano, una pedanía de Tagliacozzo,  a unos 100 kilómetros de Roma. Y siendo aún un niño -tenía 13 años- ingresó en el seminario de los padres guanelianos. En 1968, recién ordenado sacerdote, llegó al Colegio San José, de Aguilar de Campoo.  Y se hizo cargo de la dirección espiritual de los alumnos, así como de las clases de religión y de música. Fue también padre maestro de los primeros novicios españoles. Después pasaría como educador a la casa Hogar Beato Luis Guanella, de Palencia. Años más tarde, regresaría a Aguilar de Campoo donde se haría cargo de la dirección del Colegio San José, renovando el estilo pedagógico y manteniendo una relación más fluida con los padres de los alumnos, como solían recordar con frecuencia los profesores Moisés, Mariano y Javier. Aún permaneció varios años en España, antes de cruzar el Charco y empezar su etapa misionera en Argentina y Paraguay. Volvió a Italia, concretamente a la ciudad de Bari, donde fue responsable de una residencia de ancianos. Sus últimos años los pasó en Roma, echando una mano y animando el centro para personas con discapacidad y el asilo de ancianos, ayudando en la pastoral y acompañando a los buonifigli cuando en verano iban de vacaciones al mar. Y hasta el último momento, supo ser una presencia cercana para los numerosos trabajadores y voluntarios de estas casas romanas de Via Aurelia Antica, con algo muy sencillo, como recordaba José Ángel Villegas: les entregaba un papelito con una frase, un dibujito, un verso. Una siembra callada y perseverante. Probablemente, algún día sepamos los frutos que esta sementera tan delicada ha dado en medio de los trabajadores que cuidan a ancianos y buonifigli. Y por supuesto, de vez en cuando, les organizaba alguna pequeña fiesta: él mismo preparaba para todos la sangría española o ejercía de experto 'cortador' de jamón, para concluir con canciones populares que acompañaba con su acordeón. 

En su época aguilarense, fue uno de los impulsores de las famosas Semanas de la Juventud. Una reunión que aglutinaba a los diferentes colegios: mesas redondas, conferencias, marchas senderistas, debates, cine de autor y músicos. Logró traer a Agua Viva y a Ricardo Cantalapiedra, por entonces cantautores bastantes conocidos, para animar con cantos de utopía y crítica social a una juventud que empezaba a despertar de una larga siesta (eran los primeros años de los setenta). Formando equipo con los párrocos de Aguilar, se unió con entusiasmo a la ‘Operación ladrillo’ que tenía como objetivo construir modestas casas para unas familias gitanas que vivían aún en chabolas en la subida al pantano de Aguilar.

Años después, ya como director del Colegio San José, incrementó la colaboración con la parroquia, los colegios y el ayuntamiento de Aguilar. Abrió de par en par el colegio para que las distintas agrupaciones musicales que participaban en la Semana del Románico pudieran alojarse en los dormitorios vacíos de estudiantes durante el mes de agosto.

Cuando ni en colegios públicos ni en privados se hablaba, ni por asomo, de educación sexual en la adolescencia, él nos impartía una asignatura llamada “Educación para el amor”, donde se hablaba de la sexualidad, con respeto, seriedad, pero sin tapujos ni hipócritas pudores. Educar fue su vocación. Y lo hizo desde el corazón y la benevolencia, la sonrisa y el intento de comprender a su interlocutor.

Le recuerdo en mil cosas: sacando adelante un cancionero en hojas ciclostiladas, una imprenta primitiva con la que había que pelearse con la tinta y los clichés. Y aunque le gustaba el estudio (hizo una licenciatura en psicología por la Universidad Sacro Cuore de Milán y un curso sobre juventud y adicciones en España) no le importaba ponerse el mono, mancharse las manos y ejercer de ‘manitas’. Se empeñó en cambiar las viejas ventanas de hierro de la zona norte del colegio, oxidadas y que cerraban mal, por ventanas de madera. Y se empeñó en decapar las puertas grises del colegio y sacarles la madera original de pino. Cada otoño cogía el coche y hacía una escapada con amigos a pueblos burgaleses para coger setas y luego preparar conservas. No paraba de invitar a familiares, amigos, curas y religiosos, e incluso conocidos a tomar un buen café y un buen gelato italiano, o un plato de pasta en el Colegio, y después sentarse sin prisas a conversar y arreglar el mundo. A veces para desesperación de las cocineras por este continuo ir y venir de invitados. Y era el primero que se apuntaba al equipo de fútbol que enfrentaba a curas y alumnos, un clásico partido sobre el campo de tierra.

El don de la amistad

Adelio fue un cura increíblemente sociable, con una gran capacidad para entablar relaciones, crear lazos, fortalecer vínculos y  cuidar a las personas, con gestos y detalles. En España ha dejado una estela de alumnos apenados y, al mismo tiempo, agradecidos, pero también familias enteras de pueblos y ciudades, profesores del internado, amigos en Aguilar y Palencia, hermanas guanelianas para las que fue compañía y guía espiritual. Fue una ayuda inestimable en la larga y penosa enfermedad de sor Carmen Rodríguez, acompañando con delicadeza y ternura a la enferma y a su doliente familia. Volvía encantado una y otra vez a España, con la excusa de cualquier celebración, aniversario, un acontecimiento gozoso, como una boda, o doloroso, como un entierro. En España, dejó parte de su juventud, los mejores años de su vida.  

Era el más italiano de los educadores italianos. Y constantemente le gustaba hablar de su tierra italiana, de costumbres, de paisajes, y de cantos. Y sin embargo, cuando volvió a Italia, fue el más español de los italianos, recordando a todos sus años juveniles en España, las comidas, los lugares, las canciones.

La amistad la cultivó sobre todo con su sonrisa, haciéndote sentir cómodo, no sacando nunca un tema que pudiera incomodarte o herirte. La sonrisa fue un arma en su carácter. En los últimos años, sirviéndose de las tecnologías, enviaba un whatsapp de buenos días, una foto de una fiesta a la que había acudido o de una misa que había celebrado, e incluso un audio cantando una estrofa de alguna conocida canción de los tiempos pretéritos. Era su forma de hacerse sentir cercano, de recordarte que estabas aún en su cabeza y en su corazón.

La curiosidad por lo que acontecía a su alrededor no le abandonó nunca, lo mismo que el asombro ante lo que sucedía en la Iglesia o en el mundo. En la escritura encontró, en sus últimos años, un refugio de creatividad. Poemas sencillos, versos como un relámpago, haikus delicados, destellos de luz, rachas de viento. Cualquier cosa ordinaria era motivo para tejer palabras y construir versos. Profundidad del místico. Belleza del artista. Muchas mañanas o muchas noches, sus amigos se despertaban o se acostaban con un sencillo poema recién escrito. Se atrevió incluso con la escritura en español. Y cuando comprobaba que no había cometido ningún error ortográfico o gramatical en una lengua que no era la suya, se sentía feliz como un niño. En 2019, publicó un libro con una selección de sus mejores poemas, con el título “Gocce di rugiada su un mare di sabbia” (Gotas de rocío sobre un mar de arena). Sólo transcribiré un breve poema titulado ‘Felicità’

Alba radiante, / ocaso de colores. / Belleza, / sinfonía de vida, / corazones amantes, / amigos en fiesta. / Dios en el hombre, / el hombre el Dios: / artesanos, /poetas. / Amarse amando; / luz sin fin. / Latido del corazón, / eterno.

En su existencia de 85 años fue fiel a la congregación de los guanelianos, donde había entrado siendo un niño. Un sacerdote feliz de serlo y de testimoniarlo. Fue leal a los muchos amigos conocidos a lo largo de décadas en diversos países. Fue fiel a la música que le daba la vida y la alegría. Y fue fiel –fidelísimo- a su carácter entusiasta, optimista y esperanzado. Virtudes cristianas. Virtudes humanas. Al final quedan la fe, la esperanza, el amor. La más importante es el amor, como recordaba a tiempo y a destiempo Pablo de Tarso. Probablemente, Adelio Antonelli hubiera puesto la esperanza al mismo nivel que el amor. Porque sin esperanza el ser humano ya no es humano. Ya no es nada. Mota de polvo. Brizna de hierba seca. No creo equivocarme si digo que la esperanza únicamente le abandonó cuando su corazón dejó de latir, y sus pulmones, de respirar.


Colegio San José: Concurso Cultural

Al lado de Bruno Capparoni

El equipo de fútbol de los curas y profesores


En una reunión de ex alumnos de Aguilar 

En una de las visitas del obispo Nicolás Castellanos

Bendición de coches en el patio del Colegio

Celebración de la misa, al lado de Mario Bellarini

Un libro con los mejores poemas de P. Adelio

En una entrega de premios en Colegio San José

Celebración de los 50 Años de la muerte del Hermano Juan

Ejerciendo de cortador de jamón. Roma

    

Con José Ángel Villegas y sor Clelia

Adelio tocando el acordeón al lado de Alfonso Martínez

En Roma, transcurrió sus últimos años

2021: Ofreciendo su testimonio sobre el Hermano Juan

Roma: misa de funeral en la Casa de San Giuseppe

El féretro abandona Roma para ser enterrado en su pueblo natal.

Poema dedicado a P. Adelio, y escrito por Alfonso Martínez 




 



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