De pie: Juan Pablo I, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI. Sentados: Juan XXIII y Francisco
lunes, 27 de enero de 2025
La foto de los seis Papas
sábado, 25 de enero de 2025
La madera más triste
miércoles, 22 de enero de 2025
Quintanilla de Arriba, según Jesús Martínez
Desde hacía años Jesús Martínez Herguedas andaba
garabateando, como un alumno aplicado, cientos de hojas, buscando información
en los lugares más variopintos, y recopilando datos para escribir un libro
sobre su pueblo, que es también el mío: Quintanilla
de Arriba.
En el otoño de 2024, el libro
vio la luz. Un libro con una edición muy digna, con centenares de ilustraciones,
y una cuidada edición en papel y en tipo
de letra. Y yo diría que, además de libro, es diccionario, enciclopedia,
ensayo, cancionero, etc. Hay muchos
libros en este libro. Y es justo reconocer y valorar el tesón y la ilusión por
recopilar muchos saberes dispersos que atañen a la geografía, la historia, el
lenguaje, el folclore, la gastronomía, la forma de ganarse la vida de un pueblo
de Castilla donde el autor nació y al que sigue apegado, unido y encariñado. El
título del libro: Quintanilla de Arriba – Cultura y tradiciones de mi pueblo.
Como
nos dice el autor, lo más probable es que ‘Quintanilla’ signifique “granjilla, aldeahuela”, y su etimología
sería de origen romano. Tal vez por ese motivo Quintanilla da nombre a muchos
pueblos de España. Encontramos Quintanilla de Abajo, del Agua, del Molar, de
Somoza, de Trigueros, de Urz, etc.
El primer nombre del pueblo fue Quintanilla de Albar Sacho; después,
Quintanilla de Suso y, finalmente, Quintanilla de Arriba. Hay que remontarse al
siglo XI para hablar de los inicios de esta población. Estaríamos hablando de
mil años seguidos de gente viviendo en este terruño, lamido por el Duero, y
limitado a levante y a poniente por las típicas cuestas que conforman un valle.
El
libro está dividido en 17 capítulos.
Y para mí uno de los más interesantes es el que dedica al vocabulario quintanillero (o ruchel, según la tradición o la leyenda
de la que también se habla). Hay palabras que uno sólo usa cuando está en el
pueblo o se encuentra con paisanos. Aquetón, amos, amurriarse, cachupiar, marrotar,
estorrundir, dalequetepego, guarradilla, gurriato, santanilla, sansironé,
jopelines, arrejincles, botagueño, canguingos, cinielgo, coscorón, hocicón,
mormeras, morroña, mataduras, pingoleta, ringurrangos, zanguango… y así hasta 2050 palabras y expresiones. No me cabe duda de que si comprendes estos
vocablos o los utilizas es que más de una vez has ido de la Turruntera al
Gollón, de Samasín a Valdemuertos, de la las Santanillas al Cabañón, de la
Cotarras a las Peñas de Rondán.
Hace
no mucho, en una reunión en la que participaban varios expertos en la obra de
Miguel Delibes, se dijo que, dentro de no mucho, las novelas rurales de este
escritor vallisoletano se tendrán que leer con diccionario en la mano, para
entender el argumento del libro. Jesús Martínez dedica un largo capítulo a los aperos de la labranza, de los animales,
los utensilios y enseres. Y el autor se ha tomado la molestia de fotografiar in
situ todos estos aperos, de manera que fácilmente podamos identificar la
palabra con el objeto: fardel, colodra,
zoqueta, bieldo, hemina, garia, camizadera, estrinque, celemín, colleras,
artesa, cinchos de queso y un larguísimo etcétera. Palabras hermosas sin las
cuales no se puede nombrar el mundo rural como fue y existió hasta ayer mismo.
Probablemente,
la mía fue la última generación que vivió a caballo entre ‘el tiempo siempre, de siglos y siglos’ en que las costumbres
apenas variaron, y el vertiginoso cambio que llamamos progreso. Hemos conocido el
trabajo de la siega a mano, del trillo en las eras y las cosechadoras
mecanizadas. Hemos conocido el arado romano y el tractor, el lavadero comunal y
el agua corriente en las casas, el corral y el aseo, la cocina de leña y la de
gas butano, la compra de todos los electrodomésticos, uno tras otro, en el giro
de pocos años. La llegada de la
televisión que revolucionó tantas cosas; por ejemplo, aprendimos a ver el mundo
que se colaba día y noche por la pequeña pantalla. Hasta ese momento, los
juegos tradicionales ocupaban todos los recreos, todas las veladas, toda la
vida de la infancia. En un mundo sin juguetes, los juegos rústicos y baratos, llenos de imaginación y fantasía,
llenaban todas las horas del día: el hinque, el marro, las trancas, el pañuelo, el
perdigallo, zorro, pico, tallo, zaina, la comba, la goma, la peonza, las tabas,
las chapas, el corro las patatas, pase misí, pase misá…
Decía, al inicio de este
artículo, que esto era más que un libro, y lo demuestra bien el cancionero que
ocupa todo el capítulo VI, dedicado a las canciones
infantiles. Una verdadera recopilación. Uno creía que había olvidado letras
y músicas, pero es suficiente ver impresas las palabras para saber que nada de
la infancia se pierde del todo: El jardín de la alegría, A mí me gusta lo
blanco, Caracol col col, Aserrín, aserrán, Dónde están las llaves, La tarara,
Tengo una muñeca vestida de azul, Ya se murió el burro…
En verdad es un libro completo.
El autor nos habla de las fiestas más populares de Quintanilla, como la
Función, los Quintos, La matanza del cerdo, la chocolatada compartida en las cuestas para
ver salir el sol cada 24 de junio, el pelele. El libro habla también de los
platos tradicionales, de los cultivos, de las bodegas, de la resina de los
pinares, del tren de Ariza y su melancólica estación que estuvo en
funcionamiento hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado, de la
acequia de riego, de la variante de la carretera y de decenas de cosas más.
Pero
Jesús Martínez, fiel a su vocación de investigador, también nos ofrece en este
libro el Interrogatorio que se hizo a la Villa de Quintanilla en 1751 con
motivo del conocido como Catastro del Marqués
de la Ensenada, así sabemos que Quintanilla fue villa de señorío y que
perteneció a la Casa de Osuna y a la Diócesis de Palencia. Sabemos que había
una taberna donde se vendía vino y también un mesón propio de Atanasia García,
viuda. Y que el cirujano respondía al nombre de Raimundo Cerezo y el maestro de
niños era Francisco García Sacristán. Saberes que pueden ser inútiles, pero
hermosos, como un recuerdo familiar o un santo en madera tosca en la iglesia de
Nuestra Señora de la Asunción.
El
libro nos enseña que en el año 1900 Quintanilla de Arriba tenía 854 habitantes;
en 1970 la población había mermado hasta los 496. Y en 2022, tan solo 158
personas vivían en el pueblo. También sabemos que el pueblo está situado a 741
m de altitud y que su término municipal se extiende por 28,4 kilómetros
cuadrados, un territorio 60 veces más
grande que el Vaticano (aunque quizá no alberga tantas obras de arte en sus
edificios, bromas aparte)
Y
la investigación de Jesús Martínez nos ofrece una notable documentación sobre
las relaciones, a veces complejas y tirantes, entre la Granja Monviedro, en el término municipal de Quintanilla de Arriba,
y el poderoso Monasterio de Santa María
de Valbuena, de los monjes cistercienses.
El
libro no podía dejar de mencionar al hermano Diego, cuya sombra cruza una y
otra vez el río Duero, entre Quintanilla de Arriba y el Monasterio de Valbuena.
Un hermoso crucero situado en las eras del pueblo es testigo de la increíble,
romántica, caballeresca y pecadora y arrepentida vida del hermano Diego, cuya leyenda
ha llegado hasta nuestros días
El
último capítulo del libro es una transcripción
de un documento de 1505, cuyo original se encuentra en el Archivo de
Quintanilla de Arriba y en el que se detalla que Quintanilla de Suso y
Manzanillo arriendan unas dehesas a la Villa de Cuéllar para pastar con rebaños
durante un número de años. No había pasado mucho tiempo cuando los cuellaranos
quisieron arrebatar estos terrenos de pasto. Tuvo que intervenir la justicia,
para dar finalmente razón a los quintanilleros y manzanilleros y sancionar al
Concejo de Cuéllar. Un documento muy valioso, en un delicioso español antiguo, que
nos hace entender algo de la historia pretérita del pueblo.
Creo
que es de justicia agradecer
públicamente a Jesús, el de la Clara y el del Luis, por este impagable
trabajo. Me ratifico en lo que decía al principio este libro es diccionario,
cancionero, crónica histórica, estadística, investigación judicial,
fotografía, leyenda, antropología, etnografía... y mucho más.
Un
pueblo no es la suma de tierras de labrantío, monumentos, casas, riberas y
cañadas… Es sobre todo el recuerdo de las personas que lo habitaron y de cuyas
vidas aún están impregnadas las paredes de adobe o de piedra. Y es también la
suma de los hombres y las mujeres que lo engrandecieron
con su trabajo, con su bondad y con su sabiduría. En fin, esto es
Quintanilla de Alvar Sancho, de Suso y de Arriba.
Jon Fosse: aceptar la penumbra
Me llega un artículo de Rafael Narbona que escribió con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Jon Fosse en 2023. Dice cosas así: "Para Fosse, lo esencial no es narrar una peripecia, sino crear una atmósfera que propicie una revelación. El mundo exterior solo es un camino hacia el mundo interior. Describir un paisaje es un ejercicio de introspección, no una mera recreación. Cuando se describe algo, por mucha nitidez que se logre, siempre hay algo que se escapa y eso es lo esencial. Más allá de lo que ven los ojos o reproducen las palabras, hay algo irrepresentable, pero que es lo auténticamente real. Fosse no escribe para apropiarse de la realidad, sino para señalar los límites de la comprensión humana. La razón no puede proporcionar el sentido del mundo. Solo la experiencia mística puede crear una apertura que nos ayude a vislumbrarlo, pero de una forma incompleta. Fosse es un visionario que ha aceptado la penumbra del no saber, un asceta que utiliza la palabra para propagar el silencio, un escritor del límite".
Creo que es exacto lo que dice Rafael Narbona. Hay algo que se nos escapa, y eso es lo más real. Lo misterioso no es lo fantástico o lo policiaco. Lo misterioso apunta a lo que no es comunicable, y sin embargo es lo esencial. Esto que describe Narbona es lo que he experimentado al leer las novelas de Fosse.
martes, 21 de enero de 2025
El café de Qúshtumar, de Naguib Mahfuz
Primero en las calles o en el
chumberal, y luego ya definitivamente en el café de Qúshtumar, situado en el barrio cariota de Alabasía, cuatro amigos
comparten durante décadas un café y una larga conversación. Se conocen desde la
infancia y su amistad se prolongará hasta el final de sus días. Cambia Egipto,
cambian los dirigentes y los gobiernos. Cambian los amores, las mujeres, los
trabajos y su estatus económico. Cambian sus gustos y sus preferencias
políticas, pero permanecen fieles y leales a la amistad, que es siempre otra clase
de amor, tal vez la más pura. Táher, Sádiq, Ismael y Hamada pasan de la
infancia a la adolescencia, de la juventud a la madurez y de esta a la
senectud. La vida les mima o les maltrata. Y en los amigos encuentran el
desahogo, el consuelo, las ganas de vivir, el consejo y el abrazo, cuando todo
se desploma a su alrededor. Pierden la fe en Dios y en la política, en el sexo
o en el dinero, pero nunca la fe en la amistad. Por ello, el autor Naguib
Mahfuz, el más conocido escritor egipcio, puede escribir al acabar la novela: “La verdad es que nos hemos convertido en
augustos esqueletos, y el más infeliz de nosotros será el que siga viviendo
después de que los demás hayan partido...”
domingo, 19 de enero de 2025
La Biblioteca Humana
En el año 2000, empezó en Dinamarca una experiencia
que luego se ha ido extendiendo por muchos países (a España llegó en 2021): Las
Bibliotecas Humanas.
Treinta minutos de conversación pueden hacernos descubrir muchas más cosas de una persona: ¡caben tantos yoes en un yo! Porque el extranjero, además de tener un pasaporte distinto o pertenecer a otra etnia o a otra religión, puede ser también un buen cirujano, un voluntario en Cruz Roja, un abnegado padre de familia, un lector asiduo. Porque la monja, además de rezar, puede hacer un excelente trabajo en el barrio obrero, cuidar a otras monjas ancianas, reunirse cada jueves a dialogar con no creyentes o pintar buenos cuadros en sus ratos libres. Y viceversa: hay manchones, muchas cosas innobles, que no dejarían en buen lugar a los que se creen o nos creemos "normales y ejemplares".
Imaginemos, por un momento, a un sujeto llamado Patrick que es presentado en una 'biblioteca humana' con la etiqueta "alcohólico". Y al día siguiente con la de "científico". Y a la semana, con la etiqueta "activista medioambiental", y más tarde, con la de "refugiado político", 'homosexual', 'católico' o 'africano'. Es la misma persona. El mismo Patrick científico, alcohólico, activista, refugiado, homosexual, católico y africano. Y sin embargo la actitud del 'usuario lector', a la hora de conversar con él, sería muy distinta dependiendo de la 'etiqueta' que cada día cataloga al tal Patrick.
Cada libro, como cada ser humano, tiene una única portada, pero muchos capítulos, muchas páginas , muchas líneas y muchas palabras…Por lo tanto, "No juzgues nunca un libro humano por su portada".
sábado, 18 de enero de 2025
Una copa de agustinismo
En estos tiempos de buenismo reinante, de vivir la vida en clave positiva, de ese pensamiento de "puedes alcanzar todos tus sueños". En esta sociedad que con ahínco intenta construir a todo trance un mundo Disney indoloro, nos vendría muy bien tomar una copa de 'agustinismo'.
La continua negación del mal, probablemente nos mete de hoz y coz en el mal mismo Conocer un poco el corazón humano, con su bondad, pero también con su ira, su lujuria, su codicia y su envidia, nos ayudaría a comprender mejor nuestra naturaleza y la del resto, a no juzgar tan a la ligera y a no escandalizarnos cada mañana al abrir el periódico. Agustín nos recuerda la naturaleza caída del ser humano, y la importancia de la gracia para no terminar en el fango. Y Simone Weil nos dice que la gravedad, esa ley inexorable por la que todos los cuerpos tienden a caer, funciona también con el espíritu y el corazón del ser humano.
En el padrenuestro, repetimos "no nos dejes caer en la tentación". Y es una petición realista, porque el ser humano es capaz de todo todo. Cambian las condiciones, y cualquiera puede matar a un semejante, traicionar a un amigo, robar una cartera o meterse en un prostíbulo. ¡No estamos muy lejos del historial de los encarcelados!
En uno de los diarios, José Jiménez Lozano anotó la siguiente confesión de todo un caballero: "La guerra civil sirvió, sobre todo, para que nos conociésemos todos, porque cada cual se portó como lo que era en realidad y no como lo aparentaba ser, o él mismo creía ser. Lo más terrible es que uno se percata de que tirar a matar o hundir un cuchillo en el vientre de otro hombre puede hacerse con placer. Y que al pensarlo después de la guerra muchos se han suicidado, y los que no nos hemos atrevido, no nos atrevemos a rezar un padrenuestro o mirar a un niño a la cara".
viernes, 17 de enero de 2025
Complicidad en la oración
Durante el último año G estuvo en mi oración cada mañana, en ese camino desde mi casa, en el barrio de San Isidro, hasta la oficina, en el Palacio Butrón. Ayer supe que G había muerto. El cáncer lo había vencido en singular batalla. Tenía cuarenta y nueve años, mujer e hijos, y padres aún vivos. Nunca llegué a conocer personalmente a G. Pero la oración crea complicidades singulares, y una afinidad afectiva difícil de explicar.
Hace unos años L (amiga desde hace décadas) empezó a trabajar en la casa de G. Desde el primer momento se sintió tratada como si fuese un miembro más de de la familia. Y siempre que coincidía con L me hablaba de esa familia, de su trato afectuoso, de la bondad de G y de su mujer M.
Hace poco más de un año el cáncer fue diagnosticado. Y el diagnóstico no puso ser peor. Continuos ingresos en Valladolid y Madrid. Continuas altas. Ni en el hospital ni en casa G se permitió nunca una queja, aceptando con estoicismo y buena cara la merma progresiva de sus capacidades físicas.
Fue una penosa enfermedad. En las últimas semanas los dolores se multiplicaron y la capacidad para respirar disminuyó. Quiso despedirse de todos sus seres queridos antes del final, dándoles las gracias por todo lo que le habían querido, animándoles a continuar con valentía su vida y reconociendo que su existencia había sido breve, pero se sentía un afortunado por los padres y la mujer que la vida había puesto en su camino. Deshecha en lágrimas, L me cuenta estas cosas y me dice que la grandeza de G en su enfermedad y en su despedida ha sido un consuelo para todos lo que le habían amado. Añado: también para los que habían rezado por él.
jueves, 16 de enero de 2025
La caja de Amazon
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se despide de los norteamericanos al acabar su mandato presidencial. Y lo hace con una advertencia: cuidado con los superricos que están entrando directamente a ocupar el poder. Parece una advertencia sensata. Aunque no sé si durante los cuatro años como Presidente, el Sr. Biden ha hecho algo para contrarrestar las inmensas riquezas de los supermillonarios. Se sabe eso sí, si hacemos caso a la organización solidaria Oxfam, que el capital de las cinco personas más ricas del mundo creció en esos mismos años un 114%.
En el mismo día en que Biden hacía su último discurso, Jeff Bezos lanzaba con éxito un cohete espacial. Y probablemente no es sólo una excentricidad. Él está seguro de que, ante un planeta Tierra agotado, hay que buscar nuevos territorios en el espacio para encontrar nuevas materias primas. Las ganancias anuales de Bezos equivalen a la suma de los PIB de Croacia, Macedonia y Camboya juntas. Un español medio que no gastase nada de su salario durante 88 años seguidos habría ahorrado una cantidad inferior a lo que él gana en un minuto. Parecen datos escandalosos. Datos que pueden llenarnos de indignación. Pero sería una rabia injusta porque a la fortuna del señor Bezos, como a la de otros tantos millonarios, colaboramos todos. Y además lo hacemos muy a gusto y muy contentos. Miles de repartidores llevan a tu casa cada día una caja de Amazon con su sonrisa-flecha de oreja a oreja. Es la sonrisa de Bezos por tu lealtad y tu colaboración con su empresa.
lunes, 13 de enero de 2025
El Toisón para una Reina
La noticia de la
reciente concesión del Toisón de Oro a la reina doña Sofía por parte de Felipe
VI, da para más de una reflexión. Hay algunas cosas que llaman la atención: es
la quinta vez en los últimos seis siglos que el Toisón recae en una mujer.
Segundo: es la primera vez que se otorga a una reina consorte. E independientemente
del alto valor simbólico de esta distinción creada en 1429 por el Duque de
Borgoña y que hoy en día representa la más alta condecoración de la Corona de
España, todos entendemos que el collar del toisón premia a una reina, Sofía de
Grecia, que siempre puso por delante la Corona a la mujer y a la esposa. En los
últimos años han corrido ríos de tinta sobre los devaneos amorosos del
rey Juan Carlos y sobre los chantajes de algunas de sus amantes, que le
salieron respondonas y desagradecidas. Impasible a todo esto, como lo ha sido
en las últimas décadas, la Reina ha mantenido la dignidad, su papel regio en
medio de dimes y diretes. Más importante que su felicidad personal o la
tentación de mandar todo a freír espárragos, o de hacerse la víctima, hablar
con la prensa y que la compadeciesen, Sofía de Grecia ha sabido ser la mano que
cuida la cuna. Y en esa cuna estaba el actual rey Felipe VI. Por él y por el
altísimo sentido que tiene de la institución monárquica, la reina Sofía no se
ha movido un milímetro de su papel institucional. Esta dignidad regia
en medio de tantas indignidades plebeyas ha merecido y merece el aprecio y la
estima de tantísimos españoles. El Toisón, en este caso, recae en un noble
pecho.
domingo, 12 de enero de 2025
Esperanza, optimismo, entusiasmo… Adelio Antonelli
“¡Sí!, toda nuestra vida es como una bella fiesta. / Y para todos puede
ser una hermosa aventura / si cada cual sabe ofrecer para todos los demás / lo mejor que hay en él con sonrisa y
esperanza.”
Estos versos
de una de las muchas canciones que compuso, y que nosotros, alumnos del Colegio
San José, tarareamos en más de una fiesta, bien podría ser el resumen del
carácter y de la espiritualidad del P. Adelio Antonelli que falleció el pasado 7
de enero de 2025, en la ciudad italiana de Bari.
Hay personas cuya
desaparición provoca una inevitable tristeza, pero también el sentimiento de
una inmensa gratitud por haberte cruzado con ellas y haber salido mejorado del
encuentro. Para mí, P. Adelio Antonelli fue un educador
confiable, un maestro seguro. Y más tarde, y para siempre, un amigo. Esta es mi evocación,
tan personal como subjetiva.
¡La vida es bella!
Teníamos 17 ó
18 años. Acabamos de descubrir a Sartre, Camus y Beauvoir. Leíamos fragmentos
de sus ensayos y novelas. Y como además éramos pretenciosos y petulantes,
creíamos que poner cara de existencialistas era lo que tocaba, como fumar,
dejarse barba y pelo largo, llevar un jersey de cuello vuelto y pantalones de
campana, o escuchar a Pink Floyd. Cursábamos COU. La vida era una pasión
inútil. Nada tenía sentido. Nada a nuestras espaldas; nada en el horizonte. El
infierno eran los otros. Tinín, compañero y brillante poeta, escribía versos
fatalistas que nos enardecían, y que incluso a la profesora progre del
Instituto le parecían excesivos: “Oh, bel
pessimiste”. Y entonces un día nos
armamos de esnobismo, puro postureo, diríamos hoy, ganas de provocar y de nadar a contracorriente... y armamos una performance en la misma capilla: diapositivas
lánguidas y tristes, música peliculera, diálogos calcados de eslóganes del existencialismo
francés… La vida no tenía sentido. Decir adiós a la existencia era una opción bastante
razonable. Padre Adelio no hizo ningún comentario durante toda la
representación. Y se mostró respetuoso en todo momento con nuestra perorata
fatalista y suicida. No entró al trapo ni se rasgó las vestiduras. Quizás pensó
que era una pose. Tal vez creyó que la juventud tiene sus crisis y que deben
ser respetadas.
La respuesta
llegó en la homilía del domingo siguiente: “La
vida es bella. La vida tiene un sentido, el que tú quieras darle. Solamente
cuando nos proponemos ayudar, compartir los talentos, ponernos al servicio del
otro, caemos en la cuenta de que podemos hacer felices a los demás y, de paso, alcanzar
también nosotros la felicidad. El paraíso son los otros (lo escribió Gabriel
Marcel)”. Y llevando la contraria a
Sandro Giacobbe, que por entonces triunfaba en la música, nos dijo: “vosotros repetís mucho un verso de la
canción El jardín prohibido: “La vida es así; no la he inventado yo”, pero yo
os digo que a cada momento inventáis la vida, y que la vida será lo que
vosotros queráis que sea. Vuestra es la responsabilidad de ser buenas personas,
lo que os hará sentir felices y contentos, o ser unos egoístas, y, por lo tanto,
sentiros desdichados y tristes”. Fin de la homilía. Era la primavera de 1977. El lugar, la
capilla del Hogar Beato Luis Guanella, en la calle Esperanto, 5, de Palencia.
Probablemente, la homilía no la entendimos del todo en ese momento. Fue un
sermón para comprender mucho más tarde. Los padres y los maestros dan consejos
para el futuro, cuando nos tocará caminar sin las muletas de esos padres y
maestros. El poeta José Agustín Goytisolo había escrito –y Paco Ibáñez
cantado-: “La vida es bella, ya verás, porque
a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos”.
Adelio nos dijo algo más: “la vida será
bella si haces amigos, si das amor, si haces amigos”.
Optimismo, entusiasmo, esperanza…
Adelio
Antonelli fue un hombre inasequible al desaliento. El optimismo le acompañó
como una segunda piel, inseparable de su forma de vivir y de ver la vida, de
ejercer el sacerdocio. La vida como una bella fiesta, como una hermosa
aventura, a condición de ofrecer a los demás lo mejor de nosotros, con una
sonrisa y un poco de esperanza. ¿Se puede decir más?
Siempre le
recuerdo lleno de entusiasmo. El origen de la palabra griega entusiasmo es
hermoso. Un vocablo compuesto de dos raíces “en, dentro” y “theós, dios”. ‘Una
chispa divina en el interior”. Lo divino penetra al ser humano y le hace entusiasta,
a pesar de los dolores y las penas, los problemas y las adversidades. Tenía el
optimismo en su ADN. Y cuando pasábamos por su despacho a charlar un rato, a que él orientara nuestro espíritu, qué dirección debíamos dar a nuestra
vida, acudíamos con una sombra de temor, pensando que nos recordaría las
distracciones en la capilla, la gandulería en el estudio, las riñas con los
compañeros, los pensamientos y actos turbios. Y sin embargo, desde el otro lado de la
mesa, P. Adelio nos insuflaba ilusión y
energía, sabía ver lo mejor de cada uno, encontrar una chispa de bondad, de
generosidad en cada niño, en cada adolescente: “Eres un buen chico, tú puedes, tú vales. Verás cómo lo consigues.
Ten un poco de paciencia. Pídeselo a Dios”. Así que salíamos del despacho
pensando que éramos uno chicos pero que bien majos, que por delante teníamos una vida
entera para ser buenas personas, que los rasgos bruscos de nuestro carácter se
irían dulcificando. Salíamos consolados, llenos de aliento, … y con algún
caramelo de menta o limón en la mano
Solamente le
vimos llorar desconsolado en una ocasión: la tarde del 9 de octubre de 1971,
cuando reunió a toda la muchachada en la capilla del Colegio San José para
comunicar que el hermano Juan Vaccari acababa de morir en un accidente de
carretera. El amigo lloraba al amigo que acababa de perder. Y nos parecía que
sus lágrimas eran lógicas y normales. También nosotros estábamos llorando. Y
también, en otro momento, le vimos
apesadumbrado y roto, como una rama desgajada por el viento, como soportando un
peso más fuerte que él mismo: un alumno de 14 años, Mariano Fuente, acababa de
ahogarse en el pantano durante un campamento, a pocos metros de donde él estaba
y sin que nada pudiera hacer por salvarle la vida.
Con la música a todas partes
“La música –está escrito con hilos de
seda y oro en el tapiz de Castrojeriz- calma
a los hombres, amansa a las fieras, aplaca a los dioses” (Mitigat homines.
Temperat feras. Deos placat). Lo sabía bien Adelio. La música
espanta los pesares, y también nos torna más delicados y pacíficos. “El
órgano en la misa; el acordeón en la mesa”. La primera imagen que nos ha venido
a muchos nada más conocer su fallecimiento ha sido la de un Adelio Antonelli
(bajo de estatura física, alto de estatura moral), sonriente y feliz con el acordeón sobre su
pecho, y los dedos ágiles en teclado y botones.
En la capilla
colegial era el encargado de tocar el órgano, de enseñar las nuevas canciones
de misa, y de dirigir el coro de los niños. Y en cualquier celebración, velada
o fiesta ahí estaba él con su acordeón. Era suficiente que alguien tararease
tres notas, para que él pudiera acompañar con el acordeón. La música estaba en
su oído y en sus dedos. Cuántas canciones españolas nos enseñó en la capilla y
en el salón de actos del colegio, pero también en los campamentos de la montaña
palentina o de la costa cántabra. Podía empezar con Eres alta y delgada,
continuar con la jota Por el Puente de
Aranda, Asturias, patria querida, Desde Santurce a Bilbao, El vino que tiene Asunción,
A mí me gusta el pimpiri-pimpimpín.., para terminar con el inevitable Viva
España. Y por supuesto, en seguida nos enseñó canciones en italiano. La primera
de todas O bella ciao, pero también La
domenica andando alla messa, Caro Gesú bambino o tu Scendi dalle stelle, y
algunas más. A él le teníamos que dirigir las peticiones de discos nuevos para
la discoteca (algo muy novedoso en un internado de frailes). Todo hay que decir
que nuestras peticiones no eran Bach ni Beethoven ni Mozart, pero sí Goodbye, goodbye, Esa niña que me mira, La
fiesta de Blas, Eres tú. El Casatschok, Eva María, Cuando salga la luna, Black
is black, Let it be. Él, por su cuenta, completaba la discoteca con vinilos
de cantautores comprometidos, como se decía entonces. Y todos contentos.
Educar desde el corazón
Había nacido un 3 de diciembre de 1939 en Villa San Sebastiano, una pedanía de Tagliacozzo, a unos 100 kilómetros de Roma. Y siendo aún un niño -tenía 13 años- ingresó en el seminario de los padres guanelianos. En 1968, recién ordenado sacerdote, llegó al Colegio San José, de Aguilar de Campoo. Y se hizo cargo de la dirección espiritual de los alumnos, así como de las clases de religión y de música. Fue también padre maestro de los primeros novicios españoles. Después pasaría como educador a la casa Hogar Beato Luis Guanella, de Palencia. Años más tarde, regresaría a Aguilar de Campoo donde se haría cargo de la dirección del Colegio San José, renovando el estilo pedagógico y manteniendo una relación más fluida con los padres de los alumnos, como solían recordar con frecuencia los profesores Moisés, Mariano y Javier. Aún permaneció varios años en España, antes de cruzar el Charco y empezar su etapa misionera en Argentina y Paraguay. Volvió a Italia, concretamente a la ciudad de Bari, donde fue responsable de una residencia de ancianos. Sus últimos años los pasó en Roma, echando una mano y animando el centro para personas con discapacidad y el asilo de ancianos, ayudando en la pastoral y acompañando a los buonifigli cuando en verano iban de vacaciones al mar. Y hasta el último momento, supo ser una presencia cercana para los numerosos trabajadores y voluntarios de estas casas romanas de Via Aurelia Antica, con algo muy sencillo, como recordaba José Ángel Villegas: les entregaba un papelito con una frase, un dibujito, un verso. Una siembra callada y perseverante. Probablemente, algún día sepamos los frutos que esta sementera tan delicada ha dado en medio de los trabajadores que cuidan a ancianos y buonifigli. Y por supuesto, de vez en cuando, les organizaba alguna pequeña fiesta: él mismo preparaba para todos la sangría española o ejercía de experto 'cortador' de jamón, para concluir con canciones populares que acompañaba con su acordeón.
En su época
aguilarense, fue uno de los impulsores de las famosas Semanas de la Juventud.
Una reunión que aglutinaba a los diferentes colegios: mesas redondas,
conferencias, marchas senderistas, debates, cine de autor y músicos. Logró
traer a Agua Viva y a Ricardo Cantalapiedra, por entonces cantautores bastantes
conocidos, para animar con cantos de utopía y crítica social a una juventud que
empezaba a despertar de una larga siesta (eran los primeros años de los
setenta). Formando equipo con los párrocos de Aguilar, se unió con entusiasmo a
la ‘Operación ladrillo’ que tenía
como objetivo construir modestas casas para unas familias gitanas que vivían aún
en chabolas en la subida al pantano de Aguilar.
Años después,
ya como director del Colegio San José, incrementó la colaboración con la
parroquia, los colegios y el ayuntamiento de Aguilar. Abrió de par en par el
colegio para que las distintas agrupaciones musicales que participaban en la
Semana del Románico pudieran alojarse en los dormitorios vacíos de estudiantes durante
el mes de agosto.
Cuando ni en
colegios públicos ni en privados se hablaba, ni por asomo, de educación sexual
en la adolescencia, él nos impartía una asignatura llamada “Educación para el
amor”, donde se hablaba de la sexualidad, con respeto, seriedad, pero sin tapujos
ni hipócritas pudores.
Le recuerdo en
mil cosas: sacando adelante un cancionero en hojas ciclostiladas, una imprenta
primitiva con la que había que pelearse con la tinta y los clichés. Y aunque le
gustaba el estudio (hizo una licenciatura en psicología por la Universidad Sacro
Cuore de Milán y un curso sobre juventud y adicciones en España) no le
importaba ponerse el mono, mancharse las manos y ejercer de ‘manitas’. Se
empeñó en cambiar las viejas ventanas de hierro de la zona norte del colegio,
oxidadas y que cerraban mal, por ventanas de madera. Y se empeñó en decapar las
puertas grises del colegio y sacarles la madera original de pino. Cada otoño
cogía el coche y hacía una escapada con amigos a pueblos burgaleses para coger
setas y luego preparar conservas. No paraba de invitar a familiares, amigos,
curas y religiosos, e incluso conocidos a tomar un buen café y un buen gelato italiano, o un plato de pasta en
el Colegio, y después sentarse sin prisas a conversar y arreglar el mundo. A
veces para desesperación de las cocineras por este continuo ir y venir de
invitados. Y era el primero que se apuntaba al equipo de fútbol que enfrentaba
a curas y alumnos, un clásico partido sobre el campo de tierra.
El don de la amistad
Adelio fue un cura
increíblemente sociable, con una gran capacidad para entablar relaciones, crear
lazos, fortalecer vínculos y cuidar a las
personas, con gestos y detalles. En España ha dejado una estela
de alumnos apenados y, al mismo tiempo, agradecidos, pero también familias enteras de pueblos y ciudades, profesores del internado, amigos en Aguilar y
Palencia, hermanas guanelianas para las que fue compañía y guía espiritual. Fue
una ayuda inestimable en la larga y penosa enfermedad de sor Carmen Rodríguez,
acompañando con delicadeza y ternura a la enferma y a su doliente familia. Volvía
encantado una y otra vez a España, con la excusa de cualquier celebración,
aniversario, un acontecimiento gozoso, como una boda, o doloroso, como un
entierro. En España, dejó parte de su juventud, los mejores años de su vida.
Era el más
italiano de los educadores italianos. Y constantemente le gustaba hablar de
su tierra italiana, de costumbres, de paisajes, y de cantos. Y sin embargo,
cuando volvió a Italia, fue el más español de los italianos, recordando a todos
sus años juveniles en España, las comidas, los lugares, las canciones.
La amistad la
cultivó sobre todo con su sonrisa, haciéndote sentir cómodo, no sacando nunca
un tema que pudiera incomodarte o herirte. La sonrisa fue un arma en su
carácter. En los últimos años, sirviéndose de las tecnologías, enviaba un whatsapp
de buenos días, una foto de una fiesta a la que había acudido o de una misa que
había celebrado, e incluso un audio cantando una estrofa de alguna conocida
canción de los tiempos pretéritos. Era su forma de hacerse sentir cercano, de recordarte que estabas aún en su cabeza y en su corazón.
La curiosidad
por lo que acontecía a su alrededor no le abandonó nunca, lo mismo que el
asombro ante lo que sucedía en la Iglesia o en el mundo. En la escritura
encontró, en sus últimos años, un refugio de creatividad. Poemas sencillos, versos
como un relámpago, haikus delicados,
destellos de luz, rachas de viento. Cualquier cosa ordinaria era motivo para
tejer palabras y construir versos. Profundidad del místico. Belleza del
artista. Muchas mañanas o muchas noches, sus amigos se despertaban o se
acostaban con un sencillo poema recién escrito. Se atrevió incluso con la
escritura en español. Y cuando comprobaba que no había cometido ningún error
ortográfico o gramatical en una lengua que no era la suya, se sentía feliz como un niño. En
2019, publicó un libro con una selección de sus mejores poemas, con el título “Gocce di rugiada su un mare di sabbia”
(Gotas de rocío sobre un mar de arena). Sólo transcribiré un breve poema
titulado ‘Felicità’
Alba radiante,
/ ocaso de colores. / Belleza, / sinfonía de vida, / corazones amantes, /
amigos en fiesta. / Dios en el hombre, / el hombre el Dios: / artesanos, /poetas.
/ Amarse amando; / luz sin fin. / Latido del corazón, / eterno.
En su
existencia de 85 años fue fiel a la congregación de los guanelianos, donde
había entrado siendo un niño. Un sacerdote feliz de serlo y de testimoniarlo.
Fue leal a los muchos amigos conocidos a lo largo de décadas en
diversos países. Fue fiel a la música que le daba la vida y la alegría. Y fue
fiel –fidelísimo- a su carácter entusiasta, optimista y esperanzado. Virtudes
cristianas. Virtudes humanas. Al final quedan la fe, la esperanza, el amor. La
más importante es el amor, como recordaba a tiempo y a destiempo Pablo de
Tarso. Probablemente, Adelio Antonelli hubiera puesto la esperanza al mismo
nivel que el amor. Porque sin esperanza el ser humano ya no es humano. Ya no es nada. Mota de polvo. Brizna de hierba seca. No creo equivocarme si digo que la esperanza únicamente le
abandonó cuando su corazón dejó de latir, y sus pulmones, de respirar.
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Ejerciendo de cortador de jamón. Roma |
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