La noticia de la
reciente concesión del Toisón de Oro a la reina doña Sofía por parte de Felipe
VI, da para más de una reflexión. Hay algunas cosas que llaman la atención: es
la quinta vez en los últimos seis siglos que el Toisón recae en una mujer.
Segundo: es la primera vez que se otorga a una reina consorte. E independientemente
del alto valor simbólico de esta distinción creada en 1429 por el Duque de
Borgoña y que hoy en día representa la más alta condecoración de la Corona de
España, todos entendemos que el collar del toisón premia a una reina, Sofía de
Grecia, que siempre puso por delante la Corona a la mujer y a la esposa. En los
últimos años meses han corrido ríos de tinta sobre los devaneos amorosos del
rey Juan Carlos y sobre los chantajes de algunas de sus amantes, que le
salieron respondonas y poco agradecidas. Impasible a todo esto, como lo ha sido
en las últimas décadas, la Reina ha mantenido la dignidad, el papel regio en
medio de dimes y diretes. Más importante que su felicidad personal o la
tentación de mandar todo a freír espárragos, o de hacerse la víctima, hablar
con la prensa y que la compadeciesen, Sofía de Grecia ha sabido ser la mano que
cuida la cuna. Y en esa cuna estaba el actual rey Felipe VI. Por él y por el
altísimo sentido que tiene de la institución monárquica, la reina Sofía no se
ha movido un milímetro de su papel institucional. Esta dignidad regia
en medio de tantas indignidades plebeyas ha merecido y merece el aprecio y la
estima de tantísimos españoles. El Toisón, en este caso, recae en un noble
pecho.
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