En estos tiempos de buenismo reinante, de vivir la vida en clave positiva, de ese pensamiento de "puedes alcanzar todos tus sueños". En esta sociedad que con ahínco intenta construir a todo trance un mundo Disney indoloro, nos vendría muy bien tomar una copa de 'agustinismo'.
La continua negación del mal, probablemente nos mete de hoz y coz en el mal mismo Conocer un poco el corazón humano, con su bondad, pero también con su ira, su lujuria, su codicia y su envidia, nos ayudaría a comprender mejor nuestra naturaleza y la del resto, a no juzgar tan a la ligera y a no escandalizarnos cada mañana al abrir el periódico. Agustín nos recuerda la naturaleza caída del ser humano, y la importancia de la gracia para no terminar en el fango. Y Simone Weil nos dice que la gravedad, esa ley inexorable por la que todos los cuerpos tienden a caer, funciona también con el espíritu y el corazón del ser humano.
En el padrenuestro, repetimos "no nos dejes caer en la tentación". Y es una petición realista, porque el ser humano es capaz de todo todo. Cambian las condiciones, y cualquiera puede matar a un semejante, traicionar a un amigo, robar una cartera o meterse en un prostíbulo. No estamos muy lejos del historial de los encarcelados.
En uno de los diarios, José Jiménez Lozano anotó la siguiente confesión de todo un caballero: "La guerra civil sirvió, sobre todo, para que nos conociésemos todos, porque cada cual se portó como lo que era en realidad y no como lo aparentaba ser, o él mismo creía ser. Lo más terrible es que uno se percata de que tirar a matar o hundir un cuchillo en el vientre de otro hombre puede hacerse con placer. Y que al pensarlo después de la guerra muchos se han suicidado, y los que no nos hemos atrevido, no nos atrevemos a rezar un padrenuestro o mirar a un niño a la cara".
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