Llueve casi a diario desde hace un par de meses, aunque es una lluvia
lenta, que no causa estropicios y desastres, muy al contrario de lo que está
pasando en otras regiones de España. En días de lluvia persistente, la línea del
cerro san Cristóbal se borra y se funde con el horizonte, formando un cuadro
abstracto de todas las tonalidades del gris. Por aquello de la memoria involuntaria, que diría Marcel
Proust, me he acordado de la novela de Camilo José Cela ‘Mazurca para dos
muertos’, en la cual la lluvia es una de las protagonistas. Llueve y llueve en
esa novela, y a medida que pasan las hojas, las gotas de lluvia entran en los
ojos y en el alma del lector, creando una atmósfera de humedad invasiva,
inverniza, monótona y gris. Y probablemente nunca un escritor ha sabido
reflejar mejor esa cadencia lenta, insistente, contumaz del orvallo galaico.
"Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita
paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que
el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte
lleva ya mucho tiempo borrada. Llueve con tanta monotonía como aplicación desde
el día de San Ramón Nonato, a lo mejor desde antes aun, y hoy es San Macario,
que trae suerte a los naipes y a las papeletas de la rifa. Orvalla despacio y
sin parar desde hace más de nueve meses sobre la yerba del campo y los
cristales de mi ventana, orvalla pero no hace frío, quiero decir mucho frío”.
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