El pintor filipino Joey Velasco murió a tan solo 43 años de edad, después de una larga enfermedad renal. En 2005 pintó su obra más famosa Hapag ng Pag-asa, la mesa de la esperanza, una interpretación muy personal de la Última Cena, para la cual eligió como apóstoles a los niños de calle de Manila. La enfermedad, se ha escrito, fue su maestra, y su fe le hizo mover los pinceles y mezclar los óleos. Y aunque nunca había asistido a una academia de pintura, hoy es un artista reconocido. Dejó apenas 30 obras, entre ellas Jesús es consolado en la Calle de la Amargura. No es la Virgen María, ni el Cireneo, ni las piadosas mujeres de Jerusalén las que confortan a un Jesús atribulado en una de sus caídas. Tres niños con discapacidad intelectual bien visible -buonifigli en el argot guaneliano- le rodean, le consuelan, le dan ánimos, para seguir adelante, para recorrer los últimos metros antes de alcanzar el Gólgota. Los tres niños lo abrazan y sostienen su cabeza a puntos de desplomarse, pero no miran directamente a Jesús. Los tres buonifigli miran, incrédulos, a la masa que grita enloquecida, a los sayones que insultan, a los soldados que amenazan. Sus ojos no dan crédito a tanta rabia y a tanta crueldad. Los inocentes, ya se saben, nunca comprenden del todo lo que pasa, porque el odio y sus mil expresiones superan sus entendederas. Atónitos, desangelados contemplan la ira que crece por momentos. Mientras un globo, expresión de alegría infantil, está ahí, inútil en una calle, donde ha desaparecido la sonrisa y sólo queda la mueca caricaturesca de una carcajada humillante.
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