domingo, 9 de noviembre de 2025

Nada, de Carmen Laforet

 


'Nada' es una palabra que se repite a menudo en la novela Nada, de Carmen Laforet. Una relectura me ha llevado a esta novela. En 1944, una mujer, en la primera convocatoria del Premio Nadal, sólo cinco años después del final de la Guerra Civil, se alza con el premio.

Carmen Laforet era una jovencísima, de 23 años. No sé si es una bendición o una maldición escribir a los 23 años una obra considerada maestra. Cuesta creer que a esa edad se tenga ese dominio de la escritura, esa imaginación y, sobre todo, ese conocimiento del alma humana y sus mil contradicciones.

            Carmen Laforet (Barcelona, 1921 – Majadahonda, 2004) procedía de una familia de clase alta y cultivada. Tal vez el premio y la repercusión en la literatura española fue una losa demasiado pesada sobre sus hombros. Y aunque todavía escribió y publicó otras obras, ninguna alcanzó la calidad de esa novela escrita a tan sólo 23 años. Nada es la fotografía certera, en blanco y negro, de una época: la posguerra española. El frío, el hambre, la violencia, la marginación o el apartamiento de los que lucharon en el bando perdedor, la lucha por salir adelante, en medio de la penuria y la escasez, las ansias de dotar a la existencia de una normalidad inexistente. Una novela que se ha clasificado de existencialista, nihilista, pesimista e iniciática.

            Andrea, una joven huérfana de 18 años, llega desde su ámbito rural con toda la ilusión del mundo a una Barcelona que para ella es la viva imagen de la libertad y de las oportunidades, con el propósito de estudiar Letras en la Universidad. En Barcelona, se aloja en la calle Aribau, una calle principal y céntrica, con su familia paterna. Una familia venida a menos, que se ha visto obligada a dividir su amplio piso, para vender una parte. Un piso destartalado, donde los muebles se amontonan por doquier, en un desorden y un caos, imagen del caos que viven sus habitantes. En eses piso, Andrea encontrará no sólo pobreza, sino también miseria moral, delirio, perturbación y un ambiente siniestro, casi aterrador. Y la joven que venía con toda la ilusión del mundo encuentra la nada, el vacío, el silencio, el frío y el hambre. Convive con su abuela, dos tíos, una tía, la criada, y la mujer de uno de sus tíos. Y esta familia representa, como una espléndida metáfora, los odios y reconcomios, las mezquindades, los gritos, la violencia, los golpes, los negocios sucios, la delación, la hipocresía religiosa, las existencias turbias de esa posguerra en que las armas habían callado, pero no así el odio, el resquemor y la frustración entre los hermanos. Solo la abuela parece mantener en sí misma un rescoldo de piedad y comprensión, “aunque no ha salido nunca de casa, entiende todas las locuras y las perdona”. Bastan pocos días, para que Andrea perciba que nada es como ella había imaginado y soñado: “¡Cuántos días sin importancia! Los días sin importancia que habían transcurrido desde mi llegada me pesaban encima, cuando arrastraba los pies al volver de la universidad. Me pesaban como una cuadrada piedra gris en el cerebro”.

Al leer Nada, se tiene la sensación de que a todos los personajes la guerra los ha enloquecido y los ha desquiciado. Las condiciones oprimentes han sacado lo peor de sus almas, vapuleadas por la violencia y las privaciones. La guerra apenas se menciona, pero sí sus heridas, sus cicatrices, sus rasguños, su hastío y su odio. Para Román, tío de Andrea, su máxima diversión es hacer enloquecer a su propio hermano, Juan: “Tú no sabes hasta qué punto Juan me pertenece, hasta qué punto se arrastra tras de mí, hasta qué punto le maltrato. Y no quiero hacerle feliz. Y le dejo, así, que se hunda solo”.

            Andrea sólo encuentra un poco de afecto en una compañera de la Universidad, Ena, que pertenece a una familia próspera, feliz, cultivada, que vive sin preocupaciones en medio de una existencia cosmopolita. Aunque todas las impresiones necesitan una matización. Y la familia de Ena guarda viejos lazos con la familia de la propia Andrea. En una larga conversación, la madre de Ena confesará a Andrea: “Ahora viendo las cosas a distancia, me pregunto cómo se puede alcanzar tal capacidad de humillación, cómo podemos enfermas así, cómo en los sentidos humanos cabe una tan gran cantidad de placer en el dolor”.

            Carmen Laforet volcó en esas páginas mucho de su autobiografía. Nada, sin duda, es una novela escrita en estado de gracia. Y tal vez sólo ese estado de gracia le permitió a Carmen Laforet describir maravillosamente bien el ambiente asfixiante y el instinto fratricida de los que habitan el piso de la calle Aribau. Conocemos la nada en la que ha vivido Andrea, la protagonista. Y sin embargo, justo en las últimas líneas del libro, se abre un resquicio de luz en el paredón compacto de esa nada. Andrea recibe una carta de su amiga Ena, que es una oportunidad para abandonar la calle Aribau, la mezquindad familiar, la ciudad decepcionante: “Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la calle Aribau no me llevaba nada. Al menos eso creía entonces”.









A destacar

Nada, de Carmen Laforet

  'Nada' es una palabra que se repite a menudo en la novela Nada , de Carmen Laforet . Una relectura me ha llevado a esta novela. En...

Lo más visto: