Gracias, Vicente, por muchas cosas.
La primera de ellas por aguantar con estoicismo y benevolencia las gansadas de
los regalos, bienhumorados y socarrones, que hoy mismo has recibido. Dicen que las
personas que nos caen bien las vemos más guapas de lo que son y más esbeltas.
Este es el motivo por el que el regalo ‘serio’ de esta tarde sea un surtido de
alimentos. Ya dice el Quijote que “sin el buen gobierno de las tripas, no se
pueden gobernar los estados”.
Algunos de los que estamos aquí
recordamos perfectamente el momento en que llegaste a la OTT. Pillaste en
seguida todos los temas, y denodadamente te pusiste a trabajar para sacar
adelante expedientes recientes y algunos viejunos que dormían empolvados.
Supimos muy pronto que eras un buen tipo, sanote, un trabajador concienzudo, muy
avispado en informática. Solamente veíamos un defecto en ti: no salías a
desayunar. Rechazabas nuestro ofrecimiento de cafetear con un “es que tengo
mucho que hacer; salid vosotros”. Llegamos a pensar que no te gustaba la
vida social o no te gustaba el café, o estabas pasando un periodo de
desintoxicación por adicción a la cafeína. En fin, no hacíamos vida de ti.
Luego, un buen día, te uniste al
grupo, al café de los viernes en Reyes Católicos o en otros chiringuitos. En
ese momento ya fuiste el compañero ‘10’.
Los que estamos aquí sabemos por
experiencia que lo que hace que un trabajo sea bueno o sea malo depende en gran
parte de la calidad humana de los compañeros. Los expedientes se acaban por
aprender o resolver. Pero las relaciones personales a veces son un quebradero
de cabeza. El hecho de ir a gusto al trabajo, de mostrarse espontáneo y
natural, de compartir sabores y sinsabores de la vida, depende de los oídos y
de los ojos que encuentras en tus compañeros.
La buena sintonía de la OTT, esa
camaradería cálida y confiada, te debe mucho, querido Vicente. Gracias por
tanta ayuda. Por no importarte que te pasásemos el teléfono ante preguntas
complicadas de subcontratación, aperturas, amiantos, sanciones o ertes. Gracias
porque no te importaba remangarte y hacer expedientes propios de “auxiliares”,
por dejarnos las cosas bien mascadas cuando te ibas de vacaciones, por defender
a tu equipo de trabajo, con sinceridad y valentía delante de los jefes.
Cuando llegan los momentos duros es
cuando de verdad se nota la cohesión de un equipo de trabajo. Llegó el Covid
(marzo de 2020). Y todo nuestro sistema de trabajo rutinario se rompió en mil
pedazos. No dijeron de nosotros que éramos trabajadores ‘esenciales’, pero
actuamos como tales porque sabíamos que el retraso en el expediente de un ERTE
significaba el retraso en el pago a una familia que lo necesitaba. Fue un
momento duro, en el que trabajamos codo con codo, ayudando los más espabilados
a los menos en esa nueva modalidad ‘sin papel y cartapacios’, con horarios bien
largos, manejando 20 compañeros un mismo Excel, con sus bloqueos y sus paradas.
En ese momento, sentimos más que nunca tu presencia discreta pero eficaz. A
cualquier hora del día o de la noche, estabas ahí frente al ordenador,
resolviendo una duda, enviando un correo, corrigiendo un error o una
duplicación. En aquel momento los de la OTT supimos que teníamos que ser
servidores públicos, con humildad y con esfuerzo.
Gracias, Vicente, por tantas cosas,
por tu buen carácter, por tu bonhomía, tu simpatía de Papá Noel, tu sentido del
humor, que lo mismo te llevaba a ponerte una peluca rubia en una fiesta
‘otetera’ o una camisa africana delante del nacimiento étnico. Gracias por tu
risa franca, por tu carcajada ante un chiste verde o una ‘maldad’, por tu
sensatez en las conversaciones serias, por tu generosidad.
Pilar, Juanma, Noelia, Elena
pucelana, Elena mirobrigense, Santi, Iván, María José, Sara, María, Susana y yo
mismo nos quedaremos con muchas cosas de ti, con muchos recuerdos, muchas
fiestas de Navidad, muchos cafés de viernes, muchas risas al empezar el día en
el despacho, muchas cervezas, e incluso alguna caminata compartida a Renedo.
Estamos orgullosos de ti y estoy
seguro que tú lo estás también de nosotros. Te deseamos de corazón que sigas viajando,
viendo crecer a tu hija, María, compartiendo muchos momentos con tu familia,
especialmente con Chari, acercándote los viernes a la Molienda, disfrutando de
los buenos conciertos por Valladolid, de los libros, de las viandas de la buena
mesa.
Después de millones de ERES, después
de miles de aperturas de trabajo por todo Valladolid, después de miles de
libros de subcontratación, de muchas estadísticas de trabajadores extranjeros
que trabajaban en Valladolid, de muchísimos expedientes sancionadores, de los
cientos de amiantos, de los cientos de permisos para niños artistas… y de un
larguísimo etcétera… Después de tantas idas y venidas a la Calle Santuario, nº
6, de Valladolid, queda la amistad. Y ya se sabe que "la amistad es otro de los
nombres del amor".
Por todo ello, amigos, os invito a
brindar por Vicente, para que tenga una jubilosa jubilación, llena de salud e
infinitos amigos.
OTT, Valladolid, 28 de noviembre de 20024