viernes, 31 de octubre de 2025

¿Es Halloween una exaltación de lo oscuro?

       


      Probablemente nunca sabremos quién mueve los hilos de este mundo para que toda una sociedad, ¿idiotizada o simplemente juerguista?, celebre Halloween, una noche de horror y mal gusto, con disfraces       y maquillajes que nos hablan de brujas, muertos, sangre, esqueletos, calaveras, sangre y cuchillos. Y encima que lo hagan en contraposición, casi en desafío, a la Fiesta de todos los Santos, que es la celebración de la dignidad humana.

La Iglesia celebra el 1 de noviembre la Fiesta de Todos los Santos, es decir la celebración de aquellas personas que, por su bondad y su altruismo, han mejorado la vida de los demás, les han facilitado la existencia y les han socorrido en sus necesidades. La Iglesia tiene muchos santos declarados como tales, mediante un largo proceso de beatificación y canonización, y una declaración de santidad por parte del Papa. A estos santos les son asignados un día en el calendario para la celebración litúrgica de su fiesta. Quién más o quién menos sabe que San Martín es el 11 de noviembre; San Ignacio de Loyola, 3l  de agosto; San Roque,  16 de agosto; San Sebastián, 20 de enero, Teresa de Jesús, el 15 de octubre, Santa Águeda, el 4 de febrero; San Francisco de Asís, el 4 de octubre.

            Pero hay personas buenas, valientes, ejemplares, mártires, que nunca han recibido una declaración oficial de santidad, pero que fueron capaces de dejar una huella en este mundo, un agradable perfume de bondad y un recuerdo luminoso en tantos corazones. A todas estas mujeres y hombres bondadosos se les dedica el 1 de noviembre. Lucharon por la justicia, la paz, la dignidad, el pan en cada mesa, las letras en cada cabeza, de los que vivían alrededor o se entregaron sin reservas a sus seres queridos. Somos el resultado de estos hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros y que nos dejaron un hogar menos amargo, una comunidad menos áspera. Por ello, el primero de noviembre, los cristianos se acercan a los cementerios para depositar flores y un padrenuestro sobre las tumbas de familiares y amigos. Una forma de agradecerles su bondad, su cariño.

            Halloween, significa literalmente Víspera de Todos los Santos (en inglés, All Hallows’ Eve). Parece ser que los celtas irlandeses celebraban el 31 de octubre el comienzo del invierno y el final de las cosechas. La oscuridad y la noche suplirían durante seis meses a la luz y al día. Y para expresar esta batalla entre la luz y las tinieblas se celebraban diversas fiestas y ritos en la noche del 31 de octubre. Los celtas solían hacer un pequeño hueco en los nabos para colocar una candela y disminuir así la victoria de la noche. Era la llamada noche de Samhain (final del verano). En el año 835, el Papa Gregorio IV establece que el 1 de noviembre se celebre la festividad de Todos los Santos. En Irlanda, algunos de los rituales de Samhain se fusionaron o pervivieron en la Festividad de Todos los Santos.

 Cuando los irlandeses llegaron en masa a Estados Unidos popularizaron Halloween y sustituyeron los nabos por las calabazas, mientras que los niños solicitaban a los vecinos unos dulces para pasar la noche. Luego el cine de terror, los comerciantes avispados, el carácter gregario y estólido de las masas y el paganismo reinante y deshumanizante han hecho el resto.

            Halloween  se ha convertido en una fiesta muy popular por doquier. Parece algo inofensivo, una carnavalada más de las muchas, un happy-happy, divertido y trivial. Y sin embargo es preocupante esa querencia de lo oscuro, esa glorificación de los macabro, lo sanguinario, lo truculento y lo brujeril. Una exaltación del horror y la fealdad.

Lo más grave de todo esto es ese creciente paganismo que se traduce en una  adoración de la tiniebla, de la sangre y de lo oscuro. En Halloween –y esto hay que recordarlo- todas la sectas satánicas celebran su día, su fiesta y sus rituales de sangre y muerte en bosques o cuevas. Y esto no es algo inocente. En diversas partes del mundo, por estas fechas, hay denuncias de ritos satánicos y de celebraciones de misas negras, donde la sangre, el sexo y los sacrificios de gatos negros u otros animales, así como la ingesta de su corazón y su sangre forman parte de este ritual.

Bien es verdad que los niños y también la mayoría de los adultos no piensan en este lado oscuro y tenebroso cuando celebran Halloween con sus disfraces y sus calabazas. Pero el hecho de que estos juegos inocentes de disfraces de fealdad y mal gusto se inculquen a los pequeños, creo que nos tendría que hacer pensar un poco. Recordemos que hasta el inocente “truco o trato”, traducción del inglés “trick or treat (que podríamos traducir como “me das un dulce o te gasto una broma”, tiene aún un origen más oscuro y perverso: “maldición o sacrificio”. Los espíritus del mal exigían un sacrificio o de lo contrario la maldición caería sobre esa persona o su familia.

            Lo más escandaloso de todo esto, me parece a mí, es que las escuelas, públicas, concertadas y privadas, accedan, y con mucho entusiasmo por parte de profesores, alumnos y padres, a esta celebración de vulgaridad, banalidad, comercio y horror. No se permite celebrar la Navidad o la Semana Santa, pero todos asisten encantados a este día de fiesta en que las aulas se llenan de color negro, disfraces truculentos y  calabazas vacías. ¿Tan vacías como esas cabecitas que deberíamos llenar de belleza, buen gusto y, sobre todo, valores humanos y admiración por la bondad?

            La festividad de Todos los Santos debería ser recuerdo y agradecimiento hacia las vidas de los que nos precedieron en nuestra familia o en nuestra comunidad y, gracias a los cuales, esa misma vida fue o es más dichosa. Las calaveras, los esqueletos, los rostros sanguinolentos, el vampirismo y la mística satánica tal vez no sean una banalidad más. Inconscientemente, asistimos a una exaltación de la muerte, del horror y la fealdad, de la sangre y del terror. Y esto, como poco, debería hacernos reflexionar.  El lado oscuro del ser humano, quizás nunca deba ser exaltado, ni siquiera en broma.







miércoles, 29 de octubre de 2025

Mientras agonizo, de William Faulkner

Dicen que la narrativa del escritor estadounidense William Faulkner (1897-1962) ha tenido una gran influencia en otros escritores. Dicen también que es un novelista difícil. Tal vez por esto último, siempre me ha dado pereza enfrentarme a un libro suyo. Finalmente, un artículo de Rafael Narbona sobre Faulkner, me decidió a leer algo.

He comenzado con su novela Mientras agonizo, sin duda una de los libros más reconocidos de Faulkner, junto con El ruido y la furia. He de admitir que me costó introducirme en los monólogos de los diversos personajes, y en las primeras páginas tuve que volver atrás por si me había perdido algo. Es un libro para leer detenidamente y con atención, porque el autor va dejando por aquí y por allá, indicios y detalles, pinceladas y pistas, que sólo más adelante comprendes. Pero reconozco que la fama de esta novela es merecida. A medida que iba conociendo los diferentes personajes, iban encajando las piezas de este hermoso puzzle, que es Mientras agonizo. Una preciosa novela, a mi entender.

William Faulkner escribió Mientras agonizo en 1930. El título (As I lay lying), según he leído, está sacado de un verso de Macbeth de William Shakespeare. La novela está situada en el condado ficticio de Yoknapatawpha, inspirado en la propia tierra natal del escritor. Una tierra dura que crea seres humanos duros, tercos, implacables, adustos, taciturnos. Una tierra tan dura que enloquece. Faulkner recibió el Premio Nobel en 1949.

El argumento se puede resumir en unas líneas: Addie Brunden, exmaestra de escuela, casada con Anse, madre de cinco hijos, Cash, Darl, Jewel, Dewey Dell y Vardaman, agoniza lentamente, y hace prometer a su marido y a sus hijos que la llevarán  a enterrar con su familia a la ciudad de Jefferson, a 60 km del lugar donde viven y trabajan. Cuando la madre muere, todos se ponen en camino en una vieja carreta, precisamente en unos días con una climatología de perros que les obliga a alargar el trayecto porque algunos puentes son intransitables.

        La novela transcurre en apenas unos diez días, si bien la escritura tiene sus retrocesos y sus avances. Se trata de una novela coral, dividida en 59 monólogos interiores, y contada por 15 narradores diferentes (el padre, la madre difunta, los cinco hijos, pero también el médico, el pastor de la iglesia, los vecinos y algunos más), lo que nos permite ver la historia desde muy diversos puntos de vista.  Poco a poco, como en un rompecabezas, todo va va encontrando su sitio. Los narradores cuentan lo que recuerdan, temen, esperan, aman u odian. Cada narrador nos ofrece su voz y su sensibilidad, para que el lector, con todos los materiales, pueda comprender la vida de estos personajes atrapados en una tierra y en un viaje en las que la pobreza es visible y la miseria moral también. A la madre sólo le corresponde un monólogo interior, justo a la mitad del libro, pero es un monólogo crucial, como la piedra angular de todo el edificio de la historia contada.

            El padre y los hijos con el féretro en la carreta recorren juntos un mismo trayecto, pero no los guía únicamente la promesa hecha a la madre de enterrarla, sino que cada uno de ellos quiere alcanzar la ciudad de Jefferson por sus propios motivos, más o menos mezquinos, que vamos descubriendo poco a poco. El viaje ocupa casi toda la novela. Un viaje febril, terco, delirante, inhumano. El lector siente el olor del cuerpo en descomposición dentro del féretro, la impetuosidad de las aguas al atravesar el puente, el fuego iracundo en el granero, la rabia y el dolor en la visita de Dewel Dey a la rebotica, el sufrimiento de Cash, por su pierna rota, el porvenir oscuro de los hijos de Addie Brunden, lo inhóspito de la tierra y lo inhóspito de la pobreza.

            Es una novela inolvidable, porque inolvidable es Addie Brunden, que arrastra, como una pesada culpa, un secreto inconfesable. Inolvidable es Anse, el viudo, en su mezquindad, en su falta de sentimientos, y en su patético egoísmo. Inolvidable es Cash, el hijo mayor, carpintero, resignado, conformista, que se afana noche y día para ensamblar las tablas del ataúd de su madre. Y Darl, intuitivo, clarividente, con esa clarividencia de los locos, de los que ven más allá, de los que intuyen secretos que nadie ve. Cruza y descruza la locura y será castigado sin piedad por el padre. Y también Jewel, el preferido de la madre, irascible, el enamorado de su caballo, enérgico, y que actuará como un héroe cuando llegue el momento. Y también Dewey Dell, la única chica, inocente, confusa y perdida, cuidadora de la madre, que desea a toda costa llegar la ciudad, esperando encontrar por 10 dólares el remedio para toda su angustia. Y Vardaman, el pequeño, chiflado, no demasiado en sus cabales, que mira la vida como un sueño y que no entiende las relaciones de parentesco.

            La novela es una alegoría de la vida. Nada es lo que parece. Los secretos, los sueños, los deseos, los miedos son mucho más fuertes y pesan más que la dureza cotidiana del campo y sus muchas pobrezas. Addie Brunden recueda que  "la finalidad de la vida no es otra sino la de aprestarse a estar mucho tiempo muerto." Addie agoniza, pero también agonizan los demás miembros de su familia, o al menos sus almas agonizan y sus corazones tan bien. Y sus sentimientos. También ellos se sienten un poco muertos para el placer, la piedad, la alegría o la sensatez.

            La climatología adversa no es más que una metáfora de la existencia adversa de esa familia perdida en medio de campos de algodones. Todos estamos solos y solos nos morimos, porque “para nacer necesitamos dos personas, pero para morir tan solo una”

            Voy a terminar esta reseña citando unas palabras de Cash, probablemente el hijo más abnegado y devoto de su madre, acerca del sentido de la locura y la lucidez:

            “A veces pienso que ninguno de nosotros está loco del todo y que ninguno está cuerdo del todo hasta que la gente se decide a situarnos en uno o en el otro lado. Es como si no contara lo que uno hace sino lo que la mayoría opina de lo que hace”

            ¿Es pesimista la obra de Faulkner? Se podría contestar afirmativamente. Pero, probablemente el escritor norteamericano no hizo más que plasmar unas cuantas vidas muy cerca de donde el vivió. Vidas atrapadas en féretros de cuatro tablas y en un recorrido o viaje donde la desdicha se hace presente, como una segunda piel, que nos hace agonizar durante toda la existencia.

 











lunes, 27 de octubre de 2025

Los recados de la Dana

 


Hace un año España vivió una de sus peores catástrofes naturales. Las lluvias torrenciales se desataron y, en cuestión de pocas horas, el agua arrolló con violenta velocidad todo lo que encontró a su paso. Con el paso de las horas, la tragedia alcanzó cifras escalofriantes: 224 muertos, centenares de heridos, casas y negocios destrozados, coches arruinados, tierras anegadas. Las crónicas de aquellos días nos dejaron nombres de localidades que pertenecen ya a la memoria colectiva, angustiada y desesperanzada, de este país: Paiporta, Catarroja, Algemesí, Torrent, Cheste, Utiel… Sin agua, sin electricidad, sin alimentos, sin casa, sin trabajo… miles de personas sintieron el peso insoportable de la adversidad. Me temo que no hay ni maestros buenos ni lecciones buenas para quien no quiere aprender. Pero la Dana, hace doce meses, nos dejó algunos recados, nos transmitió algunos mensajes.


1.- La irrupción de lo imprevisto.

Nadie nos prepara para las desgracias. Bien cierto es. En nuestras vidas planificadas al milímetro no hay espacio para lo imprevisto. Y menos para que lo imprevisto irrumpa de forma violenta y nos lleve todas nuestras seguridades, todo nuestro confort, todas esas pequeñas e importantes cosas. Sabemos el restaurante en el que comeremos dentro de dos meses, la isla a la que nos marcharemos de vacaciones. La tienda donde compraremos la ropa de invierno, el gimnasio al que nos apuntaremos, cuánto nos quedará de jubilación. Conocemos los muebles que pondremos en la cocina reformada o tenemos en el móvil las entradas del concierto del próximo verano. Todo previsto y planificado. Todo agendado. Sabemos lo que haremos, mañana, el verano siguiente, las navidades próximas, los viajes una vez que nos jubilemos… Tenemos el seguro de la casa, el del coche, el de vacaciones y el del avión. Nada puede salir mal. Nuestra vida está programada, casi casi hasta el día que entremos en la residencia de ancianos. Tal vez pensemos que nuestras vidas son perfectas. Pero no lo son. Nuestras vidas son frágiles. Increíblemente vulnerables. Y mira por dónde una nube puso patas arriba las vidas, nuestras o de nuestros seres queridos, las casas, los coches, las tierras, hasta las fotografías amadas de nuestros abuelos y el recuerdo del viaje de novios. En nuestras vidas diseñadas, en nuestras vidas perfectamente perfectas no hay ni un solo resquicio por donde podamos ver que el ser humano siempre vivirá a la intemperie, aunque se crea a salvo en su búnker de confort y bienestar. Aprender que la fragilidad nos conforma como seres humanos, aceptar que la irrupción de lo imprevisto puede ocurrir en nuestras previsibles vidas, es también una enseñanza.


2.- Políticos a la greña y tareas no hechas

Y mientras el pueblo lloraba sus muertos y sus casas perdidas y sus futuros golpeados de repente, ¿a qué se dedicaron los políticos y los partidos? Básicamente a lo de siempre: a insultarse y a echarse la culpa unos a otros. El indecoroso juego de ganar votos o no perderlos en el río revuelto, nunca mejor dicho, de la catástrofe. Mintieron desde el primer momento los responsables autonómicos, Mazón a la cabeza, en un relato de lo que sucedió en las primeras horas y de porqué fallaron tantas cosas. Se equivocó o mintió la Agencia Estatal de Meteorología. La Confederación Hidrográfica del Júcar pecó por omisión, al no haber llevado a cabo los muchos planes de obras que en su día debieron ejecutarse para minimizar el impacto de una riada. El Gobierno de España hizo dejación de funciones, con Sánchez a la cabeza, diciendo aquella estolidez de “si necesitan algo, que lo pidan”. Una vez más comprobamos que el Gobierno utiliza varas de medir muy diferentes si se trata de autonomías de mi color o de un color distinto. ¿Cómo hubiera actuado el Presidente del Gobierno si la catástrofe hubiese ocurrido en Cataluña? Pero la culpa no sólo fue de los políticos: Los bosques estaban llenos de árboles caídos que arrastrados por la tormenta taponaron los puentes, tal vez porque hay mil impedimentos para cortar un árbol enfermo. Los barrancos estaban llenos de escombros ilegales que las constructoras habían abandonado, para ahorrarse las tasas, y que aumentaron significativamente la capacidad destructora del agua. Los ecologistas con sus continuas trabas a cualquier modificación del ecosistema impidieron varias obras. Los periodistas, no todos, se dedicaron a encender aún más los ánimos, defendiendo a capa y a espada a los amos que cada día les pagan la cuota de su fidelidad perruna. Hay una culpa política y una culpa de una sociedad entera que prefiere que los gobiernos gasten el dinero en festejos populares, bonos de renfe y bus gratis, y subvenciones inservibles. Y también eso es preciso reconocerlo. Luego, cuando llega la riada o el fuego, todos lamentamos no dedicar más recursos a cosas serias y necesarias.


3.- El pueblo salvó al pueblo

Los vecinos de la casa de al lado. Y los vecinos de mil kilómetros más allá no fallaron. El pueblo no falló. Los voluntarios llegaron en oleadas a las estaciones de trenes y autobuses, con su esterilla, su saco de dormir, sus botas y su escoba. No pocos agricultores abandonaron sus cultivos y se presentaron con sus tractores y palas en el lugar de la tragedia. Los restaurantes guisotearon durante semanas en perolas comunales para repartir un plato caliente. De todos los rincones de España llegaron donativos. Muchos empresarios, medianos o fuertes, ayudaron desde el primer momento. Policías, bomberos, cuerpos del ejército estuvieron donde tuvieron que estar, con el pueblo de donde proceden. Con espíritu de sacrificio y oficio, se los vio por todas partes solucionando con eficacia, tantos destrozos. Médicos, psicólogos, cuidadores de ancianos, trabajadores sociales llegaron sin cobrar un duro. Universitarios y asociaciones culturales y deportivas estuvieron en los lugares del fango y del dolor. Las calles y las plazas embarradas se convirtieron en calles y plazas de la solidaridad. La gente abrió sus casas para acoger a los que se habían quedado sin ella. Acercaron mantas, ropa de abrigo o bocadillos a los polideportivos donde muchos encontraron un techo provisional, tanto damnificados como voluntarios.

Hubo también mucha desfachatez y muchas ganas de acaparar protagonismo y votos. Hubo ayuntamientos y diputaciones que solicitaron a los ciudadanos que depositaran alimentos en sus instituciones. ¿Pero en qué cabeza cabe que los ayuntamientos pidan a los ciudadanos kilos de arroz y galletas? ¿Es que una ciudad no tiene doscientos mil euros para donar a otra ciudad hermana? ¿No existen acaso la Cruz Roja, Cáritas o el Banco de Alimentos que son las instituciones expertas en estas tareas, que tienen miles de voluntarios, que saben cómo llegar a los sitios, que tienen entidades abiertas en cualquier punto de España? Hacerse el bueno con el paquete de galletas que una humilde vecina de un barrio llevó hasta el ayuntamiento me parece el colmo de la desfachatez. A veces me sorprende que los ciudadanos sigan fiándose.


4.- Los hábitos embarrados

Los vimos por todas las partes. Desde el obispo, los sacerdotes, los diáconos, las religiosas y religiosos, los catequistas y las sociedades de Iglesia. Salieron al barro de la vida, al fango de la tragedia, desde el primer momento y todavía continúan. Salieron con sus hábitos, sus sotanas, su camisa negra y su alzacuello blanco, sus tocas y sus crucifijos sobre el pecho. Estuvieron donde tenían que estar: quitando el barro de los comercios, de las aceras, de las casas, de las iglesias. Consolando a los inconsolables, repartiendo pan y esperanza, rezando cuando la noche caía en las tiendas de campaña, abrazando otros cuerpos embarrados y otros corazones llenos de desolación. Repartiendo agua y bocadillos, llevando velas para las casas sin luz, limpiando comedores, iglesias y residencias de ancianos. Los cristianos supieron y quisieron estar donde se los necesitaba y donde les urgía el amor de Cristo. Sólo tuvieron que calzarse las botas de agua, a veces ni siquiera eso, porque no había para todos. Dejaron conventos, colegios, monasterios, palacios, oficinas, parroquias, comunidades y ermitas y se arremangaron, sin miedo a que el barro y el fango manchase sus cuidados hábitos.


5.- El examen de Paiporta

Y ya para finalizar, me gustaría hablar de algo que a mí me llamó poderosamente la atención. A los pocos días de la tragedia, los Reyes se presentaron en el epicentro de la tragedia. Hasta entonces el presidente del Gobierno no había hecho acto de presencia, tal vez porque los votos de aquella tierra no le servían para su permanencia en la Moncloa. Pero también él acompañó a los Reyes. En Paiporta, como todos sabemos, la rabia y la ira, largamente contenidas en los días previos, estalló contra la comitiva. Hubo gritos e insultos. Voces y barro arrojado con rabia y puntería. Pero Felipe y Leticia permanecieron en su sitio, con su pueblo, escuchando su ira y su desconsuelo. Tal vez no habían ido a Paiporta para recibir aplausos, sino para tratar de entender y llevar el calor de toda España. Dieron la cara. Aguantaron los gritos y los barros. Lograron sosegar los ánimos y pudieron escuchar de primera mano sus quejas, su dolor y sus historias de desconsuelo. Antes de que la visita finalizase, recibieron el abrazo de muchos ciudadanos de a pie. También una excusa: “No es contra vosotros”. Por tres veces el Jefe de Seguridad de la Casa Real pidió al Rey que abandonara el escenario, pero con la valentía de un soldado, permaneció en su sitio, en el vendaval. La ira también explotó contra el presidente del Gobierno. Un individuo golpeó con una pala el coche de Pedro Sánchez, que abandonó rápidamente el escenario de barro y lodo. Es fácil hablar en las ruedas de prensa de la Moncloa, donde se prohíben las preguntas incómodas. Es fácil hablar en los polideportivos, donde los aplaudidores están garantizados. Permanecer en el fango de la vida real no es fácil. El pueblo contrastó el coraje de su rey y la cobardía del presidente del Gobierno. Las encuestas al día siguiente daban un 7 a los Reyes y un 2 a Sánchez. Al finalizar la visita, el rey quiso hablar en una improvisada rueda de prensa. Fue algo insólito. Pedro Sánchez permaneció durante la misma con cara de póker. La actitud  valiente de rey fue para él una humillación y una bofetada. Un fotógrafo hizo la foto del día durante la rueda de prensa. Las botas de Felipe VI,  manchadas de barro. Los zapatos de Pedro Sánchez, impolutos. Paiporta hizo un examen. Y cada uno obtuvo la nota que se merecía.

***

Hace un año la Dana nos dejó algunos recados, nos transmitió algunos mensajes. ¿Habremos aprendido algo? Sobre todo, ¿habrá aprendido algo la clase política con su obstinada negativa a hacer autocrítica y a reconocer los propios errores? Y también como sociedad civil, como pueblo, ¿hemos sacado alguna lección de esa catástrofe?

















domingo, 26 de octubre de 2025

A propósito del caso Charles Kirk

     


        No sé cuántos españoles sabían algo de Charles James Kirk, hasta el momento en que una bala asesina acabó con su vida el pasado 10 de septiembre, mientras daba una conferencia en el campus universitario de Utah. La muerte a tiros de Kirk, activista conservador, cercano a Trump, ha sido una de esas muertes que mejor refleja el mundo polarizado en el que vivimos, así cómo la incapacidad para diferenciar el mundo de las ideas del mundo de las personas. En este mundo de polarización la primera víctima es siempre la verdad. La segunda, el valor sagrado de la vida. Tanto los políticos, como los medios de comunicación afines, los influencers como los activistas quieren a toda costa que pensemos como ellos, dividiendo el mundo entre los míos y los contrarios, entre mis amigos y mis enemigos. Y si a eso añadimos el escaso nivel de formación y los bajos niveles de autocrítica, el resultado es verdaderamente espeluznante. 

    Con solo 18 años, Charles Kirk, evangélico de religión, había fundado la asociación estudiantil conservadora Turning Point USA, que  buscaba una mayor presencia del cristianismo en la vida pública y una vuelta a los valores tradicionales de la familia. Kirk estaba casado y era padre de dos hijos de corta edad: 3 años y 15 meses. 

    En los días siguientes a su asesinato, algunas cosas me han llamado poderosamente la atención

    1.- El perdón de su viuda hacia el asesino. En el homenaje funeral celebrado en un estadio, Erika Kirk, refiriéndose al asesino de su marido, aseguró: "Perdono porque eso es lo que hizo Cristo. La respuesta al odio es no odiar". Subrayó, asimismo, que la misión de su marido había sido "salvar a hombres jóvenes, justo como el que le quitó la vida. La respuesta que sabemos del Evangelio es amor y más amor. Amor para nuestros enemigos. Amor para aquellos que nos persiguen". Las más de setenta y tres mil personas que abarrotaban el estadio rubricaron con su cerrado aplauso su decisión cristiana y valiente de perdonar. 

    2.- El discurso del presidente Trump. El discurso del presidente de Estados Unidos calificó a Charles Kirk de 'mártir', habló de sus virtudes cívicas y prometió honrar su memoria, pero en seguida desvió su discurso a su propia agenda política. Arremetió contra los críticos, "agitadores a sueldo" y afirmó que el Departamento de Justicia estaba investigando "a las redes de maníacos de izquierda radical que financian, organizan, alimentan y perpetran la violencia política", para terminar con una frase que, pronunciada en un homenaje a un cristiano, como poco helaba la sangre: "Odio a mi oponente y no quiero lo mejor para él". Antes el sentimiento de odio era algo que se ocultaba, porque se entendía que se rozaba una línea roja que nos separaba del civismo y de la simple humanidad. Ahora el odio se exhibe, se muestra sin tapujo, proponiéndose a sí mismo como modelo de 'odiador'.

    3.- La reacción de odio en las redes. Me ha llamado mucho la atención los mensajes de odio dirigidos contra Charles Kirk. Mensajes de odio basados en sus ideas políticas conservadoras. Alguno llegó a escribir: "Te lo tenías bien merecido" ¿Se puede desear mal a un hombre joven de 31 años que acaba de ser asesinado? ¿No es valiosa la vida de los que piensan de forma diferente, de los que ven la política de otra manera, de los que creen en cosas distintas? Hoy en día, son tantos los que se sienten ofendidos y odiados por las opiniones ajenas, que va a llegar un momento en que no podamos abrir la boca. Estar en contra del aborto no es un discurso de odio. Estar en contra del matrimonio homosexual no es un discurso de odio. Estar a favor de los refugiados no es un discurso de odio. Estar en contra de cualquier genocidio no es un discurso de odio. Son opiniones, por lo menos tan respetables como las que se muestran en sentido contrario. 

    4. Despidos por comentarios ofensivos contra Kirk. En Estados Unidos se han producido los primeros despidos a trabajadores que habían mostrado en las redes mensajes ofensivos o hirientes contra Charles Kirk. Universidades públicas, alguna cadena de televisión y algún departamento ministerial han anunciado sanciones y despidos a trabajadores por sus comentarios incívicos e inhumanos contra Charles Kirk, "incompatibles con los valores constitucionales". Independientemente del mal gusto y la escasa sensibilidad de algunos comentarios, no parece nada sano para la libertad estas sanciones. Tocará a los jueces determinar si ha habido un delito o no, pero dejar en las manos de las empresas determinar qué es o no es delito de odio es el principio de nuevas aberraciones. 

    ***

    ¿Por qué hemos llegado a esto? Básicamente por el desprecio a la verdad. La verdad no depende de la opinión de la mayoría o del poder político en cada momento. Buscar la verdad no es tarea fácil, pero el hecho de desear encontrarla y ponerse en camino nos ayuda ciertamente a cometer menos errores. Quien busca la verdad difícilmente se deja manipular por el que más vocea o por el que ocupa el sillón más importante en la mesa presidencial. 

    La verdad nos hace libres. La mentira nos hace esclavos. Buscar la verdad requiere humildad, conocimiento, sabiduría del corazón y escucha del otro, opine lo que opine. Quien busca la verdad necesita de los demás, porque juntos todo es más fácil. Quien proclama la mentira, sólo necesita súbditos, subordinados, analfabetos gritones, paniaguados, aplaudidores profesionales.

    Nos dicen que estamos es la época de postverdad. La postverdad no existe. Existe la mentira. El pensamiento único es una dictadura. Lo políticamente correcto es el nombre nuevo de la inquisición.  Si dejamos que sean los políticos o los medios de comunicación o los grupos de presión los que determinen qué es lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, dónde está el bien y el mal, estaremos abriendo la caja de los truenos y transformando en demagogia la democracia y en moral de esclavos la grandeza de los hombres libres. 









sábado, 25 de octubre de 2025

En Amalia Rodrigues el fado encontró su casa


        Su abuela, analfabeta, decía que Amalia Rodrigues había nacido en el tiempo de las cerezas del año 1920. Tampoco sus padres recordaban exactamente la fecha de su nacimiento. Aunque luego, en su partida de nacimiento, hicieron constar el 23 de julio. Amalia Rodrigues llevó el fado portugués a todos los rincones e hizo vibrar a todo un país con su “Casa portuguesa”. Hoy sus restos reposan en el Panteón Nacional de Lisboa, la única mujer entre hombres portugueses de pro.

    Su vida también tuvo mucho de esa tristura y melancolía del fado. Una infancia pobre en una casa de nueve hermanos. Las idas y venidas de su familia entre la aldea sin trabajo y los barrios cochambrosos de Lisboa, también sin trabajo. Amalia, para ganar cuatro cuartos, tuvo que aprender a bordar y hacer pasteles. Difíciles inicios en el mundo de la canción, siempre con la oposición de una familia que no veía con buenos ojos la vida loca de los artistas. Amalia, tímida, romántica, apasionada, religiosa, dramática, temperamental, exitosa y fracasada… En su juventud, se sentía identificada con la Dama de las Camelias. Abría las ventanas de par en par para agarrarse una tuberculosis y morir joven como la heroína de Alejandro Dumas. Se enamoró equivocadamente de un guitarrista, y el matrimonio fracasó estrepitosamente a los dos años. Entró en la desesperación y la culpa.
        Pero poco a poco, su voz inconfundible y una presencia física, siempre vestida de negro, que llenaba el escenario, le consiguieron un lugar en el mundo del fado. Actuaciones, discos, películas, giras… se sucedieron sin parar. Vendió 30 millones de discos solo entre sus compatriotas, es decir tres veces más que la población portuguesa. Le acompañó siempre el misterio. Para unos, fue demasiado amiga del régimen del dictador Salazar. Para otros, la mujer célebre que donaba dinero para los políticos encarcelados por la dictadura, como reveló José Saramago. Luego, pasado algún tiempo, Portugal entero se puso de acuerdo y se rindió a sus pies. En ese Portugal de las tres ‘F’: Fado, Fátima y Fútbol, ella fue la Reina indiscutible del Fado y la mejor embajadora musical de Portugal en el mundo. Murió en 1999.
    La canción Uma casa portuguesa daría la vuelta al mundo. Muchos portugueses la consideran un himno a la acogida y a la hospitalidad, una canción símbolo que los define como pueblo. Y los portugueses, emigrantes repartidos por el mundo o afincados en las colonias africanas, piensan en ella, nostálgicos y llorosos. Este pequeño país, con un pasado lleno de esplendor y con una cultura y un patrimonio impresionantes, golpeado por el final de la dictadura, por la descolonización dramática de África o por la crisis de 2008, siempre encuentra en esta canción, admirablemente interpretada por la gran Amalia Rodrigues, la fuerza para seguir adelante: el hogar que se ofrece al visitante, el pan y el vino, el olor de romero, el sol de primavera, el plato de sopa que se comparte, una rosa en el jardín… En fin esa riqueza de dar y de sentirse feliz, de tener cariño para dar y repartir, de saber que basta muy poco para estar contentos, porque, después del pan y del vino compartidos, hay una promesa de besos y de abrazos.
    Otro mes de julio, recorriendo los arribes del Duero, por la orilla portuguesa, me encontré con un viejecito que golpeaba rítmicamente una lata para espantar los pájaros y evitar así que comiesen las cerezas. Sentado a la sombra de una choza de piedra, en pleno campo, el buen hombre pasaba las horas muertas cuidando sus cuatro cerezos. Cuando pasamos a su lado, nos dijo: “esperad un momento”. Cogió un buen puñado de cerezas y se las dio a la niña de mi amigo que nos acompañaba. Pensé en ese tiempo de cerezas en el que había nacido Amalia. Y pensé en la canción que nos asegura que la alegría de la pobreza consiste en esa gran riqueza de dar y de sentirse feliz.
        Cada uno de nosotros quisiera que su casa y la casa de sus amigos se pareciese siempre a la casa que cantó miles de veces Amalia Rodrigues.

    










El puente sobre el Drina, de Ivo Andríc

        

Todos los hombres sueñan con puentes, porque nadie se conforma con lo que hay en su orilla, en su aldea, en su huerto o en su casa. Insatisfecho y curioso por naturaleza, el ser humano quiere saber lo que pasa  en el otro lado y más allá. Siempre me has fascinado los puentes. Cuando hice el Camino, fui anotando los puentes que atravesaba, algunos verdaderamente hermosos, como el de Puente la Reina o el de Hospital de Órbigo.

En el último libro que he leído, el protagonista es un puente.

Ni conocía la novela ni conocía al autor. Me faltaba apenas una semana para empezar la jubilación cuando me cité con un compañero de trabajo en una cafetería de la Plaza San Miguel. Antes de que nos sirviesen el café, me entregó un libro que, para él, era una de las mejores novelas que había leído: El puente sobre el Drina, una novela del escritor serbio, Ivo Andríc. 

            Ivo Andric nació en Bosnia en 1892, cuando entonces era un territorio de Austria-Hungría, y murió en 1975 en Belgrado, en la antigua Yugoslavia, aunque él siempre se consideró un escritor serbio. De hecho, en su juventud participó en los movimientos pro Serbia y fue encarcelado poco después del atentado de los archiduques imperiales en Sarajevo en 1914. Ivo Andríc escribió esta novela en 1945, en lengua serbocroata y con el alfabeto cirílico (Дрини ћуприја), apenas terminada la II Guerra Mundial, y en ella el protagonista es el puente que cruza el río Drina a su paso por Visegrado, en Bosnia.

Esta gran novela abarca cuatro siglos, justamente desde que un niño cristiano de apenas 10 años, arrancado de los brazos de su madre, fue llevado, como tantos otros, ante el sultán otomano para formar parte, desde pequeños, del ejército de jenízaros. Era el adzami oglam, o tributo de sangre. Era el peaje que tenían que pagar las familias cristianas en el imperio otomano. Durante horas, tal vez días, los niños empapados hasta los huesos esperaron hasta que un barquero los fue pasando sobre las aguas crecidas y turbulentas del Drina. En las orillas se juntaban todas las pobrezas y las desdichas del mundo. Esa mañana de 1516, ese niño de 10 años vio todo esto mientras los gritos de las madres le desgarraban el alma y un dolor agudo le golpeaba el pecho. Ese dolor se quedaría ahí por muchos años. El niño creció y llegó a ocupar un puesto muy importante en el imperio otomano. Sería mundialmente conocido como el Gran Visir Mehmed Bajá. Entonces se acordó de aquel penoso viaje. Se acordó de que todos los hombres sueñan con una “buena vía, una compañía segura y una posada caliente” y decidió construir un puente que asombrase al mundo: el puente sobre el Drina, para unir Bosnia con Oriente.

         Durante años, a las órdenes del implacable Abid Agá, un ejército de hombres, muchas veces forzados, construyeron el puente, ante las miradas incrédulas de pequeños y mayores que se acercaban a las orillas para ver día a día los progresos de la milagrosa construcción que arrancaba desde el agua y se elevaba poco a poco. Cuando estuvo acabado, el puente sobre el Drina no solo era útil y seguro, sino también increíblemente hermoso. En el centro del puente, el maestro de obras había construido una terraza con unos bancos de piedra, la kapija. Desde el día de su apertura, este espacio sería el lugar por antonomasia para charlar, fumar, tomar té, discutir, intercambiar ideas, pero también para ahorcar a rebeldes como un escarmiento para toda la población de Visegrado y todos los que cruzaban de una a otra orilla.

Ivo Andric nos cuenta la historia del puente a lo largo de cuatrocientos años, desde su construcción en 1571 hasta la I Guerra Mundial. Pero el autor, que fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1951, cuenta asimismo los avatares pacíficos o turbulentos de este pequeño rincón de Centroeuropa. Musulmanes, cristianos y judíos fueron capaces de convivir, mal que bien, durante largos periodos, y compartir los puestos del Bazar. Leyendo el libro se entiende mejor la turbulenta historia de estos territorios: primero bajo el imperio otomano, después bajo el imperio austrohúngaro, luego como parte del Reino de Serbios, Croatas y Eslovenos, más tarde conformarían la Yugoslavia de Tito, para acabar como pequeñas repúblicas independientes, llenas de odios de credo, raza y nacionalidad, tras pasar por una guerra que conmocionó a Europa en los años noventa del pasado siglo. No sabemos que hubiera escrito Ivo Andric si hubiera conocido estos dramáticos años, tras la caída del comunismo.

El puente de Drina fue, desde su apertura, un camino de occidente a oriente, una vía de religiones, lenguas, costumbres y productos agrícolas. Un símbolo hermoso de esperanza y convivencia, no obstante las dificultades de cada momento.

            Los hombres y las mujeres de Visegrado cruzan y descruzan el puente lo mismo que hacen con sus vidas. Ivo Andric no sólo nos cuenta la alta política y las diferentes etapas de dominación sobre el puente, sino también las vidas de personas que habitaron la ciudad y para quienes el puente lo era todo.

Conocemos la violencia atronadora de Abid Agá sobre todos los trabajadores en la construcción del puentes y la tortura y empalamiento de Ridasav que había intentado sabotear los trabajos de construcción “por orden del diablo”, pero asimismo el horror de los visegradenses ante esta ejecución brutal. Y también la respuesta piadosa de los temerosos de Dios que lo enterraron como a un ser humano impidiendo que el cuerpo de Radisav lo devorasen los perros, como había ordenado Abid Agá.

Conocemos los grandes festejos para celebrar el fin de las obras y el tránsito de  personas, animales y mercancías por el puente: Era el año 1571 del calendario cristiano y el 979 de la Héjira. Por fin el pueblo se hartó de comer, de admirar, de andar de arriba abajo y de escuchar los versos de la inscripción: “He aquí a Mehmed Bajá, el mayor entre los sabios y grandes de su tiempo. Cumplió el voto que había hecho en su corazón y con su afán y esfuerzo erigió el puente sobre el río Drina. Que Dios bendiga esta obra, este hermoso y prodigioso puente”.

Conocemos las grandes crecidas e inundaciones que un siglo después asolaron la zona. El rio creció tanto que el puente entero desapareció bajo sus aguas impetuosas. La histórica crecida se llevó por delante casas, graneros, tiendas, ganados  y todo lo que pudo en su inmisericorde avalancha..

A principios del siglo XIX las revueltas en Serbia tuvieron una gran repercusión en el puente sobre el Drina. Se exigía cada vez más a los turcos de Bosnia para que aportaran hombres y recursos para sofocar la rebelión. El puente empezó a ser controlado. En medio del puente se erigió una caseta de madera que sirviera de puesto de vigilancia y controlara el tránsito de personas. Todos podían ser sospechosos de traición. A Mile, un jovenzuelo, mientras desbrozaba un bosque, le oyeron cantar una canción tradicional serbia. Fue suficiente delito para que fuera ahorcado y su cuerpo muerto sirviera de advertencia e infundiera temor. Jelisije, un vagabundo de monasterio en monasterio, un viejecillo, tuvo la desgracia de ser el primero en cruzar el puente después de instalar la caseta de vigilancia. “Así el mozo Mile y el viejo Jelisije, decapitados a la vez en el mismo lugar, fueron los primeros que adornaron con sus cabezas la torre militar, que después, mientras duraron las revueltas, nunca careció de adorno semejante”.

          Los días pasan y el puente vive “una paz aparente, bajo la que no se ocultan temores, voces agitadas y murmullos”. En 1878 el ejército del emperador de Austria entra en Bosnia y muy pronto se extiende el rumor de que el sultán ha entregado Bosnia sin resistencia. Los turcos se plantean oponer resistencia violenta a los austriacos, pero Ali Hoya está en contra porque las repercusiones serían aún más catastróficas para los habitantes de origen turco. Para los radicales turcos, Ali Hoya es un traidor y un infiel, por enfriar los ánimos de los de su propia etnia y religión. Terminará maniatado y humillado con una oreja clavada a un poste en lo alto del puente. Un bando del emperador afirmaba que no venía como adversario sino como amigo para pacificar estas tierras. Pero quien más o quien menos teme las consecuencias, especialmente los turcos que se sentían bajo la bota de los infieles.

Por la novela –y por el puente- transitan un buen número de personajes inolvidables. El rico Milan, esclavo de una pasión: el juego. Azuzado por un forastero que le invita a jugar una y otra vez, va perdiendo dinero, ganado, bosques, tierras y casi casi la propia vida en su última apuesta. O la historia del militar Gregor Fedum, de apenas 23 años, encargado de vigilar el tránsito del puente para detener a los bandidos. Pero Gregor cae en las redes y en las insinuaciones de una bella joven. Y enredado en sueños de amor o de lujuria, deja escapar al más peligroso de los bandidos. Lo pagaría caro. A este joven de honor sólo le quedaba saltar por el puente y ahogarse en el Drina.

El autor nos habla de un hotel junto al puente. Es aquí donde empieza la historia de Lotika, viuda joven, servicial, amable, “Ella les ofrecía todo, prometía mucho y les daba poco, o mejor dicho nada, porque los deseos masculinos eran de tal naturaleza que no podían satisfacerse con nada”. Lotika, mujer fuerte que regentaba el hotel y que ahorraba hasta la última moneda para ayudar a su larga parentela dispersa por Austria y Hungría. O la vida desdichada del Tuerto en la taberna de Zarije. Le invitan a una copa de ron, se ríen de él, le recuerdan a una antigua novia, y así se convierte en entretenimiento y en risa para los parroquianos.

Los austriacos traen novedades. Pasan los años. La vida es mucho más ligera, más alegre, como un vals, como un canto. Pero son muchos los que no adoptan ninguna de las nuevas costumbres ni ligerezas, ni en el vestido, ni en las ideas, ni en la forma de comerciar o de hablar. Cuando el ferrocarril llega, el puente pierde parte de su importancia. En pocas horas se llega a Sarajevo y Ali Hoya reflexiona “lo importante no era cuánto tiempo ganaba el hombre, sino lo que hacía con ese tiempo que había ahorrado; si lo usaba mal, entonces era mejor que no dispusiera de él”.  El camino por el Puente ya no llevaba al mundo y no era lo que otrora había sido: un punto de unión entre Oriente y Occidente.

            A veces los hombres con mucho olfato huelen la pólvora de la guerra, antes de que el primer cañón la haya disparado. Cuando los austriacos abrieron una abertura en el puente y luego colocaron un tapa de hierro encima, algunos imaginaron que vendrían malos tiempos para el puente y para Visegrado. En el puente se habían colocado explosivos por si fuesen necesarios.

            El siglo XX ya está ahí. En Visegrado por todas partes se oyen marchas turcas, canciones patrióticas serbias o arias vienesas, depende de los lugares y los parroquianos. Los jóvenes de Visegrado frecuentan la Universidad de Sarajevo y vuelven con ideas patrióticas y revolucionarias y con un deseo fanático de acción y sacrificio personal. Las palabras grandes y nuevas (libertad, gloria, patria, revolución) cruzan el puente de Drina. Por primera vez, los jóvenes hablan de “política”.

En 1914, los habitantes de Visegrado se han acostumbrado a ver a Zorka y a Glasicanin como dos jóvenes enamorados. Las sombras se ciernen sobre ellos como sobre toda la región. Deciden escaparse de la ciudad y buscar otra patria que garantice su amor y su futuro: América. No lo conseguirán.

El día de San Vito, 28 de junio, las asociaciones serbias organizaron su verbena en la pradera para bailar una danza en cadena, el kolo. La verbena acababa de empezar, cuando dos gendarmes pararon en seco el baile. El archiduque Fernando y su esposa habían sido asesinados en Sarajevo por exaltados serbios. En pocas horas todo cambio. “Empezó la caza a los serbios. Los hombres se dividieron en perseguidores y perseguidos. Una sociedad entera se transformaba en tan sólo un día”.

El puente adquiere una connotación de frontera. El bombardeo incesante llega por todas partes. Ahora sólo los refugiados que intentan alejarse cruzan el puente. “La guerra tuerce las reglas del juego. La gente que ha prosperado horadamente en virtud de su arduo trabajo pierde, mientras que los holgazanes y violentos progresan”. Todos buscan afanosamente su propia vida y la muerte ajena.

Un buen día, los explosivos que yacían sepultados en el corazón del puente estallaron. El puente dejó de ser puente, para ser sólo una ruina, un recuerdo ruinoso de lo que había sido y la razón de su construcción.

La novela acaba ahí, justo cuando el puente minado salta por los aires y se interrumpe el tránsito de personas y de productos. Y todos se convierten en extranjeros y enemigos, los mismos que hasta ayer mismo habían danzado juntos, o se habían amado, o habían charlado en el bazar, y cruzado y descruzado el puente sobre el Drina.

El puente, un símbolo potente de esperanza y fe en la humanidad es también frágil. En pocos momentos todo puede cambiar. Esta advertencia del gran escritor serbio Ivo Andric es una gran enseñanza para el lector. Construir un puente lleva muchos años. Pero destruirlo se puede hacer en unos minutos. Igual que la confianza, la convivencia y el amor.

Pero el autor no da todo por perdido, y así podemos leer en su última página: “Dios ha abandonado a esta infeliz ciudad en el Drina. Todo es posible. Sin embargo hay algo que no lo es: no es posible que desaparezcan para siempre y por completo los grandes hombres, los hombres de buen corazón que por el amor de Dios levantan construcciones duraderas, para que la tierra sea más bella y la vida de los hombres más cómoda y mejor. Si ellos desaparecieran, significaría que también el amor de Dios se apagará y se desvanecerá del mundo. Y eso no es posible”.











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