LA OPCIÓN GUANELIANA
4.- Educar con el corazón
“Os exhorto a ejercer una caridad de
persona a persona: buenas palabras, consejos sabios, buenos modales, paciencia,
sacrificio, dedicación y alegría… Solo entonces formaremos una única y
verdadera familia” (L.G).
Hay una página de Luis Guanella que refleja mejor que ninguna otra su añoranza por su familia y por su hogar, por la dulzura de su madre María, y por el estilo estricto pero justo de su padre Lorenzo. En sus memorias recuerda el primer día de internado cuando era apenas un niño: “Por la tarde se entra en la jaula del colegio. El pajarillo del bosque ha sido encerrado en la jaula. ¡Qué espanto el acostarse y el levantarse por vez primera en el colegio! ¡Qué pesada para un pequeño montañés la disciplina de la campana, los gritos, demasiadas veces amenazadores, de superiores y de educadores! Por cada pequeña transgresión, un castigo: en silencio en un rincón, sin vino en las comidas. Y ese miedo constante a que un día el prefecto de disciplina o el educador comuniquen a los superiores una negligencia insignificante. Ya no sentía la dulce voz de la madre, ya no estaban ahí los hermanos con sus consuelos. En esa época, en los colegios, el sistema educativo era muy severo, y tendía a formar los corazones más en el temor que en el amor. Las mismas prácticas religiosas se llevaban con un rigor excesivo”
Cuando puso los cimientos de su primera
fundación, quiso que allí se viviese como en familia. No quería una
institución, quería un hogar. Y se resistió a dar a su comunidad constituciones
y estatutos, porque él solo deseaba que todos estuviesen unidos por lo que él llamaba
“un vínculo del amor” y un estilo de familia. La reproducción humilde pero
amorosa del hogar de Fraciscio. ¿Cómo
se puede vivir juntos, si no es viviendo en familia? No quería que nadie se
sintiese como en una jaula, ni que nadie estuviera atenazado por el miedo y el
castigo. En unas navidades escribe a la superiora de una casa: “No se olvide, hermana, de poner el árbol,
de que haya regalos, de que no falte la diversión”. Y también: “En las casas de la Divina Providencia, los sacerdotes, las
monjas, los asistidos… forman todos una familia que cree unida, ama unida y
actúa unida”
En la familia, se puede vivir en libertad. No
hay espacio para el castigo, y si “alguna vez fuese necesario, debe ser moral y
no vengativo”. Solo en la familia se pueden dar la espontaneidad y la
naturalidad, sin las cuales un ser humano se amustia y se agosta. Escribe
también: “La benevolencia familiar es un
sistema educativo. El corazón necesita de la benevolencia como el estómago del
alimento. La benevolencia es un verdadero sistema de prevención”.
Educar desde el corazón significa educar con
el cariño. Si nuestros padres son muy inteligentes o están cargados de
prestigio, si tienen muchos medios económicos, si nos han proporcionado una
educación cosmopolita, no es tan importante.
Creía firmemente que el amor previene todas
las desdichas y cura todas las enfermedades. Prevenir antes que curar. El ‘método
preventivo’ que puso en marcha en sus casas consistía en “Poned es práctica el método del amor que es el que conviene a todos, y
gracias al cual los educadores tratan con afecto paterno a los que les han sido
confiados y los hermanos envuelven con su cariño a sus propios hermanos, para
que en los quehaceres de cada día el mal no atrape a nadie y en el camino de la
vida todos alcancen la deseada meta. Esta es la forma de vida que más se
aproxima a la vida ejemplar de la Sagrada Familia”.
No deja de ser significativo el auge que en el
siglo XIX alcanza la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Fueron muchos los
hombres y mujeres que experimentaron –y escribieron sobre ello- la cercanía y
la dulzura de un encuentro con Jesús. Dejaron de poner el acento sobre la
Omnipotencia de Dios y el Cristo Juez del Universo, para hablar de la
misericordia y el amor entrañable de un Corazón que se mueve y conmueve ante el
sufrimiento humano. Escribe don Guanella: “El Señor te muestra
los tesoros de misericordia. Te mostró Belén, el Getsemaní y el Calvario. Y al
final, su mismo corazón. El corazón es la sede del amor. El corazón es el
centro de la vida. Jesús te pone delante su propio corazón palpitante para que,
al verlo, te sientas conmovido. Jesús te abre su costado, para que tú puedas
entrar en él, vivas de su vida, y puedas salvarte tú y salvar a los demás. Es
el amor el que salva vidas”.
Todos somos educables. La educación no se
limita a la infancia y la juventud. Nos educan, a lo largo de toda nuestra
existencia, la familia, los compañeros de trabajo, los amigos, la sociedad. Y
también nos deseducan, claro. Y por supuesto, cada uno de nosotros educa o
deseduca, con su actitud. El Proyecto Educativo Guaneliano resumió muy bien
esta política del corazón. “Los caminos
para entrar en contacto con los demás son incontables, pero el camino de
corazón es el que más nos implica personalmente, el más respetuoso y el más
eficaz, sobre todo cuando la educación parece una empresa imposible e inútil, y
no se ven razones suficientes para esperar resultados. Creemos que, ante casos
desesperados, el verdadero amor siempre encuentra el sendero para llegar a lo
más profundo del otro, animarle y llevarle un mensaje de bondad. Precisamente
por esto, apostamos, más que por la organización, la eficiencia técnica y la
metodología, por una relación educativa que tiene en el amor su raíz y su razón de ser. Amar
debe preceder a curar”
La política del corazón tiene dos enemigos muy
potentes en nuestro mundo de hoy: la indiferencia y el sentimentalismo.
La indiferencia. Un exceso de información
sobre la pobreza en el mundo provoca el cansancio de la solidaridad. Las crisis
económicas llevan a un repliegue y a un sálvese quien pueda. El fin de las
utopías, especialmente la abrupta caída del comunismo, en el que tantos millones
de personas habían creído como una oportunidad de crear un paraíso aquí. Una
sociedad tecnificada, con poco espacio para el encuentro personal. El whatsapp
sustituye al abrazo, el skype al beso, el chat en Facebook al café compartido
en el bar de la plaza. En un mundo así, el afecto es más virtual que real. Nos
jactamos de tener amigos virtuales en las antípodas del mundo, y, sin embargo,
no tenemos un amigo con quien dar un paseo y tomar un café. Pero la indiferencia procede, asimismo, de esa
intuición que nos susurra al oído que, si nos interesamos por la existencia de
los demás, especialmente por la de aquellos que lo están pasando mal, nos
complicaremos la vida.
El sentimentalismo es esa implicación intensa,
pero superficial y efímera, en los dramas aireados por la televisión y las
redes sociales, y que los vivimos con lágrimas y desazón. Pensemos en el
secuestro y asesinato de un niño o en un atentado terrorista. Una avalancha de
solidaridad en redes sociales, unas conversaciones monotemáticas en cafés y
tiendas. Lo vivimos como algo personal. Este sentimentalismo nos permite
sentirnos mejores, sensibles al dolor ajeno. Pero es un engaño. No nos cuesta
nada poner la foto de un niño en nuestro perfil, o la bandera de un país, o la
viñeta que resume la tragedia, no nos cuesta nada mensajear nuestra rabia e
indignación en Instagram o Facebook. La compasión a un golpe de clic. El
sentimentalismo es efímero. Dura lo que dura una noticia. Al día siguiente,
nuestra emoción es requerida para otro asunto urgente.
La política del corazón es
implicación, compromiso, empatía, tiempo y recursos de ‘persona a persona’, como acertadamente escribió don Guanella. Un
corazón llameante es lo que encontramos en el escudo de la Congregación, justo
donde se cruzan los maderos, el vertical que asciende al cielo y el horizontal
que se abaja a la tierra. En este sentido escribía: “Es preciso que se animen unos a otros y también, si es necesario, que
se amonesten mutuamente, y que con ternura y firmeza se empujen unos a otros
para obrar el bien, a mejorarse día a
día y a facilitar la vida a los otros”
Próximo domingo: 5.-
Sacos de padrenuestros
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