Después de recorrer por la mañana la ciudad de Elmina, nos acercamos a Cape Cost, donde visitamos su Fortaleza o Castillo. Esta ciudad fue la capital de Ghana bajo
dominación inglesa. Por entonces Ghana era Gold Coast o Costa de Oro. En esta
fortaleza residían los Gobernadores británicos. En la actualidad la fortaleza
se ha convertido en un Museo para explicar la historia del West Africa. A
través de algunos elementos esenciales: cerámica, tejidos de kente, aparejos de
pesca, tambores e instrumentos musicales, cetros, taburetes ceremoniales
(stools) y algunos paneles sobre jefes, clanes y reyes (incluido el Ashantehene
(Rey de los Ashanti) y la mítica figura de la Ashantehenaa (la Reina Madre), el
drama de los esclavos, comercio con Europa, colonialismo, independencia,
diáspora a América, etc.
Se intenta explicar la historia de esta
región africana. El Museo es francamente instructivo, y resulta muy pedagógico. Hay un
capítulo dedicado a la muerte y a los ritos funerarios que resume muy bien un
proverbio ghanés: “Nadie por sí solo puede subir la escalera de la muerte” (the
ladder of the death, no single person climbs it). Las ceremonias fúnebres,
importantísimas por aquí, servirían para ayudar al ser querido a subir la
escalera de la muerte. La exposición destaca la cultura Ashanti que aún pervive
y cuyos festivales de verano en homenaje al Ashanteheme o Rey de los Ashantis,
tienen un enorme poder de convocatoria.
En otra parte de la Fortaleza se guarda la memoria
de los esclavos. Y aquí, como poco, la visita crea un nudo en la garganta, una sensación opresora por toda la piel. Desde este fuerte -y de otros muchos- salieron forzados hasta diez millones de hombres y mujeres a América y Europa. Los nativos se encargaban
de “cazarlos” tierra adentro, y los blancos se hacían cargo de ellos en los
fuertes y en el trayecto por mar. De Cape Coast partieron unos 650.000
esclavos. Muchos murieron en las mazmorras que ahora nosotros contemplamos;
otros muchos en la travesía marítima. Las condiciones en las que permanecían en
el fuerte, a veces hasta 3 ó 4 meses, eran espeluznantes Sótanos húmedos, y sin
ventilación. Obligados a convivir con sus propios excrementos, y devorando una
mísera ración diaria de comida. Vemos un grabado que ilustra bien las
condiciones en las que eran transportados en los barcos. Tumbados en el suelo,
amarrados con grilletes para evitar motines a bordo. Causa temblor que sólo un porcentaje pequeño de esclavos llegaba a puerto, lo que exigía que el número de capturados en tierras
africanas fuese enorme para asegurar las ventas.
Sobre la puerta del castillo
por la que los esclavos abandonaban tierra firme para hacerse a la mar, está escrito: “Gate of no return” (puerta sin retorno). Y así fue para todos, menos
para uno. Porque uno de ellos encontró en América un amo compasivo que le trató
bien y le pagó estudios. Pudo convertirse en profesor y pudo volver un día a
Ghana. Y aquí está enterrado en el patio de armas del Castillo, frente al mar
que lo vio partir y regresar. El único, pero suficiente para dar testimonio de
uno de los episodios más triste de nuestra civilización que, además, era y es
cristiana. Su tumba, sencilla, con flores frescas está en el patio de armas de
esta Fortaleza. Y es un grito sordo y desgarrado contra la esclavitud. Uno de
esos pocos monumentos que te conmueven por su humanidad y no por la
magnificencia de sus materiales o la perfección de su arte. Verdaderamente
conmovedor.
Otras dos tumbas hay en el patio: la del
último gobernador inglés que habitó el castillo y que firmó el final de la
esclavitud con el Rey de los Ashantis, y la de su esposa, una sensible poetisa
que debió influir no poco en los sentimientos del Governor para acabar con la
práctica esclavista.
A la entrada de las mazmorras un sacerdote
animista hace una libación con vino de palma a los dioses. Oración a los antepasados sobre
este lugar de desolación y de muerte. Pero la oración del priest no se sabe si es sincera o es algo folklórico de cara a los
turistas. Lo que es cierto, en todo caso, es que el vino no es de palma, sino
de una caja de tetrabrik, marca don Simón, para más señas. Son las cosas del
turismo.
Este castillo y otros de la costa occidental africana forman parte del Patrimonio de la Humanidad, y, como es fácil de entender, no sólo por sus valores arquitectónicos y artísticos, sino porque estos castillos guardan la memoria de una de las páginas más negras de la humanidad: el comercio de esclavos.
Abandonamos la fortaleza en silencio, casi mareados, impresionados
por esta tumba cuyo recuerdo retumba aun en mis sienes y en toda mi alma.
Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998