Después de Patria, su monumental novela,
Fernando Aramburu acaba de publicar Autorretrato sin mí. Un libro hermoso. Un
libro poético, íntimo, inspirado en recuerdos de su andadura existencial.
En dos capítulos habla de su hija
Isabel. En un sábado de los albores de invierno, un joven Aramburu seguía a
toda velocidad la ambulancia que por las calles de Hannover llevaba a su hija
de apenas tres meses, Isabel. Las meninges habían resultado dañadas. Y la
enfermedad había perjudicado seriamente la capacidad intelectual de la niña,
aunque no los rasgos faciales.
“Cumplidos los 6 años, con
ocasión de una sencilla tarea escolar, descubro que no captas el concepto de
cero. Insisto, empleo dibujos, me valgo de juego, pero no hay manera. Yo no se
trata de que aprendieses con tardanza, como pensábamos ingenuamente, sino que
un muro infranqueable impide que lleguen nociones elementales a tu mermado
entendimiento”
Mucho tiempo después cuando una
ambulancia corre a toda velocidad por la ciudad, Fernando vuelve a experimentar
una agitación y una angustia que aún no ha conseguido dominar del todo.
En otro capítulo titulado ‘Hombre
humano’, Fernando Aramburu reconoce que la presencia de Isabel ha dotado de
humanidad y compasión a toda su existencia. Es lo que reconocen muchos padres que tienen
un hijo con alguna discapacidad: se sienten deudores de una humanidad y de una
piedad que, de otro modo, no hubieran adquirido.
“Con aquel golpe brutal que
recibiste de la vida, con la maravilla de tus ojos serenos, la limpieza de tu
sonrisa y otras cosillas que me callo para no excitar los lagrimales, aprendí
poco a poco a humanizarme”.
“Ser humano es mi vocación, mi
tozudez y mi condena. A mí que no me saquen de ser hombre humano porque de otra
forma yo no quiero ser. Seré sabiendo a qué me arriesgo, débil hasta reventar
de fuerza. Me agarraré para no caerme, en medio de la noche a un palo de
bondad. Recorreré las calles recogiendo las lágrimas perdidas de la gente. Te
lo debo a ti, Isabel, a cuyo lado, sin que te dieras cuenta, aprendí la
compasión”.
Lo he podido constatar en muchas
ocasiones: padres y madres que reconocían abiertamente que su hijo o su hija
con discapacidad había sido un don en sus existencias.
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