La biografía
del escritor Gaël Faye nacido en Burundi, de madre ruandesa y de padre francés,
inspira su propia novela Pequeño País.
Años
después, Gabriel, el protagonista de la novela, afincado en París, siente un
deseo irreprimible por volver a la tierra donde transcurrió su infancia llena
de recuerdos amables, de travesuras inocentes, de libros que una excéntrica
mujer griega le prestaba. Una infancia abruptamente interrumpida por la guerra,
el genocidio de los hutus contra los tutsis (la familia de Gabriel era tutsi),
y los campos de refugiados. Era la crisis de los Grandes Lagos. Gabriel, junto
con su hermana Ana, tuvo que volver precipitadamente a Francia, donde fueron
acogidos por una familia. Su padre fue asesinado y su madre se volvió loca.
Al principio
de la novela, el padre explica a sus pequeños las etnias que habitan Burundi,
los tutsis, delgados, altos y nariz fina, y los hutus, bajos y de nariz chata.
En la casa de Gabriel, convivían criados de ambas etnias, sin problemas y sin
que hasta el momento de la guerra, nadie les preguntara por sus ancestros. Pero
al comenzar la guerra, todos tuvieron que posicionarse y tomar partido. El
miedo se instaló por doquier y la barbarie campó a sus anchas en esta tierra
hermosa de Burundi, con sus colinas, sus lagos y su abundante vegetación. Un
lugar bonito para vivir, para crecer. Los niños también fueron adoctrinados en
el odio al contrario. Y ellos mismos hacían lo que podían para combatir al
enemigo, para combatir a los hutus, en este caso. El episodio en que Gabriel fue
impelido por sus amigos a prender fuego a un hutu maniatado en el interior de un
coche, para así mostrar ante todos que este niño de padre blanco también tenía
valor, es verdaderamente escalofriante.
La ruptura
del matrimonio de los padres de Gabriel poco antes de que estallara la
violencia es como una parábola, una dramática premonición de la ruptura de un
país, de una región africana, que mal que bien había sabido convivir. Los
Grandes Lagos ya no era un lugar para el respeto, para la convivencia, y menos
aún para el cariño.
Una novela
escrita de una manera sencilla, sin grandes alardes, pero que en pocas páginas
pone rostros a personas concretas de esas guerras y de estos genocidios que no
interesan a nadie y que sólo ocuparon las portadas de los periódicos durante
una semana allá por 1994.
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