viernes, 6 de julio de 2018

Pequeño país, de Gaël Faye




La biografía del escritor Gaël Faye nacido en Burundi, de madre ruandesa y de padre francés, inspira su propia novela Pequeño País.
Años después, Gabriel, el protagonista de la novela, afincado en París, siente un deseo irreprimible por volver a la tierra donde transcurrió su infancia llena de recuerdos amables, de travesuras inocentes, de libros que una excéntrica mujer griega le prestaba. Una infancia abruptamente interrumpida por la guerra, el genocidio de los hutus contra los tutsis (la familia de Gabriel era tutsi), y los campos de refugiados. Era la crisis de los Grandes Lagos. Gabriel, junto con su hermana Ana, tuvo que volver precipitadamente a Francia, donde fueron acogidos por una familia. Su padre fue asesinado y su madre se volvió loca.

Al principio de la novela, el padre explica a sus pequeños las etnias que habitan Burundi, los tutsis, delgados, altos y nariz fina, y los hutus, bajos y de nariz chata. En la casa de Gabriel, convivían criados de ambas etnias, sin problemas y sin que hasta el momento de la guerra, nadie les preguntara por sus ancestros. Pero al comenzar la guerra, todos tuvieron que posicionarse y tomar partido. El miedo se instaló por doquier y la barbarie campó a sus anchas en esta tierra hermosa de Burundi, con sus colinas, sus lagos y su abundante vegetación. Un lugar bonito para vivir, para crecer. Los niños también fueron adoctrinados en el odio al contrario. Y ellos mismos hacían lo que podían para combatir al enemigo, para combatir a los hutus, en este caso. El episodio en que Gabriel fue impelido por sus amigos a prender fuego a un hutu maniatado en el interior de un coche, para así mostrar ante todos que este niño de padre blanco también tenía valor, es verdaderamente escalofriante. 
La ruptura del matrimonio de los padres de Gabriel poco antes de que estallara la violencia es como una parábola, una dramática premonición de la ruptura de un país, de una región africana, que mal que bien había sabido convivir. Los Grandes Lagos ya no era un lugar para el respeto, para la convivencia, y menos aún para el cariño.

Una novela escrita de una manera sencilla, sin grandes alardes, pero que en pocas páginas pone rostros a personas concretas de esas guerras y de estos genocidios que no interesan a nadie y que sólo ocuparon las portadas de los periódicos durante una semana allá por 1994.

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