Andrés y yo salimos de mañana con la
furgoneta en dirección a los poblados cercanos para recoger a los "buonifigli" (nombre cariñoso para llamar a personas con discapacidad". En agosto, los 'chicos" deberían estar en sus casas, de vacaciones, pero el Centro ha ofrecido a las
familias más desprotegidas la posibilidad de que los chicos y chicas con discapacidad mental pasasen parte de las
vacaciones en el Centro, bajo el cuidado de un grupo de voluntarios.
La primera parada tuvo lugar en Orso
Obodo, junto a una choza de barro y techado de ramas de palmera. Un hombre
estaba sentado ante el umbral de la puerta con una niña en brazos. Cuando se
dio cuenta de que era la furgoneta de la misión, se puso en pie y se dirigió
con la pequeña hasta nosotros. Él se quedó un instante parado y yo le tendí los
brazos para tomar a la niña. Era Ifunanya. Su nombre significa ‘amor’. Andrés
quiso hacerle sonreír con carantoñas y arrumacos, pero la pequeña no respondía.
‘Se encuentra mal’, me dijo. Instintivamente,
puse mi mano en su frente y comprobé que tenía algo de fiebre. Ifunanya es la más
pequeña del Centro de Nnebukwu, la benjamina, el juguete. Cuando ella llegó al
mundo, su padre era ya un hombre de edad, tendría unos cuarenta y cinco años, y
también algo tardo y lento de cabeza. Probablemente en su interior se había
resignado a ser un solterón solitarios y sin familia, una verdadera maldición para un africano. Pero un buen día
conoció a una chica veintipico años más joven que él, de otro poblado. Poco
después supieron que esperaban un bebé. Y aquí empieza la historia de Ifunanya. Nació perfectamente.
Como sus padres se encontraban en
una pobreza más pobre, si cabe, que la de sus vecinos, una vez al mes subían a
la pequeña Ifunanya a Casa Guanella; el misionero médico le hacía una revisión y los padres
volvían a su hogar con un puñado de nairas para alimentos.
Pero la pequeña Ifunaya, cuando ya
contaba 18 meses, tuvo unas fiebres muy altas, probablemente malaria. Nadie le suministró ningún medicamento para bajar la fiebre. Cuando los padres la llevaron a
la misión en busca de medicinas, las fiebres habían dañado su pequeño cerebro y
le habían provocado lesiones que terminaron por afectar el movimiento y el
habla. La madre adolescente asustada por esta situación o cansada de su
matrimonio, abandonó un buen día al marido y a la pequeña, y nunca más se supo de ella. Su padre se
quedó solo, casi un hombre viejo y algo ‘corto’. Se vio solo en el mundo y sin
afectos, y volcó todo su cariño en esta pequeña criatura. La cuida, la
limpia, la lleva al centro. Y cuando termina de cavar su pequeño huerto,
la sienta en su regazo ante el umbral de la puerta, frente al sol, viendo pasar
las horas muertas. Quizás porque él es 'así',
no le importan los convencionalismos culturales de este rincón de África que ve con malos ojos que un varón cuide de los hijos.
Ifunanya tiene ahora poco más de
cuatro años, unos ojos grandes y hermosos, un cuerpecillo achuchable y
una sonrisa que tarda en aparecer en su rostro, pero que cuando lo hace, es un
inmenso regalo y una preciosa manera de decir gracias. Ella es el amor de la
casa. Y la Casa Guanella, por una sola de estas historias humanas, ya tiene su razón de
ser y de estar en el mundo. Esta casa grande de la aldea de Nnebukwu es la 'casa de Ifunanya'. Aquí en 1992 acampó la
caridad guaneliana.
Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Nnebukwu-Nigeria, 2005
Releyendo la historia de Ifunanya, mi corazón ha volado a Nigeria y al recuerdo de esa niña que inundó de luz y alegría nuestro Centro. Recuerdo muy bien ese dia que fuimos juntos a recogerla mientras su papá la tenía en brazos a la entrada de la casa. Con su nombre aprendí una palabra nueva de la lengua de los Ibis la palabra más importante del diccionario, "amor". Sin duda con Ifunanya entró de nuevo en amor en la "colina de la caridad" de Nnebukwu. Gracias por este recuerdo maravilloso.
ResponderEliminarde los igbos:
Muchas gracias, Andrés por tu comentario que completa mis recuerdos de Nnebukwu
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