martes, 3 de julio de 2018

La sonrisa de Daniel seguirá iluminando al peregrino




El Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago ha pasado varios años en restauración. Las filtraciones de agua procedentes de una de las torres habían dañado considerablemente este conjunto escultórico románico, uno de los más señeros del panorama europeo.
Ahora me llegan las primeras imágenes del Pórtico del Maestro Mateo que fue consagrado el año de 1211. Los colores han vuelto a ver la luz y casi tengo la sensación de ver por primera vez este magnífico conjunto. De repente se ha hecho la luz y se ha hecho el color sobre estas esculturas a las que sucesivas capas de polvo secular, filtraciones recurrentes y otras intervenciones desafortunadas habían condenado a una grisura granítica. Rostros y ropajes vuelven otra vez a su antiguo esplendor de azules y rojos, dorados y blancos.  



De nuevo el peregrino –y cualquier visitante- se sentirá envuelto y arropado por esta belleza eterna. Daniel ha rejuvenecido y su sonrisa tranquilizadora y serena saludará y acogerá a los peregrinos.
Con razón este es el Pórtico de la Gloria. El fatigado peregrino medieval que venía andando desde cualquier rincón de Europa, que había dormido al cielo raso o en inmundas posadas, que había pasado frío temible y calor apabullante, se encontraba con esta hermosura. El maltrecho caminante que había conocido las llagas en los pies y el dolor en todo el cuerpo, cuando alcanzaba la Catedral, se sentía recompensado, por tanto sacrificio. Esta belleza le descansaba los pies, y le sosegaba el alma. El peregrino creyente y devoto, que no había visto una estampa de estas esculturas, que no sabía lo que le esperaba, podía tener la sensación de ‘estar en la gloria’. Los 24 ancianos del Apocalipsis tocaban también para él en sus magníficos instrumentos. Santiago, majestuoso, sentado en su trono, lo recibía en su casa. El peregrino pecador se identificaba con algunos de los pecadores tallados en la piedra, pero al mismo tiempo podía sentirse salvado por el perdón del Señor. Él podía ser también uno de los elegidos el día del Juicio Final. Él podría vestir las vestiduras blancas del Cordero.

Los ángeles portan las ‘armas de Cristo’, la lanza, la cruz, la corona de espinas. Son los instrumentos de la Pasión, a través de los cuales el peregrino podía comprender, con admirable pedagogía, que el Señor de la Historia había sido entregado a la pasión y a la muerte, para salvarlo después de su paso por este valle de lágrimas. Los profetas, los apóstoles, los elegidos cuentan una historia de amor, una historia de salvación, una ‘homilía en piedra’, un ‘bello relato en granito”.


Los hombres están ahí, también tallados en piedra, con sus pecados, para recordarnos nuestra fragilidad, y para advertirnos de que el mal existe y que existe el Infierno, donde el glotón se verá obligado a comer una empanada boca abajo, el lascivo sentirá cómo una serpiente muerde su sexo,  y el calumniador cómo unas tenazas arrancan su lengua. Pero existe la misericordia. Existe el perdón. Existe la redención. Y existe la Gloria. El peregrino conoce sus pecados. Y por ello emprendió una luenga peregrinación. Por ello se puso en camino, para enmendar su vida paso a paso, milla a milla.



El peregrino finalmente alcanza la ciudad santa de Compostela. Se ha lavado previamente antes. Se ha perfumado. Ha trocado sus harapos en un vestido decente. Ahora puede también él identificarse con los salvados, con aquellos que los propios ángeles visten de blanco. Ahí, finalmente, está Daniel que, con su sonrisa –la sonrisa que el románico arrancó a la piedra medieval- parece decir: “Ánimo, no tengas miedo, tu peregrinación te ha salvado. Alégrate, hermano mío. Eres uno de los elegidos. ¿Oyes la música que resuena por las naves? ¿Hueles el incienso que del botafumeiro asciende generoso hacia los cielos? “

Esta sonrisa, por sí sola, reconforta al peregrino, le aligera de su pesadumbre, le arranca sus lágrimas, y le devuelve una sonrisa. ¡Era el Pórtico de la Gloria para cualquier peregrino medieval! ¿También para el peregrino del siglo XXI?




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