El Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago ha pasado varios
años en restauración. Las filtraciones de agua procedentes de una de las torres
habían dañado considerablemente este conjunto escultórico románico, uno de los
más señeros del panorama europeo.
Ahora me llegan las primeras imágenes del Pórtico del Maestro Mateo que
fue consagrado el año de 1211. Los colores han vuelto a ver la luz y casi tengo
la sensación de ver por primera vez este magnífico conjunto. De repente se ha
hecho la luz y se ha hecho el color sobre estas esculturas a las que sucesivas
capas de polvo secular, filtraciones recurrentes y otras intervenciones
desafortunadas habían condenado a una grisura granítica. Rostros y ropajes
vuelven otra vez a su antiguo esplendor de azules y rojos, dorados y blancos.
De nuevo el peregrino –y cualquier visitante- se sentirá envuelto y arropado
por esta belleza eterna. Daniel ha rejuvenecido y su sonrisa tranquilizadora y
serena saludará y acogerá a los peregrinos.
Con razón este es el Pórtico de la Gloria. El fatigado peregrino medieval que venía
andando desde cualquier rincón de Europa, que había dormido al cielo raso o en
inmundas posadas, que había pasado frío temible y calor apabullante, se
encontraba con esta hermosura. El maltrecho caminante que había conocido las llagas
en los pies y el dolor en todo el cuerpo, cuando alcanzaba la Catedral, se
sentía recompensado, por tanto sacrificio. Esta belleza le descansaba los pies,
y le sosegaba el alma. El peregrino creyente y devoto, que no había visto una
estampa de estas esculturas, que no sabía lo que le esperaba, podía tener la
sensación de ‘estar en la gloria’. Los 24 ancianos del Apocalipsis tocaban
también para él en sus magníficos instrumentos. Santiago, majestuoso, sentado
en su trono, lo recibía en su casa. El peregrino pecador se identificaba con
algunos de los pecadores tallados en la piedra, pero al mismo tiempo podía sentirse
salvado por el perdón del Señor. Él podía ser también uno de los elegidos el
día del Juicio Final. Él podría vestir las vestiduras blancas del Cordero.
Los ángeles portan las ‘armas de Cristo’, la lanza, la cruz, la corona
de espinas. Son los instrumentos de la Pasión, a través de los cuales el
peregrino podía comprender, con admirable pedagogía, que el Señor de la
Historia había sido entregado a la pasión y a la muerte, para salvarlo después
de su paso por este valle de lágrimas. Los profetas, los apóstoles, los
elegidos cuentan una historia de amor, una historia de salvación, una ‘homilía
en piedra’, un ‘bello relato en granito”.
Los hombres están ahí, también tallados en piedra, con sus pecados,
para recordarnos nuestra fragilidad, y para advertirnos de que el mal existe y
que existe el Infierno, donde el glotón se verá obligado a comer una empanada
boca abajo, el lascivo sentirá cómo una serpiente muerde su sexo, y el calumniador cómo unas tenazas arrancan su
lengua. Pero existe la misericordia. Existe el perdón. Existe la redención. Y
existe la Gloria. El
peregrino conoce sus pecados. Y por ello emprendió una luenga peregrinación.
Por ello se puso en camino, para enmendar su vida paso a paso, milla a milla.
El peregrino finalmente alcanza la ciudad santa de Compostela. Se ha
lavado previamente antes. Se ha perfumado. Ha trocado sus harapos en un vestido
decente. Ahora puede también él identificarse con los salvados, con aquellos
que los propios ángeles visten de blanco. Ahí, finalmente, está Daniel que, con
su sonrisa –la sonrisa que el románico arrancó a la piedra medieval- parece
decir: “Ánimo, no tengas miedo, tu
peregrinación te ha salvado. Alégrate, hermano mío. Eres uno de los elegidos.
¿Oyes la música que resuena por las naves? ¿Hueles el incienso que del
botafumeiro asciende generoso hacia los cielos? “
Esta sonrisa, por sí sola, reconforta al peregrino, le aligera de su
pesadumbre, le arranca sus lágrimas, y le devuelve una sonrisa. ¡Era el Pórtico
de la Gloria para cualquier peregrino medieval! ¿También para el peregrino del
siglo XXI?
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